La violencia empaña la protesta del 1 de mayo en París
La jornada evidencia las divisiones de los sindicatos y de la izquierda ante las reformas de Macron
París
Unos encapuchados lanzan una bengala, este martes en París. C. HARTMANN REUTERS
La violencia de grupos de encapuchados empañó este martes la primera jornada del 1 de mayo de la presidencia en Emmanuel Macron. Las escenas de cristales rotos y enfrentamientos con la Policía en París deslucieron una manifestación en la que se evidenció la división de los sindicatos, y sus dificultades para lograr la llamada “convergencia de las luchas”: la unión de ferroviarios, funcionarios, estudiantes, jubilados y otros descontentos contra las reformas del presidente. Las múltiples protestas y huelgas en marcha desde hace semanas corren el riesgo de diluirse.
Las imágenes de violencia del llamado 'black block', o 'bloque negro', han conmocionado a muchos franceses, y amenazan con convertirse en un problema político. Laurent Wauquiez, jefe de Los Republicanos, el partido de la derecha tradicional, dijo que se trataba de una "quiebra" del poder coercitivo del Estado,para mantener el orden público. "Condeno con absoluta firmeza la violencia que ha tenido lugar hoy [este martes] y que ha hecho descarrilar los desfiles del 1 de mayo", dijo Macron desde Australia. "Todo se hará para que sus autores sean identificados y respondan de sus actos".
Fue un 1 de mayo particular, en la que los sindicatos y la Policía pronto se vieron desbordados. Pese al deseo de la CGT, la central más combativa contra las reformas, no hubo manifestación unitaria, algo que en realidad sólo ha ocurrido excepcionalmente, como en 2009, en plena crisis. Este año, con las huelgas y protestas en multitud de sectores desde hace semanas, y un malestar de fondo en amplios sectores de la sociedad con las políticas del presidente, podría haber sido distinto. No lo fue.
La izquierda, como los sindicatos, tampoco es capaz de cerrar filas ante un jefe de Estado al que califican de “presidente de los ricos” y cuyas políticas consideran “neoliberales”. Esta semana se habrán celebrado dos protestas, una el lunes convocada por grupos de extrema izquierda, a la que acudieron unos centenares de personas, y otra el sábado próximo, organizada por La Francia Insumisa, el partido del exsocialista Jean-Luc Mélenchon. Ninguna fue unitaria. Y a ninguna prevé acudir el Partido Socialista, que intenta buscar su espacio entre la izquierda radical y el centrismo de Macron.
El resultado: un 1 de mayo que, más allá de la violencia, y pese a coincidir con la ‘primavera caliente’ anti-Macron y pese a la conmemoración histórica del 50 aniversario de la revuelta de 1968, habrá servido para constatar el poco margen de maniobra de la oposición a Macron.
A las divisiones sindicales y políticas, se añade “la indiferencia, incluso el desprecio”, como escribe el diario Libération, del presidente, de viaje a Australia coincidiendo con las movilizaciones. Allí reiteró que continuará con las reformas y justificó su ausencia de Francia en esta fecha. “No hay día de vacaciones para el presidente”, dijo.
Macron confía en el respaldo de los franceses ante la protesta más preocupante para él, la de la SNCF, la compañía pública de ferrocarriles, en huelga intermitente desde principios de abril y, según los planes de los sindicatos, hasta finales de junio. Según un sondeo publicado por el Journal du Dimanche, un 41% de franceses apoya la huelga, dos puntos menos que hace una semana; un 59% cree que es injustificada.
La participación en huelga ha bajado. La semana pasada fue de un 17,5%, según datos de la empresa. El primer día de huelga, el 3 de abril, fue de un 33,9%. Otro factor clave: el presidente dispone de una mayoría parlamentaria holgada, que le permite prescindir de los llamados “cuerpos intermedios”, nombre que reciben los sindicatos y la sociedad civil.
Macron cree que, al contrario que otros presidentes, él será capaz de gobernar sin la calle, o incluso con la calle en contra. Los sindicatos, en su idea del poder, ya no tienen un papel central en el proceso de toma de decisiones, que corresponde, según esta idea, al presidente y al Parlamento. Hace un año, su victoria en las elecciones presidenciales puso en crisis el sistema de partidos políticos tradicionales. Si gana el pulso de las reformas, pude repetir la operación con los sindicatos.
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