Apuntes fuera de guion de una corresponsal en las elecciones iraníes
La enviada especial de EL PAÍS a Teherán narra, con relatos breves, la otra cara de los comicios
Teherán
Dos mujeres iraníes acaban de votar, este viernes. ABEDIN TAHERKENAREH (EFE)
DÍA 5: Noche de fiesta en Teherán
Con la jornada de reflexión de ayer jueves se acabaron las verbenas electorales. Pero algunos teheraníes decidieron seguir la juerga en casa. “Es la mejor noche para hacer una fiesta”, asegura P., en cuyo jardín nos damos cita varias decenas de amigos, o de amigos de amigos. Su cálculo es que las autoridades, deseosas de alentar la participación en las elecciones de este viernes, no querrán incidentes que recuerden las restricciones a la libertad que imponen.
Hay un DJ, canapés y bebidas, pero sobre todo muchas ganas de bailar y de pasarlo bien (suficiente para que los presentes pudiéramos acabar en comisaría y condenados a varias decenas de latigazos). Cada fiesta se disfruta como si no hubiera mañana. Pero el mañana, que es hoy, preocupa a los presentes, profesionales de mediana edad y clase media alta. En un corrillo dos empresarios comentan su temor a que finalmente gane el conservador Raisí y un consultor europeo sufre un ataque de pánico. El sueño de normalidad que están viviendo puede desaparecer de nuevo cuando justo empezaban a disfrutarlo.
Entonces, alguien cuenta que los jóvenes están hartos, que han perdido la esperanza, que los más preparados sólo quieren emigrar. Otro habla de que el 70% de sus compañeros de empresa tienen un pasaporte canadiense. Para los iraníes, el segundo pasaporte es un seguro de vida. De repente, cambia la música y todos saltan a la improvisada pista de baile en el salón. Porque tal vez mañana, que ya es hoy, no puedan volver a hacerlo. O tal vez sí. “Crucemos los dedos”, me dice P. cuando me despido. En el camino al hotel, me cruzo con un destacamento de antidisturbios. La ciudad está en alerta. Hoy hay elecciones.
DÍA 4: Discotecas electorales
Quien visite Teherán en estas vísperas electorales pondrá en duda todo lo que haya leído/oído sobre la estricta vigilancia de los comportamientos públicos de los iraníes. Al caer la noche, las calles se convierten en una fiesta de bocinazos, música y banderolas con los colores de los candidatos. Como cada cuatro años, los jóvenes aprovechan el relajo temporal de las autoridades para divertirse con el pretexto de los comicios. En un intento de seducir a esos potenciales votantes, hasta las sedes del candidato ultra Ebrahim Raisí ponen música pop.
Pero el señor Raisí ¿no se oponía a los conciertos y la música?, pregunto a uno de los voluntarios de su campaña. “Bueno, sí, los más religiosos no son partidarios, pero aquí a algunos de nosotros nos gusta la música y nos respetan”, justifica Ali sobre la marcha. En la megafonía suena el último éxito de Tataloo, un conocido cantante que ha expresado su apoyo al ultra.
Eso no es nada comparado con la animación que se vive en las sedes la campaña de Hasan Rohaní. “Son verdaderas discotecas”, me avanza la amiga que me lleva hasta una de ellas en el barrio de Saadat Abad. Sin duda exagera y la juerga que se desborda por el bulevar Daría aún queda lejos de la explosión festiva que se vivió en los días previos a las elecciones de 2009. Entonces fueron las calles las que se convirtieron en pistas de baile al aire libre. Los jóvenes, chicos y chicas juntos, danzaban sin reparo en un país que prohibió semejante perversión occidental tras la revolución de 1979.
DÍA 3: Política de colores
Hace mucho que la imagen de Irán dejó de ser negra. Desde la llegada a la presidencia de Jatamí en 1997, las mujeres llenaron sus cabezas de pañuelos de colores. El presidente reformista ni quería ni podía levantar la imposición del hiyab que decretaron los dirigentes islámicos tras la revolución, pero nada obligaba a que estos fueran oscuros y tristes. Ni siquiera el ultra Ahmadineyad pudo revertir una tendencia que, con el tiempo y ante el boom juvenil, se extendió por todo el país. En ocasiones incluso se ven coloridos fulares bajo el chador, el manto negro con el que se cubren las más piadosas.
Así que me he quedado de piedra cuando un conservador con el que estaba hablando me ha hecho un inusual comentario sobre el color de mi ropa: “Va usted vestida a la moda de Rohaní”. No lo había pensado. Mi atuendo lila entra dentro de la gama del morado que es el color de campaña del presidente. Falahi, el colaborador de EL PAÍS en Irán, me sugiere que me cambie de ropa antes de acudir a la sede de Raisí para evitar una provocación involuntaria.
No es ninguna broma. Desde las protestas de 2009, los colores han adquirido significado político. Entonces, los reformistas eligieron el verde como signo de esperanza y quedaron identificados como Movimiento Verde. Su contestación del resultado electoral convirtió el uso de ese color en una muestra de resistencia. Hubo detenidos por vestirlo.
DÍA 2: El (obligado) hotel de los periodistas
Algunos conflictos de las últimas décadas han extendido la idea de que los periodistas, allá donde vamos, nos alojamos en “el hotel de los periodistas”. El desaparecido Commodore en Beirut, el American Colony de Jerusalén, el Palestina de Bagdad… forman ya parte del imaginario popular. En Teherán, solía ser el Laleh, antiguo Intercontinental desde el que los reporteros de medio mundo cubrieron entre 1978 y 1979 el levantamiento popular contra el sha, el regreso del ayatolá Jomeiní y la proclamación de la República Islámica.
Sin embargo, no es ese el motivo por el que los plumillas extranjeros que hemos venido a cubrir las presidenciales iraníes estamos concentrados en el Grand Hotel. A mí, este céntrico establecimiento me trae malos recuerdos. En diciembre de 2007, me desapareció misteriosamente la cartera con el pasaporte tras haberme reunido en la cafetería de su vestíbulo con varias mujeres activistas que se quejaban de la represión bajo el entonces presidente Ahmadineyad. Pero no hay elección. Un email recibido poco después de obtener el visado me informaba: “No puede ir a ningún otro hotel”.
¿El motivo? No nos han dado ninguno, pero supongo que para facilitar nuestro control a las agencias con las que se nos obliga a trabajar. ¿Y para poder echarnos más fácilmente en caso de que los iraníes decidan salirse del guión?
DÍA 1: Entender Irán en cinco días
Un chascarrillo de la profesión asegura que un periodista viaja tres o cuatro días a un país y publica un libro; pasa una semana en el lugar, y saca un reportaje; a partir de una estancia más larga, ya no escribe nada porque empieza a descubrir la complejidad del lugar. Las autoridades iraníes están empeñadas en que todos los reporteros que hemos venido a cubrir las elecciones presidenciales del próximo viernes escribamos un libro.
Sólo así se explica el exiguo visado que se ha facilitado a la prensa. Cinco días. Ese es todo el tiempo que nos dan para tratar de enterarnos de la complejidad de la política iraní. Ni siquiera en 2013, las primeras elecciones presidenciales tras las protestas de 2009, fueron tan tacaños. Para quien llegue por primera vez al país, será sin duda suficiente para reproducir todos los estereotipos que lo adornan. Para quien repita, una nueva fuente de frustración ante la dificultad de conseguir citas o salirse de los caminos trillados. ¿De qué tienen miedo?
Deseosa de aprovechar al máximo el permiso, he cogido un avión que aterrizaba en el aeropuerto Imam Khomeini de Teherán al filo de la medianoche. He caminado despacio por los pasillos, ignorando las colas que me esperaban ante el control de pasaportes, para cruzar cuando los policías ya hubieran cambiado la fecha del sello al 15 de mayo, en realidad, el 25 de ordibehesht de 1396, de acuerdo con el calendario persa, en vigor en la República Islámica. Y ahora, a trabajar.
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