Tragedia global
El mundo desarrollado debe abordar el drama de millones de refugiados que huyen de la guerra
En lo que va de año más de 46.000 niños que han tratado de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos han sido detenidos por las patrullas fronterizas estadounidenses. La previsión de estas patrullas de que a lo largo de 2014 unos 60.000 niños tratarían de entrar ilegalmente por la desértica frontera va a ser claramente superada. Este auténtico desplazamiento masivo cuenta con el agravante —subrayado a este periódico por el vicepresidente de EE UU, Joe Biden— de que miles de esos niños viajan solos, con lo que eso implica de indefensión y vulnerabilidad ante delincuentes y situaciones extremas.
Este drama infantil en una frontera del hemisferio occidental es sólo la punta del iceberg de una tragedia mucho más amplia, una tragedia global. Millones de personas se ven obligadas a abandonarlo todo, incluyendo en muchas ocasiones a sus familias, para buscar no ya una vida mejor, sino simplemente sobrevivir. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR) reveló el viernes que en 2013 la cifra de refugiados y desplazados en el mundo ha alcanzando la cifra de 51,3 millones: más alta que la de los refugiados que forzó la II Guerra Mundial. En términos de comparación, es como si todos los habitantes de España, más otros tres millones, hubieran tenido que huir de sus hogares. Y es necesario subrayar que la cifra del organismo de Naciones Unidas no tiene en cuenta a quienes emprenden su viaje por motivos únicamente económicos.
El fenómeno se ha agudizado en los últimos años —la guerra civil de Siria con sus dos millones y medio de refugiados es el detonante más extremo— coincidiendo con conflictos regionales en Oriente Próximo y África. Y choca con el reforzamiento de las fronteras de los países más desarrollados, última meta de muchas de esas personas.
Estos países de destino se enfrentan a un triple problema: dar un tratamiento digno a quienes llaman a sus puertas, luchar activamente contra las mafias y tratantes de seres humanos que se lucran de la desgracia de esas personas y, finalmente, tratar de paliar las situaciones que fuerzan el éxodo en los países de origen. Aunque las causas puedan ser muy diversas —desde la pobreza extrema a la guerra, pasando por los regímenes autoritarios que persiguen a la disidencia y fuerzan las olas de refugiados—, la solución tiene que pasar por la aplicación de reglas claras, una actitud firme en defensa de las víctimas y la voluntad de ir a los orígenes del problema.
Mientras no se enfrente el drama de los desplazamientos desde esta perspectiva, todo quedará reducido a la asistencia —más o menos eficaz pero limitada— a los que alcance la ayuda disponible. Millones de personas —en la actualidad ya son 6,3 millones según ACNUR— quedarán condenadas a ser refugiadas toda su vida. A ser ciudadanos de un país sin territorio y sin esperanza.
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