Migraciones internacionales contemporáneas: violencia y desigualdad global
Quito
La movilidad humana crece como consecuencia del hambre, de la violencia, las guerras, de los desastres naturales y de los efectos expulsivos que generan las economía extrativistas. Sin embargo, las fronteras se cierran y los gobiernos encaran el problema migratorio global como un problema de seguridad o de riesgo a la soberanía nacional. Las migraciones interpelan nuestras democracias que parecen no estar a la altura de los desafíos presentados.
Un naufragio en aguas del Mediterráneo, a unos 50 kilómetros de las costas libias, en un bote que se escoró y provocó que unas 200 personas cayeran al agua. CHRIS MCGRATH GETTY IMAGES
Cada día se vuelve más evidente y complejo, el tensionamiento entre el aumento y la diversificación de los procesos de movilidad humana, con el cierre de las fronteras estatales a la inmigración y a la llegada de refugiados.
En efecto, las migraciones internacionales reciben respuestas cada vez más restrictivas por parte de naciones más apegadas al marco jurídico de su soberanía estatal, que a visiones cosmopolitas, humanitarias y solidarias basadas en los derechos humanos de las personas desplazadas o en movilidad. Los estados tienden a definir sus posturas y reacciones bajo una concepción de la migración como problema y fuente de inestabilidad política, económica y social. La perspectiva xenófoba que hoy lidera el presidente norteamericano, Donald Trump, encuentra eco en varios líderes conservadores europeos que han expresado su abierta oposición a la inmigración y al asilo de refugiados. La campaña del Brexit en Inglaterra, pero también varias elecciones en Europa continental en 2016 y 2017, tuvieron como protagonistas a candidatos y candidatas con discursos abiertamente xenófobos que alcanzaron altos grados de popularidad.
Así mismo, en América Latina, el panorama de las políticas migratorias se está modificando rápidamente. De una inicial apertura hacia la inmigración, que experimentaron durante los últimos años países como en Argentina, Ecuador y Brasil, se ha abierto camino aceleradamente a la discusión y la aprobación de marcos legislativos mucho más restrictivos que dejan a la población migrante en una situación de progresiva desprotección.
Centroamérica y México, por su parte, articulan sus políticas migratorias con Estados Unidos, desde hace ya varias décadas. Desde los años 90, y durante las dos administraciones del expresidente Barack Obama, la nación más poderosa del planeta ha desarrollado políticas cada vez más restrictivas con la inmigración, implementando rigurosos programas de vigilancia de la frontera e incrementando sus deportaciones. Esta política buscó una articulación temprana con los países fronterizos, como México y los centroamericanos, imponiendo un enfoque de seguridad y restricción. La denominada frontera vertical hace que los países centroamericanos y México, principalmente, actúen como espacios de contención de los flujos migratorios hacia el Norte. Efecto similar se vive en Europa con la externalización de la frontera Schengen hacia Marruecos y otros países del Norte de África.
Las políticas de cierre de fronteras, recientes y no tan recientes, contrastan con un crecimiento importante de los flujos migratorios y con un panorama migratorio cada vez más complejo y heterogéneo. En primer lugar, se ha diversificado enormemente el perfil de las personas en movilidad internacional, tanto desde el punto de vista de género, etnicidad, edad y niveles educativos. Si consideramos América Latina, en los últimos veinte años, hemos asistido a una creciente feminización de las migraciones; a la presencia cada vez más importante de los pueblos indígenas en la movilidad no solamente transfronteriza sino también hacia el Norte global; a la migración cada vez más numerosa de niños y adolescentes que emprenden su desplazamiento sin sus padres o madres; y también al crecimiento exponencial de las migraciones calificadas. Esto ha significado un aumento de la vulnerabilidad y de la fragilidad de los derechos de las personas migrantes, quienes ven desvanecerse sus oportunidades de acceso a naciones cada vez más cerradas e indiferentes a las causas que producen su desplazamiento.
En segundo lugar, los motivos para migrar también se han diversificado. A la migración por motivos económicos, que predominó en la segunda mitad del siglo XX, se ha sumado el desplazamiento forzoso por las más variadas causas: violencia política y social, guerras, desastres naturales o el avance de las economías extractivistas. En América Latina, la salida de personas en busca de protección internacional, desde Colombia, Guatemala, Honduras y El Salvador, por ejemplo, se ha convertido en verdaderos éxodos de la violencia política y social durante los últimos años. A nivel global, de acuerdo con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, el número de desplazamientos forzados alcanzó la cifra de 65,3 millones de personas.
Finalmente, la dirección de los flujos migratorios también ha variado mucho. Por ejemplo, en América Latina, hemos pasado del predominio de una migración Sur-Norte, hacia Europa y Estados Unidos, a una intensificación de los desplazamientos intrarregionales y, sobre todo, a la emergencia de migraciones extra continentales, desde África y Asia, muchas de ellas en tránsito hacia Estados Unidos, o hacia Brasil o Argentina. La presencia de migrantes cubanos, haitianos, ecuatorianos, centroamericanos y provenientes de varios países africanos o asiáticos, recorriendo todo el continente para llegar a la frontera México-Estados Unidos, provocó en 2016 y 2017 una respuesta regional uniforme de cierre de fronteras, vulnerando severamente los derechos que deben ser reconocidos a los migrantes en tránsito.
Producto de estas políticas restrictivas y homogéneas, que se contraponen a realidades migratorias cada vez más diversificadas y heterogéneas, se ha multiplicado la situación de irregularidad progresiva de un alto número de migrantes en América Latina y el mundo. Millones de personas empujadas a usar rutas clandestinas para cruzar las fronteras, en donde experimentan niveles crecientes de violencia y muchas veces encuentran la muerte. Desde el Mediterráneo, que enterró a más de 5 mil migrantes en el año 2016, hasta Arizona, donde han desaparecido centenares de seres humanos de migrantes tragados por el desierto, las geografías de la violencia migratoria se van multiplicando por el planeta. Esta condición violenta del cruce de fronteras permanece en los destinos migratorios, donde trabajadores y trabajadoras migrantes irregularizados enfrentan precariedad, explotación laboral y con frecuencia la deportación.
Los desplazamientos humanos constituyen uno de los grandes desafíos que interpelan a las democracias contemporáneas. Mientras tanto, cada vez más personas y familias, en todo el mundo, siguen resistiendo y construyendo proyectos de vida en movilidad, como lo han hecho durante siglos.
Gioconda Herrera es investigadora y profesora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO Ecuador. Integrante de la Red de Posgrados y del Núcleo de Estudio sobre Migraciones del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO. Integrante del Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Migraciones: desigualdades y tensiones.
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