[I]
Tras los pasos del soldado desconocido
En plena guerra de Malvinas, Anna Ingala, como parte de una tarea escolar, le escribió una carta a un combatiente; al terminar la contienda nada supo de él, pero no lo pudo olvidar; 28 años después, gracias a Facebook, logró dar con él; ésta es la emotiva historia contada en primera persona
Sábado 02 de abril de 2011 | 00:53 (actualizado a las 22:38).
.Alejandro Príncipe. / Gentileza: Anna Ingala.
Hacía pocas semanas que mi familia y yo estábamos de regreso en la Argentina después de un periodo viviendo en el extranjero. Corría el año 1982.
Sin darnos cuenta, de pronto, el país estaba en guerra.
¿La Argentina en guerra?
Eran dos palabras que no se habían pronunciado juntas jamás.
Recuerdo a mi viejo repitiendo sin cesar: "No puede ser que mi Argentina esté en guerra".
En el colegio nos pidieron escribir una carta al "Soldado Desconocido" y sin tener mucha conciencia de lo que sucedía, de lo que era una guerra, la escribí y las enviaron a su destino:
las Islas Malvinas".
Un tiempo después recibí una carta de un soldado: el soldado Alejandro Príncipe, un nombre que quedaría grabado en mi memoria por el resto de mi vida.
El soldado Príncipe me contaba sobre las islas y el frío, cosas que eran desconocidas tanto para él como para mí hasta ese momento.
Recuerdo haber contestado la carta, pero poco tiempo después, fue regresada al remitente.
Corría junio, justo el mes en el que la guerra terminaba.
Cómo saber qué había sucedió: ¿seguía con vida o ya estaba de regreso por el fin de la guerra?
***
Una tarde de 1991, me dirigía a mi trabajo y el colectivo en el que viajaba, se detuvo frente al Monumento a los Caídos en Malvinas, en el barrio de Retiro, frente a la plaza San Martín.
Inmediatamente bajé y me dirigí al monumento para buscar ese nombre que no deseaba encontrar.
No recuerdo si los nombres plasmados en el monumento estaban en orden alfabético, pero recuerdo recorrer cada uno de ellos, muy lentamente, para cerciorarme que ese nombre que tanto recordaba, no estuviera escrito allí.
Mi corazón latía cada vez más fuerte a medida que recorría los nombres hasta llegar al final.
Con lágrimas en los ojos, recuerdo llegar hasta el último nombre y con una gran alegría, me dije a mi misma: "¡Qué suerte! ¡Está vivo!"
Las lágrimas comenzaron a caer sin cesar. Este soldado, que jamás había conocido y de quien sólo había recibido una carta contándome sobre la guerra y cuyo nombre jamás había olvidado,
estaba vivo. Ese fue, sin lugar a dudas, un día de inmensa alegría.
Foto: Gentileza: Anna Ingala
***
Intenté buscarlo por Internet.
Pero cada vez que escribía su nombre en Google, recibía las mismas respuestas:"Príncipe Andrés de Inglaterra en Malvinas", "Príncipe Guillermo", "Príncipe en Malvinas"
No lograba dar con el nombre o con un contacto.
Y así fueron pasando los años. Y seguían pasando. El nombre seguía grabado en mi cabeza.
Alguien me sugirió averiguar en la Comisión Nacional de Ex combatientes. También lo busqué. Y todo siguió igual: nada.
***
Hasta octubre de 2010. Sentada frente a mi computadora, una de esas noches frescas de primavera, una idea pasó por mi cabeza: buscarlo en Facebook.
Luego de escribir su nombre en el buscador, aparecieron muchas fotos. Pero fue esa primera imagen la que atrajo mi atención.
Alejandro Príncipe.
Mi corazón comenzó a latir como aquel día en el Monumento. "¡Es él, es él!", grité.
Comencé a buscar una forma de enviarle un mensaje, pero no encontraba la forma de hacerlo. Mientras mis dedos temblaban sobre el teclado, mi ansiedad crecía por no poder enviarle un mensaje.
Lo único que podía ver en su perfil eran sus páginas favoritas:"Las Malvinas son Argentinas", "Nunca nos olvidemos de nuestros Héroes","1.000.000 de fans para que nos devuelvan las Islas Malvinas".
Era él, estaba segura que era él. Pero no tenia forma de enviarle un mensaje.
Fue entonces cuando decidí contactar a una persona que tenia su mismo apellido.
Después de disculparme por el atrevimiento de contactarla, le explique cuál era la situación y le pedí que si estaba a su alcance, le comunicara a Alejandro que necesitaba comunicarme con él.
Foto: Gentileza: Anna Ingala
***
Fue un viernes de octubre de 2010, al volver de mi trabajo, cuando encendí mi computadora y me encontré con una de las sorpresas más lindas que había tenido en mucho, mucho tiempo.
Un mensaje de aquel soldado Alejandro Príncipe.
"Soy Alejandro Príncipe y estuve en Malvinas. Si estás segura que soy yo, por favor contactate conmigo. Para mí es muy importante".
La emoción que me invadió fue indescriptible. Después de 28 años, logré encontrar al ahora ex combatiente, que un frío invierno de 1982, me enviaba una carta desde la guerra. Desde el horror de la guerra. Desde las frías islas del sur:
Nuestras Islas Malvinas. ¡Siempre argentinas!
***
Lo que siguió a ese mensaje, fueron mas mensajes, y mails, y llamados, cargados de historias llenas de alegría, emoción y lagrimas.
Desde Buenos Aires hasta San Luis, se había creado ese puente de alegría, emoción y lagrimas.
Y una tarde de noviembre, decidimos encontrarnos. Era un día muy especial.
Era el día en que ese nombre que sonó en mi cabeza durante 28 años y estaba vivo, finalmente se encontraba con un rostro y un héroe de la Patria.
Nos encontramos cerca de un shopping, entre nervios y abrazos, como si hubiésemos sido amigos de toda la vida. Ese mismo día, conocí a una de sus hijas: Estefanía.
Compartimos una simple pizza entre historias, risas, lágrimas y emociones.
***
Y es hoy un honor, Alejandro, haber encontrado a un amigo que busque por mucho tiempo.
Y es simplemente hoy, 2 de abril, que quiero brindarle este homenaje, tanto a este ex soldado de la Patria, Alejandro Príncipe, como a todos aquellos héroes que son y serán siempre, los que dejaron su vida para defender con valor a estas Islas Malvinas, que son y serán por siempre argentinas, porque están rodeadas por los colores de la bandera, la celeste y blanca de la patria.
"Con emoción te agradecemos
soldado de las Malvinas,
siempre en ti y en nosotros viven
nuestras islas Argentinas."
Anna Ingala
Tras los pasos del soldado desconocido - lanacion.com
[II]
La historia del malvinense que se enamoró de la Argentina
Derek Rozee nació en Puerto Argentino; cuando era joven partió a recorrer el mundo, hasta que en 1982, decidió quedarse a vivir en el país; "Antes de la guerra era muy difícil la vida en las islas", cuenta sobre su infancia
Sábado 02 de abril de 2011 | 00:54 (actualizado a las 01:02).
Derek Rozee nació en Puerto Argentino; hace casi 30 años que eligió vivir en el país. / Soledad AznarezVer más fotos.
Por Inés Pujana
Especial para lanacion.com
@ipujana
La historia de Derek Rozee podría ser la de muchos otros hombres sacrificados, que trabajan duro para tener un futuro mejor y que dan lo mejor de sí para asegurarle a su prole lo que ellos nunca tuvieron. Definitivamente este es el caso de Derek. Sin embargo, hay un pequeño hecho que marca la diferencia: nació en las Malvinas, y de hecho, es uno de los pocos malvinenses que viven en la parte continental de la Argentina. Tuvo una infancia más que dura en aquellas tierras frías, pero se las ingenió para salir adelante, y hacer de su vida un tapiz de anécdotas de lo más interesante: fue subcampeón mundial de esquila y al día de la fecha, cuando hace falta, la Cancillería lo llama para peticionar en nombre de Argentina. Dice que se siente argentino, y se nota, en especial por la cantidad de frases hechas y modismos que usa. No obstante, cuando habla lo delata un pronunciado acento inglés, que afirma, es de los más puros que existen, precisamente por lo aislado y lejano de las islas.
Video: Un malvinense en el continente (ver original)
-¿Qué te contaban sobre la Argentina cuando eras chico?
-Sabía que había un conflicto, y que era probable que Argentina hiciera una invasión. De hecho, hubo un antecedente de un piloto que aterrizó en las islas: se llamaba Fitzgerald. Eso trajo temor de ahí en adelante. Nunca antes se había hablado de a quien pertenecían las islas.
¿Y como isleño, cómo te sentías en relación a Gran Bretaña?
La verdad es que cuando era joven dejé la isla y me fui a Inglaterra y no recibí ninguna ayuda, aun a pesar de que yo era inglés. Fui por mis propios medios, para buscar otro futuro: quería estudiar, y esa posibilidad era acotadísima, porque no había ayuda para el isleño.
-¿Te sentías parte de una colonia?
-Si tengo que pensar en la situación actual, diría que nosotros no sentimos que somos una colonia, sino que somos una isla aparte. A los isleños creo que nos gustaría ser independientes, en todo sentido, como cualquier otro país.
-¿Cómo se vivía la situación económica?
-Antes de la guerra estábamos muy limitados, pero una vez que terminó, la situación mejoró muchísimo. Del 82 para atrás era muy difícil vivir, sobre todo para las familias con muchos hijos. Todos éramos muy pobres. Era una vida terrible, nada agradable, amontonados en una sola habitación, pasando hambre, prestándonos la ropa y racionando la comida. No existía tanto turismo como hay hoy, ni otras actividades como la pesca y la exploración de petróleo. Históricamente siempre dependimos de las personas que venían de Inglaterra, había sólo tres barcos por año que traían provisiones. Además no teníamos posibilidad de comprar tierras para explotarlas, siempre era alguien de afuera el que las compraba y nosotros después dependíamos de él. Los ingleses se adueñaban. Éramos todos empleados, trabajadores; la división era tajante. Después de la guerra hubo una gran subdivisión de los terrenos y recién ahí los isleños empezaron a ser propietarios. Se hicieron leasings para comprar la tierra en cuotas a 100 u 80 años. Hoy por hoy hasta te diría que los isleños tienen mejor ingreso per cápita que los mismos ingleses. El Estado les da empleo y les paga muy bien. También hay más empresas privadas.
-¿Cómo fue tu vida de chico?
-Era muy duro. Nosotros éramos en ése entonces 7 hermanos y mis padres tenían una lechería en Puerto Argentino, donde vivíamos. Los más grandes salíamos a las 4 de la mañana a juntar las vacas para después ordeñarlas y repartir la leche en el pueblo. Cinco de nosotros teníamos entre 10 y 15 años y siempre llegábamos tarde al colegio. También sembrábamos, porque si no, no comíamos: papa, que duraba todo el año, cebolla, verduras, zanahorias, lechuga y tomate. Tampoco había gasoil o kerosen para la estufa, nuestro combustible era la turba, que se cortaba en bloques, un trabajo para nada placentero que demandaba mucho esfuerzo. Se cortaban 70 metros en un día, y cada 15 días había que volver a dar vuelta los fragmentos, apilarlos para que los secara el viento, y finalmente subirlos a un carro tirado por caballos, para llevarlos a la casa o a un galpón. Después había que meter todo cortado chiquitito en un balde y llevarlo al hogar para calentar el agua y la comida. Además, aprovechábamos la ceniza para abonar la tierra de las huertas. Era muy estresante. Ir al colegio y trabajar semejante cantidad de horas era contraproducente, porque después no rendíamos en la escuela. A mí no me iba nada bien. Me iba a dormir a las 8 de la noche, no sin antes buscar las vacas y separarlas de los terneros para que juntaran leche para el día siguiente.
-¿Cómo llegó tu familia a las islas?
-La familia de mi madre llegó en 1833, en la primera invasión. Venían de Escocia. Y mi padre vino como contratista, en los años 50 más o menos.
-¿Y vos cómo terminaste en la Argentina?
-Después de mi experiencia previa en Inglaterra, donde fui rechazado, recorrí América latina. En la isla trabajaba de esquilador, por eso pensaba que, dado mi trabajo, Argentina me iba a dar más posibilidades. La primera vez fue en el 78, tenía 18 años y vine con un compañero, John Johns. Fuimos a comodoro Rivadavia y de ahí a Buenos Aires. Me acuerdo que hacía mucho calor, no estábamos acostumbrados, así que para paliarlo nos tiramos en la cama a tomar leche.
-¿Por qué leche?
-Porque en la isla tomábamos leche [sonríe]. Así que bueno, llegamos a Buenos Aires, pero como el calor nos mató, nos fuimos directamente a Estados Unidos. La segunda vez que vine a la Argentina desde la isla fue en el 79. Vine solo, y me fui directamente a Comodoro Rivadavia, a trabajar de esquilador. Esquilé en Tierra del Fuego, Santa Cruz, Río Grande y muchas zonas más. También esquilé en Nueva Zelanda y en Australia. Íbamos y veníamos siguiendo las temporadas: Wioming, Cleveland, Inglaterra, Escocia, Irlanda, siempre con un equipo. Después volvíamos a la Argentina, y esquilábamos en Las Flores, Rauch. Así hasta el 82, que me quedé acá a buscar otra clase se horizontes.
-¿Cómo fue tu vida después del anuncio de la guerra?
-De ese tema prefiero no hablar. Es muy reciente. Lo que sí te puedo decir es que trabajé en Loma Negra, a donde entré gracias a la ayuda de un muy amigo mío que se llamaba Alberto Mc Coubrery, escocés. Me quedé hasta el 84. Jugábamos mucho a las cartas, el me ayudó mucho.
-¿Y después?
-Después de la guerra volví a Buenos Aires, donde logré entrar a empresas de importaciones y exportaciones que necesitaban personas que hablaran inglés. Viajé por toda América latina. Y eso lo hice hasta que en el 95 logré armar mi propia empresa de fumigación y reparación y limpieza de taques de agua, a la que hasta ahora le dedico todo mi tiempo.
-Pasaste por un montón de lugares y de rubros. Tenés espíritu de trotamundos...
-Hay que tener espíritu para ir de ciudad en ciudad esquilando, mi familia nunca me entendió. Es que yo competía. Fui subcampeón mundial de esquila. Eso fue en el 80, 81. Esquilaba ovejas en menos de un minuto. En el 80 esquilaba 34.000, 35.000 ovejas por año. Si la lana es más limpia o la oveja es más chica, tardás menos, en cambio si las ovejas son muy grandes o tienen cuernos, como en Montana que son enormes, tardás más. También si la lana es muy sucia, porque se te desafila la esquiladora. Era muy ligero, y mis compañeros me miraban y se preguntaban cómo hacía. Pero todo tiene un porqué. Si no, no se entiende. Yo soy zurdo y para esquilar tenés que ser diestro, porque las maquinas son así. Entonces me enseñó a esquilar un señor que era casi un hermano mío, Peter Goff, con el que viví cuando me fui de casa, cansado de la vida dura que llevaba. A pesar de que era zurdo practiqué y practiqué sin parar, hasta que me salió mejor, más rápido que a los demás. Para manejar a la oveja necesitás mucha fuerza, y yo aprendí a manejar la máquina con la derecha y a sostener a la oveja con la izquierda, porque con esa mano tenía más fuerza y no me cansaba tanto. Además tenía mentalizados todos los movimientos que hay que hacer para sacar un vellón, que son 56.
-Volvamos al conflicto por Malvinas. ¿Cómo creés que se podría resolver?
-Yo creo que hasta que no se muera la generación actual no se va a resolver, no se va a poder llegar a un buen término. Nacimos ahí, es nuestro, a pesar de que sabemos que existe la historia. Y en caso de resolverse, creo que es necesario tener un canciller como era Di Tella, que planteaba la resolución del conflicto con una política de seducción, con paciencia, haciendo las cosas que se hacían antes de la guerra: intercambios de colegios, pistas de aviones e izando las tres banderas, la de la ONU, la de Inglaterra y la de Argentina. Todo esto recién se va a resolver con las generaciones futuras, porque el problema es muy reciente. Si hoy querés tocar el tema lastimás a la gente. Hay que esperar. Esto es lo que siempre decía cuando me llamaban de la Cancillería para dar mi opinión e intercambiar impresiones sobre el tema del tratado de las Naciones Unidas. Incluso he viajado a la sede de la ONU para leer una petición relacionada con la Resolución 24.
-¿Y hoy por hoy, como se siente tu familia con respecto a la Argentina?
-Lo que pasa es que ya pasaron 31 años. En principio entre mi familia y yo existía obviamente un desacuerdo, porque para mí era distinto. La Argentina era mi posibilidad de buscar otra clase de horizontes. Siempre pensé que acá iba a poder crecer más rápido que en cualquier país europeo. Por eso decidí quedarme. Mis padres en cambio vinieron por primera vez recién en el 2009. Me pasé casi 30 años convenciéndolos para que vinieran y les encantó. Sobre todo Tigre, por el río y la vegetación. A tal punto les gustó que vuelven este año. Se dieron cuenta de que las cosas que se dijeron después de la guerra no eran ciertas.
-¿Y qué cosas se decían?
-Las mentiras que se dicen allá es que la Argentina es una país peligroso, que te van a raptar. Las noticias llegan. Hoy los isleños se informan por Inglaterra y por los soldados, que son cerca de 5000 en la isla y que rotan constantemente. Tienen internet, tienen todo.
-¿Cómo vivió tu familia la guerra?
-Para ellos fue muy difícil. Nosotros perdimos un familiar. Cuando las tropas argentinas fueron a retomar Puerto Argentino, les dijeron a todos que tenían que salir de sus casas. Como mi familiar era muy mayor, no quiso, y le cayó una bomba. Me acuerdo que los lugares en donde cayeron las bombas eran justo donde yo iba de chico a buscar las vacas. La isla es chica. Caminando vas de una punta a la otra en un día, día y medio.
-¿Vos creés que en algún momento las islas pueden volver a ser argentinas? ¿O que puede llegar a haber un gobierno conjunto?
-Todo depende de si Inglaterra deja de ayudar a las islas. No tienen petróleo ni gas. Y yo no creo que las vayan a seguir ayudando económicamente por siempre. Pienso que va a haber una negociación, pero antes se tiene que dar una situación límite. Inglaterra cambió mucho, y de a poco va perdiendo los territorios que tiene porque mantenerlos le sale muy caro. La realidad es que a los isleños les gustaría ser independientes, pero eso no es posible por el momento porque no tienen recursos y porque quieren sentirse militarmente fuertes en caso de una invasión.
-¿Y vos qué pensás de la Argentina?
-Más allá de todas los problemas que tiene, a mi me encanta este país. Ya a esta altura lo llevo en la sangre. Sigo todos los deportes y en todos los sentidos yo hincho por Argentina.
-¿No por Inglaterra?
-No, por Argentina.
La historia del malvinense que se enamoró de la Argentina - lanacion.com
el dispreciau dice: honor y gloria a los espíritus vagantes en Malvinas, aquellos que sacrificaron sus destinos luchando por antojos y miserias ajenas, asumiendo que la bandera y la frontera son parte de una soberanía que ya no tienen cabida en este mundo globalizado. La Tierra es única, tanto como los anónimos y desconocidos que vivimos en ella. Aquellos que dependen del protagonismo, de la foto, del bronce, no son más que títeres de ellos mismos, burdas figuras sin alma pero con rostro, que suelen mirarse al espejo tratando de descubrir qué hay más allá de sus mezquindades, de sus miserias, de las envidias, de las avaricias y de las angurrias. Ya no importan los motivos. Sí importan aquellos padres que se quedaron sin sus hijos, en ambos lados del mundo... sí importan los espíritus que se quedaron sin sus tiempos. Cuando los espíritus regresan por sus tiempos, descubren que nada nos separa y todo nos puede unir, siempre que ése sea el deseo genuino. Argentina no puede negar sus vínculos con el Reino Unido de Gran Bretaña como tampoco ellos pueden hacer nada distinto con Argentina... así como no podemos negar los puentes sociales con España e Italia, Francia o Alemania, del mismo modo no se pueden negar otros vínculos históricos que poco tienen que ver con las "mentidas" invasiones inglesas, que no fueron tales. Argentina tiene aún una historia oficial que poco tiene que ver con la verdadera historia, la otra, la que se dobla tras las hojas de los libros... no obstante, lo escrito, escrito está. Malvinas está lejos de su Reino Unido y está más cerca de Argentina, pero lo único que importa es la gente... el suelo seguirá estando allí cuando los supuestos "opuestos" ya no existan. Así es que importan las gentes, sólo eso. En honor a los anónimos y los desconocidos, los puentes deben existir de manera cierta... porque las personas son tales tanto aquí, bajo esta bandera, como allá bajo la otra. Así ha sido siempre... y lo único que guarda valor genuino de cualquier historia, es la gente. Nada más que la gente. Abril 02, 2011.-
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario