domingo, 11 de marzo de 2012

DESENCANTO SOCIAL Y GENERACIONAL ► Eurodesencanto | Economía | EL PAÍS

Eurodesencanto | Economía | EL PAÍS

Eurodesencanto

La crisis ya no es solo económica, sino también política, social y de identidad.

El proyecto de unión nacido de la posguerra languidece

Lisboa, 1 de marzo: un hombre camina junto a una pintada que dice: "No somos Grecia" / Francisco Seco (Associated Press)

“Europa es una pesada carga que nuestros padres nos ataron a los tobillos por culpa de nuestros abuelos”. Un joven estudiante alemán pasea todo ese tormento a sus espaldas en el Instituto Universitario Europeo, en Florencia. A mil kilómetros de allí, en un pequeño restaurante próximo a la Comisión Europea de la capitalísima Bruselas, un alto funcionario de un país del Sur sentencia que la UE “ya es, o debería ser, una organización internacional como la OCDE o el Fondo Monetario Internacional; ni más ni menos”.
Ese euroburócrata y el universitario no se conocen, y sin embargo comparten una sensación que recorre el continente de arriba abajo, como una larga cicatriz. El eurodesencanto, convertido en algunos lugares en un irritante euroescepticismo —el de los movimientos nacionalpopulistas que tienen el viento a favor en varios países—, es la penúltima estación de esta crisis que ya no es solo económica, sino también política y social, de identidad y de modelo; una crisis invasiva, cancerígena, omnipresente. Para combatirla, Europa se mueve, pero solo cuando tiene el agua al cuello y siempre arrastrando penosamente los pies. Europa, en fin, tiene gripado el motor, el relato compartido que sostuvo durante tres generaciones el proyecto de posguerra de la integración europea. Ha perdido el hilo. Y tiene difícil recuperarlo porque su genética es controvertida y sus dudas sobre sí misma cada vez mayores.
“Ya no se puede convencer a los jóvenes de que la UE es imprescindible para evitar otra guerra. Hay una generación para la que eso ya no vale. Necesitamos nuevas razones”, ha dicho esta semana el ministro de Hacienda alemán, Wolfgang Schäuble. Durante un tiempo, el recuerdo de la guerra total fue un impulso determinante para construir Europa; después, la economía y la moneda fueron el hilo del que tiró la política para coser las costuras de la Unión. Al cabo, unión monetaria y moneda única exigen una enorme confianza mutua: nadie vende nada a cambio de un billete si no confía de veras en ese pedazo de papel.
Esa imprescindible confianza se ha desmoronado.
Europa se mueve, pero solo lo hace con el agua al cuello y arrastrando los pies
Una idea de Europa se está apagando. Antes y después de la introducción del euro la UE fue un foco de atracción para muchos países que veían en Europa un modelo atractivo, el de la economía social de mercado, el del Estado de bienestar, el de valores como la prosperidad y la modernidad. La crisis económica es ahora la crisis de esos valores. “Y coincide con la emergencia de los tópicos más baratos, con esa guerra dialéctica entre un Norte supuestamente trabajador y ahorrador, y un Sur vago y despilfarrador. Sin líderes políticos capaces de construir otro discurso, y con Alemania tratando de imponer su modelo, la legitimidad del proyecto europeo se convierte en un envoltorio de cristal, frágil y vulnerable”, asegura Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo.
El optimismo de hace 10 años choca con la desmoralización actual, que es hija de esta crisis marcada por la desilusión y el miedo, la ausencia de un liderazgo fuerte, una toma de decisiones diabólicamente ineficaz. Todo eso deja “la sensación de haber pasado del cielo al infierno sin pasar por el purgatorio”, resume una fuente comunitaria. En realidad ese purgatorio existe: Grecia y sus más de dos años de martirio. La crisis griega, convertida después en crisis existencial del euro, es la constatación de que la economía determina en última instancia todo lo demás. Y la enfermedad económica europea es en realidad un cuadro clínico en el que hay varias dolencias que se retroalimentan: daños en el sistema circulatorio (la banca); daños en el sistema nervioso (la toma de decisiones, entre Bruselas y el directorio Merkozy); daños causados por el colesterol (exceso de grasa en la deuda pública y, sobre todo, privada), y últimamente anemia (estancamiento o camino de la recesión en todo el continente). A eso hay que sumarle esa dolencia asintomática, la pérdida del espíritu europeísta, y los efectos secundarios del tratamiento equivocado contra esos males, como consecuencia de un diagnóstico más que discutible.
Europa se ha recetado a sí misma austeridad en vena, prescrita por Berlín e inyectada vía Bruselas. Los mandarines del euro creen que el primer problema, la gran causa de la crisis, es fiscal. No solo en Grecia: en toda Europa. Y como tal, pretenden acabar con ella a base de recortes. No está claro, nada claro, que eso sea así: Paul Krugman, Joseph Stiglitz y compañía son los más beligerantes contra ese diagnóstico y la consiguiente cura; hasta el FMI, que solía estar justo al otro lado del tablero ideológico, ha alertado contra los excesos a la hora de declinar el verbo recortar.
La confianza entre los socios de la moneda única se ha desmoronado
Los efectos secundarios de la austeridad son conocidos. A la corta, sobre todo si se aplica en todas partes a la vez y en un entorno de excesivo endeudamiento de todos los agentes —Estados, bancos, empresas y ciudadanos—, el resultado es más debilidad económica, que se acaba trasladando a la banca (vía morosidad) y a la deuda pública (más dudas acerca de la capacidad de pago de los países: sin crecer es imposible pagar). En fin: hay quien compara los recortes con las sangrías de los matasanos del medievo.
El desafío es considerable: salvando las distancias, el continente “corre el riesgo de romperse por tercera vez en un siglo”, esta vez sin tanques ni aviones, con los mercados financieros como única artillería, explica con un punto catastrofista —tan de moda últimamente— Edwin Truman, del Peterson Institute. El coste de esa ruptura del euro, a pesar de las Casandras, es tan elevado que lo más probable es que no se produzca. Siempre con lentitud y siembre a golpes, Europa ha ido avanzando en la dirección correcta (regulación financiera, pasos adelante en la unión económica) y ha conseguido cosas impensables hace dos años. El camino es largo y oscuro: los argentinos saben que a veces la luz al final del túnel engaña y no es más que un tren de mercancías que se dirige hacia nosotros a toda velocidad. En ese trayecto hay media decena de estaciones fundamentales.
La banca. Prólogo y epílogo de la crisis. El prefacio de la versión europea de la Gran Recesión contiene toda la historia, como las primeras frases de las grandes novelas. En el principio fue la crisis financiera. Por diversas causas: porque algunas entidades metieron las zarpas en las hipotecas basura de EE UU (la banca alemana), por las burbujas inmobiliarias (Irlanda, España y de nuevo Alemania, cuyos bancos financiaron esas burbujas en la periferia), o porque las entidades estaban hasta las cejas de deuda pública europea, el que hace dos años era uno de los activos más seguros del mundo, y cuyo deterioro ni Bruselas ni el tándem Berlín-París son capaces de detener. Es difícil parar ese círculo vicioso entre crisis bancaria y crisis de deuda soberana porque el análisis sigue basado en la premisa equivocada: que esta es una crisis causada por el exceso de deuda pública. Falso, salvo en el caso griego. España e Irlanda tenían superávits fiscales (frente al déficit alemán) antes de los problemas.
El optimismo
de hace 10 años
choca con la desmoralización
En fin, el prólogo de la Gran Recesión fue la crisis financiera; el epílogo probablemente también lo será. Al cabo, ahí, en los balances de los bancos, siguen larvados los excesos de todos los agentes económicos, que durante años minusvaloraron los riesgos asociados a una economía cada vez más financiera: es decir, más arriesgada y más difícil de controlar. Luego vino todo lo demás. Purgar esos excesos durará años.
La deuda pública y el poder de las historias. Todo se arregla con historias”, dice Luis Landero en uno de sus libros. Todo se arregla, o todo se va al garete con ellas. En el caso de Europa, el problema de la deuda es variopinto: el storytelling del caso de Grecia es muy distinto del de Portugal e Irlanda o el de España e Italia. Pero Grecia, apenas el 2% del PIB europeo, es una especie de arquetipo de ese drama en capítulos que es la crisis europea y de los merados financieros.
Una manada de búfalos corre lo que corre el búfalo más débil; si los lobos ven que pueden atacar a ese búfalo, la veda está abierta para el siguiente (Portugal), para todos los demás. Eso es, poco más o menos, lo que ocurre en Europa. Grecia tiene un problema de solvencia. La deuda ya se le ha ido de las manos. Lleva cuatro años de recesión, el paro crece a toda velocidad, el dinero huye de allí, los bancos sobreviven solo por la respiración asistida del BCE. Los mercados (los lobos) observan cómo Europa es incapaz de lidiar con el problema griego, han olido sangre y atacan por ahí. Al primer rescate le siguió un segundo plan de ayuda, y en Alemania se habla ya de un tercero: ni siquiera los 130.000 millones de euros del programa aprobado recientemente, que incluye la participación de la banca en la reestructuración de la deuda griega, eliminan los riesgos de que la solución al problema se siga tejiendo y destejiendo una y otra vez, como el mito de Penélope.
El prólogo de la Gran Recesión fue financiero; el epílogo también lo será
Frente a las soluciones extremas (solidaridad total o dejar caer a Atenas), la UE prefiere una solución intermedia. Hay buenas razones tras esa decisión: políticas (Grecia engañó a sus socios y su salvamento crea una especie de dilema moral en países como Alemania), ideológicas (no hay rescate sino créditos, aunque al menos ahora en buenas condiciones, pero la financiación no llega si Grecia no hace lo que se le ordena: un consenso de Berlín basado en austeridad y recortes). Incluso hay buenas razones económicas: un salvamento en toda regla provocaría que otros países, como Portugal o Irlanda, quisieran lo mismo; lo contrario, dejar caer a Grecia, podría provocar un efecto contagio jupiterino: un momento Lehman. Los analistas consideran que Europa se ha rearmado y que está mejor preparada que hace unos meses para contener ese huracán. Pero cuidado. Como decía el liberal Rudi Dornbusch, “los desequilibrios, en economía siempre duran más de lo que se espera y siempre se corrigen de forma más brusca de lo previsto”.
La economía en declive. España como piedra de toque. A una crisis provocada por un excesivo endeudamiento privado que acaba convirtiéndose en público los Gobiernos responden con políticas de austeridad: el resultado es una peligrosa recesión. Esa es la historia reciente de Europa, pero así sucedió también en Japón en los noventa y ese país lleva 20 años en hibernación. El mismo debate tuvo un tal John Keynes con el Tesoro británico en los años treinta del siglo pasado. La historia no se repite, pero vaya si rima: la economía europea se recuperó del batacazo de Lehman Brothers vía estímulos, pero en ese momento empezó el miedo en el mercado de deuda, Alemania decretó recortes y el PIB europeo se contrajo el 0,3% en 2011. Italia, Holanda, Bélgica, Grecia y Portugal ya están en recesión; España e Irlanda, rozando el larguero. Y España vuelve a ser la frontera del euro: los analistas afirman que si Bruselas insiste en la senda de reducción del déficit que ha impuesto (en España, del 8,5% de 2011 al 4,4% este año: 40.000 millones), la segunda Gran Contracción —como la denominan Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart— no hará más que agravarse.
“Alemania impuso hace más de 10 años un régimen de contención de los salarios y una flexibilización del mercado laboral casi violentos: eso explica su boom exportador y buena parte de los desequilibrios que emergieron en casi toda Europa. Contra eso, la única respuesta de la UE es la austeridad generalizada. Trabajad y ahorrad como nosotros, parecen decir los alemanes. Sacrificaos: los mercados siempre tienen razón y han decretado deflación para España, para todos. Pero los mercados no siempre tienen razón. Si se equivocaron durante años financiando a Grecia a los mismos tipos de Alemania, ¿qué garantías hay de que ahora estén acertando? ¿Toda Europa debe ser como Alemania?”, se pregunta Paul de Grauwe, de la London School of Economics. De Grauwe es extremadamente crítico con Berlín: “El elemento clave que introduce el elemento alemán es represivo. Instala una visión muy negativa, la de una UE basada solamente en la disciplina. Con ese único ingrediente, el proyecto europeo puede funcionar. La solidaridad permitiría aceptar esa disciplina, pero en Berlín esa es una palabra tabú”, concluye.
El caso español va a ser un examen definitivo de las nuevas reglas fiscales
El caso español va a suponer un examen definitivo para todas esas reglas aprobadas por la presión alemana a pesar de que la realidad desmiente una y otra vez que esa sea la salida. “La ideología que está detrás de los recortes es demencial: recortar 40.000 millones en un año para cumplir las reglas a rajatabla, como se le pide a España, es un suicidio. Si esas son las reglas, habría que cambiarlas: son estúpidas. Es lógico que el Gobierno de Rajoy trate de limitar los daños. El problema fundamental es que el núcleo directivo de Europa no asume que esa píldora sin anestesia es contraproducente”, sostiene Borrell.
España ha vuelto al centro de la diana. “La Comisión está elevando el tono con Madrid, en parte porque Madrid no ha hecho las cosas nada bien, aunque lo que pide Rajoy tiene toda la lógica. Pero esto no va de lógica: Bruselas tiene la última palabra sobre las metas de déficit y de momento, aunque no haya sanción, es preocupante el estigma que eso puede suponer para la prima de riesgo y la financiación exterior española”, dice una fuente diplomática. “Es un momento muy delicado porque Europa se juega la credibilidad de sus reglas, y puede que esas reglas sean absurdas, pero España se juega mucho más”.
Eurobonos y el puente sobre el río Kwai. El problema más acuciante sigue siendo Grecia. Hay una especie de consenso entre los economistas: el último plan de salvamento sirve para ganar tiempo, pero el problema sigue ahí, latente. Si Europa pretende que Grecia sea un caso único debe acelerar la construcción de un cortafuegos potente para evitar el contagio. Y para más adelante, debe construir un mecanismo de solidaridad creíble, algo parecido a lo que permite que EEUU pague primas de riesgo como las de Alemania pese a tener un déficit como el de España, una deuda como la de Italia y algunos Estados (California) con situaciones a la griega.
La solución son los eurobonos. Pero no es tan fácil: en economía no hay comidas gratis. Si hay que mutualizar la deuda, no basta con una política monetaria común; también hay que armonizar las políticas fiscales, y eso lleva su tiempo, y sobre todo exige un cambio del mobiliario sociopolítico en muchos lugares, con los viejos Estados-nación resistiéndose, como siempre, a ceder soberanía. Alemania se opone a los eurobonos porque argumenta (con muy buenas razones) que pasará mucho tiempo antes de que llegue la deseada armonización fiscal.
Pero si los eurobonos son la otra orilla del río, el Banco Central Europeo (BCE) tiene que ser el puente que permita a Europa llegar hasta ellos sin ahogarse. El BCE está funcionando para los bancos: la barra libre de liquidez a tres años ha sido fundamental para evitar un accidente, para explicar el remanso de paz de las últimas semanas. Pero el Eurobanco no pone el mismo énfasis en salvar a los bancos que a los Estados. Ha comprado bonos, pero a regañadientes por las resistencias de Berlín. Y ha tenido que idear una fórmula imaginativa para que con ese dinero sean los bancos quienes compren la deuda europea y sorteen así el dogmatismo y la ortodoxia del Bundesbank, que aun así no ha ahorrado críticas al BCE, probablemente la institución que más ha hecho porque el club del euro se sostenga en pie.
Posdemocracia, camisas de fuerza y otros monstruos. Las grandes crisis económicas son movimientos tectónicos que aceleran el declive de unos imperios y la emergencia de otros. Y suelen acarrear terremotos políticos, sociales, de todo tipo. La legitimidad democrática es una de las grandes críticas que ha recibido la UE desde siempre, y esa crítica es hoy más actual que nunca: la gran preocupación de muchos europeos son los límites externos, las camisas de fuerza que impone la Comisión Europea —cuyos comisarios no pasan por las urnas— a los Gobiernos nacionales. Las secuelas en las relaciones entre economía y democracia son uno de los motores del eurodesencanto: la política se ha convertido en algo que los mercados (y algunos eurócratas) ven como un riesgo potencial (La fragmentación del poder europeo, J. I. Torreblanca).
Lo que algunos analistas llaman posdemocracia gana peso en Europa: el presidente del Consejo Europeo, el belga Herman Van Rompuy, ha advertido al Gobierno tecnocrático de Italia que “no tiene tiempo” de pensar en convocar elecciones. La Unión presiona también para que Grecia retrase los comicios, y ha llegado hasta el extremo de obligar a todos los partidos a firmar un documento en el que se comprometen a no revocar los recortes si ganan las elecciones: sea cual sea el programa electoral con el que se presenten. La Comisión amenaza con sanciones a algunos países por no meter la tijera, pero no serán los comisarios quienes se presenten a las elecciones si el recorte no sale como se esperaba. Todo ello es fruto de un estado de excepción permanente, en lo económico y probablemente también en lo político, que no hace más que alimentar ese mal posmoderno que es el eurodesencanto.
En su monumental Posguerra, Tony Judt hablaba de la “respuesta hiperbólica” europea hasta hace poco: “Resulta comprensiblemente tentador narrar la historia de la inesperada recuperación europea a partir de 1945 en clave autocomplaciente o incluso lírica. Al igual que muchos mitos, ese milagro encierra un mínimo elemento de verdad, pero deja fuera la mayor parte”. Con la crisis, el péndulo ha cambiado y está justo al otro lado: el pesimismo acerca de Europa, ese eurodesencanto, está tan sólidamente incrustado que va a costar mucho tiempo y esfuerzo despejarlo. Europa, la vieja utopía factible, corre el riesgo de parecer hoy un poco menos factible, incluso para quienes hicieron del europeísmo una segunda piel. Pero quién sabe.


Frustración y desencanto

Cada vez es mayor el número de ciudadanos que desconfían de la Unión Europea por su gestión de la crisis económica


A tenor de cómo se está gestionando la crisis económica en la eurozona y, en general, en el conjunto de la Unión Europea (UE) no es de extrañar que un número creciente de ciudadanos europeos haya reducido su confianza en las instituciones comunes. Cuatro años después de su emergencia, la crisis que tuviera su epicentro en el sistema bancario estadounidense se ha hecho ya completamente europea. Es en la eurozona donde se localizan los principales focos de inestabilidad desde hace años, sin que sus gobiernos o instituciones comunes hayan conseguido transmitir la mínima confianza en la aplicación de soluciones. El conjunto de la eurozona ya está formalmente en recesión y algunas de sus economías lo están de forma particularmente pronunciada, con tasas de paro verdaderamente escandalosas. En los países que comparten moneda las condiciones de vida empeoran año tras año, sus gobiernos asumen decisiones irracionales y no emergen compensaciones a los sacrificios exigidos a la población en muchas décadas.
Como han advertido diversas instituciones y analistas, la simultánea aplicación de políticas fiscales estrictas, lejos de favorecer la recuperación, acentuará la recesión, erosionando también las posibilidades de crecimiento potencial. La sequía crediticia que está acompañando a la creciente erosión en la calidad de los activos bancarios y la elevada tasa de mortalidad empresarial suponen un retroceso en los niveles de renta por habitante en toda la eurozona a niveles de varios años atrás.
Fuera de la UE, el escepticismo no es menor. Europa ha pasado a convertirse en la principal amenaza sobre el crecimiento económico global. La reciente reunión del G-20 en México evidenció la inquietud que proyecta la incapacidad de gobierno del bloque comercial más importante del mundo. También se explicitó la resistencia a cooperar financieramente para estabilizar los mercados de deuda pública en tanto los propios europeos no arbitraran soluciones y “cortafuegos” específicos. Los mercados se hacen eco de este fracaso. La inestabilidad no desaparece cuando los gobiernos hacen propósitos de anorexia presupuestaria. Los diferenciales con que cotizan los bonos públicos solo acusan esa suerte de placebo que constituyen las masivas inyecciones de liquidez del BCE. Los apoyos a los bancos pueden ser necesarios, pero son solo salidas provisionales a una crisis que exige demostrar que existe un gobierno europeo, una integración fiscal completa y una mutualización de las deudas públicas, como contrapartida a los sacrificios excepcionales que están haciendo algunos países, como España.
No es de extrañar que la prolongación de la crisis y la ausencia de salidas vaya acompañada de tentaciones crecientes de abandono de las instituciones. La exclusión del euro de alguna economía ha dejado de ser una hipótesis lejana. Pero es una muestra de manifiesta irresponsabilidad creer que la exclusión o fragmentación del euro no afectaría a la esencia del propio mercado interior, pieza básica de la arquitectura comunitaria. El empeño de las autoridades alemanas y de la Comisión Europea en imponer objetivos inalcanzables añadirá a la desafección y escepticismo de los agentes económicos, una sensación de frustración difícil de asimilar en el futuro, aun cuando sobreviva la moneda única tal como la conocemos.
http://elpais.com/elpais/2012/03/10/opinion/1331405400_486579.html


"La liquidez puede crear bancos zombis"


Lorenzo Bini Smaghi / Samuel Sánchez

Lorenzo Bini Smaghi (Florencia, 1956) reconoce estar en un año de transición, por las incompatibilidades a que se ve obligado tras su salida forzada del consejo ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE). Reparte su tiempo entre Roma, Boston y “el resto del mundo”, y así le gustaría seguir en el futuro, probablemente desde un puesto en el ámbito financiero. Será lo que tenga que ser, pero la vocación pública se percibe de forma indudable en su discurso. Ha participado en Madrid en el encuentro financiero internacional organizado por Bankia y EL PAÍS.
Pregunta. Es un firme defensor de la supervisión bancaria a nivel europeo, ¿por qué?
Respuesta. La crisis nos ha enseñado varias cosas. La primera, que el BCE está asumiendo muchos riesgos como prestamista de última instancia. Esa política corre el riesgo de crear incentivos para que la banca siga dependiendo de la liquidez del BCE, porque con esos fondos refinancian sus deudas a bajo precio. El control de esa política corre a cargo del supervisor bancario, 17 en el caso de la zona euro. Es difícil lograr que todos vayan en la misma dirección y a la vez. A nivel nacional es difícil lograr que los controles sean transparentes, más bien al contrario, el incentivo es intentar mostrar que su sistema financiero es el más saneado. Ahí se ven las diferencias con EE UU, que decidió la recapitalización forzosa de sus entidades en apenas unos días mientras que en Europa una medida similar llevó meses. Y cuando se hicieron los tests de resistencia de la banca fue a nivel nacional, con resultados fallidos. Esto demuestra que el sistema actual no funciona y ahora es incluso peor una vez que Alemania exige colaterales concretos dentro del eurosistema, lo que supone limitar el mercado único europeo. Estas distorsiones se reducirían con una supervisión europea.
P. ¿Y quién debería ser ese supervisor único, el propio BCE?
R. Se necesita a alguien que sea realmente independiente de los políticos, y ahora la única institución independiente en Europa es el BCE. La Autoridad Bancaria Europa (EBA) tiene muchas presiones en su seno, la Comisión tiene ahí una posición muy fuerte, los británicos ejercen gran influencia... así que creo que debe estar bajo el paraguas del BCE. Debería ser similar al consejo de riesgo sistémico, pero solo para la zona euro.
P. ¿Qué hubiera evitado en la crisis un órgano similar?
R. Para empezar, las pruebas de resistencia de la banca se habrían hecho a todas las entidades, porque hasta ahora han sido las autoridades nacionales las que decidían qué entidades se sometían a los tests. Algunas entidades públicas, por ejemplo en Irlanda, no fueron sometidas a las pruebas porque se suponía que la garantía del Estado era suficiente aval y mira lo que sucedió. El problema no es la regulación, es la supervisión; ahí es donde se da el mayor grado de discrecionalidad. Un supervisor europeo sería más rápido, más eficiente y con resultados mucho más claros.
P. Eso significa que la EBA no está funcionando...
R. Es un organismo nuevo, está en Londres, integrado por los 27 países del euro, con una plantilla muy pequeña, dominada por los supervisores...
P. El presidente de BlackRock alertaba en una entrevista del riesgo de una nueva crisis cuando venzan las líneas de crédito a tres años del BCE, ¿lo comparte?
R. Lo cierto es que los bancos no están obligados a mantener esos préstamos hasta su vencimiento, pueden devolverlos a partir del año. Pero para eso tienen que tener incentivos para buscar financiación al mercado y empezar a prepararse para el día después. Ese debería ser el papel de los supervisores, hacer que los bancos se preparen para volver a los mercados. Si creen que habrá otra subasta como las de diciembre y febrero, no harán nada. Y eso es muy peligroso porque puedes crear con esa política bancos zombis, que parezcan viables y que no lo sean.
P. ¿Cómo valora el cambio que se ha producido en la política del BCE con la llegada de Draghi?
R. Es más una cuestión de imagen que de política. Los bancos centrales no toman medidas de un día para otro [el BCE bajó los tipos a los dos días de llegar Draghi], ya estaba decidido, y las medidas de liquidez para la banca llevaban mucho tiempo preparándose. Desde el verano. Primero, el banco reintrodujo las líneas a un año y el siguiente paso eran las subastas a tres años. Así que es más un cambio de estilo, en la comunicación, que en el fondo de la política, que es consistente. Si acaso lo que ha habido es una menor compra de bonos nacionales, pero, en conjunto, personalmente no me sorprenden los cambios.
P. Lo que no ha cambiado, o poco, son las críticas por parte del Bundesbank.
R. ¿Sabes qué pasa?, la comunicación de la política del banco es muy complicada. Va dirigida a 300 millones de ciudadanos, con 17 lenguas y culturas distintas y va dirigida tanto al mercado como a la gente. Bajo la óptica alemana, siempre hay que alertar sobre los riesgos y las amenazas de las políticas que se aprueban. Así que no me lo tomaría muy en serio, es un mensaje para consumo interno y, al final, lo que importan son las decisiones.
P. ¿Es partidario de una solución tipo bazuca?
R. Si el Fondo de Estabilidad Financiera hubiera tenido una capacidad de dos billones de euros en lugar de 100.000 millones, quizá las tensiones del otoño pasado se hubieran reducido. Aunque, por otro lado, eso habría relajado la urgencia de reformas que ya se habían retrasado. Pero para el futuro es evidente que necesitamos un cortafuegos porque es demasiado caro y lleva demasiado tiempo recuperar la confianza de los mercados.
P. La vuelta de Europa a la recesión, ¿no demanda una relajación del ajuste?
R. Ahí se dan dos cuestiones que afectan directamente a España. Primero, hay que ver por qué no se cumplieron los objetivos de déficit en 2011, si fue por el menor crecimiento o porque hubo un incremento del gasto en un año electoral. Bruselas no puede sentar el precedente de que se permite un aumento del gasto cuando hay elecciones y de que el cambio de gobierno aflore permanentemente gastos, lo que además siembra dudas sobre las estadísticas. Y lo que todos queremos es evitar un nuevo caso como Grecia. Si el Gobierno es capaz de explicar esa desviación, creo que Bruselas debería tener en cuenta que la economía de toda la eurozona está en recesión. Pero no puede ser una decisión individual.
P. ¿Esas dudas son las que explican que no baje la prima de riesgo española?
R. En los últimos meses, el diferencial italiano ha tenido una gran convergencia y el español no, pese a la llegada de un nuevo Gobierno, que garantiza la estabilidad para los próximos cuatro años y que está demostrando su disposición a acometer reformas. Solo que con una tasa de empleo tan elevada y un menor crecimiento, los mercados se preguntan si el Gobierno puede mantener su ritmo de reformas. Mientras no se despejen esas dudas, la tensión persistirá.
 http://economia.elpais.com/economia/2012/03/09/actualidad/1331326335_118517.html


el dispreciau dice: aquí los medios corporativos están preocupados porque la Señora Presidente ya no conmueve a nadie con sus discursos ni tampoco con sus cada vez más frecuentes lágrimas... el problema no es ella, por el contrario el problema se concentra en la mediocridad social que reina en el país y que nos caracteriza desde vaya a saber cuándo... doble mensaje... segundas intenciones... ventajeadas... oportunismos... y la gente sufre, claro que lo hace y razones no le faltan. Le hacen zancadillas con la tarjeta sube y luego le suben las tarifas que no pueden subsidiarse... pero nadie habla de aquel cincuenta porciento de la población que no hace nada por nadie, incluyendo en ello a ellos mismos... y desde luego, los otros tampoco hacen nada por nadie y así nada funciona, y está a la vista a pesar los discursos de quién sea. Cristina se afana en demostrar coherencia y sostenibilidad, pero las circunstancias que le impone la realidad terminan jugándole en contra... finalmente, sus peores enemigos no están en su alma ni en sus iniciativas, no, antes bien están en la obsecuencia de los funcionarios que siempre dicen una cosa para hacer otra bien distinta... alcanza con ver a la oposición o bien, alcanza con la muestra de las negligencias y las impericias de quien conduce Buenos Aires, sí, Buenos Aires Distrito Federal [Capital] y la otra, la Buenos Aires desmadrada hasta el hartazgo de sus eternos burladores... pero claro, esta vez el problema no somos nosotros ni el perimido y perverso FMI, no, el drama reside en los dueños del FMI y en los que interpretan ridículamente sus recetas viciadas de nulidad... ello pone en evidencia que el Titanic europeo está herido de muerte y se hunde bajo el imperio de los maquiavelismos de la impericia medieval, tan eterna como la inquisición y la justificación de los genocidios gestados desde las miserias humanas de los reinos, los virreinos, los principados, los ducados, los condados y cualquier otro dado que vaya quedando suelto en estas mentidas democracias y en las peores repúblicas. Mientras los países se llenan de personas sin trabajo, sin recursos, sin dignidad y repletas de frustraciones, la clase política incapaz de nada la sigue con los discursos que no llevan a ninguna parte... y junto con ellos van los banqueros, los empresarios corporativos, los mentirosos y los oportunistas de siempre, disfrazados todos de ovejas inocentes... que van creando pobres y zombis en una sociedad que ya no atina a guillotinarlos porque no sabe por dónde comenzar... son tantos los burladores! tantos son los estados ausentes y los funcionarios impresentables... que ni siquiera es una cuestión de culpas... tampoco aparece como prudente iniciar una caza de "brujas", y todo va a la deriva de palabras vacías y de leyes que ningún estado cumple, pero sirven parea exterminar las voluntades y los esfuerzos de la gente común, tan común que ya no tiene nada que perder (como yo) porque los oportunistas se han quedado con todo, y al mismo tiempo, de tanto que han robado, no tienen nada... más que su vanidad, su soberbia y su desprecio... Europa se hunde sí, pero no es lo único que se sumerge por el peso de la barbarie bancaria... con ella se están yendo todos los aprendices de piratas, los aspirantes a imperios, los que sonríen pero viven del secuestro y la esclavitud de las gentes, los que hacen uso de la violencia y se hacen dueños de las veredas, léase cualquiera con alma de nada. Los empresarios recitan discursos que no los cree nadie... y envían a sus lacayos a fabricar irrealidades virtuales donde los mercados se movilizan y consumen todo aquello que nadie usa... petróleo?, soja?, oro?, y mientras el marketing ocupa espacio, las gentes siguen intentando sobrevivir en un mundo arrasado al estilo del Japón... el tsunami ya pasó y los muertos ya no están... los sobrevivientes ya irán a juntarse con los que ya no están y allì se terminará el problema. Curiosa visión de la clase política... cuyos resultados están a la vista, y a estas alturas, son implacables, aún cuando se pretenda dibujarlos. Marzo 12, 2012.-








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