lunes, 1 de febrero de 2010

LA IMPORTANCIA DE SER "PERSONA" HASTA EL ÚLTIMO SEGUNDO


Murió Tomás Eloy Martínez
Una pluma al servicio de la historia
Extraordinario escritor y periodista, uno de los más grandes de su generación, murió ayer, a los 75 años, en Buenos Aires; tenía cáncer; su mayor obra, Santa Evita, fue traducida a más de 30 idiomas

Noticias de Cultura: Lunes 1 de febrero de 2010 | Publicado en edición impresa

El gran escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez murió ayer, en Buenos Aires, a los 75 años, al cabo de una larga lucha contra el cáncer.

Reconocido como uno de los mayores autores argentinos de su generación, impuso un estilo y dejó su sello en innumerables artículos, columnas, ensayos, cuentos y novelas. Su obra cumbre, Santa Evita, fue traducida a más de 30 idiomas.

Tomás Eloy Martínez era columnista de LA NACION, The New York Times y El País, de España. Después de sus comienzos en La Gaceta, de Tucumán, y de su paso por este diario como crítico de cine, ganó notoriedad, a partir de 1962, en la revista Primera Plana. También escribió guiones para cine y televisión.

Hace tres años se había radicado nuevamente en la Argentina luego de vivir mucho tiempo en los Estados Unidos, donde fue profesor universitario.

Víctima de un tumor cerebral que lo tuvo a mal traer en los últimos meses, la enfermedad no consiguió que Tomás Eloy, como lo llamaban sus allegados, dejara de escribir y, sobre todo, de pensar la realidad de su país.

La inminencia de la muerte no fue un impedimento para que pasara sus últimos días escribiendo, rodeado por sus hijos y sus seres queridos.

Había nacido el 16 de julio de 1934 en Tucumán. La literatura lo acompañó desde siempre. Antes de los 10 años escribió su primer cuento. Fue un signo de rebeldía. Se había escapado al circo sin autorización de los padres y, como castigo, lo encerraron en un cuarto y le prohibieron leer. Esa tarde escribió la historia de un nene que se metía en una estampilla para poder viajar.

Aquel precoz escritor sería, con los años, el autor de la novela argentina traducida a más lenguas en la historia. Dueño de una escritura elegante y precisa, su novela Santa Evita (1995) le dio un prestigio internacional que lo ubicó al lado de sus admirados Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

En 2002 recibió el Premio Alfaguara, uno de los más importantes concursos literarios en lengua castellana, por El vuelo de la reina . Luego se publicarían la selección de ensayos y crónicas Réquiem por un país perdido (2003), El cantor de tango (2004) y El Purgatorio (2008), su última novela, que cuenta la historia de una pareja separada por el terrorismo de Estado en 1976, que vuelve a encontrarse 30 años después, relato con el que intentó recuperar los años que vivió lejos del país.

Su mirada del peronismo
Obsesionado estudioso del peronismo, conoció a Juan Domingo Perón a fines de los años 60. Se ganó su confianza y grabó las extensas conversaciones que mantuvieron en cintas que siempre guardó con recelo. Algunos fragmentos aparecen en Santa Evita , en La novela de Perón y Las memorias del General (1996), pero buena parte de ese material nunca fue publicado. Sin embargo, nunca fue peronista.

Tuvo como grandes amigos a escritores de la talla de Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti y Carlos Fuentes, que confesó a El País , de España: "De la extraordinaria Santa Evita dijimos, sin ponernos de acuerdo Mario Vargas Llosa, García Márquez y yo mismo que nos habría encantado ser los autores de una obra tan perfecta en su soldadura de ficción e historia".

Vivió exiliado en Caracas durante la última dictadura militar argentina, tras ser amenazado por la Triple A, pero no se alejó de su pasión: fue editor del periódico El Nacional y fundó El Diario, y fue jefe de redacción hasta 1979.

Su relato periodístico La pasión según Trelew (1974), quemado durante la dictadura en una plaza de Córdoba, fue incorporado como prueba al expediente de la causa que investiga la masacre. Su obra Lugar común la muerte (1979) fue señalada como un aporte esencial al nuevo periodismo.

Sobre su oficio de escritor, le gustaba decir: "Los narradores escribimos sobre lo que sabemos para aprender aquello que no sabemos; para conocer lo que no conocemos".

También fue formador de periodistas, con una extensa carrera académica que lo llevó a pasar gran parte de su vida en Estados Unidos, donde dirigió el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Rutgers University, en Nueva Jersey, además de profesor de la Universidad de Maryland y de brindar conferencias y cursos en universidades de todo el mundo.

El reconocimiento
El diario madrileño El País le otorgó el Premio Ortega y Gasset de Periodismo el 22 de abril de 2009, una distinción dirigida a trabajos en español publicados en medios de todo el mundo. El 24 junio de ese mismo año fue incorporado a la Academia Nacional de Periodismo. "Es un gran honor que se debe, creo, a la persistencia con la que vengo trabajando hace más de medio siglo", dijo en aquel momento a este diario.

Fue también autor de diez guiones para cine, tres de ellos en colaboración con el novelista paraguayo Augusto Roa Bastos, y de varios ensayos incluidos en volúmenes colectivos. En 2008, obtuvo el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria, que entrega la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina.

Tuvo siete hijos. Tomás, Gonzalo, Ezequiel y Paula, nacieron en su primer matrimonio. Blas y Javier son fruto de su segunda pareja, y de su tercera unión nació Sol Ana.

Anoche, apenas conocida la noticia de su fallecimiento, numerosas personalidades del mundo de la cultura, la literatura y la política se comunicaron con la redacción de LA NACION para hacer llegar sus condolencias.

El velatorio se realizará mañana en Parque Memorial (ruta Panamericana, acceso norte, ramal Pilar, km 47) de 8.30 a 16. A continuación, se cremarán sus restos, como era su deseo, y las cenizas quedarán allí.

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Murió Tomás Eloy MartínezUna pluma al servicio de la historia

Extraordinario escritor y periodista, uno de los más grandes de su generación, murió ayer, a los 75 años, en Buenos Aires; tenía cáncer; su mayor obra,

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el dispreciau dice: no sólo se extinguen los valores... también perdemos a aquellos que los sostenían y defendían. Febrero 01, 2010.-




Para Tomás Eloy Martínez , escribir era la razón para "seguir vivo" un día más
Foto: Archivo / LA NACION

Tomás Eloy Martínez / Tucumán 1934 - Buenos Aires 2010
La voluntad sobrehumana para escribir hasta el último segundo
A pesar de la enfermedad y del cansancio, Eloy Martínez nunca dejó la narración

Noticias de Cultura: Lunes 1 de febrero de 2010 | Publicado en edición impresa
Jorge Fernández Díaz
LA NACION


Ya no tenía sonrisas. La parálisis muscular no le impedía todavía hablar, aunque es cierto que lo hacía lenta y apagadamente. El tumor cerebral con el que luchaba desde hacía tres años, atacaba su motricidad y le había ido anulando miembro a miembro, centímetro a centímetro, como en un perverso juego de compuertas que lo iba dejando sin salida. Primero le inutilizó un brazo, luego le entorpeció las piernas.

Tomamos el té una tarde de enero. Nos acompañaban su hijo Gonzalo, un excelente fotógrafo, y Florencia, una de las nietas de Tomás Eloy, que nos sirvió amorosamente sándwiches y helados, agua y café.

Tomás me había invitado hacía dos semanas, cuando me contó por teléfono que el deterioro ya era irreversible y también que, consciente de todo, estaba disponiendo dolorosamente las últimas cosas.

"¿Qué necesitás, Tomás?", le pregunté al final de aquella conversación, puesto que nada se le puede decir a un hombre que va a morir y lo sabe. "Te necesito a vos", me respondió.

En un llamado aparte, Gonzalo me ratificó que su padre ya no tenía chances y que se estaba despidiendo de sus amigos. También que quería reparar a último momento algunas diferencias que habíamos tenido en el fragor del parto de la revista adn Cultura , hacía dos años, cuando discutimos, más de una vez, por cuestiones periodísticas y metodológicas. Nuestro afecto, a pesar de esas broncas momentáneas, nunca se había alterado, y poco después ya nuestra vieja amistad había retomado las rutinas de siempre. Pero Tomás se empecinaba en cerrar por completo un capítulo que ya estaba cerrado y en darme, como toda la vida, sus consejos literarios.

Lo conocí personalmente hace mucho tiempo, cuando acababa de terminar Santa Evita , pero era mi ídolo total en los 80, cuando leí su obra maestra: Lugar común la muerte , y también La Novela de Perón , que aparecía por entregas en el semanario político El Periodista . Siempre creí, y Tomás terminó aceptándolo, que La Novela de Perón y Santa Evita formaban una sola obra en dos actos. Ese libro monumental, que se publicará alguna vez, noveliza nada más y nada menos que la historia mítica del peronismo. Perón, Evita y López Rega (Lopecito) son en ese libro fundamental de la literatura moderna, personajes ficcionales inventados por Tomás Eloy Martínez. Y son, a la vez, acaso más verdaderos que las figuras auténticas puesto que suele haber más verdad en la ficción que en la realidad.

Al llegar a su departamento de la avenida Pueyrredón lo abracé y le di un beso y me senté, simulando, con verborragias optimistas, que su postración no me impresionaba.

Apenas podía utilizar su mano derecha, tenía que dictar sus columnas quincenales, y había un libro de tapas rojas abierto en un costado: estudiaba la cultura narco en América latina. No quería abandonar ese artículo que alternaba cada dos semanas en la sección Notas de LA NACION con su amigo Mario Vargas Llosa. No quería abandonarlo pese a la tremenda presión y fatiga y las dificultades motrices que lo acechaban. Hacía esfuerzos sobrehumanos para no incumplir. Dormía cuatro o cinco horas y "se arrastraba" hacia la computadora, los libros, los apuntes, la libreta.

"Escribir es la única razón para seguir vivo", me dijo. "Pero siempre fue así, Tomás", le respondí, exagerando. Asintió brevemente. No podía sonreír, ni siquiera con los ojos. A lo largo del té, lanzó ironías e hizo chistes, pero sin abandonar esa tristeza profunda, abismal, esa sombra en el ceño, ese velo de oscuridad en la mirada. No era un problema muscular: estaba rodeado de muerte; lúcido en un cuerpo inmóvil. Circunspecto, lúgubre, atrapado en una cuenta regresiva que nadie podía detener.

Una línea más
Su hijo había tratado en vano de reconfortarlo con el más allá, pero, ni aún en esos durísimos trances, el autor de Purgatorio -un agnóstico consumado- había cedido al chantaje del cielo ni del infierno, como decía Borges. Era de una conmovedora valentía, y allí estaba con nosotros, tomando el té, sabiendo que le quedaban días de vida. Y que sólo le restaba pelearle a la muerte un día, una página, una línea más de aquella novela que seguía escribiendo contra esa bomba de tiempo.

Tenía para mí un regalo muy especial, conmovedoramente envuelto sobre la mesa, y algunos comentarios proféticos y unas cariñosas recomendaciones sobre mis crónicas sabatinas y sobre mis novelas de amor. Y yo quise llevármelo de ese clima de postrero, y le pregunté por sus amigos remotos.

Con Carlos Fuentes estaba en contacto permanente. Con Gabriel García Márquez últimamente no hablaba, pero sí con Mercedes, la mujer del premio Nobel, que lo llamaba de tanto en tanto. De Paul Auster se despidió en Estados Unidos, antes de regresar definitivamente a la Argentina. Auster le había enviado Invisible . "No es, como dice, su mejor novela, pero es muy buena -dictaminó-. Su mejor novela sigue siendo El Palacio de la Luna ". Le retruqué con La invención de la soledad y me quedé con la elección de ese título memorable.

Hablamos de títulos: Tomás sabía perfectamente por qué La Casa pasó a llamarse Cien años de soledad , cómo la editorial desechó el título que Vargas Llosa traía y le impuso La ciudad y los perros . Tomás fue un gran estudioso del boom latinoamericano, se codeó con los grandes titanes literarios de la región y conocía los secretos de todas esas novelas. Le recordé que Santa Evita no se llamaba de esa manera mientras él estaba escribiéndola. "Es cierto -me dijo-. Pero olvidé qué título le había puesto". Yo no lo había olvidado: La Moribunda . Me miró como si repasara una y otra vez esa palabra. Supe en seguida lo que estaba pensando en aquella dolorosa tarde de enero.

Luego charlamos un rato largo acerca de El Olimpo , una novela corta que escribía por encargo de una prestigiosa editorial inglesa. Me contó que la novela tendría tres niveles: el Olimpo de la mitología griega, el uso del Olimpo por los nazis y finalmente el centro clandestino del barrio de Vélez Sarsfield que abrió la última dictadura militar argentina. "Las historias se entrelazan hasta el final", susurró. Luchaba todos los días, en medio de su tempestad, para poner el punto final antes de morir.

Los escritores no miden su futuro por la cantidad de viajes, mujeres, ratos o adquisiciones, sino por la cantidad de libros que no podrán escribir. "¿Qué vas a hacer después de El Olimpo ?", le pregunté con ingenuidad.

Quería hacer un ensayo sobre todo lo que había aprendido alrededor del difícil arte de escribir. Y me narró, como tantas veces, el libro pendiente por dentro. Cómo tomaría de base varias clases que había dado en distintas universidades norteamericanas a lo largo de más de 30 años y cómo contaría allí que Borges era un periodista de alma aunque no lo sabía.

El periodismo como arte
"¿Será sobre el oficio de escribir novelas y cuentos, o sobre las crónicas?" pregunté. Me respondió con su clásica declaración de principios: "Para mí la literatura y el periodismo son exactamente lo mismo". Se refería, claro está, a los mecanismos narrativos de la non fiction , a la crónica como literatura mayor, al articulismo como rama de la literatura. Tomás había logrado, como muy pocos en este país, elevar al periodismo a la categoría de obra de arte.

Me di cuenta, de repente, que por primera vez me estaba relatando un libro que no llegaría a escribir. El y yo sabíamos, aquella tarde última, que la lección del oficio quedaría huérfana, que aquel legado de Tomás Eloy Martínez tendría que ser escrito por otros. Que todo se trataba, esta vez, de ilusiones vanas.

Nos abrazamos y nos dijimos, ya sin pudores, que nos queríamos. Nos prometimos, con hermosas mentiras, cosas para un futuro que no existía.

Bajé luego con Gonzalo hasta la planta baja. El hijo me explicó que su padre no podría seguir escribiendo las columnas de los sábados y me relató minuciosamente cómo sería la secuencia ineludible del adiós. Me ratificó, ya en el umbral y sin adornos, que aquel encuentro doliente era una despedida.

Hacía un calor tremendo en la calle, pero yo sentía frío. Me acordé, en la niebla del taxi, de una idea recurrente de Tomás Eloy: "Nos pasamos la vida buscando lo que ya hemos encontrando".

El se pasó la vida buscando la gloria literaria sin darse cuenta de que ya la tenía. Esa búsqueda seguiría hasta el último minuto. Con el último aliento escribiría lo de siempre: una línea más. Una más.

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Tomás Eloy Martínez / Tucumán 1934 - Buenos Aires 2010La voluntad sobrehumana para escribir hasta el último segundo

A pesar de la enfermedad y del cansancio, Eloy Martínez nunca dejó la narración

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el dispreciau dice: cuando uno se compromete con sus convicciones, asume que no habrá descanso hasta que éste te sobresalte sorprendiéndote, y te vayas. Febrero 01, 2010.-

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