domingo, 6 de mayo de 2018

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De la guerra siria a Argentina o cómo empezar una nueva vida



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De la guerra siria a Argentina o cómo empezar una nueva vida

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Fares, Tereza, Osama, Hatem y Nanzy posan la noche de un sábado en el restaurante árabe del barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires, que atienden en familia los Badwan, que cambiaron su tierra en guerra en Siria por Argentina. Cuando lo abrieron, no les alcanzaba el dinero ni siquiera para comprar suficientes vasos. Crédito: Daniel Gutman/IPS
Fares, Tereza, Osama, Hatem y Nanzy posan la noche de un sábado en el restaurante árabe del barrio de Villa Crespo, en Buenos Aires, que atienden en familia los Badwan, que cambiaron su tierra en guerra en Siria por Argentina. Cuando lo abrieron, no les alcanzaba el dinero ni siquiera para comprar suficientes vasos. Crédito: Daniel Gutman/IPS
BUENOS AIRES , 3 may 2018 (IPS) - Fares al Badwan llegó a Buenos Aires solo, desde Siria, en 2011. Tenía 17 años y acababa de estallar el sangriento conflicto armado en su país. Desde entonces consiguió traer a toda su familia y hoy ya no se imagina viviendo lejos de Argentina. “Me gusta cómo es la gente acá. Nadie te hace sentir extranjero”, dice.
Fares, su padre Hatem Badwan, su madre Tereza y sus hermanos Osama (26), Nansy (19) y Daniyal (12) son seis de los cerca de 2.000 sirios que se establecieron en Argentina desde que comenzó la guerra civil, algunos gracias a un programa auspiciado por el gobierno y la mayoría, como refugiados o a través de visas de reunificación familiar.
La adaptación a la vida en este país sudamericano -que para muchos inmigrantes sirios ha sido complicada- es un proceso que se está dando con éxito en el caso de esta familia.
Eso, al menos, es lo que percibe quien visita Al Fares, el restaurante de comida árabe de la calle Aráoz, en Villa Crespo, un barrio de clase media de Buenos Aires, donde la familia cocina, atiende y recibe permanentes muestras de afecto de los clientes.
“Compro aquí en Buenos Aires la carne y las verduras. Pero los condimentos me los traen de Siria o El Líbano”, advierte el padre, Hatem, cuando le preguntan por los secretos de los platos del restaurante. “Les enseñé a cocinar los platos árabes a quienes trabajan conmigo. Pero los condimentos los pongo siempre yo”, aclara.
Hatem y su mujer han aprendido el castellano, mucho mejor él que ella, sobre la marcha, en el restaurante, mientras que sus hijos pequeños lo han hecho en la escuela de la comunidad griega del barrio, adscrita a la religión que práctica un amplio porcentaje de la población siria, la católica ortodoxa,  aunque la familia se declara católica romana.
El gobierno argentino puso en marcha en 2014 el Programa Siria, una iniciativa humanitaria gracias a la cual han ingresado al país unos 390 ciudadanos sirios, explicó Federico Agusti, director de Asuntos Internacionales de la Dirección Nacional de Migraciones.
Hatem Badwan muestra con resignación una cuenta de la verdulería. Como para la mayoría de los argentinos, la inflación persistente resulta una preocupación para este hombre que huyó de la guerra civil en Siria hace tres años. Crédito: Daniel Gutman/IPS
Hatem Badwan muestra con resignación una cuenta de la verdulería. Como para la mayoría de los argentinos, la inflación persistente resulta una preocupación para este hombre que huyó de la guerra civil en Siria hace tres años. Crédito: Daniel Gutman/IPS
“El proceso de integración es complejo, porque las diferencias culturales en algunos casos generan episodios de estrés o depresiones. Por no hablar de las complicaciones de la inserción laboral o, en el caso de los chicos, escolar”, detalló a IPS el funcionario.
“Por eso la Argentina ofrece un taller de interculturalidad en Beirut para preparar a quienes van a emigrar, en el que se explica desde cómo es viajar en transporte público en Argentina hasta que aquí es muy tradicional compartir el mate entre muchas personas”, agregó.
Fares al Badwan llegó antes de la puesta en marcha del Programa Siria, cuando en el mundo recién empezaba a conocer la tragedia de ese país del Medio Oriente, que en los últimos años le costó la vida a millones de personas y expulsó a otros tantos de sus viviendas en pueblos y ciudades.
“Yo trabajaba como mesero (camarero) en un restorán en Damasco. Un día, al principio de la guerra, estalló una bomba y se rompieron todos los vidrios del local. A partir de entonces el negocio tuvo una gran disminución de clientes y todo se derrumbó”, cuenta Fares.
El adolescente estaba en edad de ser llamado al servicio militar y entonces su padre lo convenció de que se fuera a Argentina, donde desde hacía años vivía su tío Samir. “Si iba al Ejército como soldado, probablemente a los pocos días me lo devolvían muerto”, dice Hatem.
Así Fares llegó a este país, consiguió trabajo gracias a la ayuda de su tío en una fábrica de ropa y luego dejó de ser empleados para hacerse cargo de su propio emprendimiento textil. Gracias a él enviaba dinero a su familia a Siria, que sufría las duras consecuencias de una economía de guerra.
Fares al Badwan, quien llegó a Argentina en 2011, cuando apenas se iniciaba el sangriento conflicto en Siria, muestra algunas de las delicias árabes que se preparan en el restaurante familiar, entre ellas los tradicionales hummus y tabule. Crédito: Daniel Gutman/IPS
Fares al Badwan, quien llegó a Argentina en 2011, cuando apenas se iniciaba el sangriento conflicto en Siria, muestra algunas de las delicias árabes que se preparan en el restaurante familiar, entre ellas los tradicionales hummus y tabule. Crédito: Daniel Gutman/IPS
Finalmente, hace tres años, cuando sus padres llegaron a Argentina con sus dos hijos más pequeños, todos pusieron el restaurante, en una vieja casa que alquilaron y convirtieron en un local.
“Cuando abrimos, como no nos alcanzaba el dinero, no pudimos comprar suficientes vasos. Pero la gente no se quejaba y tomaba la cerveza directamente de la botella”, sonríe Fares, cuando recuerda los primeros tiempos de su negocio.
Un país de inmigrantes

Desde que Argentina se organizó como país, hubo una política oficial de atracción de inmigrantes, en un contexto en donde a los indígenas no se les consideraba parte de la nación.

En su primera Constitución, en 1853, se declaró entre sus objetivos fundamentales “asegurar los beneficios de la libertad (…) para todos los hombres del mundo que quieran habitar en territorio argentino”.

Al comenzar el siglo XX en Buenos Aires uno de cada dos habitantes era extranjero, a lo que siguieron oleadas de migraciones europeas durante la primera mitad de ese siglo. Actualmente se calcula que entre 4,5 y cinco por ciento de sus 44 millones de habitantes son extranjeros.

La colonia sirio-libanesa tiene gran tradición local y actualmente se estima que entre tres y cuatro millones de argentinos tienen antepasados de esos países y de otros árabes. Uno de ellos fue Carlos Menem, presidente del país entre 1989 y 1999.
Ahora el restaurante ya se hizo un nombre entre mucha gente y hasta se dio el lujo de aportar la comida que se sirve durante uno de los programas más vistos de la televisión argentina, titulado “Podemos hablar”.
Palabras más o palabras menos, comensales frecuentes repiten a IPS que en el local “la comida es casera, muy rica, los precios son buenos y la familia es muy hospitalaria”.
El Programa Siria, todavía vigente en Argentina, tiene su corazón en los denominados “llamantes”, que son personas individuales o instituciones que, solidariamente, ofrecen hacerse cargo de recibir y colaborar en la integración de inmigrantes sirios.
“En los reasentamientos clásicos, es el Estado receptor el que se hace cargo de los gastos de traslado, alojamiento y alimentación a la llegada. Como era un costo demasiado alto, buscamos patrocinantes privados”, explicó Agusti a IPS.
Uno de ellos es Mariano Winograd, quien en 2017 cedió su casa a una pareja de inmigrantes sirios, y fundó una organización llamada Refugio Humanitario Argentino, cuya misión es alentar a más llamantes.
“La sociedad argentina los ha recibido bien. No he visto un solo episodio de discriminación hacia los sirios”, explicó Winograd.
“Algunos se adaptaron muy bien y otros no tanto. Unos cuantos se volvieron a su país, después de quejarse de la inflación y la inseguridad en Argentina. Cuesta entender que prefieran vivir entre las bombas, pero es así”, agregó.
El aumento constante de todos los precios de la economía es la principal preocupación común de los argentinos y de Hatem Badwan, quien muestra los cigarrillos que fuma a modo de ejemplo.
“Cuando vine a la Argentina, compraba dos paquetes por 14 pesos. Ahora pago 68 pesos cada uno. Y las tarifas de electricidad y gas natural aumentaron 2.000 por ciento en los últimos dos años”, dice Hatem, a quien IPS entrevistó hace un año, cuando su negocio comenzaba a consolidarse y el entusiasmo por su país de acogida no tenía límites.
Su hijo Fares, en cambio, no parece hacerse mucho problema: “Si hace falta más dinero se trabaja más y se consigue”, sostiene.
El joven cuenta que ya está pensando en lanzar otro emprendimiento gastronómico en el barrio de moda para los jóvenes de Buenos Aires, Palermo, que no solo ofrezca comida árabe sino la posibilidad de fumar narguile, la pipa tradicional de Medio Oriente y países árabes del Magreb.
El presidente argentino, Mauricio Macri, prometió en 2016 ante las Naciones Unidas que Argentina recibiría 3.000 inmigrantes sólo por el Programa Siria. La iniciativa, sin embargo marcha muy lentamente.
El sociólogo Lelio Mármora, director del Instituto de Política de Migraciones y Asilo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, destaca, de todas maneras, que el programa haya sido creado durante el gobierno anterior, de Cristina Fernández, y haya sido mantenido por la actual gestión, lo cual no es común en Argentina  cuando los presidentes son de partidos rivales.
“Demuestra que es una política de Estado. Y si bien el número de sirios que ha recibido Argentina es muy pequeño, hay que tener en cuenta que otros países, como Hungría, no han querido recibir ninguno”, dijo Mármora.
“Argentina es un país que tradicionalmente ha recibido a todo el mundo. Ningún partido político aquí habla del tema migratorio y, si alguien lo hiciera, perdería todas las elecciones. Nuestra identidad está vinculada a las migraciones”, afirmó.
Edición: Estrella Gutiérrez

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