domingo, 15 de noviembre de 2015

PLANETA EN EL FILO DE LA NAVAJA GLOBAL ▼ SIN UN MANDATO ÉTICO... LA TIERRA ES UNA UTOPÍA PRONTA A EXTINGUIRSE ▼ El refugiado sirio, el presidente Bush Jr. y el Papa Francisco | Planeta Futuro | EL PAÍS

El refugiado sirio, el presidente Bush Jr. y el Papa Francisco | Planeta Futuro | EL PAÍS



El refugiado sirio, el presidente Bush Jr. y el Papa Francisco

Sólo nos preocupan los problemas globales cuando nos afectan directamente

Preguntarnos qué podemos hacer para mejorar el mundo debe ser un mandato ético





Campo de refugiados de Zaatari, cerca de la frontera jordana con Siria. / KHALIL MAZRAAWI (AFP)
A finales del mes de septiembre se celebró en la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, una de las cumbres más relevantes para nuestro futuro. A pesar de su importancia para toda la humanidad, parece destinada a que su eco se diluya como la espuma en un mar de noticias locales. No por lógico y natural dejará de ser un error.
Sabemos que el cerebro humano está diseñado para reaccionar de manera eficiente a todos los riesgos que nos acechan. En uno de sus últimos libros, el premio Nobel Daniel Kahneman, gran experto en comportamiento humano, matiza un poco esta afirmación: sólo sucede cuando el riesgo es físicamente cercano y temporalmente inminente. Leído desde la otra cara: reaccionamos mal cuando los problemas son percibidos como lejanos. Este funcionamiento estructural de nuestro cerebro explicaría la poca movilización ante un gran número de situaciones de riesgo para nuestras sociedades: el efecto invernadero;guerras como la de Libia, o, incluso, enfermedades como la malaria.
Ahora, en nuestro entorno inmediato, no hay peligrosos lobos, leones o seres humanos amenazantes por las calles de nuestras ciudades. Nuestras sociedades, con todas sus limitaciones, son las más seguras de la historia. Sin embargo, como nunca en el pasado, generan problemas globales que afectan a todos los habitantes y a toda la naturaleza del planeta. Son situaciones de lenta gestación, pero de gran trascendencia cuando acaban impactando en la vida de las personas.
En muchas ocasiones, los habitantes de países desarrollados sólo percibimos algún impacto parcial o puntual. Lo vemos más como hechos anecdóticos que como verdaderos síntomas: algunos desajustes de temperatura en invierno y en verano que no afectan a nuestras vacaciones; algún inmigrante pidiendo en la esquina del mercado con el que llegamos a cruzar algunas palabras o, tal vez, un televisivo reportaje sobre una pandemia. Y nada cambia en nuestras vidas: ningún nuevo comportamiento, ningún aumento en nuestra solidaridad, ninguna nueva militancia,… Nos justificamos: ¡Si tuviéramos que preocuparnos de todo lo que pasa en el mundo, no viviríamos!
Precisamos entidades que puedan gestionar la crisis, instituciones globales dotadas de buen gobierno
Esta expresión es parcialmente acertada, pero todo da un vuelco cuando la distancia temporal y geográfica se reduce sustancialmente. Por ejemplo, cuando un misionero es repatriado para ser curado del ébola en nuestro hospital y una enfermera se contagia; cuando nos alertan de que no tomemos el sol porque la capa de ozono ya no nos protege; cuando empiezan a salir de sus países 40.000 refugiados al día, algunos con dirección hacia Europa, alcanzando la cercana estación de ferrocarril que solemos utilizar. Entonces nuestra reacción es visceral, poco meditada y, a veces, insolidaria.
Lo peor es que cada una de estas crisis concretas tiene complicada solución, por la dificultad en abordar las causas que la originan. Son causas profundas que requieren una gran inversión en tiempo; una afinada inteligencia y grandes dosis de buena voluntad. Todo ello, además, trabajando de manera coordinada a nivel global, donde precisamos entidades que las puedan gestionar, instituciones globales dotadas de buen gobierno.
Vayamos pues a sumergirnos en los orígenes: el aluvión de sirios a las puertas de Europa tiene su origen inminente en la creación del Estado Islámico, que es fruto directo de la invasión y posterior política de ocupación de Irak ordenada por el Presidente Bush Jr. Si hoy se reduce la capa de ozono es, principalmente, debido a los clorofluorocarbonos (CFC´s) utilizados durante años para la producción de aerosoles para nuestro bronceado, entre otros artículos, que todos hemos consumido. Si fuimos incapaces de evitar que el último brote de ébola se convirtiera en una epidemia mortal es debido a que tanto las condiciones como la educación sanitaria, en muchos países, son escandalosamente limitadas.
En definitiva, las causas son tan remotas que es difícil actuar ya hoy sobre ellas: grandes problemas sociales actuales se han gestado a lo largo del tiempo en tierras a veces muy lejanas. Por ello permanecemos inactivos, e incluso indiferentes, hasta que nos explotan en la cara y entonces es demasiado tarde. Lo sabemos, pero nuestro comportamiento social y político no se adapta a este nuevo escenario de problemas globales. Mientras escribo estas líneas se desarrolla la campaña de las elecciones catalanas del 27S con las que ha coincidido la cumbre de NNUU. La atención prestada por los medios e internet a la Cumbre oscila entre el 2% y el 4% de la prestada a la política catalana. Uno de los momentos de mayor trascendencia para perfilar nuestro futuro habrá pasado fugazmente y sólo recordaremos una breve imagen del Papa hablando en la asamblea de Naciones Unidas, o tal vez también, un emotivo spot sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030, en el mejor de los casos.
Lo relevante para el buen respirar cotidiano son todos estos asuntos que están tan lejos-tan cerca
Y por el contrario, es en este debate sobre los objetivos para el 2030 y la capacidad de gestionarlos (llamado, de forma rimbombante, institucionalidad global) donde nos jugamos gran parte de la calidad de vida los habitantes de la tierra, de nosotros mismos: la reducción del hambre y la pobreza; la promoción de una agricultura sostenible para todos; la mejora de la salud y la reducción de las pandemias; el acceso a la educación sin discriminación; la igualdad en el trato a todas las culturas; la inteligente y justa gestión del agua; la provisión de energía barata y sostenible; el incremento de la productividad del trabajo en todos los países y el crecimiento económico; la creación de condiciones laborales humanas; una mayor equidad; promover un consumo responsable; medidas contra el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y gestión de los recursos marítimos de manera sostenible; la creación de instituciones y organismos públicos estatales y globales eficientes e inclusivos.
Es falso creer que todo ello es deseable pero no posible. LosObjetivos del Milenio, (el plan que lanzó NNUU hace más de una década) han reducido la pobreza extrema a la mitad (desde 1990); han aumentado hasta el 91% la tasa de educación primaria en el mundo; han reducido la discriminación por género; han conseguido revertir la destrucción de la capa de ozono… Incluso han conseguido aumentar significativamente los recursos para el desarrollo (66%). Aunque todos estos datos no se encuentran en el imaginario colectivo, en la percepción generalizada, se puede afirmar que ¡si queremos, podemos!
Por ello, y sin desmerecer los debates cercanos sobre política y sociedad, lo relevante para el buen respirar cotidiano son todos estos asuntos que están tan lejos-tan cerca y que “el diseño de nuestra manera de pensar”, nos lleva a ignorar de manera no deliberada. Son temas que nos deberían preocupar y ocupar en primer término como sociedades maduras políticamente (así como el remedio a sus causas profundas). Por ello es importante que les preguntemos a nuestros representantes políticos qué han hecho y qué van a hacer para influir más y mejor en la escena internacional, para acelerar y garantizar la consecución de objetivos vitales para nuestra calidad de vida: si no es criterio para nuestro voto y militancia política, ellos no se moverán en este sentido. También hemos de interrogarnos como ciudadanos qué hemos hecho y qué vamos a hacer para posibilitar estos objetivos (solidaridad económica, voluntariado, movilización ciudadana, consumo responsable,…).
Deberíamos hacerlo por mandato ético. Pero si no nos mueve ese mandato, al menos por un inteligente sentido de supervivencia colectiva.

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