domingo, 20 de abril de 2014

¿BRECHA, INEQUIDAD O ABISMO? ▼ La enquistada brecha económica entre negros y blancos en EE UU | Internacional | EL PAÍS

La enquistada brecha económica entre negros y blancos en EE UU | Internacional | EL PAÍS



La enquistada brecha económica entre negros y blancos en EE UU

La disparidad en pobreza y desempleo apenas ha variado en 40 años. Por cada dólar de riqueza de una familia blanca, una negra tiene cinco céntimos

La ONU denuncia que la discriminación racial se da de forma constante en todas las esferas de la sociedad estadounidense





Reparto de comida en Anacostia / KEVIN LAMARQUE (REUTERS)


En ocasiones nada es más revelador que la crudeza de las cifras para comprender con detalle una problemática y darse de bruces con una desigualdad enquistada. En 1970 la tasa de pobreza en Estados Unidosentre los ciudadanos negros era del 33,6%. En 2012 fue del 35%. Entre los blancos también se ha producido un ligero incremento en esos 42 años -del 10% al 13%- , pero lo más acuciante es que la brecha entre ambas razas se ha mantenido intacta. Mientras, los latinos han experimentado un aumento aún más severo, del 24,3% al 33%. Este patrón racial se replica en el desempleo: desde 1972, cuando arrancó la estadística diferenciada, la tasa entre los negros ha sido siempre un 60% más alta que la de los blancos. En marzo la tasa global fue del 6,7; la de los blancos del 5,8% y la de los negros del 12,4%.
Martin, un hombre negro de unos sesenta años, dice desconocer el detallismo de estas cifras -que llevaron a la ONU a denunciar en marzo que "en la práctica" la discriminación se da de forma constante en todas las esferas de la sociedad estadounidense-, pero asegura ver continuamente su traslación real. "Sin duda, que la discriminación ha empeorado", clama en una mezcla de exaltación e impotencia. Sentado plácidamente en un banco en el que parece llevar horas, cuenta que está sin trabajo, que hace equilibrios para sobrevivir con ayudas del Gobierno y que lleva toda su vida viviendo en un apartamento en esta esquina de las calles 7 y U, al noreste del centro de Washington DC. Un barrio que lleva un par de años experimentado una drástica transformación: los humildes establecimientos, edificios y residentes afroamericanos van siendo gradualmente sustituidos por locales e inmuebles modernos habitados por jóvenes blancos de clase media. "El cambio es bonito pero el racismo persiste y está dispersando a la gente por lo escandalosos que son los alquileres. Esto antes era el Broadway negro de EE UU", se queja con la mirada perdida.
Pero lo que más molesta a Martin es que el cambio apenas le beneficie -como tampoco lo hace que las economías de EE UU y Washington crezcan- y genere, además, un doble rasero policial, fundamentado según él en un racismo intrínseco. "Si estoy bebiendo una cerveza en la calle me para un policía, pero si lo hace un joven blanco de los que viven por aquí no le dicen nada", denuncia. Rehúye contar su historia personal, pero deja caer que estuvo preso por drogas y que después, pese a estar licenciado en una profesión técnica, el lastre de la cárcel le ha impedido encontrar trabajos de calidad: "Fuera de la prisión el Gobierno no te ayuda, te lanza de nuevo a las calles. ¿Y qué haces? Es muy fácil volver a hacer lo que hacías antes, delinques y vuelves a la cárcel".
En ese momento se une a la conversación Paul, un amigo negro de Martin de edad similar, que deambulaba por la calle y que también ha estado preso. "La educación es lo más importante", afirma. "Hay que ayudar a los jóvenes. Por el barrio algunos te cuentan que para qué van a trabajar por 500 dólares si vendiendo drogas se sacan 800. Ese es el problema, pero qué le vamos a hacer". Es un círculo perverso que tiene su origen en el entorno socioeconómico y en la educación, que la policía y la justicia pueden agravar, y que merma a la postre el desarrollo de esa persona. Y que el tiempo no cura: la movilidad social se mantiene estancada 50 años después de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles.
La creciente desigualdad de ingresos en EE UU y el freno del ascensor social afectan al conjunto de la población, pero como todo golpean con más dureza a las minorías raciales. Antes del estallido de la crisis en 2007, la renta media de una familia blanca era de 135.000 dólares (muy inflada por los más ricos), mientras la de una de color de 12.000, según un estudio de Darrick Hamilton, profesor de economía en The New School en Nueva York. Esto significaba que por cada dólar de riqueza de una familia blanca, una negra tenía nueve céntimos. Pero tras la crisis la distancia se ha multiplicado: cinco céntimos por cada dólar. Y han salido a traslucir divergencias aún más mayúsculas: el 85% de las familias negras y latinas gozan de una renta total inferior a la media de todos los blancos.
La población es muy consciente de la brutalidad de estas disparidades. Según una encuesta de 2013, un 57% de los blancos consideran que existe algún tipo de discriminación hacia los negros, mientras entre los negros la proporción sube al 88%. ¿Pero qué es, en definitiva, lo que explica estas tristes diferencias económicas? "Mientras no ha habido apenas reducción en la brecha de riqueza en los últimos 50 años, hubo una mejora laboral hasta mediados de los años 70 gracias a varias leyes, programas de afirmación positiva y mejoras en el acceso a la educación", apunta Hamilton por teléfono. "Pero desde entonces la brecha se ha mantenido por una falta de énfasis contra la discriminación". En paralelo, han influido los otros factores que, en general, han acrecentado la desigualdad de ingresos en el país, como el desplome de los sindicatos, el auge de la competencia global, la disparidad salarial o las elevadas ganancias del capital, que han beneficiado a lo más ricos.
Y al margen, sostiene el profesor, se ha incrustado una suerte de prejuicio racial permanente en algunas esferas. Como ejemplo, menciona un estudio que demostró que en un proceso de selección de un trabajo una persona de color que envía un mejor currículum tiene menos opciones de ser contratada que una blanca con peor expediente. Por ello, pide tomar más medidas, como que el Gobierno contrate más trabajadores y a mejores condiciones para forzar al sector privado a mejorar las suyas, que se cree un fondo de ayuda para los niños pobres al cual solo puedan acceder como adultos para "nivelar el terreno de juego" con los más ricos, y que el sistema fiscal sea más progresivo para que las familias con bajos ingresos no permanezcan "encerradas en la pobreza".
Desde que accedió a la presidencia de EE UU en 2009, Barack Obama, ha evitado poner el foco directamente en la discriminación racial. Salvo algunas iniciativas, ha insistido en que el verdadero debate debe centrarse en la creación de puestos de trabajo y ha irritado a algunos sectores afroamericanos al hablar de "responsabilidad personal" y de no abrazar el victimismo. En los últimos meses, la lucha contra la desigualdad se ha convertido en el epicentro discursivo de Obama, queanunció en febrero un aumento del salario mínimo federal de 7,25 dólares por hora a 10,10.
Aunque ahora recobren protagonismo, los reclamos económicos de los negros no son nada nuevo. Basta recordar que la marcha a Washington de agosto de 1963, que culminó con el famoso discurso de Martin Luther King, reclamaba más trabajo y mejores sueldos. Entonces se pedía que el salario mínimo pasara de 1,15 dólares por hora a 2. Según la evolución de la inflación, esos 1,15 dólares supondrían hoy unos 8,80. Al año siguiente la vergonzosa segregación racial terminó oficialmente, pero medio siglo después aún queda mucho recorrido: la crudeza de las cifras hace innegables los efectos económicos de la discriminación.

Educación de peor calidad y más abandono entre negros e hispanos

La ONU denuncia que la discriminación racial se da de forma constante en todas las esferas de la sociedad de EE UU

El fracaso escolar lastra el progreso socioeconómico de las minorías




Obama rinde hoy homenaje al movimiento de derechos civiles que mejoró hace medio siglo las oportunidades para las minorías del país. / RICARDO B. BRAZZIELL/POOL (EFE)

“Definitivamente sigue siendo un factor esencial”. Ayana, una joven negra de 18 años que estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Howard en Washington DC, nació 41 años después de la sentencia del Tribunal Supremo que prohibió la segregación racial en el ámbito educativo en Estados Unidos. Pero en pleno 2014, cuando se cumple el 60 aniversario de ese fallo y el 50 de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, deplora que aún son bien patentes en la educación los efectos de la discriminación por color de piel. Y no solo allí. En marzo el Comité de Derechos Humanos de la ONU denunció que, pese a los progresos alcanzados, "en la práctica" la discriminación se da hoy en día de forma constante en todas las esferas de la sociedad estadounidense.
Medio siglo después del fin de la vergonzosa segregación, el racismo es mucho más residual en EE UU, y han aumentado las oportunidades y el acceso de afroamericanos a cargos de responsabilidad -basta recordar la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca-, pero las desigualdades socioeconómicas entre blancos y negros se han disparado, lo que ha enquistado una discriminación más sutil pero aún muy determinante.
La educación, como etapa inicial en la vida, es sin duda el eslabón más definitorio. Las estadísticas revelan que, pese a que se ha expandido el acceso a la formación, los estudiantes negros y latinos siguen en desventaja respecto a los blancos en los factores que determinan su desarrollo educativo. Y, por ende, condicionan enormemente sus oportunidades de progreso a lo largo de la vida: es más probable que reciban una enseñanza de peor calidad, sean más castigados y abandonen sus estudios. Y por ello, gozan de menos opciones que los blancos de acceder a la universidad y aún menos a las de mayor prestigio.
Ayana, de hecho, dice haber notado sobre todo el peso racial en los procesos de aplicación a universidades. En las colmadas mayoritariamente por estudiantes blancos, como Georgetown o Maryland, no fue aceptada, mientras sí lo fue en Howard, el templo educativo afroamericano por excelencia en EE UU. La joven lo achaca a las cuotas por raza que fijan las instituciones más prestigiosas y lamenta que el proceso no se base únicamente en la cualificación académica. "Lo hace mucho más difícil", se queja a las puertas de su facultad.
Las cifras le dan la razón. Según un informe de 2013, solo un 7% de los estudiantes de primer año en las mejores 468 universidades de EE UU eran negros en comparación con el 75% de blancos. En consecuencia, la proporción de alumnos pertenecientes a minorías es mucho mayor en las universidades de menos reputación. "Más negros e hispanos están yendo a la universidad pero a una ratio más baja que los blancos y con grandes diferencias en el tipo de instituciones", apunta por teléfono Joseph Yeado, analista de Education Trust, una organización en defensa de la igualdad educativa.
Así, mientras en 1975 la probabilidad de que un ciudadano de color fuese licenciado universitario era del 11%, en 2013 fue del 20%; mientras la de los latinos ha pasado del 9% al 16%, según datos de esta organización con sede en Washington. Pero, a su vez, la de los blancos también ha aumentado en ese periodo -del 24% al 40%-, lo que mantiene la amplia brecha.
Fuera del ámbito universitario, Ayana niega, sin embargo, que la raza influyera en su educación escolar aunque admite que depende mucho del entorno económico. Algo en lo que coincide Philip, un estudiante de tercer año de Economía en Howard, que critica que "se tienda a hacer un prototipo uniforme" de los afroamericanos.
Los expertos comparten esa tesis pero avisan de que, pese a que las disparidades socioeconómicas afectan profundamente, el papel de las escuelas y la planificación gubernamental también resultan primordiales. "Hay factores no escolares, como que es más probable que los estudiantes de color crezcan en un ambiente de pobreza y tengan menos acceso a sanidad y a una buena alimentación, así como apoyo familiar. Pero las escuelas pueden hacer mucho, pues el sistema empeora las diferencias", sostiene Natasha Ushomirsky, también de Education Trust.
En este sentido, critica que los niños negros e hispanos tiendan a tener profesores nuevos y poco especializados, lo que lastra su aprendizaje. Por ejemplo, una cuarta parte de las escuelas de 14 a 18 años con mayor porcentaje de alumnos de minorías no ofrecen clases avanzadas de matemáticas, según un estudio del Departamento de Educación. Pero, paradójicamente, en algunos colegios los niños de bajos recursos obtienen mejores notas que los más acaudalados por la misma asignatura, lo que es un "gran problema" porque significa que se les exige mucho menos. Y eso no ayuda en nada a acortar la brecha. De hecho, Obama recordó en febrero, en la presentación de un plan para mejorar la capacidad académica de los afroamericanos, que el 86% de los niños negros de 10 años y el 82% de los hispanos leen por debajo del nivel adecuado para su edad, en comparación con el 58% de los blancos.
A la baja preparación académica se le une el hecho de que los estudiantes negros suelan ser castigados con mayor severidad. Según Educación, pese a que los alumnos negros tienen un peso del 16% en las escuelas públicas, suponen el 27% de los remitidos a las autoridades policiales y el 31% de los detenidos en los centros. Unos expedientes policiales que luego merman sus oportunidades laborales. Y en este círculo perverso, todo ello conduce a un mayor abandono escolar. "¿Por qué los estudiantes latinos abandonan la escuela cuatro veces más que los blancos, y los negros dos veces más?", preguntó Yuji Iwasawa, uno de los miembros del Comité de la ONU en las recientes sesiones. A lo que la delegación estadounidense replicó destacando los "esfuerzos" para combatir la disparidad y la mejora -muy ligera- en las cifras, y abogando porque los alumnos no sean enviados a sus casas por faltas menores.
En el ámbito universitario, la brecha de abandono es aún más acentuada para los negros. En las carreras de cuatro años, se estima que es del 37% en blancos, 48% en hispanos y 60% en negros. Además, cuanto más bajo es el nivel del centro, mayor es el abandono. El experto Yeado lo atribuye a dos factores interrelacionados: el menor bagaje académico con el que suelen empezar la universidades y sus aprietos económicos. Los alumnos de bajos recursos tienden a tener que tomar clases de refuerzo, que les suponen un coste extra y que, por tanto, hace que tengan menos dinero -procedente en parte de las ayudas públicas que reciben- para pagar el resto de asignaturas regulares. En paralelo, esto provoca que avancen más lentamente durante la carrera, por lo que se pueden desmotivar y optar a la postre por abandonar.
"Los estudiantes de bajos ingresos y de color sufren una combinación de factores que desatan la tormenta perfecta", lamenta. Por ello, insta a la Administración a aumentar la dotación de ayudas y a los alumnos que necesitan más dinero a optar únicamente a préstamos del Gobierno porque ofrecen mejores condiciones que los de los bancos, y se ha demostrado que cuantos más préstamos piden para poder pagar las asignaturas menos posibilidades tienen de completar la carrera. En resumen, la clave, insisten los expertos, consiste en poner el foco en las barreras que enquistan la disparidad racial, pero medio siglo después del fin de la segregación el avance es desesperadamente lento.

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