“Nos debemos unos a otros el actuar de manera correcta”
La diseñadora Kavita Parmar, creadora de IOU Project, una plataforma de trazabilidad de cada prenda de ropa, tiene un nuevo objetivo: reducir el uso de agua en su cadena de producción
Kavita Parmar en su estudio en Madrid. JAIME VILLANUEVA
Madrid
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Un par de vaqueros Levi's 501 gastan 3.781 litros de agua en todo su ciclo de vida, desde la plantación del algodón, pasando por la manufactura hasta el cuidado del consumidor en el hogar y la eliminación final de la prenda. Son datos de la propia marca que se ha propuesto reducir esa cantidad. Para ello, entre otras iniciativas, ha becado a 10 emprendedores del mundo de la moda entre los que ha repartido 350.000 dólares. La idea es que desarrollen proyectos de innovación para ahorrar agua en sus cadenas de producción. Y Kavita Parmar (India, 1972) es una de las seleccionadas. La diseñadora afincada en Madrid es bien conocida en el sector textil por su IOU Project, una plataforma de trazabilidad que permite conocer y comunicarse con los artesanos que han tejido las telas y los que han confeccionado sus diseños. Basta hacer una foto con el móvil para escanear el código QR de la etiqueta y en pantalla aparece toda la información: fotografías, nombres, historias de vida, vídeos y los datos de contacto.
En su tienda en el lujoso barrio de Salamanca de la capital de España, Parmar agarra una camisa masculina de su colección Madrás, ciudad india –actualmente rebautizada como Chennai– donde residen los 253 artesanos que tejen las telas de esta línea, y muestra su herramienta. "Esto sirve para que la gente sepa que hay un ser humano detrás de una prenda", resume. La que tiene en su mano la han fabricado S. Pariamala –tejido en India– y Maurizio –cosido en Italia. "Esto es el futuro, ojalá me copien todos", repite mientras zarandea suavemente su teléfono móvil. El invento y sobre todo el modelo de transparencia en un sector a veces oscuro llevó a la diseñadora a las páginas de periódicos, a las charlas TEDxy a grandes empresas como consultora. Ahora, su manera de trabajar le ha valido una beca de 50.000 dólares de Levi's para investigar e implementar un sistema de ahorro de agua en la fabricación de las telas en India.
"Ya he ido a Valencia a ver unas máquinas para lavar con ozono, sin agua", explica con entusiasmo. Todavía no sabe (o no desvela) cuál será su idea final, pero sí tiene claro que cualquiera que sea el proyecto, lo implementará en los talleres de los artesanos con los que trabaja en India. "Quiero crear una camisa de Madrás casi sin agua", revela.
¿Cómo ha llegado Parmar hasta aquí? A Madrid llegó por amor. "Mi marido es español", detalla. A la firme apuesta por una moda sostenible y respetuosa con los derechos humanos, por convicción; y un poco por casualidad. Aunque nació en India, creció entre Inglaterra y Canadá. Para mayor conocimiento de sus orígenes, a los 16 años, su padre le regaló Reflexiones sobre la verdad, de Mahatma Gandhi. "Ahí aprendí el poder y la responsabilidad de la gente", recuerda. Por eso, decidió que quería ser política. Una elección que su progenitor no compartía. "Me decía que las chicas indias no deben meterse en política, que estudiara medicina. Pero a mí no me gusta la sangre", arruga el gesto. Las tensiones entre ambos le hicieron abandonar su sueño de graduarse en la London School of Economics y marcharse de casa a los 17.
Aunque no llegara a dedicarse a la política profesionalmente, Parmar habla mucho de ella y está convencida de que sí la ejerce: "Es luchar día a día por la sociedad que quieres". Terminado el paréntesis, la diseñadora continúa el relato cronológico de su vida. "En una cena con amigos conocí a una señora que buscaba a alguien que hablara varios idiomas para trabajar como intérprete en un viaje de negocios al sudeste asiático", rememora. Y allá que se fue, a visitar a tejedores artesanos. "Tenían un conocimiento milenario", dice aún con fascinación. "Hablando con ellos, me quedé enamorada", reconoce.
La joven Parmar dio la talla en aquel primer empleo y "aquella mujer" (no menciona su nombre) la contrató para ir un año a Hong Kong. "Fue el aprendizaje más bestial de mi vida. Tomé clases de patronaje y trabajaba con artesanos. ¡Con tan poco hacían tantas cosas...! Me quedé maravillada". Tras aquel año, su jefa falleció y con tan solo 19 años, decidió aceptar la oferta de la familia y llevar el negocio. "Hacíamos moda para otras marcas: Calvin Klein, Ralph Lauren... Y gané muchos clientes americanos, alemanes, italianos...". Uno de ellos, un fabricante de petos para niños de EE UU, le pidió que se uniera a su empresa para abrir nuevas tiendas en India. "Aquella etapa fue frustrante... había mucha burocracia y choqué contra el sistema", continúa. La firma cerró sus establecimientos en el país asiático y Parmar se quedó, con su consentimiento, con la marca en India. "La gente estaba hambrienta de una marca internacional. Fue un éxito", asegura.
Política es luchar cada día por la sociedad que quieres
En 1998, se cansó. Literalmente. "Trabajaba a destajo y afectó a mi salud". Vendió la empresa y se tomó un año sabático en el que viajó por toda Asia para "retomar el contacto con los artesanos". Fue entonces cuando empezó a pensar en el empoderamiento social a través de la artesanía. Aquella idea estuvo en su cabeza hasta que llegó a España porque a su entonces novio, hoy marido, le ofrecieron un trabajo en su sector, la informática. "Yo ni siquiera hablaba el idioma". Parmar empezó, otra vez, una nueva vida. Era el año 2000, "cuando España estaba a punto de despegar". Y la emprendedora que llevaba dentro tomó los mandos. Había llegado el momento de hacer algo que no había hecho hasta entonces: crear su propia marca.
"Hacía las cosas como las aprendí: traía las telas de artesanos y fabricaba aquí". En solo seis años, ya vendía a más de 300 establecimientos, asegura. Cuando todavía le iba bien, en 2008, compró el local en el que atiende la entrevista, en el corazón del lujo madrileño. Para ella, una nómada que no sabe dónde va a vivir el año que viene, así se define, fue una decisión crucial. Y en 2009, su sueño se torció. Tuvo problemas con la hipoteca, sus clientes empezaron a cerrar y los que le quedaban le pedían que confeccionara colecciones low cost. "2009 fue un año muy duro. Pensé que había hecho mal".
Como escape, se marchó junto a su marido a India un mes. Allí nació el I Owe You Project, que significa 'proyecto te debo una'. "Fue mi pataleta. Quería lanzar un mensaje. Nos debemos los unos a los otros el actuar de la manera correcta", dice. "En otras industrias ha habido disrupciones, pero en la moda no. Y queríamos hacerla". Durante seis meses, la pareja inventó la plataforma de trazabilidad que Parmar mostraba hace una hora y media de conversación, con breves interrupciones para atender su negocio. Una vez diseñada la herramienta, releyó a Ghandi, se aplicó eso de "ser el cambio que quieres ver" y se fue a la India "a por lo mejor": sus telas. Destino: Madrás. "Es un lugar donde hay 2.500 artesanos. Por eso lo elegí, para que nadie pudiera decirme que mi modelo no era escalable".
Lo de otra moda es posible no es su único mensaje. No hace rebajas porque sus prendas (caras) "valen lo que cuestan. Y si alguien no puede permitírselo, le digo que no me compre". Lo que no es sostenible, añade, es adquirir cientos de camisetas de tres euros. "Si no tienes trabajo, cose tu propia ropa o adquiere una prenda al año", sugiere. Tampoco confecciona colecciones cada temporada. "¿Por qué tenemos que reinventarnos cada tres meses?", se queja. Ni mucho menos aprieta los precios de los artesanos. "Hacemos un intercambio honesto. Por ejemplo, el año pasado subió el precio del algodón y a ellos les salía más caro. Tuve que pagar más", asegura. Nunca cancela pedidos de telas porque haya retrasos; al no estar atada a los ritmos de la industria, produce cuando quiere y puede. Y, sobre todo, busca a los mejores socios allí donde estén: un joven de León que ha recuperado la trashumancia le suministra lana de oveja de Merina. En Valencia encontró a quien le consiguió el mejor negro con tintes no contaminantes. En La Rioja, las auténticas alpargatas. Y en India, por supuesto, sus telas de Madrás.
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