Los mil y un naufragios de Kolda
Una década después de la mayor tragedia de inmigración clandestina en España, cientos de jóvenes del deprimido interior de Senegal siguen ahogándose en el mar por llegar a Europa, ahora por la ruta libia
Kolda (Senegal)
Abdoulaye Balde, vecino de Tankanton Escale, perdió a sus dos hijos en el Mediterráneo en menos de un año. J. NARANJO
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El 21 de abril de 2007 un cayuco zarpaba sigilosamente de la isla de Diogué, en el sur de Senegal. Sus 160 ocupantes, jóvenes de la región de Kolda, pretendían alcanzar Canarias, como tantos otros en aquellos años. Sin embargo, la barca desapareció para siempre en lo que fue la peor tragedia conocida en la historia de la inmigración clandestina hacia España. Hoy, diez años después, poco ha cambiado en una de las regiones más deprimidas de Senegal: los chicos siguen partiendo hacia Europa, ahora por la ruta libia, y continúan pagando un duro tributo al dios migratorio. Los que llegan son héroes y salvavidas; los que se quedan en el camino, mártires. El agujero que dejan atrás es inmenso. Kolda, el drama continúa.
En Tankanton Escale los mangos cuelgan de las ramas como verdes adornos navideños. A la sombra de uno de estos gigantescos árboles que suavizan los más de cuarenta grados al sol, Abdoulaye Balde hace un alto en camino. A sus 67 años, este agricultor ha visto morir a dos de sus hijos varones. En menos de un año. Al primero, Ousmane, no lo pudo detener. “Le dije que debía quedarse, le busqué una buena esposa, tuvo incluso un hijo. Pero no hubo manera”, asegura. Su rastro se perdió para siempre en el mar a finales del año pasado. Al segundo, Mamadou Saliou Balde, de solo 19 años, ni lo olieron. “Quería emular a su hermano y llegó hasta Libia en tres semanas, nos llamó desde allí”. Inquieto, el padre consultó a un marabú que le advirtió del peligro de continuar, pero ¿cómo impedirlo? La barca en la que viajaba hasta Italia naufragó. Después, solo silencio.
Ibrahima Sisokó, de 30 años, tampoco quiso escuchar. Tras vender cuatro vacas de su familia en Kerewane, al norte de Kolda, puso rumbo a Libia pasando por Burkina Faso y Níger. Y desde allí, hacia esa fosa a la que llaman Mediterráneo. “Iban dos barcas juntas”, recuerda su primo Abdoulaye Dramé, “una fue rescatada por la Guardia Costera y llevada a Sicilia y la otra desapareció. Ocurrió en febrero de 2015 y lo supimos por un amigo que viajaba en la primera”. Semanas después aparecieron varios cuerpos flotando en la playa. “Todos somos conscientes de que el viaje es muy peligroso”, remata. Sin embargo, a pesar de tanta desolación, la poderosa atracción que ejerce Europa se mantiene intacta entre los más jóvenes.
En Diagnet, el joven de 19 años Amadou Tidiane Diallo lo explica con lucidez. “Somos una familia enorme, más de cuarenta personas. Con los cultivos no podemos alimentarlos a todos, no tenemos ni siquiera una buena casa. Casi todos mis amigos se han marchado a Europa y las cosas les han ido bien. Si no me voy es porque mi padre me lo ha prohibido tajantemente”, asegura. Y razones no le faltan al señor. Mansour Diallo, un respetado líder religioso, perdió a otro de sus hijos y a tres sobrinos en el terrible naufragio de 2007. “Era mi primogénito. Desde entonces nadie de mi familia ha partido, no lo permito. Trato de alimentarlos, les enseño el Corán, los retengo. Si no es con los papeles, no les dejaré partir”, explica.
Pese al riesgo de muerte y otros peligros durante el viaje, la poderosa atracción que ejerce Europa se mantiene intacta entre los más jóvenes.
A apenas cinco kilómetros, en Sare Bakary, en el paisaje monocolor de las cabañas de barro y paja sorprende la presencia de una casa de bloques y cemento que se atisba desde la carretera. “La hemos ido construyendo con el dinero que manda mi hermano Yunussa desde España. Se fue hace diez años y durante mucho tiempo no envió nada, nos decía que no tenía papeles, que era muy difícil la vida allí. Pero desde hace dos años manda regularmente y ahora la vida es un poco mejor para todos nosotros”, explica Khadijatou Diao. Ibrahima, el hermano mayor, fue quien le animó a partir. Ahora se encarga de administrar el dinero que llega cada mes. Si existe algo parecido a un efecto llamada, ese es el éxito de aquellos que lo consiguen.
“En 2015, las remesas que entraron a Senegal se elevaron a 1.500 millones de dólares y son los inmigrantes en situación irregular los que más contribuyen a ellas”, asegura Jo-Lind Roberts-Sene, responsable de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en este país africano. Y de todas las regiones, son Tambacounda y Kolda las más afectadas por la emigración. “La mayoría de los chicos conoce la ruta vagamente, pero no saben la situación exacta que se vive en Libia, los enormes riesgos a los que se van a enfrentar allí. Y aunque en Dakar y grandes ciudades la visión ha evolucionado un poco, en las regiones del interior persiste la imagen de Europa como Eldorado, una visión alimentada por las telenovelas y el glamour que rodea al fútbol”, añade.
Tras el cierre de la ruta atlántica a finales de la década pasada debido al efecto disuasorio de los vuelos de repatriación desde España y a la vigilancia costera, el peso de la ruta clandestina desde África occidental parecía volver a girar hacia Marruecos. Sin embargo, las revueltas en Libia y la intervención occidental que provocaron la caída de Muamar al Gadafi a finales de 2011 dejaron a este país sumido en un caos de señores de la guerra y terroristas propicio para convertirlo en el nuevo trampolín hacia Europa. En concreto, hacia Italia. Pero el grado de violencia que sufren allí los emigrantes es algo nunca visto. Los que consiguen volver cuentan que el racismo, los malos tratos y la extorsión son constantes, y que los centros de detención son, en realidad, recintos donde son secuestrados a la espera de que sus familias paguen un rescate.
Del infierno libio saben bien tres jóvenes mecánicos de Kolda que un día emprendieron el camino. “Desde Senegal hasta Agadez (Níger) tardamos diez días en autobús por 115 euros. Luego íbamos en vehículos 4x4”, recuerda Aliou Diamanka. “En el Land Rover nos amontonábamos 41 personas, casi no se podía respirar”, añade Samba Dembelé. “Murieron seis, no sé si de hambre, de sed o de cansancio. Luego en Al Katrum los libios nos perseguían para quitarnos el dinero y la policía nos golpeaba todo el tiempo. Todos iban armados, aquello era la guerra”, añade. Finalmente, encontraron acomodo en una casa con más senegaleses y, desde allí, siguieron hasta Sabaha. “Pero nos acusaron de formar parte de una banda de ladrones y quisieron matarnos, así que decidimos volver. La Cruz Roja nos metió en camiones y nos llevaron a Agadez y luego de vuelta a Senegal”, remata Daouda Diallo.
También en Libia se perdió para siempre la pista de Ibrahima Kagny, de 25 años, que vive en el barrio de Bouna. “Fue después del verano pasado. Era un chico muy alegre, le encantaba el fútbol, apasionado del Barça, y estar con sus amigos”, comenta su hermana Bintou. “Su padre está enfermo, vivimos unas treinta personas de su pensión de funcionario. ¿Qué iba a hacer? En casa estábamos todos ilusionados con la posibilidad de que llegara a Europa”, explica su tía Khady Kande. “Al principio nos dijo que iba a Ziguinchor a trabajar, pero en octubre nos llamó desde Níger. Supimos después de su llegada a Libia y que el cuatro de noviembre se subió a una barca. Diez días más tarde escuchamos en la radio de un naufragio en el Mediterráneo y luego una llamada nos confirmó que Ibrahima estaba entre ellos”, asegura entre lágrimas su madre Mariama Touré.
Prácticamente todas las familias en Kolda tienen algún joven en ruta, fallecido o con ansias de partir
Da igual en qué pueblo o barrio de Kolda, por todas partes emergen historias similares. Prácticamente todas las familias tienen algún joven en ruta, fallecido o con ansias de partir. Que esta región tenga una tasa del 30% de malnutrición crónica, la más alta de todo el país, o que en los pueblos casi la única fuente de ingresos sea una agricultura muy dependiente de la lluvia no parece invitar a quedarse a quienes ven en la emigración una puerta de escape y, al mismo tiempo, una inversión de futuro. En Sare Yoba, Aliou Kande, quien perdió en esta ruleta macabra a su hermano Amadou y hace dos meses que no recibe noticias desde Trípoli del más pequeño, Habib, asegura que no se van "porque Europa sea más bonita, es la pobreza". "Si yo mismo pudiera, también lo haría. Mañana no, hoy mismo”.
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