Se nos acaba el mundo y vamos peor: la economía circular pierde peso
Según los datos que ahí se presentan, la proporción de materiales y recursos que se reusan y reciclan a nivel global disminuyó de 9,1 por ciento del total a 8.6 por ciento, al tiempo que la humanidad usó más materiales que nunca, para llegar a los 100 000 millones de toneladas de recursos en apenas un año.
El nuevo reporte es elaborado por la Plataforma para Acelerar la Economía Circular, una iniciativa albergada por el Instituto de Recursos Mundiales (WRI, en inglés) y liderada por Royal Phillips y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial.
Lo que muestra esta nueva publicación es un mundo que no ha tomado medidas de la contundencia necesaria para paliar los impactos de la economía en dos flancos fundamentales: la extracción de recursos, y su desecho.
Por el lado de la extracción, este informe encontró que entre 2015 y 2017 los recursos extraídos pasaron de 84 400 millones de toneladas de materiales, a 92 000 millones de toneladas, un aumento del 9 por ciento.
Además, el total de desperdicios en el mundo pasó en el mismo periodo de algo menos de 20 000 millones de toneladas, a casi 33 000 millones de toneladas. Aunque el reporte aclara que gran parte del aumento puede ser un artificio del cambio de metodología, el crecimiento está ahí, aunque sea un poco menor del aparente, y eso sigue siendo muy mala noticia.
Mientras tanto, los recursos reusados o reutilizados a duras penas alcanzan los 9 000 millones de toneladas, y si bien es cierto que en este rubro el reporte registra un aumento de casi 1 500 millones de toneladas, esa mejora palidece frente a los retrocesos que ocurrieron.
La economía se ha hecho menos sustentable, a pesar de los esfuerzos de muchos y de la enorme cantidad de promesas y saliva vertidos por los líderes del mundo.
A pesar de que el reporte en sí mismo es un avance, porque pone el tema de la economía circular sobre la mesa y permite entender qué ocurre en la materia, tiene un problema que salta a la vista, y es que sus autores siguen esperando que una economía que crece pueda hacerlo sin destruir el mundo.
Así se hace aparente en la forma en que catalogan a los países, usando entre otros indicadores el Índice de Desarrollo Humano. El uso de ese índice no está mal en sí -es uno de los más comprehensivos de los que disponemos a nivel global-, pero el reporte destaca como algo positivo que un país tenga una economía “poderosa y en crecimiento”, y eso es como pedirle a alguien que adelgace al tiempo que le recetamos mayor ingesta de azúcares.
El problema con pedirle a las economías que crezcan -en lugar de, por ejemplo, que generen mayor igualdad y prosperidad para todos, independientemente de su tamaño-, es que para lograrlo se necesita ganar en escala, concentrar la riqueza y explotar a los de abajo para tener mayores excedentes que invertir para engordar lo que se hace.
Una economía que crece, además, necesariamente necesita consumir más materiales, con pocos incentivos para buscarlos entre lo reusable o reciclado.
La alternativa, más bien, está en imaginar un nuevo camino y un nuevo destino para las economías del planeta.
Más que pensar en crecer, hay que pensar en redistribuir; más que aplaudir que una enorme corporación global se comprometa a no usar bolsas de plástico, o a comprar éste u otro material orgánico, hay que fortalecer a las economías locales, a las pequeñas empresas, a las cadenas cortas.
Hacerlo es, sin duda, difícil. Tomará tiempo y un trabajo descentralizado y muy plural para construir nuevos lazos a pesar de las embestidas de gobiernos y transnacionales.
Sin embargo, ya se han registrado algunos avances como los de las iniciativas de comercio justo y de las cooperativas de consumo. Estos triunfos, aunque tímidos, muestran que otro mundo es posible. El Reporte sobre la Brecha Circular muestra que, además, es necesario.
Este artículo fue publicado originalmente por Pie de Página.
RV: EG
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