Terror en Nueva York
Las medidas en caliente que propone Trump no frenarán el yihadismo
Los equipos de emergencias trabajan en la zona de los atentados. Vídeo: Declaraciones de Donald Trump. JUSTIN LANE (EFE) VÍDEO: REUTERS-QUALITY
Desgraciadamente Nueva York ha vuelto a ser escenario de una matanza yihadista, en esta ocasión mediante el atropellamiento masivo de viandantes como ya ha sucedido antes en otras ciudades, entre ellas Niza, Berlín y Londres. Y Barcelona el pasado mes de agosto. Las ocho víctimas mortales —entre ellas cinco ciudadanos argentinos que se encontraban en la urbe celebrando el 30º aniversario de su graduación— se unen a la siempre demasiado larga lista de muertes causadas por la irracionalidad fundamentalista. Como sucediera en Barcelona, las diversas nacionalidades de los asesinados reflejan que la amenaza terrorista es global y que nadie, por ninguna razón que crea que pueda aducir, está a salvo de los que pretenden poner de rodillas a la democracia.
Al horror por el atentado y la solidaridad con las víctimas y sus familias hay que sumar un lógico hartazgo por el goteo incesante de muertes que el yihadismo está produciendo entre hombres y mujeres inocentes a los que se asesina simplemente por ser quienes son y vivir en sociedades libres. Sin duda, resulta peligroso terminar acostumbrándose a esta cadena interminable de asesinatos y acabar asumiéndolos como algo inevitable, como un peaje que hay que pagar por disfrutar de la libertad de la democracia.
Al contrario, las democracias deben emplear sus recursos y esforzarse al máximo por evitar cualquier atentado en cualquier lugar. Por desgracia podemos estar seguros de que este no será el último atentado; pero también hay que estar igualmente seguros de que se ponen todos los medios posibles para evitarlo. Hay que tener presente que aunque son muchos los muertos y heridos causados por el yihadista, la lista sería insoportablemente más grande de no ser por la actuación de los cuerpos de seguridad, los servicios de inteligencia y la colaboración ciudadana de numerosos países.
Otro efecto colateral del legítimo hartazgo es igualmente peligroso. Se trata de exigir, proponer o aprobar medidas apresuradas que, por muy eficaces que puedan parecer a primera vista, corren el riesgo de no solucionar el problema y generar otros muchos. Ante estas situaciones son necesarias la determinación y la cabeza fría. Ambas.
De la segunda característica no es un buen ejemplo el actual mandatario de EE UU, que ha tardado apenas unas horas tras el atentado para encontrar un mecanismo culpable. No es la primera vez que lo hace. En 2015, sin ser todavía presidente y después de la matanza de San Bernardino en la que murieron 14 personas, Donald Trump ya propuso negar la entrada en el país a cualquier persona de religión musulmana “hasta que nuestros políticos sepan qué demonios está pasando”. Ahora que él es un político, ha cargado contra el sistema de concesión de residencias conocido como “Visa Lottery”. Y naturalmente también ha cargado contra los demócratas, aunque el sistema fuera ratificado por un presidente republicano. En vez lanzar amenazas por Twitter, que poco daño hacen al yihadismo, Trump debería dar todo su apoyo a quienes están luchando ahora mismo por evitar el siguiente atentado
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