sábado, 27 de julio de 2013

MOVIMIENTO RETRÓGRADO ▲ Del 98 al 13 | Opinión | EL PAÍS

Del 98 al 13 | Opinión | EL PAÍS

LA CUARTA PÁGINA

Del 98 al 13

Más de 100 años después, las cosas son más siniestras de lo que Miguel de Unamuno hubiera llegado a sospechar. Claro que inventaremos nosotros, pero nos tendremos que marchar de España para hacerlo


Azares ingobernables, ocasiones de vertiginoso progreso, hundimientos violentos, imposibilidad de aplicar cualquier estrategia, esperas tediosas, retrocesos fatales y, cuando se está cerca de la victoria, una vuelta a empezar que tan solo un momento antes habría parecido inconcebible. Laberintos, cárceles, pozos, dados, calaveras, rescates. Podría tratarse, qué duda cabe, de España, pero convengamos en que se está hablando del juego de la oca. “De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal”, dejó dicho Jaime Gil de Biedma, dando a entender que lo natural de las historias es acabar bien y que, de no hacerlo, siempre cabrá encontrar alguna anomalía que lo explique todo, un gato negro que se cruzó en el camino y que echó los tiempos a perder, dejándolos irreconocibles. Sería muy poco edificante enseñar en las escuelas que toda historia —y no solo la de España— es como el mencionado juego infantil, que lo normal es tener que volver a empezar cuando se está en puertas de un éxito tenido por definitivo y que los triunfos, de darse, se deben a un azar ciego y no tienen nada que ver con la inteligencia ni con la virtud.
La pregunta decisiva, tan cansinamente repetida en los últimos años, no puede resultar más familiar: ¿qué es exactamente —y en el adverbio se hará el mayor hincapié— lo que ha tenido que ocurrir para que todo se haya ido al traste cuando mejor iban las cosas y cuando parecía que por fin la prosperidad formaba parte de nuestro destino? La experiencia enseña que se puede tardar siglos en contestar a esta clase de preguntas. Pero conviene decirlo con claridad: en apenas tres años se ha producido el desplome más aparatoso imaginable del conjunto de supuestos en torno al cual ha girado durante por lo menos el último siglo la modernización del país. Cuando ocurre una cosa así, es difícil que las aguas vuelvan pronto a sus cauces, y más vale inventar otros supuestos o acostumbrarse a vivir sin ellos.


En tres años se han desplomado los supuestos sobre los que giraba la modernización del país

Lo que se ha venido abajo es la construcción intelectual que se impuso con el descrédito de la retórica del 98, cuando la generación de Ortega sustituyó el lenguaje del imperio perdido y de la Castilla mística por el de la nación joven y la Europa promisoria. Hace justamente 100 años, un puñado de intelectuales inventó su propia Europa y se dispuso a convencer al país de las bondades de su mito. Que a partir de 1914 esta misma Europa se desangrara en la más siniestra orgía de muerte que han conocido los siglos era una anécdota muy secundaria para cualquier profesor madrileño de pro. Con más o menos experiencia y viajes a sus espaldas, el ensayista español es una criatura prodigiosamente apta para prescindir de la realidad, ya lo haga desde Salamanca, ya desde Marburgo. La historia de España, se pensó entonces, ha sido siempre el juego de la oca, pero nuestra condición miserable, azarosa y rezagada puede enmendarse dejando fluir la vitalidad del país y educándola con un poco de cosmopolitismo viajero y cierta dosis de periodismo cultural.

Un siglo de retórica europeísta debería haber sido bastante para que hasta el más escéptico se persuadiera, aunque fuese por aburrimiento, de que la asimilación a Europa se había producido ya. Pero lo que se ha venido abajo en tres años es el convencimiento de que nuestra secular conjunción de azar, miseria y atraso había quedado exorcizada para siempre, y de que, con razonable certeza, estábamos inmunizados contra ella. “Europa” era el nombre de esa inmunidad, y entrar en Europa era, exactamente, abandonar para siempre el juego de la oca.

La quimera de la España europea era, en realidad, un castizo producto picaresco. Ha llegado la hora, se juzgó, de quedarnos astutamente con lo bueno del norte y lo bueno del sur: pensiones, subsidios, sanidad y enseñanza como los protestantes, pero sol, calle, taberna y fiesta como siempre se han disfrutado aquí. Es preciso reconocer que la idea española del papel del país en Europa se fundaba en toda clase de errores. La palabra “Europa” estaba libre de cualquier connotación desfavorable: era la tierra de la ciencia, de la ópera, de la filosofía, de las catedrales góticas y del laicismo, así como de la tolerancia y hasta de la licencia en materia de sexo; la patria de las personas educadas, prósperas y bien alimentadas y el lugar al que genuinamente pertenecíamos y del que nos habían sacado violentamente la Mesta, la Escolástica y la Inquisición.

No es necesario dar detalles sobre el destino que a España le estaba reservado por Europa ni sobre la ilusa insensatez que nos llevó a ignorarlo. En verdad es necesaria una mitología muy fantástica para llegar a creerse que un súbdito de Madrid, de Valencia o de Huelva pertenece, de hecho, a Europa, y no a sus pintorescos arrabales. El resultado era fácil de predecir: querer lo mejor del norte y lo mejor del sur fue un excelente medio para lograr lo peor de ambas latitudes. O, por lo menos, ese parece que va a ser nuestro destino: ascetismo protestante y pobreza mediterránea; una robusta ética del esfuerzo y el sacrificio, pero no para enriquecernos, sino para vivir bastante peor que hasta ahora, evitando de este modo, se dice, el vivir muchísimo.


La quimera europea era un producto picaresco: quedarnos con lo bueno del norte y del sur

Nuestra disciplina y abnegación futuras, genuinamente protestantes al fin, no están destinadas a ponernos a la cabeza de Europa, sino a ganarnos el derecho de no ser expulsados de su cola. “¡Que inventen ellos!”, proclamó Unamuno con toda la ingenuidad de quien creía que la tecnociencia moderna es algo que se admite o se repudia libremente. Pero, 100 años después, las cosas son más siniestras de lo que Unamuno hubiera podido llegar a sospechar: claro que inventaremos nosotros (se nos adiestró para ello en épocas de prosperidad), pero nos tendremos que marchar de aquí para poder hacerlo. El culto al esfuerzo, tan cacareado por nuestros capataces, no será premiado con las recompensas propias de países con más solera capitalista que el nuestro, sino tan solo con una humilde y subalterna supervivencia. Conviene que nos enteremos con toda claridad de que el sacrificio que se nos pide es el propio del buen futbolista, del buen camarero y del buen crupier, porque es preciso no olvidar que nuestro espacio y nuestro tiempo fueron concebidos para el ocio.

Somos cigarras que tienen que hacer de hormigas para las temporadas en que las hormigas gusten de hacer de cigarras. Deportes, turismo y juego serán los valores de la Marca España, un espacio de la Europa suburbial que quizá tenga un prometedor futuro si se olvida de su gusto por el ocio propio para trabajar frenéticamente por el ajeno. Todavía se tardará un poco en adaptar nuestra idea de Europa a la ubicación suburbial que nos corresponde. La pertenencia europea de España constituye, desde luego, un hecho, pero ya no es posible verlo como un hecho gozoso ni como una vibrante ilusión. Nunca vamos a ser lo que nuestras minorías modernizadoras nos dijeron que íbamos a ser, y conviene acostumbrarse cuanto antes a esta mala noticia. Mientras dure su asimilación, hay dos mudanzas mentales de cierta urgencia. La primera, que a muchos resultará humillante, consiste en comprender que el suburbio de una ciudad tiene a veces más que ver con el suburbio de otras que con los barrios residenciales de la propia. La segunda, que a las humillaciones históricas debe responderse, cuando menos, con dignidad, aunque esto implique cambiar el gesto, y sustituir la mueca satisfecha del nuevo rico por la sobria cólera de quien se dejó enredar en una trampa que se ha convertido en destino. En el casino nacional futuro no faltará quien, con las mejores razones, pida jugar un rato a la oca.

Antonio Valdecantos es catedrático de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro publicado es La clac y el apuntador (Abada).

el dispreciau dice: pocas palabras sirven para dimensionar la gravedad de los resultados... se avanzaba... ahora se está en caída libre, con mucho espacio, sin piso a la vista... ¿qué sucedió?... bien, las democracias vienen fallando fiero, dado que las mayorías eligen a sus propios enemigos, y a poco de andar se dan cuenta que han sido traicionados y que están atrapados en una madeja peligrosa, donde lo primero que se hipoteca es el futuro de las gentes, e inmediatamente se sacrifican los destinos de esas mismas gentes... aunque no se quiera creer, o aunque no se pueda entender, eso mismo sucedió en la Argentina de los años noventa (1990-1999) que derivó en la temible crisis del 2001, una especie de 11 de septiembre que aterrorizó a una sociedad entera, diezmándola y sometiéndola a un peronismo perverso y a una oposición lastimosa e impresentable, que en su loca carrera sólo ha aprendido a echar culpas, para luego no hacer nada por nadie. Parecía que éramos el "ridículo" planetario... pero sucedió que en verdad, dicha receta estaba destinada a ser aplicada a rajatabla en la periferia de la mal llamada Unión Europea, una unión desunida por excelencia, donde las democracias mentidas y donde los reinos quebrados, se ven dominados por las demencias de Bruselas, un mundillo de soberbios y vanidosos que sostienen el modelo nazi que los supo nutrir, esto es una Europa para pocos, simil Varsovia, o si se quiere una Europa de pocos judíos ricos versus muchos judíos pobres... Luego de Argentina victimizada por una clase política nefasta, siguió la Grecia pulverizada, y de allí en más se sumaron España, Portugal, la propia Italia, Irlanda, Turquía... o lo que es lo mismo los chivos expiatorios de los desatinos de los poderosos. Resultados a la vista, las gentes deambulan si reconocer qué será de ellas mismas al día siguiente... algo muy parecido a lo que sucedía en la Europa de 1935, ó la de 1938... léase, se repiten los errores porque a decir verdad, los mentores son los mismos que gestaron la tragedia de la Segunda Guerra Mundial... donde escasos judíos ricos exterminaron a muchos judíos pobres... cuya única finalidad era "vivir en paz"... las conductas de Bruselas así como las de Suiza, son bien explícitas en tal sentido... arrojaron la piedra y escondieron la mano, y luego los aliados le dieron la derecha para deformar la historia y contarla al revés. Europa hoy está consumida por una novedosa inquisición que ya no sólo es eclesiática, sino política... esto es que se fabrican brujas, luego se las empobrece, y luego se las envía al sacrificio... sucede que las brujas son inocentes que justo pasaban por allí, buscando "vivir en paz". Indudablemente, se busca instalar el conflicto social a como sea, y Turquía es un excelente ejemplo de cómo se quiebra un estado... ¿sirve esta unión desunida?, NO... no sirve que unos pocos oportunistas usen y abusen de los muchos, y desde luego lo que se está buscando es una reacción en cadena que disemine el conflicto, del mismo modo que se sembró en el mundo árabe. Este modelo perverso no tiene salidas, ya que está formado por callejones tal cursa en la India... donde todo parece estar bien, pero donde está demasiado mal, a expensas de occidente y sus recetas de dominación reinal... El mundo se está encaminando hacia otra tragedia a gran escala, que esta vez involucrará a todas las sociedades humanas adheridas a un modelo que ya ha vencido, está caduco, y es en sí mismo despreciable, junto con sus mentores. JULIO 27, 2013.-

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