miércoles, 24 de febrero de 2010

AMIGOS EN FALSO


La realidad del conurbano bonaerense
Entre el puntero y la nada
Rodrigo Zarazaga
Para LA NACION


Noticias de Opinión: Miércoles 24 de febrero de 2010 | Publicado en edición impresa

No es secreto para nadie que el peronismo ejerce una marcada hegemonía en el conurbano bonaerense. Algunas cifras bien lo ilustran: desde el retorno a la democracia, los candidatos peronistas se impusieron en 168 de 212 elecciones para el cargo de intendente en el conurbano, intendentes peronistas gobiernan 28 de 33 municipalidades, 18 de ellos llevan al menos dos períodos en el poder, siete suman por lo menos cuatro mandatos consecutivos a cargo de sus municipalidades y 20 de estas municipalidades estuvieron siempre gobernadas por intendentes peronistas. Este predominio electoral en el nivel local tiene gran importancia en el nivel nacional, ya que el conurbano concentra más del 25% del electorado nacional.

Con el título de "barones del conurbano" se suele, algo injustamente, homogeneizar a estos intendentes peronistas, cuando, en realidad, se diferencian por muy diversos grados de capacidad de gestión y de honestidad. Más allá de las diferencias, dos factores caracterizan la gestión de casi todos ellos. El primero es que gobiernan municipios con gran concentración de pobreza. Esto se relaciona con que las clases más pobres se identifican con el peronismo más que con ningún otro partido. No es casual, entonces, que en los municipios más ricos del conurbano no gobierne el peronismo. El segundo factor es en parte consecuencia del primero y está dado porque, en estas municipalidades con conglomerados de pobreza, los intendentes comandan extensos aparatos clientelares por medio de concejales y de punteros.

Entender el rol de estas estructuras es vital para hacer política en el conurbano y, por extensión, en todo el país. Mientras los peronistas las conocen de sobra, los miembros de la oposición al peronismo parecen ignorar peligrosamente sus complejidades. Se limitan a denostar al aparato clientelar y su actor principal -el puntero- sin indagar sobre las causas de su existencia y, mucho menos, sobre las alternativas.

Indudablemente, muchas de las críticas que lanzan contra los punteros son certeras. Por intermedio de ellos, los intendentes distribuyen arbitrariamente recursos vitales para los más pobres. Lejos están de representar el Estado de bienestar, que funciona con criterios de distribución ecuánimes e imparciales. En el cruel conurbano, la protección social pública llega frecuentemente bajo la norma del "doy para que des". En las últimas elecciones, fui testigo de cómo un puntero peronista le daba una bolsa de mercadería a una señora mientras le decía: "Mire que si perdemos se cortan las bolsas".

Si la foto del general Perón sobre su caballo pinto aparece todavía colgada en las chapas de zinc de los hogares más humildes, lo cierto es que va quedando relegada a las casas donde habitan mayores de 80 años. El joven votante de una villa hoy poco sabe de Perón y de Evita. En los actos partidarios, puede notarse que rara vez acierta con la marcha peronista y que le despierta tanta emoción como la Marsellesa. Acude más interesado por la bolsa de comida que por oír a Kirchner o besar a "Chiche" Duhalde. Incluso, en los últimos tiempos, lamentablemente, la bolsa de mercadería ha sido reemplazada por la "bolsita de merca". Me decía un puntero en una reciente movilización que hoy nadie llena un micro "con los que hacen ruido" sin "merca".

Algunos punteros demandan, a cambio de la entrega de planes sociales -especialmente de puestos en cooperativas de trabajo municipales- un porcentaje de los sueldos de sus beneficiarios. En ocasiones, la "contraprestación" demandada incluye favores sexuales. El problema es gravísimo.

Tal vez sea justamente la gravedad del problema y la impotencia de los perdedores la que subsume a los opositores al peronismo en el estéril reproche. Algunos miembros de la llamada oposición parecen no entender que sus continuas diatribas contra el puntero y su repetido discurso sobre el fortalecimiento de las instituciones, aunque cierto y necesario, no deja de sonar esquizofrénico y neurótico en los oídos de quienes no comen o de quienes comen gracias al puntero.

Paradójicamente, en estos días, algunas agrupaciones piqueteras de izquierda coinciden con las clases alta y media en caracterizar al puntero como un abusador que, bajo un régimen extorsivo, tiene atrapados a los votantes más pobres. Hay algo de hipócrita en esta caracterización. Es fácil para el habitante de la clase media y alta denostar al puntero peronista, cuando ellos no lo necesitan para conseguir una ambulancia en la mitad de la noche o el imprescindible remedio para el hijo asmático. Por su lado, muchas de las agrupaciones de izquierda se manejan con la misma arbitrariedad que critican en los punteros; lo que ocurre es que compiten con ellos por los recursos, tanto humanos como materiales. Incluso, en algunas municipalidades y provincias donde los peronistas no triunfan, el aparato radical es indistinguible en su funcionamiento del peronista.

El pobre quiere que el puntero esté cerca de él porque es uno de los pocos que acerca soluciones. El puntero es un vecino que vive a pocos metros de él, conoce a su familia y sus necesidades y está disponible las 24 horas del día. Paul Ricoeur distingue entre el prójimo y el socius . El prójimo se hace presente al otro para asistirlo en forma inmediata. El socius , en cambio, se circunscribe a sus funciones institucionales e impone al otro sus procedimientos. El pobre prefiere tratar con el puntero porque es, desde su perspectiva, más prójimo que socius .

No pretendo criticar con un discurso anárquico a las instituciones; al contrario, justamente el desafío es institucionalizar la asistencia a los más necesitados para que llegue sin arbitrariedad ni manipulación. Pero para esto es necesario entender que, mientras el puntero es -aunque interesado- un prójimo asequible, las instituciones del Estado están lejos del pobre, cuando no completamente ausentes. El puntero, incluso, capitaliza esa lejanía, ya que posee la información y los contactos para navegar mundos de burocracia que asustarían al mismo Kafka y que se vuelven un obstáculo infranqueable para los más destituidos. He visto cómo el aparato estatal arroja formularios a quien no sabe leer. El puntero jamás cometería semejante grosería.

Justamente en hacerse presente y conocer las necesidades reales de los más pobres está la mayor virtud del peronismo, aun cuando esa presencia se materialice a menudo por medio del puntero. El peronismo, por medio de su puntero, reparte desde guardapolvos escolares y bolsas de comida, hasta remedios y ataúdes en el minuto preciso en el que son esenciales. No se puede culpar de la hegemonía peronista en los bolsones de pobreza al peronismo. Sería como reprocharle al equipo contrincante que nos haya marcado cinco goles.

La verdad es que los otros partidos han abandonado este espacio político en manos de sus rivales. En cualquier villa miseria del conurbano, uno puede encontrar cuatro o cinco unidades básicas. Funcionan en los mismos hogares de los punteros peronistas. Encontrar una sede de algún partido de la oposición es, en cambio, sólo un ejercicio de la imaginación. Como me dijo un habitante de la villa Mitre: "Los representantes de la oposición aquí son como el cometa Halley: pasan muy de vez en cuando y por poco tiempo. Es difícil verlos".

No hay presencia que dispute la hegemonía del puntero y mucho menos que ofrezca alternativas. Un pobre habitante de una villa de La Matanza me decía que un puntero peronista entra en los pasillos con mercadería; uno radical, con miedo. Indudablemente pisan el terreno con distinta autoridad. ¿Con quién estaría la lealtad del ciudadano de clase media si le hubiera tocado nacer en esa parte del mundo?

Todo parece indicar que la oposición al peronismo tendrá su tercera oportunidad en las próximas elecciones presidenciales. El peronismo parece aceptar que peor que perder una elección es ganarla con un mal candidato. No sería extraño que ceda el turno. Un posible presidente de origen radical debería saber cómo se hará presente en el conurbano y qué alternativas ofrecerá.

Si se reemplazaran los planes sociales por un ingreso ciudadano universal mínimo, por ejemplo, la razón de ser del puntero se vería seriamente amenazada. Algunos se oponen a cualquier medida parecida por el costo fiscal que acarrearía, pero cabe preguntarse si a estas alturas no hemos pagado todos, y especialmente los más pobres, un costo mucho mayor sin un sistema de seguridad social por encima de cualquier arbitrariedad.

Para esto habría que generar las mediaciones capaces de llegar con los recursos a todos sin la arbitrariedad de los punteros. No tendría sentido crear un nuevo plan que reemplace a los otros para que después sea canalizado por la misma estructura clientelar de siempre. Sería aquello de vino nuevo en odres viejos. Le pasó a Alfonsín con la caja PAN. Cabe preguntarse si no será posible convertir a algunos punteros en trabajadores del Estado. Si creer que todos los intendentes son iguales es un error, también lo sería creer que todos los punteros lo son. Hay una clara distinción entre quienes son militantes y les preocupa la cuestión social, en general peronistas de siempre, y quienes encontraron en el rol del puntero una manera de ganarse la vida, en general más jóvenes y políticamente más indiferentes que los anteriores. Además, no debiera ignorarse el riesgo de dejar desempleado a un ejército de militantes con experiencia de movilización política en el conurbano. Un consolidado intendente peronista del conurbano me decía: "No necesito a los punteros para ganar, pero menos los necesito conspirando en mi contra". Claro está que si fuera posible reconvertir a algunos punteros, habría que pagarles un sueldo, pero eso lo venimos haciendo de todos modos.

Sea a través del ingreso ciudadano o de alguna otra política social más oportuna, el próximo presidente deberá dar respuestas a los más postergados. Es una cuestión de justicia social, pero también de la más elemental supervivencia política. El costo de tratar de dirigir la nación ignorando la situación en el conurbano quedó a la vista en el gobierno de De la Rúa. Es deseable que no acontezca de nuevo. © LA NACION

Zarazaga es sacerdote jesuita. Está escribiendo una tesis sobre los punteros políticos para su doctorado en Harvard.

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Rodrigo Zarazaga

lanacion.com | Opinión | Mi?oles 24 de febrero de 2010


el dispreciau dice: América Latina está llena de pobres deambulando por sus miserias inducidas desde estados defectuosos... lo sabemos. Argentina no escapa a dicho factor común y al igual que otros estados no hace nada para corregir el rumbo y mucho menos para reducir la dramática incidencia con sus tremendos costos sociales. La clase política ha aprendido de la Iglesia Católica a vivir a costillas de los marginados e indudablemente ha superado al maestro fabricando circunstancias que le aseguran su sustentabilidad. Sin embargo, todo imperio tiene su final así como todo modelo que no se renueva se va afectando de fisuras que le infringe la dinámica propia de la vida de las personas, y en este punto, justo aquí es donde algunos ven un final anunciado al tiempo que los más lo ignoran. Fabricado por mentes deficientes estos falsos amigos del poder inventaron un sistema clientelista donde aquellas personas cuyas dignidades habían sido compradas, debían recurrir a pedir un mendrugo a cambio de asistir a actos políticos donde nadie ve ni tampoco nadie escucha ya que da igual quien esté al frente, son almas sin rostro atendiendo al rostro del Dios payaso que los arenga desde púlpitos mentirosos. Quien habla sabe que jamás cumplirá y quienes asisten saben que jamás recibirán otra retribución que no sea una parte más de sus propias miserias... y así se inauguran hospitales de la vergüenza tanto como escuelas de la desidia. Nada sirve, pero el poder no aprende y quienes se arrogan el concepto de "oposición" tampoco. Falsos amigos. Falsas sendas. Un país que no produce nada cierto y cuya estructura se deteriora a pasos agigantados, reclamando al Reino Unido por las Islas Malvinas pero desconociendo a los propios ciudadanos, al propio territorio, a las propias responsabilidades, y muchísimos etcéteras... así aparece como preferible ser kelper en el imperio y no marginado en una derruida Argentina que no sabe de orden, pero mucho menos de gestión. Esto se conoce en todo el mundo aún a pesar de los discursos en verso de los próceres contemporáneos. Argentina no es creíble, tampoco previsible. Poco es lo necesario para corregir un siglo de desaciertos pero la decisión política de asumir el cambio es una entelequia porque para ello hace falta calidad en las personas y esta generación finalmente perecerá sin haber hecho nada distinto a lo que enseña nuestra pálida historia de golpes, dictaduras, mentiras y nuevos golpes, nuevas dictaduras, mejores atropellos y un pueblo confundido y avasallado. Febrero 24, 2010.-

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