Cientos de niños malviven en centros de inmigrantes en España
ACNUR pide que se adecúe la acogida a la llegada de familias refugiadas
ANA CARBAJOSA / DIEGO ESTRADA Madrid / Melilla 5 JUN 2014 - 17:30 CET
Cientos de niños sirios malviven hacinados y en penosas condiciones en territorio español, en los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta y Melilla a los que llegan tras meses o incluso años de huida de una guerra que tiene escasos visos de amainar. La situación de estos niños es una consecuencia más del deficiente sistema de acogida español para los aspirantes a refugiados que recalan en las dos ciudades autónomas con la intención de saltar lo antes posible a la Península.
“Viven en un centro abarrotado donde la sobreocupación genera tensión entre la población, donde no es posible que los niños hagan vida familiar y duerman con ambos padres, donde conviven y comparten instalaciones con otros adultos”, relatan desde ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados. “Es un ambiente que no respeta la presencia de niños”. En Ceuta y en Melilla “se están violando numerosos derechos de los niños”, sostiene Isabel Lázaro, profesora de derecho internacional privado de la universidad de Comillas y miembro de la cátedra de menores.
El problema de fondo es que la inmigración en este rincón del planeta ha cambiado de rostro y de forma drástica en el último año, sin que la política migratoria y las instalaciones hayan sido capaces de adecuarse a la nueva realidad. Antes llegaban sobre todo hombres solos procedentes del África subsahariana, y ahora llegan cientos de familias con niños que escapan de la guerra en Siria y que deploran las condiciones de acogida que les ofrece España.
En Ceuta, unos cien sirios -38 de ellos niños- acampan en el centro de la ciudad desde hace un mes, para denunciar las condiciones en las que viven en el centro de inmigrantes. “Es más seguro para los niños dormir en la plaza que en el CETI”, cuenta por teléfono uno de los participantes de la protesta, que teme que se publique su identidad porque piensa que podría afectar a su proceso de asilo. “Los [subsaharianos] del CETI se desnudan, fuman porritos y hasta mantienen relaciones sexuales delante de los niños. Los niños sirios están viendo muchas cosas que no tendrían por qué ver”, estima.
En Melilla, basta con poner un pie a las puertas del CETI para darse cuenta de que este no es un lugar adecuado para los menores. La abrumadora presencia de niños resulta tan evidente, que a ratos, las puertas del centro parecen la salida de un colegio. A través de las verjas se percibe la falta de espacio. A casi cualquier hora, decenas niños corretean con la cara tiznada entre los subsaharianos renqueantes y heridos tras alguno de los saltos de la valla y sorteando en ocasiones a los antidisturbios que acuden a poner orden cuando el ambiente se calienta.
En Ceuta, unos cien sirios acampan en el centro de la ciudad desde hace un mes
El Ministerio de Empleo cifra en 468 los menores —447 de ellos sirios— acompañados en el CETI de Melilla. “Dentro del centro hay módulos para las familias que se respetan en la medida que nos deja la sobreocupación”, apuntan desde el ministerio.
“El principal problema es el hacinamiento. Dormimos muchas personas en cada habitación y gente de todos los países, mezclados. Pasamos el día fuera porque dentro no hay espacio”, explica Hamed, que llegó a Melilla procedente de la ciudad siria de Homs hace dos meses junto a su mujer, su padre y sus cuatro hijos. “Los niños no duermen bien y no tienen buena higiene. Enferman mucho”, se lamenta.
“En el CETI hay colas para todo, para comer, para ir al baño.... Las duchas están cerradas y tenemos que ir a la ciudad para ducharnos. Hombres y mujeres dormimos separados”, se queja Mohamed, que vive en el centro con su mujer y dos hijos, de nueve meses y nueve años. “Los niños se ponen enfermos muy a menudo y la farmacia solo abre por las mañanas. Además, el doctor solo viene una hora cada mañana”, añade este hombre bajito y delgado, de pelo cano y un aspecto impoluto, que no consigue ocultar el agotamiento tras cuatro meses de espera en el CETI. José Palazón, de la ONG Prodeín, añade que aunque en principio cada niño tiene asignada una litera, ahora algunos duermen en colchones tirados en el suelo.
En el CETI de Melilla, unos 2.200 inmigrantes y aspirantes a refugiados conviven entre las paredes y las tiendas de campaña militares. El problema es que este centro no estaba concebido para tanta gente –su capacidad óptima es de 472 ocupantes - y menos aún para tantos menores. La inmensa mayoría de los sirios que llegan a Melilla después de uno o dos años de travesía han dilapidado sus fortunas en transporte, alojamiento y pasaportes falsos. Los niños encadenan como sus padres viviendas temporales, sin posibilidad de ir al colegio ni llevar una vida normal.
Los criterios de traslado a la Península indican que en principio las familias con hijos tienen prioridad. El problema es que con el repunte de sirios a partir del otoño de 2013, el CETI de Melilla se ha convertido en un cuello de botella y los trabajadores no dan más de sí. Las cifras de llegada de inmigrantes a la frontera sur de Europa son, sin embargo, mucho menores que las del Mediterráneo central y el Este de la Unión Europea. Por eso, los expertos consideran que la crisis del CETI se trata sobre todo de un problema de gestión más que del número de inmigrantes que recalan en Melilla. Aún así, la Comisión Europea acaba de destinar 10 millones de euros a la frontera sur española y parte de ellos irán destinados a mejoras en los CETI, según trascendió de la visita esta semana de la comisaria europea de interior, Cecilia Malmström.
Isabel Lázaro, experta en derechos de los menores, insiste en que en Ceuta y en Melilla “se están violando numerosos derechos reconocidos en la Convención de los derechos del niño de la que España forma parte”. Cita, por ejemplo, el derecho a vivir en familia –los niños viven con las madres en el CETI y los padres duermen en salas separadas- o el derecho a una vida digna –viven, a su juicio, en condiciones insalubres. “La convivencia con adultos que no son de su familia de forma prolongada es el caldo de cultivo para abusos y violencia contra los niños”, sostiene la experta.
Desde ACNUR piden que el traslado a la Península de los menores sea una verdadera prioridad y que mientras estén en Ceuta y en Melilla, se les aloje en pisos o pensiones donde puedan llevar una vida en familia. Destacan un problema adicional: Con cierta frecuencia se dan casos de familias que cruzan la frontera de Marruecos por separado para despertar menos sospechas, ya que se hacen pasar por marroquíes con pasaportes falsos. Al llegar los niños sin sus padres, acaban en el centro de menores, donde no podrán reunirse con su familia en el CETI hasta que las pruebas de ADN, que se aplican a los niños que llegan en pateras, determinen el parentesco. Las organizaciones de defensa de los refugiados se quejan de la lentitud de esos procesos, que pueden demorarse meses.
Cae la noche en la frontera sur de Europa y la llamada a la oración retumba entre mezquitas. Sentado a las puertas de una jaima levantada con palos y mantas frente al CETI de Melilla, Mohamed y su mujer cocinan a la brasa un plato tradicional sirio que devolverá a sus hijos por un instante los sabores del hogar que dejaron atrás.
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