Los nuevos cristales rotos de España
Tras ser admirados durante décadas, desde fuera se preguntan cómo este país ha podido perder su ímpetu.
El desánimo ciudadano y la falta de visión de las élites dificultan la salida de la crisis
La imagen que nos viene de fuera es la de España como un espejo roto. H. M. Enzensberger publicó en otoño de 1985 una serie en EL PAÍS titulada Cristales rotos de España. Ahora España misma es un espejo roto. Desde 2009, este es un país cuyo pesimismo apabulla. Un reportaje del The New York Times, en el que aparecía gente buscando comida en la basura, causó pavor... aquí. Otros periódicos prestigiosos se juntaron en el espejo que no queremos ver.
Pero esa imagen se ha ido construyendo a pesar de los esfuerzos oficiales por lavarla, a pesar de la selección de fútbol y otros triunfos deportivos, a pesar de que el Museo del Prado sigue en su sitio y que no hay manera de tapar el sol, que atrae al turismo, el único renglón, casi, que funciona de pleno en una economía que declina, entre otros vocablos terribles, el término desahucio.
He preguntado a personas que conocen bien España. Al final de sus respuestas, el escritor, William Chislett, que fue corresponsal en Madrid del diario Financial Times y reside en este país, añadió una nota: “Todo esto es muy triste para alguien que ha hecho su casa en España”. Chislett es investigador asociado del Instituto Elcano. Estuvo aquí, como ayudante de Harry Debelius, el corresponsal de The Times, entre 1974 y 1978, cubriendo el periodo de la Transición. Ha escrito siete libros sobre España y pronto saldrá en Oxford University Press su último volumen. Él cree que “la imagen de España fuera del país se ha deteriorado mucho en los últimos años, pero no tanto como aparece en la crónica absurda publicada en la portada del NYT. Este tipo de crónica se puede escribir sobre cualquier país, empezando por mi país, Inglaterra. Creo que a pesar de tantas cosas negativas y de la profunda crisis sigue habiendo una brecha entre la realidad del país y su imagen, incluso durante las vacas gordas”.
Chislett tiene esta reflexión sobre el origen del abismo: “La locura de la burbuja inmobiliaria (y algunos aeropuertos), que era, para mí al menos, como el título de una novela de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada. La única incógnita era cuándo iba a ocurrir”. El investigador cree que la crisis en España se produjo más por razones domésticas que por cuestiones externas, y entre esas razones él enumera “la pésima gestión” de las cajas de ahorros, “la falta absoluta, en toda la clase política, de una visión a largo plazo, cómo se iba a reemplazar el sector inmobiliario cuando este se hundió, la crispación entre el PP y el PSOE (mucho más de lo normal entre el partido del Gobierno y el partido de la oposición)”.
Los mecanismos de control y el equilibrio de poderes tampoco se han puesto en marcha. Se ha deteriorado la educación, hasta el punto de que “un modelo productivo basado en el conocimiento” se ha convertido “en un sueño en España”. A todo ello él añade “que nadie en este país acepta sus responsabilidades, todos son víctimas, nadie es culpable”. La judicatura está politizada “y funciona al ritmo de un caracol: no conozco otro país que tenga jueces conservadores y progresistas”... Tras decir esto, Chislett añadió aquella frase: “Todo esto es triste...”.
Hace dos años, el escritor, diplomático y traductor sueco Peter Landelius publicó su libro Europa y el águila (Thomson Reuters. Cuadernos Civitas). A partir de ahí articula su visión de nuestra actual crisis. Lo hace desde Chile, donde vive ahora. “Tuve el privilegio de vivir en España durante la movida de los años ochenta... Desde entonces he vivido en países de América Latina, salvo unos añitos en la cancillería sueca y un sabático en Harvard”. Sigue en contacto.
Él cree que la crisis no se originó aquí; “surgió en el sector financiero y comenzó en Estados Unidos”, cuya economía fue manejada “irresponsablemente” durante mucho tiempo. “Los Gobiernos españoles tenían sus cuentas razonablemente en orden, pero Zapatero no vio venir la crisis bancaria, causada por la combinación de tres factores coincidentes: la crisis financiera de la banca global, el boom de la construcción y la estructura anticuada de las cajas”.
El espejo latinoamericano funciona. “Los latinoamericanos han vivido crisis peores y varios de ellos ahora están mucho mejor... Sin embargo, no creo que los españoles tengan mucho que aprender de ellos. Sus crisis también tuvieron causas externas en su momento (Asia), pero surgieron principalmente de un manejo desastroso de las finanzas públicas y de la economía política. Sin duda, el crecimiento actual tiene algo que ver con una política más responsable (los casos de Chile o Brasil), pero sobre todo proviene de la demanda externa de materias primas (véase Perú, Brasil, Chile, Colombia, Bolivia) o productos industriales (México y Brasil)”.
¿Qué hacer? “Cuando la economía anda bien, los Gobiernos nos aseguran que es gracias a ellos. Cuando anda mal, tratan de evitar la responsabilidad”, señala Landelius. Y añade: “El problema es que los Gobiernos no tienen los instrumentos adecuados para convivir con una economía globalizada. Y es porque no quieren buscarlos de la única forma factible: cooperando con otros Gobiernos. España ya no es el problema, pero Europa sigue siendo la solución. Lo veía la generación de Felipe González, Olof Palme y Willy Brandt. ¿Qué cantan los poetas europeos de ahora?”.
Eso, ¿qué cantan? ¿Y qué cantan los políticos españoles? Lo dice Sami Nair, politólogo que ejerce en Francia, autor, europeo confeso y practicante, y visitante asiduo de universidades y foros españoles: “La característica fundamental ahora en España es la pérdida de orientación, la falta de visión de las élites dirigentes, una verdadera desbandada. El problema de España no es el pueblo, sino sus grupos dirigentes, impotentes frente a los retos de la crisis. El último en realidad que tenía una visión era Felipe González, pero ahora está paralizado, como Gulliver, por los enanos... Saldrá España de esta crisis radicalmente modificada, probablemente muy alterada. El sueño de los últimos 20 años (un desarrollo sin paliativos) va a desaparecer y la ciudadanía tendrá que entender que el país no es rico, que ha de trabajar más, racionalizar los recursos, luchar para poder contar en el conjunto de las naciones europeas. También tendrá que solucionar definitivamente el tema de las comunidades, totalmente irrelevante en su concepto actual. No se puede vivir sin un concepto compartido del interés general”.
¿Y qué energía tendríamos que usar para propulsarnos otra vez? Nair exclama: “¡La unidad, la unidad y la unidad del país! Nadie perdonará a España su debilidad en el conjunto europeo. Europa no es una reunión de hermanos, es un campo de batalla. Quien pierde el sentido del interés de su país está muerto. Hay que aprovechar la crisis para modernizar las relaciones sociales, refundar un nuevo Estado social, basado en la producción nacional, no en la buena voluntad de Europa”. Sami Nair cree que “la actual política de austeridad es contraproducente pues no viene acompañada con una estrategia nacional de relanzamiento, y eso es porque el Gobierno no quiere tocar el poder sagrado de las élites financieras españolas”. “Los partidos políticos deben rejuvenecerse y abrir camino a la nueva generación, menos involucrada en la idea de que Europa es la solución para todo... Si tuviera que dar un consejo a mi querida patria española de acogida diría: ¡Abrir los ojos!”.
Con los ojos muy abiertos, en el centro del huracán europeo, está Cristina Gallach. Desde su observatorio como responsable de las Relaciones Públicas del Consejo de la Unión Europea dice lo que ve: “Estamos mal si juzgo por la gran cantidad de jóvenes excelentemente formados que vienen a Bruselas buscando trabajo u oportunidades aunque sea solo a través de prácticas... Y cuando los ves sientes que están verdaderamente agobiados y consideran que en España no tienen posibilidades. Es posible que la memoria sea a veces muy corta, pero mi impresión es que el factor exterior, es decir, la salida al extranjero, se da mucho más ahora que en otras crisis, gracias al mercado único, al hecho de que Europa es más cercana que antes. Los jóvenes han viajado más. Muchos han estudiado fuera y por tanto no tienen tantos reparos en plantearse la salida”.
Ella ve la situación “con grandísima inquietud, desazón y frustración. Hemos pasado de ser un modelo de lo bueno a ser un modelo de lo malo”. ¿Y cómo salir del atolladero, con qué energía? “De la energía que dan a la sociedad las cosas, muchas, que sí salen bien. Ayer mismo dos jóvenes empresarias españolas recibieron un premio en Bruselas por su empresa agrícola en expansión y pionera en técnicas medioambientales. Unas mujeres de primera. Estos casos dan una energía positiva a la sociedad en su conjunto”.
Jorge Fernández Díaz, el escritor argentino que acaba de publicar en España Las mujeres más solas del mundo (Clave Intelectual), es subdirector de La Nación de Buenos Aires y vio aquí este panorama: “He visto a los españoles en un estado de tristeza que no les conocía. Están aprendiendo dolorosamente que la economía no es una línea ascendente de progreso constante. Como esta es la primera vez que en tantos años los golpea la crisis, los españoles parecen en estado de shock. Nosotros, los argentinos, somos expertos en catástrofes: puede haber virtud en eso, puesto que denuncia nuestra lamentable forma de gestionar y administrar. Pero la situación nos templó. La crisis pasará, y todo esto de ninguna manera invalida los progresos políticos, institucionales y económicos que tuvo España en las tres últimas décadas”. O sea que lo que ocurre no es nada comparado a lo que pasaron ustedes... “Sería fácil decir que España vive un símil de 2001 de la Argentina. Solo que no sería cierto ni justo. España tiene una recesión y la Argentina tuvo un crac que se llevó puesta la economía, la política y las instituciones: todavía estamos pagando esa caída abismal. Particularmente siento que España es más poderosa de lo que cree y que podría plantarse mejor frente a quienes le ordenan políticas recesivas de ajuste infinito”.
¿Alguna salida?, le pregunto al periodista colombiano Daniel Samper Pisano. Para salir hace falta “aguante, paciencia, imaginación”. “España se olvidó de ser pobre, algo que no le ha pasado a América Latina: los mejores ricos son los que no se olvidan de dónde vienen”. ¿Y qué energía usar para que se nos quite la tristeza de la que habla su colega argentino? “Una energía que los latinoamericanos aprendimos de la vieja España: la de la imaginación y el rebusque”.
Mientras tanto la calle está llena de cristales rotos. Un rayo de luz en esta visión del escritor chileno Antonio Skármeta (El cartero de Neruda): “España tiene un magnífico pueblo que practica el arte de saber vivir con espontaneidad y calidez. Su arte y literatura son magníficos en todas las áreas de la creación y son fuente de inspiración para el mundo. Son brillantes en el deporte. Sus empresarios son pujantes. Su industria es sólida.
Su democracia es estable. Su relación con América Latina, excelente. Es la patria de nuestra lengua, y por lo tanto es la patria de los latinoamericanos. Si nos aflige el momento de España, no es desde afuera. Es desde lo más íntimo. Las virtudes que he enumerado aseguran que España es bastante sólida y creativa para superar las dificultades actuales”.
“¿Un consejo? En la difícil coyuntura, frotar hasta sacarle brillo a un valor que no está de moda: solidaridad con los más vulnerables”.
Acude a la estadística: “Según los cálculos de Eurostat, de los 26 millones de parados europeos que hay en octubre de 2012, casi seis millones se encuentran en nuestro país. En la zona euro hay unos 19 millones. Es decir, que casi un tercio de los parados de la zona son españoles. Y lo malo no es solo que estemos con Grecia a la cabeza del paro, sino que, a diferencia de otros países, como los del Báltico, que han mejorado en este aspecto, se prevé que España sea el último país del euro en salir de la recesión. Por lo tanto, no parece que vayamos a crear empleo en años”.
Los argumentos: “Nuestra crisis es especialmente dura por la alta cifra de paro que estamos registrando desde hace ya años, y por dos características que la hacen insoportable: la elevadísima tasa de desempleo juvenil y los escalofriantes datos sobre el número de familias en las que ninguno de sus miembros trabaja”.
“Al dolor de estas realidades que nos caracterizan se une en el caso de España el desasosiego que producen las serias dudas que tenemos la mayoría de los ciudadanos sobre las medidas que se están tomando y cuál puede ser su eficacia”, añade. “En otros países, como Irlanda, las medidas se asumen y aceptan por lo general como correctas y no se pone en duda la política del Gobierno, lo que no significa que la sociedad no esté sufriendo”.
Los extranjeros, dice, le preguntan por la familia (“¿sigue siendo tan importante en España como factor de cohesión...?”), por la economía sumergida, por la corrupción (“se sorprenden de los niveles de corrupción en España que muestran los índices, y de la pérdida de credibilidad de los políticos”), y por si es verdad lo que The New York Times publicaba en el famoso reportaje de la gente hurgando en la basura... ¿Capital del dolor? Desde fuera, a veces, capital del estupor.
Pero esa imagen se ha ido construyendo a pesar de los esfuerzos oficiales por lavarla, a pesar de la selección de fútbol y otros triunfos deportivos, a pesar de que el Museo del Prado sigue en su sitio y que no hay manera de tapar el sol, que atrae al turismo, el único renglón, casi, que funciona de pleno en una economía que declina, entre otros vocablos terribles, el término desahucio.
He preguntado a personas que conocen bien España. Al final de sus respuestas, el escritor, William Chislett, que fue corresponsal en Madrid del diario Financial Times y reside en este país, añadió una nota: “Todo esto es muy triste para alguien que ha hecho su casa en España”. Chislett es investigador asociado del Instituto Elcano. Estuvo aquí, como ayudante de Harry Debelius, el corresponsal de The Times, entre 1974 y 1978, cubriendo el periodo de la Transición. Ha escrito siete libros sobre España y pronto saldrá en Oxford University Press su último volumen. Él cree que “la imagen de España fuera del país se ha deteriorado mucho en los últimos años, pero no tanto como aparece en la crónica absurda publicada en la portada del NYT. Este tipo de crónica se puede escribir sobre cualquier país, empezando por mi país, Inglaterra. Creo que a pesar de tantas cosas negativas y de la profunda crisis sigue habiendo una brecha entre la realidad del país y su imagen, incluso durante las vacas gordas”.
Chislett tiene esta reflexión sobre el origen del abismo: “La locura de la burbuja inmobiliaria (y algunos aeropuertos), que era, para mí al menos, como el título de una novela de García Márquez, la crónica de una muerte anunciada. La única incógnita era cuándo iba a ocurrir”. El investigador cree que la crisis en España se produjo más por razones domésticas que por cuestiones externas, y entre esas razones él enumera “la pésima gestión” de las cajas de ahorros, “la falta absoluta, en toda la clase política, de una visión a largo plazo, cómo se iba a reemplazar el sector inmobiliario cuando este se hundió, la crispación entre el PP y el PSOE (mucho más de lo normal entre el partido del Gobierno y el partido de la oposición)”.
Los mecanismos de control y el equilibrio de poderes tampoco se han puesto en marcha. Se ha deteriorado la educación, hasta el punto de que “un modelo productivo basado en el conocimiento” se ha convertido “en un sueño en España”. A todo ello él añade “que nadie en este país acepta sus responsabilidades, todos son víctimas, nadie es culpable”. La judicatura está politizada “y funciona al ritmo de un caracol: no conozco otro país que tenga jueces conservadores y progresistas”... Tras decir esto, Chislett añadió aquella frase: “Todo esto es triste...”.
Hace dos años, el escritor, diplomático y traductor sueco Peter Landelius publicó su libro Europa y el águila (Thomson Reuters. Cuadernos Civitas). A partir de ahí articula su visión de nuestra actual crisis. Lo hace desde Chile, donde vive ahora. “Tuve el privilegio de vivir en España durante la movida de los años ochenta... Desde entonces he vivido en países de América Latina, salvo unos añitos en la cancillería sueca y un sabático en Harvard”. Sigue en contacto.
Él cree que la crisis no se originó aquí; “surgió en el sector financiero y comenzó en Estados Unidos”, cuya economía fue manejada “irresponsablemente” durante mucho tiempo. “Los Gobiernos españoles tenían sus cuentas razonablemente en orden, pero Zapatero no vio venir la crisis bancaria, causada por la combinación de tres factores coincidentes: la crisis financiera de la banca global, el boom de la construcción y la estructura anticuada de las cajas”.
El espejo latinoamericano funciona. “Los latinoamericanos han vivido crisis peores y varios de ellos ahora están mucho mejor... Sin embargo, no creo que los españoles tengan mucho que aprender de ellos. Sus crisis también tuvieron causas externas en su momento (Asia), pero surgieron principalmente de un manejo desastroso de las finanzas públicas y de la economía política. Sin duda, el crecimiento actual tiene algo que ver con una política más responsable (los casos de Chile o Brasil), pero sobre todo proviene de la demanda externa de materias primas (véase Perú, Brasil, Chile, Colombia, Bolivia) o productos industriales (México y Brasil)”.
¿Qué hacer? “Cuando la economía anda bien, los Gobiernos nos aseguran que es gracias a ellos. Cuando anda mal, tratan de evitar la responsabilidad”, señala Landelius. Y añade: “El problema es que los Gobiernos no tienen los instrumentos adecuados para convivir con una economía globalizada. Y es porque no quieren buscarlos de la única forma factible: cooperando con otros Gobiernos. España ya no es el problema, pero Europa sigue siendo la solución. Lo veía la generación de Felipe González, Olof Palme y Willy Brandt. ¿Qué cantan los poetas europeos de ahora?”.
Eso, ¿qué cantan? ¿Y qué cantan los políticos españoles? Lo dice Sami Nair, politólogo que ejerce en Francia, autor, europeo confeso y practicante, y visitante asiduo de universidades y foros españoles: “La característica fundamental ahora en España es la pérdida de orientación, la falta de visión de las élites dirigentes, una verdadera desbandada. El problema de España no es el pueblo, sino sus grupos dirigentes, impotentes frente a los retos de la crisis. El último en realidad que tenía una visión era Felipe González, pero ahora está paralizado, como Gulliver, por los enanos... Saldrá España de esta crisis radicalmente modificada, probablemente muy alterada. El sueño de los últimos 20 años (un desarrollo sin paliativos) va a desaparecer y la ciudadanía tendrá que entender que el país no es rico, que ha de trabajar más, racionalizar los recursos, luchar para poder contar en el conjunto de las naciones europeas. También tendrá que solucionar definitivamente el tema de las comunidades, totalmente irrelevante en su concepto actual. No se puede vivir sin un concepto compartido del interés general”.
¿Y qué energía tendríamos que usar para propulsarnos otra vez? Nair exclama: “¡La unidad, la unidad y la unidad del país! Nadie perdonará a España su debilidad en el conjunto europeo. Europa no es una reunión de hermanos, es un campo de batalla. Quien pierde el sentido del interés de su país está muerto. Hay que aprovechar la crisis para modernizar las relaciones sociales, refundar un nuevo Estado social, basado en la producción nacional, no en la buena voluntad de Europa”. Sami Nair cree que “la actual política de austeridad es contraproducente pues no viene acompañada con una estrategia nacional de relanzamiento, y eso es porque el Gobierno no quiere tocar el poder sagrado de las élites financieras españolas”. “Los partidos políticos deben rejuvenecerse y abrir camino a la nueva generación, menos involucrada en la idea de que Europa es la solución para todo... Si tuviera que dar un consejo a mi querida patria española de acogida diría: ¡Abrir los ojos!”.
Con los ojos muy abiertos, en el centro del huracán europeo, está Cristina Gallach. Desde su observatorio como responsable de las Relaciones Públicas del Consejo de la Unión Europea dice lo que ve: “Estamos mal si juzgo por la gran cantidad de jóvenes excelentemente formados que vienen a Bruselas buscando trabajo u oportunidades aunque sea solo a través de prácticas... Y cuando los ves sientes que están verdaderamente agobiados y consideran que en España no tienen posibilidades. Es posible que la memoria sea a veces muy corta, pero mi impresión es que el factor exterior, es decir, la salida al extranjero, se da mucho más ahora que en otras crisis, gracias al mercado único, al hecho de que Europa es más cercana que antes. Los jóvenes han viajado más. Muchos han estudiado fuera y por tanto no tienen tantos reparos en plantearse la salida”.
Ella ve la situación “con grandísima inquietud, desazón y frustración. Hemos pasado de ser un modelo de lo bueno a ser un modelo de lo malo”. ¿Y cómo salir del atolladero, con qué energía? “De la energía que dan a la sociedad las cosas, muchas, que sí salen bien. Ayer mismo dos jóvenes empresarias españolas recibieron un premio en Bruselas por su empresa agrícola en expansión y pionera en técnicas medioambientales. Unas mujeres de primera. Estos casos dan una energía positiva a la sociedad en su conjunto”.
Jorge Fernández Díaz, el escritor argentino que acaba de publicar en España Las mujeres más solas del mundo (Clave Intelectual), es subdirector de La Nación de Buenos Aires y vio aquí este panorama: “He visto a los españoles en un estado de tristeza que no les conocía. Están aprendiendo dolorosamente que la economía no es una línea ascendente de progreso constante. Como esta es la primera vez que en tantos años los golpea la crisis, los españoles parecen en estado de shock. Nosotros, los argentinos, somos expertos en catástrofes: puede haber virtud en eso, puesto que denuncia nuestra lamentable forma de gestionar y administrar. Pero la situación nos templó. La crisis pasará, y todo esto de ninguna manera invalida los progresos políticos, institucionales y económicos que tuvo España en las tres últimas décadas”. O sea que lo que ocurre no es nada comparado a lo que pasaron ustedes... “Sería fácil decir que España vive un símil de 2001 de la Argentina. Solo que no sería cierto ni justo. España tiene una recesión y la Argentina tuvo un crac que se llevó puesta la economía, la política y las instituciones: todavía estamos pagando esa caída abismal. Particularmente siento que España es más poderosa de lo que cree y que podría plantarse mejor frente a quienes le ordenan políticas recesivas de ajuste infinito”.
¿Alguna salida?, le pregunto al periodista colombiano Daniel Samper Pisano. Para salir hace falta “aguante, paciencia, imaginación”. “España se olvidó de ser pobre, algo que no le ha pasado a América Latina: los mejores ricos son los que no se olvidan de dónde vienen”. ¿Y qué energía usar para que se nos quite la tristeza de la que habla su colega argentino? “Una energía que los latinoamericanos aprendimos de la vieja España: la de la imaginación y el rebusque”.
Mientras tanto la calle está llena de cristales rotos. Un rayo de luz en esta visión del escritor chileno Antonio Skármeta (El cartero de Neruda): “España tiene un magnífico pueblo que practica el arte de saber vivir con espontaneidad y calidez. Su arte y literatura son magníficos en todas las áreas de la creación y son fuente de inspiración para el mundo. Son brillantes en el deporte. Sus empresarios son pujantes. Su industria es sólida.
Su democracia es estable. Su relación con América Latina, excelente. Es la patria de nuestra lengua, y por lo tanto es la patria de los latinoamericanos. Si nos aflige el momento de España, no es desde afuera. Es desde lo más íntimo. Las virtudes que he enumerado aseguran que España es bastante sólida y creativa para superar las dificultades actuales”.
“¿Un consejo? En la difícil coyuntura, frotar hasta sacarle brillo a un valor que no está de moda: solidaridad con los más vulnerables”.
¿Debemos sentirnos como la capital del dolor?
Pilar Tena vive en Dublín, es periodista y abogada, ahora acaba de escribir un libro: Cómo sobrevivir a un despido... Fue durante 10 años subdirectora del Real Instituto Elcano, directora de la Fundación Spain’92 y ha vivido en muchas capitales. Desde Irlanda mira lo que pasa y responde esa pregunta: ¿Por qué sentirnos la capital del dolor? “Quizá porque, en lo que se refiere a esta crisis, lo somos. Junto con Grecia, claro, cuyos ciudadanos se sienten seguramente igual de mal que nosotros”.Acude a la estadística: “Según los cálculos de Eurostat, de los 26 millones de parados europeos que hay en octubre de 2012, casi seis millones se encuentran en nuestro país. En la zona euro hay unos 19 millones. Es decir, que casi un tercio de los parados de la zona son españoles. Y lo malo no es solo que estemos con Grecia a la cabeza del paro, sino que, a diferencia de otros países, como los del Báltico, que han mejorado en este aspecto, se prevé que España sea el último país del euro en salir de la recesión. Por lo tanto, no parece que vayamos a crear empleo en años”.
Los argumentos: “Nuestra crisis es especialmente dura por la alta cifra de paro que estamos registrando desde hace ya años, y por dos características que la hacen insoportable: la elevadísima tasa de desempleo juvenil y los escalofriantes datos sobre el número de familias en las que ninguno de sus miembros trabaja”.
“Al dolor de estas realidades que nos caracterizan se une en el caso de España el desasosiego que producen las serias dudas que tenemos la mayoría de los ciudadanos sobre las medidas que se están tomando y cuál puede ser su eficacia”, añade. “En otros países, como Irlanda, las medidas se asumen y aceptan por lo general como correctas y no se pone en duda la política del Gobierno, lo que no significa que la sociedad no esté sufriendo”.
Los extranjeros, dice, le preguntan por la familia (“¿sigue siendo tan importante en España como factor de cohesión...?”), por la economía sumergida, por la corrupción (“se sorprenden de los niveles de corrupción en España que muestran los índices, y de la pérdida de credibilidad de los políticos”), y por si es verdad lo que The New York Times publicaba en el famoso reportaje de la gente hurgando en la basura... ¿Capital del dolor? Desde fuera, a veces, capital del estupor.
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