LA CUARTA PÁGINA
Cooperación y método científico
En sus sesenta años de vida, el CERN se ha convertido en un ejemplo de colaboración entre los 20 países miembros. El premio Principe de Asturias es un reconocimiento al proceso de verificación científica
El jurado del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica de este año ha fallado en favor del Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementales (CERN) y los físicos Peter Higgs y François Englert. Los miembros del jurado han valorado sin duda el sobresaliente trabajo experimental realizado en dicho laboratorio para alcanzar energías nunca antes exploradas en las interacciones entre partículas elementales y descubrir una nueva, llamada bosón de Higgs, cuya existencia fue predicha hace ya cincuenta años por los dos científicos galardonados, junto con Robert Brout, ya fallecido, en lo que ha venido a resultar una extraordinaria aventura del pensamiento científico. Ambos logros, el experimental y el teórico, han coincidido en el verano del año pasado; de ahí que se les conceda un galardón conjunto. Pero se trata de fenómenos muy alejados tanto temporal como conceptualmente.
El CERN fue creado a principios de los años cincuenta. Encarnó una de las iniciativas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial para configurar un espacio europeo de cooperación que superara un pasado de enfrentamientos entre países del continente que habían culminado con frecuencia en guerras mortíferas. A lo largo de sus sesenta años de vida, el CERN se ha convertido en un ejemplo de colaboración científica entre los 20 países miembros, que contribuyen a su mantenimiento y utilizan sus instalaciones. Pero, dado su carácter único en el mundo, con instrumentos que no podrían ser costeados por ningún país por separado, científicos no europeos participan también en sus trabajos, de forma que puede considerársele el centro mundial de investigación experimental en Física de
Partículas Elementales.
El laboratorio europeo
es el centro mundial de
experimentación en Física de Partículas Elementales
El rasgo más interesante del CERN es su organización como un conjunto de instrumentos al servicio de la comunidad científica. El grueso de su actividad y la casi totalidad de sus 2.500 empleados están dedicados a construir y mantener los aceleradores y las instalaciones, muy complejas técnicamente, imprescindibles para que todo el laboratorio funcione. Pero el programa científico y el uso de los instrumentos depende de científicos pertenecientes a universidades y centros de investigación de los distintos países miembros y asociados, que construyen partes de los detectores y acuden al CERN para realizar los experimentos. En cada momento, hay más científicos e ingenieros de fuera del CERN, en estancias de duración variable, que personal propio de la organización.
Resulta admirable el funcionamiento del engranaje por el que se ensamblan ideas y trozos de instrumentación procedentes de todos los rincones del mundo para componer las instalaciones científicas y conseguir que operen como un conjunto armónico y organizado. Y para integrar el conjunto de ideas e intereses de cada grupo en un programa de investigación dotado de una sólida lógica interna.
El instrumento más poderoso, en cuanto a sus prestaciones en energía y capacidad de análisis, es el colisionador de protones LHC (de Large Hadron Collider) y sus cuatro zonas de experimentación en las que operan los enormes detectores de partículas, tan asombrosos por su tamaño como por la precisión con la que registran el flujo de datos experimentales. El análisis de estos datos persigue desvelar las leyes que rigen las interacciones registradas o la existencia de partículas de muy corta vida mediante el estudio de sus productos de desintegración. El LHC fue concebido para confirmar, o refutar, la existencia de la partícula elemental que podía cerrar lo que llamamos la Teoría Estándar de Interacciones entre Partículas Elementales (TEIPE). Dicha teoría requiere para resultar “completa”, al nivel de nuestros conocimientos actuales, la existencia de una nueva partícula, la de Higgs, y su campo asociado. Pero, además, el diseño del LHC abre la posibilidad de encontrar pistas acerca de fenómenos que vayan más allá de la Teoría Estándar y que sirvan para avanzar en nuevos niveles de unificación.
La TEIPE es una magnífica construcción intelectual que permite comprender todos los datos experimentales obtenidos hasta la fecha
El verano pasado se dieron a conocer los primeros indicios claros de que en las colisiones a muy alta energía entre protones se estaban generando algunas de estas partículas, y la evidencia suplementaria obtenida después de esa fecha consolida el hallazgo. Se espera que, tras las mejoras que se están llevando a cabo en el acelerador y los detectores, pueda completarse el cuadro de propiedades de la partícula de Higgs y compararlo con las predicciones de la teoría. Ese es el punto de coincidencia entre una gigantesca maquinaria experimental y organizativa e hipótesis y cálculos que apenas ocuparon unas pocas páginas en revistas científicas publicadas hace cincuenta años.
En mi opinión, el descubrimiento del bosón de Higgs es comparable al descubrimiento de Neptuno por el astrónomo Johann Galle en 1846, predicho con anterioridad para explicar las anomalías de la órbita de Urano dentro del marco de la Mecánica de Newton, que había permitido explicar el movimiento de los astros. O con la confirmación de que los rayos de luz se curvan en un campo gravitatorio, un fenómeno predicho por Einstein en el marco de su Relatividad General y verificado en el eclipse de Sol de 1919. La TEIPE es una magnífica construcción intelectual que permite comprender todos los datos experimentales obtenidos hasta la fecha en base a una unificación parcial de las interacciones conocidas, cuya dinámica se asienta en la existencia de simetrías del mundo físico en sus niveles más elementales, muy abstractas pero muy poderosas desde el punto de vista predictivo.
Pero la teoría sólo es internamente coherente si es nula la masa de partículas, que son el equivalente para la interacción nuclear débil del cuanto de luz para la interacción electromagnética, cuando se sabe que estas partículas tienen que tener una masa distinta de cero (y muy elevada, cerca de 100 veces la masa del protón). Su existencia y sus propiedades fueron probadas también en el CERN en los años ochenta. No existía una forma simple de reconciliar ambos fenómenos: coherencia interna y masas distintas de cero. Lo que hicieron Higgs, Englert, Brout, y de forma distinta algunos otros científicos de la época, fue imaginar un mecanismo que pudiera dotar de masa a las partículas que lo necesitaban, al tiempo que se preservaba la coherencia interna de la Teoría Estándar.
Dicho mecanismo requiere de la existencia de un nuevo campo, llamado de Higgs, con propiedades bastante peculiares, en cuya interacción el resto de las partículas adquirieran su masa sin alterar la propiedad básica que asegura la coherencia de la teoría. Se trata de un mecanismo de una gran belleza conceptual aunque bastante artificioso, cuya manifestación experimental sería la existencia de partículas, llamadas también de Higgs. No se ha encontrado, en todos estos años, ninguna solución alternativa pero tampoco se había podido verificar en base a evidencia empírica directa.
El hecho de que, finalmente, se haya obtenido esa evidencia es un notable ejemplo de cómo funciona el método científico. A partir de datos experimentales, normalmente dispersos y sin lógica aparente, y de ideas teóricas, nuevas o generalización de otras precedentes, se puede llegar a la conclusión de que existen leyes de la naturaleza que dan sentido al conjunto de esos datos. Pero lo más interesante es que, a partir de estas leyes, es posible predecir el resultado de nuevas observaciones nunca antes realizadas. En el proceso de contraste predicción/experimento se afinan, se mejoran y se consolidan (o se refutan) las hipótesis teóricas. La partícula de Higgs es un hermoso ejemplo de este proceso con un final feliz (aunque provisional, como todo en ciencia).
El perfil y las características de quienes han hecho posible la predicción teórica, primero, y el hallazgo experimental, después, no pueden se más distintos. Como lo son sus competencias y su forma de trabajar. Sin embargo han convergido en el momento decisivo de la verificación de una hipótesis. Sin duda tanto unos (el CERN) como los otros (Higgs y Englert) merecerían una distinción como el premio Príncipe de Asturias por separado. Que se haya producido una tesitura en que sus trabajos coincidan en un gran logro científico, justifica la oportunidad de dicha distinción conjunta.
Cayetano López, físico, es Director General del CIEMAT y exdelegado español en el Consejo del CERN.
TRIBUNA
Descartes: poner el mundo en pie
En la educación, la filosofía es esencial porque es la historia de lo que somos
Los proemios son declaraciones de intenciones y tenemos por cierto que siempre son buenas. El de la ley de Educación también. Cuenta que el aprendizaje “va dirigido a formar personas autónomas, críticas con pensamiento propio”. No añade “que no sepan quién es Platón, Descartes ni Kant”, pongamos por caso. Eso que no dice, sin embargo es lo que sucedería si el asunto no se arregla. Y bien, pudiera bien ocurrir que alguien se preguntara por qué hay que saberse esos nombres. La razón es elemental: sucede que son nuestros primeros maestros en eso de ser personas autónomas, etc, etc. Escribimos con sus palabras y pensamos con los esquemas de que nos proveyeron.
El pensamiento es la energía más sutil y necesaria de cuantas existen. Una cosa hay que decir además, es una energía cara. Para producir personas capaces de generarla necesitamos todo el completo sistema educativo, que cuesta mucho, y una sociedad que, con confianza, lo pague. En esos largos años en que nos educamos aprendemos una larga cantidad de cosas que tienen de suyo el ser inútiles. Las ciencias no son inmediatamente útiles, aunque puedan tener muy buenos resultados. Quienes las cultivan lo hacen porque les gusta. Aristóteles fue el primero que sepamos que se paró a pensar qué hacia diferente a las habilidades de los saberes. Había gente habilidosa que sabía hacer cosas, edificios, muebles .. y otra que sabía quedarse con la idea. Los primeros solían ser buenos albañiles y los segundos eran algo más. Aquellos griegos, como que estaban edificando mucho y bien, tenían afición a ejemplificar con los arquitectos.
Volvamos a los que sabían ese “algo más”. Estaba claro que no era útil el “algo más”. La utilidad quedaba para hacer las cosas, pero pensarlas exigía un cierto talento y entrenamiento en dejar vagar el pensamiento en libertad. Sigo con Aristóteles porque lo tenía muy claro. Las teorías, las ciencias, son hijas del ocio, de la falta de presión, del haber superado el diario buscarse la vida. Así lo cuenta en la Metafísica. “Las teorías se desarrollaron allí donde primero pudieron los hombres tener ocio, vagar; por eso las matemáticas aparecieron en Egipto donde tenía ocio la gente sacerdotal”. El verbo que emplea para decir “vagar o no trabajar con las manos” es esjolaso, una palabra interesante porque de ella sacaron los romanos schola y nosotros “escuela”. Si no hay tiempo de libertad no hay matemáticas, ni teoría alguna.
Es cosa sabida que el mundo antiguo, que nos enseñó a vivir, porque seguimos siendo un remedo y herencia del Imperio Romano, no tenía universidades. Había Maestros afamados que abrieron escuelas donde se recibían las gentes de condición aristocrática y futuros gobernantes. La de Posidonio en Rodas llegó a ser la mejor. Pero no había enseñanzas regladas, exámenes ni títulos. Simplemente un alguien que fuera a tener un gran papel en el mundo debía, imperiosamente, haber pasado una parte de su vida practicando ese verbo que Aristóteles escribe, vagando, haciendo un acúmulo de teoría, lo que significa de conocimientos y por ende debates no inmediatamente útiles. Ya sabría esa persona sacarles utilidad cuando, madura, tuviera ocasión para ello.
Bien pensado, aquí seguimos esa estela: durante nuestra primera y media formación aprendemos una larga serie de cosas que probablemente usemos muy pocas veces. Nociones de casi todo, de las dichas matemáticas, de gramática, de geografía, de física, de historia, de cristalografía o de prehistoria.. que no usaremos probablemente nunca. Pero nos gusta saber que se quedan ahí, porque son además como escalones que nos permitirán acceder después a otros saberes más complejos. Nos vamos entrenando, por así decir.
De entre esas cosas algunas son extrañas y la filosofía la más extraña. Porque es un saber del que muchas sociedades han prescindido. Para hacernos clara cuenta de su profundidad debemos estudiar detenidamente su historia, que es fascinante. Nace con Grecia y nos acompaña desde entonces, cambiando y modulándose sin descanso, con unas teorías subiendo sobre otras hasta componer un edificio asombroso al que conocemos por el nombre de pensamiento. Porque no es cierto que la filosofía enseñe a pensar. A pensar nos entrena, pero nos enseña sobre todo, lo pensado, lo que ha sido pensado y su porqué. En un enorme flujo de ideas y argumentaciones que, en volandas, nos ha traído hasta nuestro presente. En realidad navegamos sobre él. En la cabeza de cualquier persona culta bullen pensamientos que alguna vez se sumaron a ese río enorme. Los tomamos por nuestros, y lo son, pero nos los proporcionaron quienes nos precedieron. Todos estos pensamientos están, además, vivos, y mantienen entre ellos los amores y aversiones con que salieron de sus primeras fábricas. Disputan.
A veces lo peculiar de nuestra tradición nos sorprende: parece un enorme e insensato derroche de inteligencia. Pero luego nos damos cuenta de que, con toda esa masa, hemos hecho cosas. No son solamente ideas, sino instituciones, comportamientos, reglas y costumbres. Parte de nuestra política se la debemos a Locke, de nuestro sentido del humor a Voltaire, de nuestra manera de tratar a los demás a Kant, de lo que entendemos por vivir bien a Epicuro. Eso nos sucede porque ese saber está intrínsecamente vinculado a lo que somos, nos ha moldeado en realidad. Para confesarlo todo, hay que decir que somos la primera humanidad producto de un diseño del cual las ideas filosóficas fueron las principales autoras. Somos una “humanidad pensada”, el resultado de la imaginación ética y política de quienes dieron el gran salto que nos separó del mero sucederse natural. Nuestra concepción se realizó en las poderosas mentes que dieron camino a la Modernidad. Y sabemos lo que es la Modernidad porque nos hemos hecho cargo de ese enorme monto reflexivo en que consistimos.
La historia de las ideas, la historia de la filosofía, es la historia de lo que somos y de por qué lo somos. Está todo ahí. De Spinoza a Darwin; de Hegel a Freud. De Tocqueville a Beauvoir. En el pensamiento casi ningún camino es imposible. La filosofía no sólo forma parte del núcleo duro de las Humanidades, sino que es la raíz misma de aquello en que nuestra civilización consiste. Su historia es nuestra historia. Cuando nos narramos, cuando queremos saber y decir quiénes somos, debemos invocarnos como progenie de Sócrates, de Platón, de Hume, de Montesquieu, en fin, de cuantas innovaciones conceptuales, institucionales y morales nos han traído al momento presente.
Por esa persistente peculiaridad, la filosofía y su historia forman parte del saber de una persona que haya recibido un cierto monto de educación, como lo vemos aquí y en nuestro entorno. No siempre las entendemos al completo, pero sabemos que nos hablan de asuntos profundos que debemos guardar y transmitir. Venimos de ahí; somos lo que somos por ese origen. No somos súbditos ni adoradores, aunque obedezcamos y quizás oremos, sino gentes de las ideas. Ellas son nuestros muros firmes.
Descartes nos puso de pie. Y así, como nos puso, debe ser contemplado el mundo. Eso lo tenemos que seguir sabiendo y trasmitiendo. Que Descartes no es lo que sobra cuando queremos prescindir utilitariamente de algo, sino el filósofo que, fiado solo en la razón, nos puso en el mundo de pie.
Y no puede llega a ocurrir que ante la mención de su nombre, u otro cualquiera de los grandes nombres de esa espléndida historia, alguien rezongue o responda “¿Quién?... ¿mande?”.
Amelia Valcárcel es catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED y miembro del Consejo de Estado.
Descartes: poner el mundo en pie | Opinión | EL PAÍSel dispreciau dice:
- un mundo humano con ciencias de conveniencias es inconducente... produce negocios... pero la ciencia no llega a las gentes.
- un mundo humano sin método científico genuino, produce patentes y propiedades intelectuales que no benefician más que al sistema económico que paga los salarios de las mentes compradas.
- ciencias sin filosofía antes que producir lazos, produce excluídos.
- ciencias sin éticas, antes que crear beneficios, produce víctimas.
así de sencillo... mal que les pese a los que negocian con la vida... y hacen de ella su sustento diario.
JUNIO 09, 2013.-
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