La desnutrición casi nunca viene sola
El hospital de Nuakchot trata los casos más severos y con patologías asociadas de niños desnutridos de toda Mauritania, un país donde “la situación es crítica”, según UNICEF
JOSÉ NARANJO Nuakchot (Mauritania) 19 NOV 2015 - 06:45 ART
El pequeño Ousmane apenas tiene fuerzas para estar sentado. Su madre, Mama Mint Hachim, de 20 años, le trajo al hospital hace diez días porque tosía todo el tiempo, no paraba de vomitar y sufría de una diarrea incontenible que le había dejado en 6,3 kilos de peso. La desnutrición severa estuvo a punto de costarle la vida, pero esta enfermedad no estaba sola. Ousmane sufre también de tuberculosis y SIDA y en lugar de recuperar peso lo ha seguido perdiendo, ahora está en 6,1 kilos. Así es el día a día en el Centro de Rehabilitación Nutricional Intensiva (CRENI) del hospital de Nuakchot, centro nacional de referencia de toda Mauritania que cuenta con el apoyo de UNICEF, donde reciben los casos más complicados de uno de los países más pobres del Sahel. El esfuerzo que hacen es enorme, pero en ocasiones hay vidas que se les escapan entre los dedos.
El doctor Muntagha Sall se pasa el antebrazo por la frente. Hace calor y ni siquiera los grandes ventiladores logran evitar que se sude todo el tiempo. “Sólo en Nuakchot tuvimos más de 8.000 casos el año pasado”, asegura. Un pasillo divide las dos salas del CRENI donde diez niños y sus madres están siendo tratados de desnutrición. “Muchas veces nos quedamos cortos, no tenemos capacidad para todos, sobre todo en el periodo de soudure, entre las dos cosechas”, añade. Al ser centro de referencia y contar con un bloque quirúrgico especializado, hasta aquí llegan los casos de desnutrición más severos, casi siempre asociados a otras patologías. “Hacemos lo que podemos, los estabilizamos y tratamos de que se recuperen. Pero no siempre está en nuestras manos”, dice Sall.
Khadiata Watt está acostada hecha un ovillo en la cama de la sala dos. Parece dormir plácidamente. Sin embargo, en cuanto su padre Baye Mamadou Watt la toca, la pequeña hace un gesto de dolor. Tiene cuatro años y medio y sólo pesa 5,4 kilos. Está, literalmente, en los huesos. “Hasta los cuatro meses la niña no tenía ningún problema, pero un día vino una tía de visita, la cogió y se le cayó al suelo”, dice Baye con gesto cansado. Lleva doce días pegado a la cama de su hija, vigilando su sueño. “Cuatro o cinco meses después del accidente la niña empezó a toser mucho y a tener dificultad para respirar”, asegura. El doctor Mountagha Sall interrumpe la conversación. “Este es un caso muy difícil, aquí hay un problema neurológico y la desnutrición es secundaria”. Además, la pequeña Khadiatta sufre de anemia severa. No será fácil que remonte.
VIH, tuberculosis, cardiopatías, infecciones, diarreas, paludismo. Cuando la desnutrición se alía con otras enfermedades es mucho más difícil hacerle frente. Y no llevamos años buenos. “En Mauritania vivimos crisis periódicas que tocan sobre todo a los niños y a las mujeres embarazadas o que están dando el pecho. Tenemos unas tasas de desnutrición crónica superior al 30% y aguda del 14%, por encima de los niveles internacionales de alerta. Y este año está siendo peor aún que el año pasado”, asegura Elizabeth Zanou, especialista en Nutrición de UNICEF. Con 3,7 millones de habitantes y un 42% de su población bajo el umbral de la pobreza, no es de extrañar que unos periodos de lluvia muy irregulares y cada vez más escasos provoquen picos de desnutrición todos los años.
Sidi Mohamed Ould Alioune tiene nueve meses y llegó al hospital con problemas respiratorios y gastroenteritis pesando sólo 3,7 kilos. Durante dos semanas, el doctor Sall y su equipo le han estado dando suplementos nutricionales específicos que, unidos a la leche materna, le han permitido volver a ponerse en 4,3 kilos. Tendrá otra oportunidad. Su madre, Mouna Medrid, ha vuelto a sonreír. Ella vive en el popular barrio de El Mina de la capital mauritana, donde la pobreza y la escasez golpean con fuerza desde hace años, una aglomeración de chabolas y viviendas de autoconstrucción que fue surgiendo en las últimas décadas a partir de la llegada en aluvión de gentes procedentes del interior que huían de la sequía y del hambre. Huir de la miseria para caer en más miseria.
El apoyo de UNICEF se deja ver en cuestiones tan sensibles como la detección rápida de casos, el refuerzo de las capacidades de las estructuras de salud del Gobierno, la promoción de la lactancia materna, la formación y la sensibilización respecto a los buenos hábitos y comportamientos nutricionales. “La situación es crítica”, insiste Zanou, quien calcula que a este paso cerrarán el año con más de 33.000 casos de desnutrición aguda severa. En todo el país hay unos 500 centros de recuperación nutricional, 35 de los cuales se encuentran en la capital para una población de 1,3 millones de habitantes.
Hace unas semanas, Ata Mint Moulaye, que vive en El Mina, observó que su pequeña Amachie Migin, de 18 meses, empezaba a tener problemas. Fiebre que no se iba, diarreas, problemas para orinar, edemas, vientre hinchado. “Ella es la más pequeña de mis siete hijos, el mayor ya murió a causa de la desnutrición cuando yo tenía 14 años y no estaba dispuesta a permitir que me volviera a ocurrir”, asegura. Así que cogió a la pequeña y la llevó al CRENAS del barrio donde la trataron con Pumplynut, el suplemento nutricional que sabe a chocolate y los niños chupan encantados. En este caso se llegó a tiempo y Amachie no tuvo que ser ingresada en el hospital.
Mama Mint Hachim sostiene en su regazo a Ousmane, quien además de malnutrición severa tiene tuberculosis y SIDA. / J.N
De este barrio de El Mina proceden muchos de los casos de la capital. “Mi marido es conductor, pero no siempre tiene trabajo. Yo hago cuscús y lo vendo por la calle, con esto saco unas 1.500 o 2.000 ouguiyas (entre 4,5 y 6 euros) cada día para alimentar a toda la familia. Con esto no me llega, así que voy a la tienda y el propietario me suele fiar. Cuando tengo algo de dinero extra voy y le pago”, explica Ata. Entre los platos que cocina a sus hijos está el arroz con pescado, las sardinas fritas, arroz con guisantes y, en raras ocasiones, algo de carne con cebolla y salsa de verduras.
Uno de los problemas asociados a la desnutrición es que a muchas de estas madres jóvenes les cuesta identificar la enfermedad y cuando reaccionan ya es tarde o bien que sienten vergüenza de llevar a sus hijos al médico porque creen que se trata de una maldición, aunque este fenómeno está más extendido en ámbitos rurales. Para ello existen diferentes programas apoyados también por UNICEF que cuentan con mujeres voluntarias en los barrios, pertenecientes a las propias comunidades, capaces de identificar a un simple golpe de vista a un niño malnutrido. La falta de información relativa a la alimentación de sus hijos también está en el origen de muchos de los casos.
Maimouna Moussa procede de la región de Brakna, en el sur del país. Cuando su hijo de año y medio empezó a tener vómitos y fiebre no pensó que podía ser debido a un problema de desnutrición asociado al hecho de que sólo le estaba dando leche materna y, de manera irregular, algo de la misma comida, básicamente carne, que comían los adultos. Del CRENAS de Aleg pasó directamente al hospital de Nuakchot, donde ingresó pesando 6,4 kilos. Poco a poco, Moussa Mamadou se fue recuperando y ahora ha llegado a los 7,7 kilos, hasta el extremo de que está a punto de recibir el alta. “Al principio no tenía apetito. Hemos explicado a la mujer que debe enriquecer la dieta de su hijo, darle proteínas, vitaminas, fruta, pescado, creemos que con esto será suficiente para que no vuelva por aquí”, explica el doctor Sall.
Uno de los problemas asociados a la desnutrición es que a muchas madres jóvenes les cuesta identificar la enfermedad y cuando reaccionan ya es tardeCuando un niño es derivado hasta el CRENI del hospital de Nuakchot lo primero que se hace es pesarlo y medir su talla. Si estos indicadores arrojan índices de desnutrición rápidamente se le admite y se hace un test de apetito. En el caso de que el pequeño se niegue a comer puede ser necesario alimentarle por vía intravenosa; si, por el contrario, es capaz de ingerir por sí mismo entonces se le facilitan suplementos nutricionales y se vigilan permanentemente sus constantes, comprobando a diario su peso. “Aquí llegan niños de todas las regiones del país, de Atar, de Zouerat, de Aleg, de Selibaby. El periodo medio de estancia es de unas dos semanas”, añade el responsable del CRENI.
Mariama Thiam se está colocando bien la melfa. Su hijo Moctar, de 8 meses, acaba de recibir el alta médica y ella se dispone a volver a casa. Tras diez días ingresado, el niño ha recuperado no sólo las ganas de comer, sino la sonrisa. Mientras las otras madres la miran con envidia, Mariama se detiene un instante para mirar atrás y levanta la mano que le queda libre con un gesto amistoso. Ahora le queda un largo camino hasta su Kiffa natal, pero su marido ya la espera en la puerta. “Los médicos han cuidado muy bien a mi hijo y se han preocupado por salvarle la vida. Gracias a Dios, volvemos a casa”, dice Mariama. No todo van a ser malas noticias en el hospital de Nuackhot.
No hay comentarios:
Publicar un comentario