Hace un par de meses tuve el privilegio de entrevistar a una actualler muy singular y muy querida: Rosa Pich, la madre coraje de 18 hijos, que primero perdió a tres de ellos, y después a Chema, su marido (56 años) de un cáncer fulminante. Aquello no fue una entrevista sino un testimonio de fe que te deja sin palabras, sobre todo cuando ante la inevitable pregunta del silencio de Dios Rosa respondió: “Dios habla y nos mima”
Una fe parecida he podido captar en otra mujer extraordinaria a la que el dolor ha golpeado. María Paramés, la madre de José Amián, el chico de 17 años que murió el mes pasado en un accidente de ascensor junto con su novia Belén.
La tragedia conmocionó a Madrid porque eran una pareja estupenda, acababan de terminar los exámenes de 2º de Bachiller y se les abría un ilusionante futuro.
La reacción de sus padres, de sus amigos y compañeros y de los profesores del colegio Nuestra Señora del Recuerdo fue impresionante. Espontáneamente fueron a la capilla a rezar. Los compañeros de baloncesto de José pusieron en marcha una cadena de oración.
Y en el multitudinario funeral sus primos cantaron una canción –mezclando la letra con una melodía del grupo Taburete– que entre otras cosas decía:
«Me tengo que ir, me llaman de arriba. (...) No me voy solo. Me voy con quien quiero. Y ya volamos juntos, directos al Cielo. (...) Y ya verás mamá la que voy a liar. No habrá ni un alma aquí no pendiente de ti. Me pide Dios que nunca dejéis de rezar, qué inmensa fuerza y paz os va a llegar».
Conseguí contactar con María Paramés, que me recibió amablemente en su despacho de Bankinter, y estuvimos hablando tres cuartos de horas acerca de José -al que le gusta referirse en presente-, el sufrimiento, la fe, la familia, los jesuitas de El Recuerdo -a los que está profundamente agradecida-, y cierto móvil que se recarga de una forma especial.
Te adelanto la entrevista como suscriptor de Actuall.
La entrevista con María Paramés vale por mil tratados de educación. Porque según me dijo ella misma, educar a sus cuatro hijos es la gran pasión y la gran misión de su vida. Su marido, Pepe, y ella no han escatimado esfuerzos para formarles lo mejor posible, proporcionarles destrezas -que incluyen, entre los idiomas, el chino mandarín- y prepararles para lo que en los antiguos libros de urbanidad se llamaban “hombres (y mujeres) de provecho”.
Pero ¿qué pasa cuando los planes que un padre se ha forjado se tuercen, cuando ese enorme esfuerzo resulta baldío porque las cosas toman otro rumbo, porque el hijo se rebela, fracasa o incluso muere…?
En el fondo, ¿para qué educamos a nuestros hijos? ¿para una vida inevitablemente corta que como una bengala termina apagándose dejando sólo un poco de humo? ¿una vida llena de problemas y sinsabores que termina, sí o sí, con la desaparición del protagonista?
María Paramés me dió dos claves que, insisto valen por mil tratados. Una, “educar es amar”... y añadió “estoy satisfecha porque he querido a José con toda mi alma”.
Segunda clave, relacionada con la anterior. La madre de José, ejecutiva en Bankinter, con un proyecto profesional ilusionante, y una vida plena, reconoce que la muerte de José marca un antes y un después y el mazazo que ha supuesto le hace decir: “nos creemos que vamos a vivir siempre, pero esto no es más que un prólogo”.
Hay personas que tardan años en caer en la cuenta de esa verdad, incluso que jamás se enteran. Pasan por la vida deslizándose sin reparar en que hay otro plano, que da relieve, color y sentido al mero fluir de los días.
Espero que te guste y te sirva el testimonio de esta madre que dice que la fe no es ningún anestésico, “porque no quita el dolor, pero pone esperanza”.
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