¿Es el papa Francisco una paradoja?
Jorge Bergoglio ha despertado la esperanza de que otra Iglesia católica es posible. Su estilo al asumir el pontificado, su lenguaje y su decisión de hacerse llamar Francisco remiten a la pobreza, humildad y sencillez que predicaba Francisco de Asís.
¿Quién lo iba a pensar? Cuando tomé la pronta decisión de renunciar a mis cargos honoríficos en mi 85º cumpleaños, supuse que el sueño que llevaba albergando durante décadas de volver a presenciar un cambio profundo en nuestra Iglesia como con Juan XXIII nunca llegaría a cumplirse en lo que me quedaba de vida.
Y, mira por dónde, he visto cómo mi antiguo compañero teológico Joseph Ratzinger —ambos tenemos ahora 85 años— dimitía de pronto de su cargo papal, y precisamente el 19 de marzo de 2013, el día de su santo y mi cumpleaños, pasó a ocupar su puesto un nuevo Papa con el sorprendente nombre de Francisco.
¿Habrá reflexionado Jorge Mario Bergoglio acerca de por qué ningún papa se había atrevido hasta ahora a elegir el nombre de Francisco? En cualquier caso, el argentino era consciente de que con el nombre de Francisco se estaba vinculando con Francisco de Asís, el universalmente conocido disidente del siglo XIII, el otrora vivaracho y mundano vástago de un rico comerciante textil de Asís que, a la edad de 24 años, renunció a su familia, a la riqueza y a su carrera e incluso devolvió a su padre sus lujosos ropajes.
Resulta sorprendente que el papa Francisco haya optado por un nuevo estilo desde el momento en el que asumió el cargo: a diferencia de su predecesor, no quiso ni la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura orlada con armiño, ni los zapatos y el sombrero rojos a medida ni el pomposo trono con la tiara. Igual de sorprendente resulta que el nuevo Papa rehúya conscientemente los gestos patéticos y la retórica pretenciosa y que hable en la lengua del pueblo, tal y como pueden practicar su profesión los predicadores laicos, prohibidos por los papas tanto por aquel entonces como actualmente. Y, por último, resulta sorprendente que el nuevo Papa haga hincapié en su humanidad: solicita el ruego del pueblo antes de que él mismo lo bendiga; paga la cuenta de su hotel como cualquier persona; confraterniza con los cardenales en el autobús, en la residencia común, en su despedida oficial; y lava los pies a jóvenes reclusos (también a mujeres, e incluso a una musulmana). Es un Papa que demuestra que, como ser humano, tiene los pies en la tierra.
Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que representaba en su época el papa Inocencio III (1198-1216). En 1209, Francisco fue a visitar al papa a Roma junto con 11 hermanos menores (fratres minores) para presentarle sus escuetas normas compuestas únicamente de citas de la Biblia y recibir la aprobación papal de su modo de vida “de acuerdo con el sagrado Evangelio”, basado en la pobreza real y en la predicación laica. Inocencio III, conde de Segni, nombrado papa a la edad de 37 años, era un soberano nato: teólogo educado en París, sagaz jurista, diestro orador, inteligente administrador y refinado diplomático.
Nunca antes ni después tuvo un papa tanto poder como él. La revolución desde arriba (Reforma gregoriana) iniciada por Gregorio VII en el siglo XI alcanzó su objetivo con él. En lugar del título de “vicario de Pedro”, él prefería para cada obispo o sacerdote el título utilizado hasta el siglo XII de “vicario de Cristo” (Inocencio IV lo convirtió incluso en “vicario de Dios”). A diferencia del siglo I y sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia apostólica oriental, el papa se comportó desde ese momento como un monarca, legislador y juez absoluto de la cristiandad... hasta ahora.
Pero el triunfal pontificado de Inocencio III no solo terminó siendo una culminación, sino también un punto de inflexión. Ya en su época se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que, en parte, han llegado hasta nuestros días como las señas de identidad del sistema de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción y los negocios financieros dudosos. Pero ya en los años setenta y ochenta del siglo XII surgieron poderosos movimientos inconformistas de penitencia y pobreza (los cátaros o los valdenses). Pero los papas y obispos cargaron libremente contra estas amenazadoras corrientes prohibiendo la predicación laica y condenando a los “herejes” mediante la Inquisición e incluso con cruzadas contra ellos.
Pero fue precisamente Inocencio III el que, a pesar de toda su política centrada en exterminar a los obstinados “herejes” (los cátaros), trató de integrar en la Iglesia a los movimientos evangélico-apostólicos de pobreza. Incluso Inocencio era consciente de la urgente necesidad de reformar la Iglesia, para la cual terminó convocando el fastuoso IV Concilio de Letrán. De esta forma, tras muchas exhortaciones, acabó concediéndole a Francisco de Asís la autorización de realizar sermones penitenciales. Por encima del ideal de la absoluta pobreza que se solía exigir, podía por fin explorar la voluntad de Dios en la oración. A causa de una aparición en la que un religioso bajito y modesto evitaba el derrumbamiento de la Basílica Papal de San Juan de Letrán —o eso es lo que cuentan—, el Papa decidió finalmente aprobar la norma de Francisco de Asís. La promulgó ante los cardenales en el consistorio, pero no permitió que se pusiera por escrito.
Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano. ¿Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Entendidas desde un punto de vista espiritual, si bien no literal, sus exigencias evangélicas implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se había apoderado de Cristo en Roma desde el siglo XI.
Puede que Inocencio III haya sido el único papa que, a causa de las extraordinarias cualidades y poderes que tenía la Iglesia, podría haber determinado otro camino totalmente distinto; eso habría podido ahorrarle el cisma y el exilio al papado de los siglos XIV y XV y la Reforma protestante a la Iglesia del siglo XVI. No cabe duda de que, ya en el siglo XII, eso habría tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia católica que no habría escindido la Iglesia, sino que más bien la habría renovado y, al mismo tiempo, habría reconciliado a las Iglesias occidental y oriental.
De esta manera, las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco: paupertas (pobreza), humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez).
Puede que eso explique por qué hasta ahora ningún papa se había atrevido a adoptar el nombre de Francisco: porque las pretensiones parecen demasiado elevadas.
Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué significa hoy día para un papa que haya aceptado valientemente el nombre de Francisco? Es evidente que tampoco se debe idealizar la figura de Francisco de Asís, que también tenía sus prejuicios, sus exaltaciones y sus flaquezas. No es ninguna norma absoluta. Pero sus preocupaciones, propias del cristianismo primitivo, se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente, sino que deberían ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual.
1. ¿Paupertas, pobreza? En el espíritu de Inocencio III, la Iglesia es una Iglesia de la riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los escándalos financieros. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia de la política financiera transparente y de la vida sencilla, una Iglesia que se preocupa principalmente por los pobres, los débiles y los desfavorecidos, que no acumula riquezas ni capital, sino que lucha activamente contra la pobreza y ofrece condiciones laborales ejemplares para sus trabajadores.
2. ¿Humilitas, humildad? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia del dominio, de la burocracia y de la discriminación, de la represión y de la Inquisición. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del altruismo, del diálogo, de la fraternidad, de la hospitalidad incluso para los inconformistas, del servicio nada pretencioso a los superiores y de la comunidad social solidaria que no excluye de la Iglesia nuevas fuerzas e ideas religiosas, sino que les otorga un carácter fructífero.
3. ¿Simplicitas, sencillez? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia de la inmutabilidad dogmática, de la censura moral y del régimen jurídico, una Iglesia del miedo, del derecho canónico que todo lo regula y de la escolástica que todo lo sabe. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del mensaje alegre y del regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no solo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.
De esta forma, se pueden formular asimismo hoy día, en vista de las preocupaciones y las apreciaciones de Francisco de Asís, las opciones generales de una Iglesia católica cuya fachada brilla a base de magnificentes manifestaciones romanas, pero cuya estructura interna en el día a día de las comunidades en muchos países se revela podrida y quebradiza, por lo que muchas personas se han despedido de ella tanto interna como externamente.
No obstante, ningún ser racional esperará que una única persona lleve a cabo todas las reformas de la noche a la mañana. Aun así, en cinco años sería posible un cambio de paradigma: eso lo demostró en el siglo XI el papa León IX de Lorena (1049-1054), que allanó el terreno para la reforma de Gregorio VII. Y también quedó demostrado en el siglo XX por el italiano Juan XXIII (1958-1963), que convocó el Concilio Vaticano II. Hoy debería volver a estar clara la senda que se ha de tomar: no una involución restaurativa hacia épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II.
Hay una tercera pregunta que se planteaba por aquel entonces al igual que ahora: ¿no se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? No cabe duda de que, de este modo, se provocarían unas potentes fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana, a las que habría que plantar cara. Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan de buen grado que se les arrebate el poder que han ido acumulando desde la Edad Media.
El poder de la presión de la curia es algo que también tuvo que experimentar Francisco de Asís. Él, que pretendía desprenderse de todo a través de la pobreza, fue buscando cada vez más el amparo de la “santa madre Iglesia”. Él no quería vivir enfrentado a la jerarquía, sino de conformidad con Jesús obedeciendo al papa y a la curia: en pobreza real y con predicación laica. De hecho, dejó que los subieran de rango a él y a sus acólitos por medio de la tonsura dentro del estatus de los clérigos. Eso facilitaba la actividad de predicar, pero fomentaba la clericalización de la comunidad joven, que cada vez englobaba a más sacerdotes. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se fuera integrando cada vez más dentro del sistema romano. Los últimos años de Francisco quedaron ensombrecidos por la tensión entre el ideal original de imitar a Jesucristo y la acomodación de su comunidad al tipo de vida monacal seguido hasta la fecha.
En honor a Francisco, cabe mencionar que falleció el 3 de octubre de 1226 tan pobre como vivió, con tan solo 44 años. Diez años antes, un año después del IV Concilio de Letrán, había fallecido de forma totalmente inesperada el papa Inocencio III a la edad de 56 años. El 16 de junio de 1216 se encontraron en la catedral de Perugia el cadáver de la persona cuyo poder, patrimonio y riqueza en el trono sagrado nadie había sabido incrementar como él, abandonado por todo el mundo y totalmente desnudo, saqueado por sus propios criados. Un fanal para la transformación del dominio en desfallecimiento papal: al principio del siglo XIII, el glorioso mandatario Inocencio III; a finales de siglo, el megalómano Bonifacio VIII (1294-1303), que fue apresado de forma deplorable; seguido de los cerca de 70 años que duró el exilio de Aviñón y el cisma de Occidente con dos y, finalmente, tres papas.
Menos de dos décadas después de la muerte de Francisco, el movimiento franciscano que tan rápidamente se había extendido pareció quedar prácticamente domesticado por la Iglesia católica, de forma que empezó a servir a la política papal como una orden más e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.
Al igual que fue posible domesticar finalmente a Francisco de Asís y a sus acólitos dentro del sistema romano, está claro que no se puede excluir que el papa Francisco termine quedando atrapado en el sistema romano que debería reformar. ¿Es el papa Francisco una paradoja? ¿Se podrán reconciliar alguna vez la figura del papa y Francisco, que son claros antónimos? Solo será posible con un papa que apueste por las reformas en el sentido evangélico. No deberíamos renunciar demasiado pronto a nuestra esperanza en un pastor angelicus como él.
Por último, una cuarta pregunta: ¿qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? Sea como sea, ya se ha acabado la época en la que el papa y los obispos podían contar con la obediencia incondicional de los fieles. Así, a través de la Reforma gregoriana del siglo XI se introdujo una determinada mística de la obediencia en la Iglesia católica: obedecer a Dios implica obedecer a la Iglesia y eso, a su vez, implica obedecer al papa, y viceversa. Desde esa época, la obediencia de todos los cristianos al papa se impuso como una virtud clave; obligar a seguir órdenes y a obedecer (con los métodos que fueran necesarios) era el estilo romano. Pero la ecuación medieval de “obediencia a Dios = obediencia a la Iglesia = obediencia al papa” encierra ya en sí misma una contradicción con las palabras de los apóstoles ante el Gran Sanedrín de Jerusalén: “Hay que obedecer a Dios más que a las personas”.
Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas “desde arriba”, desde la jerarquía, se han de acometer con decisión reformas “desde abajo”, desde el pueblo. Si el papa Francisco adopta el enfoque de las reformas, contará con el amplio apoyo del pueblo más allá de la Iglesia católica.
Pero si al final optase por continuar como hasta ahora y no solucionar la necesidad de reformas, el grito de “¡indignaos! indignez-vous!” resonará cada vez más incluso dentro de la Iglesia católica y provocará reformas desde abajo que se materializarán incluso sin la aprobación de la jerarquía y, en muchas ocasiones, a pesar de sus intentos de dar al traste con ellas. En el peor de los casos —y esto es algo que escribí antes de que saliera elegido el actual Papa—, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en lugar de una primavera y correrá el riesgo de quedarse reducida a una secta grande de poca monta.
Y, mira por dónde, he visto cómo mi antiguo compañero teológico Joseph Ratzinger —ambos tenemos ahora 85 años— dimitía de pronto de su cargo papal, y precisamente el 19 de marzo de 2013, el día de su santo y mi cumpleaños, pasó a ocupar su puesto un nuevo Papa con el sorprendente nombre de Francisco.
¿Habrá reflexionado Jorge Mario Bergoglio acerca de por qué ningún papa se había atrevido hasta ahora a elegir el nombre de Francisco? En cualquier caso, el argentino era consciente de que con el nombre de Francisco se estaba vinculando con Francisco de Asís, el universalmente conocido disidente del siglo XIII, el otrora vivaracho y mundano vástago de un rico comerciante textil de Asís que, a la edad de 24 años, renunció a su familia, a la riqueza y a su carrera e incluso devolvió a su padre sus lujosos ropajes.
Resulta sorprendente que el papa Francisco haya optado por un nuevo estilo desde el momento en el que asumió el cargo: a diferencia de su predecesor, no quiso ni la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura orlada con armiño, ni los zapatos y el sombrero rojos a medida ni el pomposo trono con la tiara. Igual de sorprendente resulta que el nuevo Papa rehúya conscientemente los gestos patéticos y la retórica pretenciosa y que hable en la lengua del pueblo, tal y como pueden practicar su profesión los predicadores laicos, prohibidos por los papas tanto por aquel entonces como actualmente. Y, por último, resulta sorprendente que el nuevo Papa haga hincapié en su humanidad: solicita el ruego del pueblo antes de que él mismo lo bendiga; paga la cuenta de su hotel como cualquier persona; confraterniza con los cardenales en el autobús, en la residencia común, en su despedida oficial; y lava los pies a jóvenes reclusos (también a mujeres, e incluso a una musulmana). Es un Papa que demuestra que, como ser humano, tiene los pies en la tierra.
Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que representaba en su época el papa Inocencio III (1198-1216). En 1209, Francisco fue a visitar al papa a Roma junto con 11 hermanos menores (fratres minores) para presentarle sus escuetas normas compuestas únicamente de citas de la Biblia y recibir la aprobación papal de su modo de vida “de acuerdo con el sagrado Evangelio”, basado en la pobreza real y en la predicación laica. Inocencio III, conde de Segni, nombrado papa a la edad de 37 años, era un soberano nato: teólogo educado en París, sagaz jurista, diestro orador, inteligente administrador y refinado diplomático.
Nunca antes ni después tuvo un papa tanto poder como él. La revolución desde arriba (Reforma gregoriana) iniciada por Gregorio VII en el siglo XI alcanzó su objetivo con él. En lugar del título de “vicario de Pedro”, él prefería para cada obispo o sacerdote el título utilizado hasta el siglo XII de “vicario de Cristo” (Inocencio IV lo convirtió incluso en “vicario de Dios”). A diferencia del siglo I y sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia apostólica oriental, el papa se comportó desde ese momento como un monarca, legislador y juez absoluto de la cristiandad... hasta ahora.
Pero el triunfal pontificado de Inocencio III no solo terminó siendo una culminación, sino también un punto de inflexión. Ya en su época se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que, en parte, han llegado hasta nuestros días como las señas de identidad del sistema de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción y los negocios financieros dudosos. Pero ya en los años setenta y ochenta del siglo XII surgieron poderosos movimientos inconformistas de penitencia y pobreza (los cátaros o los valdenses). Pero los papas y obispos cargaron libremente contra estas amenazadoras corrientes prohibiendo la predicación laica y condenando a los “herejes” mediante la Inquisición e incluso con cruzadas contra ellos.
Pero fue precisamente Inocencio III el que, a pesar de toda su política centrada en exterminar a los obstinados “herejes” (los cátaros), trató de integrar en la Iglesia a los movimientos evangélico-apostólicos de pobreza. Incluso Inocencio era consciente de la urgente necesidad de reformar la Iglesia, para la cual terminó convocando el fastuoso IV Concilio de Letrán. De esta forma, tras muchas exhortaciones, acabó concediéndole a Francisco de Asís la autorización de realizar sermones penitenciales. Por encima del ideal de la absoluta pobreza que se solía exigir, podía por fin explorar la voluntad de Dios en la oración. A causa de una aparición en la que un religioso bajito y modesto evitaba el derrumbamiento de la Basílica Papal de San Juan de Letrán —o eso es lo que cuentan—, el Papa decidió finalmente aprobar la norma de Francisco de Asís. La promulgó ante los cardenales en el consistorio, pero no permitió que se pusiera por escrito.
Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano. ¿Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Entendidas desde un punto de vista espiritual, si bien no literal, sus exigencias evangélicas implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se había apoderado de Cristo en Roma desde el siglo XI.
Puede que Inocencio III haya sido el único papa que, a causa de las extraordinarias cualidades y poderes que tenía la Iglesia, podría haber determinado otro camino totalmente distinto; eso habría podido ahorrarle el cisma y el exilio al papado de los siglos XIV y XV y la Reforma protestante a la Iglesia del siglo XVI. No cabe duda de que, ya en el siglo XII, eso habría tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia católica que no habría escindido la Iglesia, sino que más bien la habría renovado y, al mismo tiempo, habría reconciliado a las Iglesias occidental y oriental.
De esta manera, las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco: paupertas (pobreza), humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez).
Puede que eso explique por qué hasta ahora ningún papa se había atrevido a adoptar el nombre de Francisco: porque las pretensiones parecen demasiado elevadas.
Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué significa hoy día para un papa que haya aceptado valientemente el nombre de Francisco? Es evidente que tampoco se debe idealizar la figura de Francisco de Asís, que también tenía sus prejuicios, sus exaltaciones y sus flaquezas. No es ninguna norma absoluta. Pero sus preocupaciones, propias del cristianismo primitivo, se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente, sino que deberían ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual.
1. ¿Paupertas, pobreza? En el espíritu de Inocencio III, la Iglesia es una Iglesia de la riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los escándalos financieros. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia de la política financiera transparente y de la vida sencilla, una Iglesia que se preocupa principalmente por los pobres, los débiles y los desfavorecidos, que no acumula riquezas ni capital, sino que lucha activamente contra la pobreza y ofrece condiciones laborales ejemplares para sus trabajadores.
2. ¿Humilitas, humildad? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia del dominio, de la burocracia y de la discriminación, de la represión y de la Inquisición. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del altruismo, del diálogo, de la fraternidad, de la hospitalidad incluso para los inconformistas, del servicio nada pretencioso a los superiores y de la comunidad social solidaria que no excluye de la Iglesia nuevas fuerzas e ideas religiosas, sino que les otorga un carácter fructífero.
3. ¿Simplicitas, sencillez? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia de la inmutabilidad dogmática, de la censura moral y del régimen jurídico, una Iglesia del miedo, del derecho canónico que todo lo regula y de la escolástica que todo lo sabe. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del mensaje alegre y del regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no solo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.
De esta forma, se pueden formular asimismo hoy día, en vista de las preocupaciones y las apreciaciones de Francisco de Asís, las opciones generales de una Iglesia católica cuya fachada brilla a base de magnificentes manifestaciones romanas, pero cuya estructura interna en el día a día de las comunidades en muchos países se revela podrida y quebradiza, por lo que muchas personas se han despedido de ella tanto interna como externamente.
No obstante, ningún ser racional esperará que una única persona lleve a cabo todas las reformas de la noche a la mañana. Aun así, en cinco años sería posible un cambio de paradigma: eso lo demostró en el siglo XI el papa León IX de Lorena (1049-1054), que allanó el terreno para la reforma de Gregorio VII. Y también quedó demostrado en el siglo XX por el italiano Juan XXIII (1958-1963), que convocó el Concilio Vaticano II. Hoy debería volver a estar clara la senda que se ha de tomar: no una involución restaurativa hacia épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II.
Hay una tercera pregunta que se planteaba por aquel entonces al igual que ahora: ¿no se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? No cabe duda de que, de este modo, se provocarían unas potentes fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana, a las que habría que plantar cara. Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan de buen grado que se les arrebate el poder que han ido acumulando desde la Edad Media.
El poder de la presión de la curia es algo que también tuvo que experimentar Francisco de Asís. Él, que pretendía desprenderse de todo a través de la pobreza, fue buscando cada vez más el amparo de la “santa madre Iglesia”. Él no quería vivir enfrentado a la jerarquía, sino de conformidad con Jesús obedeciendo al papa y a la curia: en pobreza real y con predicación laica. De hecho, dejó que los subieran de rango a él y a sus acólitos por medio de la tonsura dentro del estatus de los clérigos. Eso facilitaba la actividad de predicar, pero fomentaba la clericalización de la comunidad joven, que cada vez englobaba a más sacerdotes. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se fuera integrando cada vez más dentro del sistema romano. Los últimos años de Francisco quedaron ensombrecidos por la tensión entre el ideal original de imitar a Jesucristo y la acomodación de su comunidad al tipo de vida monacal seguido hasta la fecha.
En honor a Francisco, cabe mencionar que falleció el 3 de octubre de 1226 tan pobre como vivió, con tan solo 44 años. Diez años antes, un año después del IV Concilio de Letrán, había fallecido de forma totalmente inesperada el papa Inocencio III a la edad de 56 años. El 16 de junio de 1216 se encontraron en la catedral de Perugia el cadáver de la persona cuyo poder, patrimonio y riqueza en el trono sagrado nadie había sabido incrementar como él, abandonado por todo el mundo y totalmente desnudo, saqueado por sus propios criados. Un fanal para la transformación del dominio en desfallecimiento papal: al principio del siglo XIII, el glorioso mandatario Inocencio III; a finales de siglo, el megalómano Bonifacio VIII (1294-1303), que fue apresado de forma deplorable; seguido de los cerca de 70 años que duró el exilio de Aviñón y el cisma de Occidente con dos y, finalmente, tres papas.
Menos de dos décadas después de la muerte de Francisco, el movimiento franciscano que tan rápidamente se había extendido pareció quedar prácticamente domesticado por la Iglesia católica, de forma que empezó a servir a la política papal como una orden más e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.
Al igual que fue posible domesticar finalmente a Francisco de Asís y a sus acólitos dentro del sistema romano, está claro que no se puede excluir que el papa Francisco termine quedando atrapado en el sistema romano que debería reformar. ¿Es el papa Francisco una paradoja? ¿Se podrán reconciliar alguna vez la figura del papa y Francisco, que son claros antónimos? Solo será posible con un papa que apueste por las reformas en el sentido evangélico. No deberíamos renunciar demasiado pronto a nuestra esperanza en un pastor angelicus como él.
Por último, una cuarta pregunta: ¿qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? Sea como sea, ya se ha acabado la época en la que el papa y los obispos podían contar con la obediencia incondicional de los fieles. Así, a través de la Reforma gregoriana del siglo XI se introdujo una determinada mística de la obediencia en la Iglesia católica: obedecer a Dios implica obedecer a la Iglesia y eso, a su vez, implica obedecer al papa, y viceversa. Desde esa época, la obediencia de todos los cristianos al papa se impuso como una virtud clave; obligar a seguir órdenes y a obedecer (con los métodos que fueran necesarios) era el estilo romano. Pero la ecuación medieval de “obediencia a Dios = obediencia a la Iglesia = obediencia al papa” encierra ya en sí misma una contradicción con las palabras de los apóstoles ante el Gran Sanedrín de Jerusalén: “Hay que obedecer a Dios más que a las personas”.
Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas “desde arriba”, desde la jerarquía, se han de acometer con decisión reformas “desde abajo”, desde el pueblo. Si el papa Francisco adopta el enfoque de las reformas, contará con el amplio apoyo del pueblo más allá de la Iglesia católica.
Pero si al final optase por continuar como hasta ahora y no solucionar la necesidad de reformas, el grito de “¡indignaos! indignez-vous!” resonará cada vez más incluso dentro de la Iglesia católica y provocará reformas desde abajo que se materializarán incluso sin la aprobación de la jerarquía y, en muchas ocasiones, a pesar de sus intentos de dar al traste con ellas. En el peor de los casos —y esto es algo que escribí antes de que saliera elegido el actual Papa—, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en lugar de una primavera y correrá el riesgo de quedarse reducida a una secta grande de poca monta.
Traducción de News Clips / Paloma Cebrián.
el dispreciau dice: por favor, tómese esta opinión como de quien viene, un auténtico "dispreciau", renegau de tantas injusticias... para no ir demasiado lejos y no hacerla demasiado larga, te diré
que en la ARGENTINA de los 60 y los 70 se dio una discusión ideológica de fondo, participé en ella con una visión de índole singular, tomando el modelo de Frondizi... lamentablemente, la aparición de los extremismos sólo creo enfretamientos y persecusiones, muy mal resueltas por las partes, en la creencia de que la "verdad" era propiedad de los unos y también de los otros... los resultados se tradujeron en el genocidio de una generación de pensadores, y de otros partícipes utilizados por los oportunistas de siempre, que los hay en todos lados y en todos los momentos... una vez más, lamentablemente, las partes involucradas no aprendieron sus lecciones y Argentina recuperó una democracia sin "memoria" suficiente como para darse cuenta de los errores inmediato anteriores. El período Alfonsín fue consecuencia directa de todo lo que no se había entendido, y la siguiente década infame volvió a abrir heridas a partir de "negar lo evidente" y reiterar los errores del eterno colonialismo económico gestado y sostenido por el FMI y sus socios en las conveniencias. Kichner pateó el tablero, pero los mecanismos de poder hicieron lo suficiente como para diezmar sus fuerzas y aniquilarlo... y hoy, hoy mismo, estamos nuevamente en el debate ideológico por modificar el curso de colisión que se nos impuso a partir del derrocamiento de Frondizi, algo elucubrado desde la estrategia de la Escuela de las Américas, el Plan Cóndor incipiente, y la necesidad de exterminar los "desarrollos" potencialmente extra-corporativos. El mundo de hoy está atrapado por corporaciones llenas de funcionarios "idiotas", que sólo conducen vacíos virtuales para salvaguardar los intereses de "dueños intangibles" que andan por la vida sin cerebro, sin alma, pero con el dinero suficiente como para "dibujar" balances y amarrocar dineros sin sentido social alguno... dentro de esas corporaciones, está el Vaticano y muchas pseudo iglesias del mundo humano en extinción. Cristina Fernández está dando batalla ideológica ante una oposición impresentable, detenida en el tiempo, anacrónica, inaceptable operativamente, e inadmisible si de gestión se trata... aún cuando, como mero ciudadano, no estoy de acuerdo con muchas de sus acciones, cabe reconocerle la valentía de una gestión atípica, mal acompañada por funcionarios que poco entienden de "ver más allá del horizonte"... y dado que nadie puede hablar del otro sin estar en sus zapatos, me saco el sombrero ante la gesta que lleva adelante, a pesar de las múltiples acciones mediáticas y corporativas que intentan desgastarla como sea. Dicho esto... Francisco, antes Bergoglio, está instalando una semejante discusión ideológica en el seno del Vaticano... para qué una Iglesia rica y poderosa, corporativamente hablando, si resulta que está vacía de contenidos espirituales, vacía de fieles, vacía de convicciones, vacía de humanismos, repleta de corruptos y corrupciones, repleta de oportunistas con hábito cardenalicio y acomodaticio, que viven a costillas de las miserias de un mundo "invivible" e "insoportable", además de descartable. La Iglesia Católica enfrenta por estas horas el regresar a sus fuentes o sucumbir a la estupidez humana que caracteriza a los poderes políticos y económicos vigentes en estas horas, carentes de capacidades de lectura para medir las consecuencias sociales de sus actos, de sus decisiones, de sus determinaciones... la visión de una Europa Medieval instalada en los vacíos ideológicos está induciendo a una catástrofe social de proporciones intangibles, y detrás de ello, la posición extrema de las corporaciones, de salvarse al precio que sea, están llevando al mundo humano a un genocidio peor que el gestado previo anterior a la Segunda Guerra... "salvar bancos para condenar gentes", traerá como consecuencia una reacción en cadena de nefastos resultados... "salvar falsas monedas de falsas economías", dará como resultado un desmadre mundial que hará que los indignados se maten entre ellos, perdiendo de vista quiénes son y han sido los verdaderos responsables de esta tragedia.
El mundo humano, carente de valores y de humanismos, está a la deriva y a merced de las miserias de los poderes corporativos... dominados por gentes que no entienden de nada, pero que sonrien con desprecio, elucumbrando cómo hacer para esclavizar a los prójimos, para luego hablar de solidaridad y misericordia, y vender "caridades" a una población creciente de pobres desquiciados, de marginados e indigentes que han sacrificado sus destinos al sólo efecto de alimentar las angurrias de poder de pocos idiotas que nunca han podido ver más allá de sus narices. Conclusión... ARGENTINA de hoy y de mañana no tiene lugar para los impresentables de siempre, esos mismos que fabricaron la infamia de la debacle que cerró los años noventa con un país arrasado... y que ahora pelean por sostener lo que permitió que "pocos vivan a costillas de los muchos"... más allá, Francisco, se enfrenta a tener que quebrar mil años de caza de brujas e inquisiciones falsas, paradojales a cualquier humanismo, contrarias a fundamentos cristianos, ya que construir "espíritu social" demanda comunión y no exclusión constante y creciente. La iglesia católica (otras también) están impulsadas por la confusión que habilita a la violación, al abuso, al doble mensaje, a la contradicción... donde mediáticamente todo está bien, cuando en realidad está demasiado mal. Nadie sabe qué resultará de todo esto, pero una cosa sí es segura, nada será igual después de Cristina Fernández, y nada será igual después de Francisco... JUNIO 11, 2013.-
Martes 11 de junio de 2013 | 09:46
En referencia al pasaje de la Biblia en el que Jesús pide a sus apóstoles que no "se procuren de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos", el papa Jorge Bergoglio hizo hincapié en que "la predicación del Evangelio es algo gratuito".
El pontífice afirmó que en la Iglesia siempre se ha caído "en esta tentación" y que "esto ha creado un poco de confusión" y ha provocado que "el anuncio [del Evangelio] parezca proselitismo".
"El anuncio del Evangelio tiene que ir por el camino de la pobreza. Esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, en empresarios. Se tienen que continuar realizando los trabajos de la Iglesia, pero con un corazón de pobreza, no con el corazón de la inversión o del empresario ¿no?", planteó.
Agencias ANSA y EFE.
el dispreciau dice: por favor, tómese esta opinión como de quien viene, un auténtico "dispreciau", renegau de tantas injusticias... para no ir demasiado lejos y no hacerla demasiado larga, te diré
que en la ARGENTINA de los 60 y los 70 se dio una discusión ideológica de fondo, participé en ella con una visión de índole singular, tomando el modelo de Frondizi... lamentablemente, la aparición de los extremismos sólo creo enfretamientos y persecusiones, muy mal resueltas por las partes, en la creencia de que la "verdad" era propiedad de los unos y también de los otros... los resultados se tradujeron en el genocidio de una generación de pensadores, y de otros partícipes utilizados por los oportunistas de siempre, que los hay en todos lados y en todos los momentos... una vez más, lamentablemente, las partes involucradas no aprendieron sus lecciones y Argentina recuperó una democracia sin "memoria" suficiente como para darse cuenta de los errores inmediato anteriores. El período Alfonsín fue consecuencia directa de todo lo que no se había entendido, y la siguiente década infame volvió a abrir heridas a partir de "negar lo evidente" y reiterar los errores del eterno colonialismo económico gestado y sostenido por el FMI y sus socios en las conveniencias. Kichner pateó el tablero, pero los mecanismos de poder hicieron lo suficiente como para diezmar sus fuerzas y aniquilarlo... y hoy, hoy mismo, estamos nuevamente en el debate ideológico por modificar el curso de colisión que se nos impuso a partir del derrocamiento de Frondizi, algo elucubrado desde la estrategia de la Escuela de las Américas, el Plan Cóndor incipiente, y la necesidad de exterminar los "desarrollos" potencialmente extra-corporativos. El mundo de hoy está atrapado por corporaciones llenas de funcionarios "idiotas", que sólo conducen vacíos virtuales para salvaguardar los intereses de "dueños intangibles" que andan por la vida sin cerebro, sin alma, pero con el dinero suficiente como para "dibujar" balances y amarrocar dineros sin sentido social alguno... dentro de esas corporaciones, está el Vaticano y muchas pseudo iglesias del mundo humano en extinción. Cristina Fernández está dando batalla ideológica ante una oposición impresentable, detenida en el tiempo, anacrónica, inaceptable operativamente, e inadmisible si de gestión se trata... aún cuando, como mero ciudadano, no estoy de acuerdo con muchas de sus acciones, cabe reconocerle la valentía de una gestión atípica, mal acompañada por funcionarios que poco entienden de "ver más allá del horizonte"... y dado que nadie puede hablar del otro sin estar en sus zapatos, me saco el sombrero ante la gesta que lleva adelante, a pesar de las múltiples acciones mediáticas y corporativas que intentan desgastarla como sea. Dicho esto... Francisco, antes Bergoglio, está instalando una semejante discusión ideológica en el seno del Vaticano... para qué una Iglesia rica y poderosa, corporativamente hablando, si resulta que está vacía de contenidos espirituales, vacía de fieles, vacía de convicciones, vacía de humanismos, repleta de corruptos y corrupciones, repleta de oportunistas con hábito cardenalicio y acomodaticio, que viven a costillas de las miserias de un mundo "invivible" e "insoportable", además de descartable. La Iglesia Católica enfrenta por estas horas el regresar a sus fuentes o sucumbir a la estupidez humana que caracteriza a los poderes políticos y económicos vigentes en estas horas, carentes de capacidades de lectura para medir las consecuencias sociales de sus actos, de sus decisiones, de sus determinaciones... la visión de una Europa Medieval instalada en los vacíos ideológicos está induciendo a una catástrofe social de proporciones intangibles, y detrás de ello, la posición extrema de las corporaciones, de salvarse al precio que sea, están llevando al mundo humano a un genocidio peor que el gestado previo anterior a la Segunda Guerra... "salvar bancos para condenar gentes", traerá como consecuencia una reacción en cadena de nefastos resultados... "salvar falsas monedas de falsas economías", dará como resultado un desmadre mundial que hará que los indignados se maten entre ellos, perdiendo de vista quiénes son y han sido los verdaderos responsables de esta tragedia.
El mundo humano, carente de valores y de humanismos, está a la deriva y a merced de las miserias de los poderes corporativos... dominados por gentes que no entienden de nada, pero que sonrien con desprecio, elucumbrando cómo hacer para esclavizar a los prójimos, para luego hablar de solidaridad y misericordia, y vender "caridades" a una población creciente de pobres desquiciados, de marginados e indigentes que han sacrificado sus destinos al sólo efecto de alimentar las angurrias de poder de pocos idiotas que nunca han podido ver más allá de sus narices. Conclusión... ARGENTINA de hoy y de mañana no tiene lugar para los impresentables de siempre, esos mismos que fabricaron la infamia de la debacle que cerró los años noventa con un país arrasado... y que ahora pelean por sostener lo que permitió que "pocos vivan a costillas de los muchos"... más allá, Francisco, se enfrenta a tener que quebrar mil años de caza de brujas e inquisiciones falsas, paradojales a cualquier humanismo, contrarias a fundamentos cristianos, ya que construir "espíritu social" demanda comunión y no exclusión constante y creciente. La iglesia católica (otras también) están impulsadas por la confusión que habilita a la violación, al abuso, al doble mensaje, a la contradicción... donde mediáticamente todo está bien, cuando en realidad está demasiado mal. Nadie sabe qué resultará de todo esto, pero una cosa sí es segura, nada será igual después de Cristina Fernández, y nada será igual después de Francisco... JUNIO 11, 2013.-
Martes 11 de junio de 2013 | 09:46
Francisco: "Cuando se quiere una Iglesia rica, la Iglesia envejece"
En su homilía matinal, el Papa recordó que "San Pedro no tenía cuenta en el banco" y pidió "ir por el camino de la pobreza"
En su habitual homilía matinal en la
capilla de la residencia Santa Marta en el Vaticano, el papa Francisco
recordío hoy que "San Pedro no tenía cuenta en el banco" y defendió así
una Iglesia pobre, que rechace la mentalidad "empresarial".
"Cuando se quiere una iglesia rica, la iglesia
envejece, pierde vitalidad", advirtió. "Optar por una iglesia pobre nos
salva del riesgo de convertirnos en organizadores, en empresarios",
agregó.En referencia al pasaje de la Biblia en el que Jesús pide a sus apóstoles que no "se procuren de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos", el papa Jorge Bergoglio hizo hincapié en que "la predicación del Evangelio es algo gratuito".
El pontífice afirmó que en la Iglesia siempre se ha caído "en esta tentación" y que "esto ha creado un poco de confusión" y ha provocado que "el anuncio [del Evangelio] parezca proselitismo".
"El anuncio del Evangelio tiene que ir por el camino de la pobreza. Esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, en empresarios. Se tienen que continuar realizando los trabajos de la Iglesia, pero con un corazón de pobreza, no con el corazón de la inversión o del empresario ¿no?", planteó.
Agencias ANSA y EFE.
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