jueves, 12 de agosto de 2010

VACÍOS DE PODER - VACÍOS DE PRINCIPIOS [1, 2 Y 3]



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El escenario
La pelea principal es por las candidaturas, no por las ideas
Carlos Pagni

LA NACION
Noticias de Política: Jueves 12 de agosto de 2010 | Publicado en edición impresa

Juan Bautista Alberdi afirmaba que las grandes diferencias entre los políticos no se producían porque pensaran distinto, sino porque querían lo mismo. Este es el rasgo más visible de la crisis que atraviesa el Acuerdo Cívico y Social (ACyS). El problema principal entre los socios no tiene que ver con las ideas, que aparecen poco, sino con las candidaturas. Y, como era de esperar, quien con mayor vehemencia lo expuso fue Elisa Carrió. Tiene sus motivos. Los radicales comenzaron a definir su oferta electoral sin siquiera consultarla. Ricardo Alfonsín promete lanzar su candidatura presidencial el 30 de octubre, en homenaje-cábala al triunfo de su padre en 1983. Y Julio Cobos comentó con dirigentes del partido y con un par de peronistas que piensa acelerar el paso de su proselitismo.

Carrió recordó a esos aliados que todavía está en condiciones de estropearles el sueño: es posible que las elecciones del año próximo sean muy reñidas y, por lo tanto, bastaría con que ella, navegante solitaria, obtuviera un 5 o 10% de los votos para que la UCR y el Socialismo quedaran fuera del ballottage.

La advertencia de Carrió tuvo recepciones variadas entre los radicales. Un grupo, que incluye a las autoridades del partido -Ernesto Sanz, Jesús Rodríguez- y a importantes dirigentes que respaldan a Cobos, se preguntó si no será mejor formalizar la separación y no esperar a que la diputada administre esa dinámica. Esa estrategia se basa en algunas suposiciones. La primera es que Carrió ya resolvió desvincularse y, por lo tanto, agravará con sus querellas las dudas sobre la capacidad del ACyS para gobernar. Además, estos radicales creen que la convivencia forzada hará perder más votos que los que ella pueda arrastrar en la partida, ya que -para esta visión- a Carrió le espera un declive electoral similar al de Ricardo López Murphy.

La separación deliberada de Carrió requeriría un aval unánime. Pero Alfonsín no comparte aquellas premisas. El cree que lo de Carrió es un modo -desagradable, por lo público- de ejercer presión. No una ruptura. Gerardo Morales quiere creer lo mismo. Es natural, ya que fue él el autor de la sociedad que se estaría disolviendo. Es posible que en esta lectura haya también algo de picardía: ¿por qué va a renunciar Alfonsín a que alguien tan elocuente como Carrió recorra los canales de TV denostando a sus competidores de la interna?

La incomodidad de Alfonsín
No será fácil para Alfonsín convencer a sus correligionarios o defender delante de ellos algunas conductas de su aliada. Por ejemplo, la de destacarlo a él como el único interlocutor radical. El propio "Ricardito" se incomoda con esos halagos por un motivo razonable: ¿cómo criticar a los Kirchner porque no reconocen a los partidos como interlocutores, pero admitir que Carrió clasifique entre réprobos y elegidos dentro de la UCR para avanzar en cualquier conversación? "Ya tuvimos radicales K, ¿ahora vamos a tener radicales C?", comentó un insidioso.

Alfonsín está dispuesto a reconocer que la Coalición Cívica debe sentarse en el reparto general de poder del ACyS, pero siempre y cuando se establezca un mecanismo institucional de discusión. En las próximas horas, el diputado le pedirá a Ernesto Sanz que, en calidad de presidente de la UCR, impulse una mesa de autoridades partidarias de ese acuerdo para arbitrar los conflictos en esa instancia y de manera despersonalizada. Es un desafío para Carrió, quien considera que el GEN, de Margarita Stolbizer, es una ONG y que el socialismo de Hermes Binner es un partido provincial. La corrosiva retórica de Carrió no es un factor secundario en este enredo. "Uno de los motivos por los que queremos terminar con esta historia es el hartazgo por la descalificación", comentó uno de los secesionistas, que de a poco fue engranando: "¿Usted puede creer que se pelee con Binner, que es médico anestesista?".

Carrió suele preocuparse por ese aspecto conflictivo, que le da un gran atractivo mediático, la muestra audaz y valiente, pero, a la vez, la devalúa en las encuestas emparentándola con los Kirchner. Para disimular esta propensión ha blanqueado una vieja iniciativa de acordar con Carlos Reutemann y Felipe Solá. Es decir: esta vez destruye la casa para ampliarla. El argumento es que se trata de una forma mucho más correcta de acordar con el PJ que entrando en componendas con Eduardo Duhalde o con Francisco de Narváez. Son acusaciones cifradas contra Cobos, quien conversa con esos otros dirigentes. Son también acusaciones contradictorias: ¿si al vicepresidente se le reprocha haber estado con los Kirchner, no cabe el mismo cargo para Solá o Reutemann? De todos modos, Reutemann no contestó la invitación. Solá, medita, circunspecto.

Hay un reproche de Carrió que tiene más consistencia. Es verdad que los radicales, cualquiera que sea su pelaje, prefieren un acuerdo con Binner. Por eso ayer se saturaron las comunicaciones a Santa Fe para que el gobernador aclare, como lo hizo, que sus declaraciones sobre las retenciones habían sido tergiversadas. Los socialistas proponen que el Congreso establezca topes para las retenciones, pero que el Ejecutivo fije la alícuota; lo mismo piensan los radicales. Binner despejó ante sus amigos de la UCR la incógnita mayor: sigue estando en conflicto con Kirchner.

El conflicto entre el radicalismo y Carrió es muy profundo. En el año 2007 condujo a la UCR a ir a las elecciones con un candidato peronista, Roberto Lavagna, con tal de no plegarse a ella. Sin embargo, este entuerto exhibe las debilidades principales de toda la oposición. La más evidente es que sus dirigentes carecen de un mínimo dispositivo institucional que les evite personalizar las disputas a través de los diarios. Tampoco cuentan con un árbitro, sobre todo desde que falleció Raúl Alfonsín. Pero la mayor flaqueza de quienes enfrentan al Gobierno es que su principal hipótesis es que la mala imagen de Kirchner los llevará, por inercia, al poder, relevándolos de tener una estrategia profesional y un programa inteligente para gobernar. En un pecado similar cayeron en los 90, cuando se constituyó la Alianza contra Carlos Menem. Así les fue.

La pelea principal es por las candidaturas, no por las ideas - lanacion.com

El escenarioLa pelea principal es por las candidaturas, no por las ideas

Carlos Pagni

lanacion.com | Política | Jueves 12 de agosto de 2010




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Opinión
La guerra de las elites
Eduardo Fidanza
Para LA NACION

Noticias de Opinión: Jueves 12 de agosto de 2010 | Publicado en edición impresa

La incesante disputa entre sectores configura nuestra actualidad. No son el hombre y la mujer comunes los que están involucrados en ella; no vemos desmanes en la calle ni peleas entre ciudadanos. El delito agrede a la gente, pero la gente no se agrede entre sí. Son los más altos dirigentes, en distintas esferas, los que se enfrentan, sometiendo y condicionando al resto de la sociedad.

La guerra perpetua de las elites es una marca de nuestra historia, aunque no necesariamente un signo de decadencia. Los métodos se fueron civilizando. Si consideramos la violencia del siglo XIX durante las luchas que siguieron a la Independencia y, después, en el siglo pasado, el enfrentamiento entre civiles y militares, y al cabo el terrorismo de Estado, concluiremos en que la contienda actual excluye la violencia, lo que es un logro y una paradoja.

La paradoja consiste en que, habiendo alcanzado el respeto de la integridad física del otro, las elites desechen el reconocimiento de sus intereses y puntos de vista. Esa actitud no es un defecto exclusivo del gobierno de los Kirchner, como algunos simplifican, aunque sea éste el principal promotor de la intolerancia. El conflicto sobre la propiedad y función de los medios, la dialéctica del oficialismo y la oposición, el nuevo round entre la Sociedad Rural y el Gobierno, expresan, en distintos planos, la amplitud del fenómeno.

La controversia de las elites tampoco es un mero ejercicio retórico. El cruce de chicanas que deleita a los medios constituye apenas la apariencia. Su naturaleza es otra: se trata de una batalla por el poder económico y simbólico en la que se usan distintos métodos y mañas que, la mayor parte de las veces, permanecen disimulados.

Si bien no es novedoso lo que nos ocurre, acaso sí lo es el modo en que ocurre. La ciencia social enseña que la acción humana es impulsada por intereses materiales e ideales en una sociedad estratificada en clases económicas y estamentos. Bajo tales condiciones se construye el sistema de poder. En el curso de esa construcción se suscitan los conflictos. Ellos adquieren a veces la forma de una contienda hegemónica, cuyo objetivo es el dominio político, económico y cultural de una fracción sobre el resto; en otras ocasiones, es un debate democrático en torno al reparto relativamente equitativo del poder y la influencia.

Según aprendimos y constatamos, el combate que libran las elites argentinas es por la hegemonía. Y su persistencia no se origina en un capricho neurótico, sino que expresa una fuerte concentración de actores y un encadenamiento de empates en la cima del poder, como lo han señalado sociólogos e historiadores.

Esta querella se potencia ahora bajo nuevas circunstancias. Innovaciones tecnológicas y productivas y una ventajosa inserción en el comercio internacional transforman al país. Surgen nuevos actores políticos y económicos. La estructura del poder está mutando.

Este cambio ocurre en una época de anomia global. La fragmentación del poder mundial, el surgimiento exponencial de China y otras naciones, la caída de las certezas de la teoría económica, configuran un nuevo escenario controversial y poco previsible que no se deja atrapar con facilidad por ninguna teoría.

El matrimonio Kirchner alcanzó la cima bajo condiciones económicas excepcionalmente favorables en un mundo anómico. No es un detalle menor. Administra, por primera vez en muchos años, un Estado con fuerte capacidad de acumulación y dispone de un relato impensable hace apenas una década. Gobierna con ventajas inéditas y las potencia con políticas expansivas. Dispone de un amplio margen para la transgresión y la irresponsabilidad.

Debe observarse, sin embargo, que los Kirchner luchan por la hegemonía con herramientas desconcertantes: retórica popular, algunas políticas progresistas, cierto cuidado de las cuentas fiscales, desinterés republicano, transparencia electoral, manejo discrecional de recursos, planes sociales, concentración de las decisiones y astucia. Además, abrevan en la discusión académica mundial posterior al consenso de Washington. Basta leer a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, y a los premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros, para comprobar que el discurso y determinadas decisiones de este gobierno no son excentricidades.

A pesar de eso, los Kirchner carecen de visión. Desaprovechan los aportes para diseñar un país mejor. Antes, quieren retener y aumentar el poder. Apuestan a lograrlo con una economía desbocada y contradictoria, de improbable sustentabilidad: consumo y salarios altos, inflación, empleo, inversión insuficiente, avances sobre la propiedad privada. En paralelo, adulteran estadísticas, rescriben la historia, politizan los derechos humanos, capturan voluntades, descalifican a la oposición, dividen la sociedad. Esa es la lógica que los rige.

Sin embargo, ellos son apenas un síntoma de la cultura hegemónica de las elites argentinas. Muchos empresarios anhelan la dorada época de Menem, cuando imponían las reglas del juego que el Estado renunciaba a fijar. Otros se aferran a subsidios y aranceles para tapar la ineficiencia o se ponen en la cola de los amigos del poder. La vieja guardia sindical protege e incrementa sus cajas y negocios. Los popes de la Iglesia pretenden legislar sobre las costumbres y si fracasan denuncian una conspiración diabólica.

¿Qué papel cumplen los intelectuales en este juego de poder? Antes de contestar, recordemos el rol que Max Weber les asignó luego de examinar la historia de la civilización: ellos son los que sistematizan y tornan inteligibles las visiones del mundo. Proveen legitimaciones a las fuerzas sociales que disputan en torno a lo que se considera la verdad y el bien.

Es significativo el papel de los intelectuales en la confrontación actual de las elites. Al principio, los Kirchner afirmaron que venían a repolitizar la esfera pública. Si eso suponía mejorar la política, es evidente que fracasaron. Debe reconocerse, sin embargo, que en estos años se incrementó el debate político y que en él participan intelectuales notables y múltiples actores a través de la prensa y los medios digitales. El núcleo de la polémica pasa por si el actual gobierno defiende los intereses populares mejor que sus antecesores de las últimas décadas.

Se discute sobre medios y fines. Unos atribuyen a los Kirchner el enfrentamiento con el poder económico y haber rescatado las luchas populares, mientras minimizan la corrupción, el autoritarismo y las alianzas con lo peor de la política. Los otros dudan de esos propósitos y cuestionan las prácticas reñidas con la democracia y el mercado. Guardando las distancias, este debate recuerda al que provocó por años la Revolución Cubana: ¿la justicia social justifica lo abusos o los abusos invalidan la justicia social? En nuestro caso ni siquiera podemos saberlo: la falsificación de las estadísticas rompió el patrón para determinar si se reparte mejor la riqueza.

Pero hay otro factor, sin duda crucial, que atraviesa esta polémica. Es el peronismo, al que John William Cooke definió, punzante, como el hecho maldito del país burgués. El peronismo vuelve a enceguecer y apasionar como hace sesenta años. Se lo ataca y se lo defiende con ahínco e irracionalidad. En los extremos, el antiperonismo lo trata como el principal responsable de la decadencia del país. El peronismo recalcitrante responde que la culpa es de la oligarquía.

En el debate no saldado acerca del significado de la nación argentina, en el desinterés por encontrar "la piedra angular de nuestras verdades contradictorias" (la bella frase es de Saint-Exupéry), se escurren las oportunidades de este país. Estoy convencido de que la mayor parte de los empresarios, sindicalistas, intelectuales, periodistas, religiosos y políticos desecha la guerra perpetua del poder. Pero por ahora los que la llevan adelante corren con ventaja e imponen sus condiciones.

Ante esta realidad, resulta útil recordar una observación del sociólogo francés Pierre Bourdieu, que se interesó por los debates sociales en torno a la verdad, refiriéndose a ellos como una sucesión de cegueras e iluminaciones. La sugerencia de Bourdieu es tomar como objeto de análisis las luchas por el poder, en lugar de caer en ellas, y denunciar "la representación populista del pueblo, que no engaña más que a sus autores, y la representación elitista de las elites, hecha para engañar tanto a los que pertenecen a ellas como a los que están excluidos".

Quizá reflexiones como ésta sirvan para una discusión honesta que considere el punto de vista y los intereses del adversario o del ocasional competidor. Necesitamos un debate democrático, no uno hegemónico. Es preciso eludir la trampa que le tienden a la sociedad los que se creen dueños de su destino. © LA NACION

El autor es sociólogo y director de Poliarquía Consultores

OpiniónLa guerra de las elites

Eduardo Fidanza

lanacion.com | Opinión | Jueves 12 de agosto de 2010



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el dispreciau dice: ARGENTINA enfrenta un 2011 sin "capacidades" para abordar la conducción política del poder y este no es un tema menor. En esta extraña sopa de incoherencias pocos son los que quedan con posibilidad individual genuina de ir por una elección nacional, sin embargo adolecen de un mismo inconventiente: ellos son, pero sus equipos no son o no los hay. Binner y Alfonsín son reconocidos socialmente, uno por su capacidad para construir estado (Rosario primero y Santa Fé más tarde, son buenos ejemplos), el otro por ser hijo de (lo cual no lo desmerece en lo absoluto, aún a pesar de que se lo reconoce como hijo de... algo que hizo otro). En dicho conjunto, muy a pesar a de los olvidados y los no atendidos y los no escuchados, aparece el Ex-Presidente Kichner y su esposa la actual presidente Cristina Fernández, quienes luchan para enfrentar las incoherencias que les aportan y a la vez se nutren de sus propias deficiencias y miopías. Indudablemente los Argentinos no hemos aprendido nada de la década infame de los noventa y todo lo que restó el curso de dicha gestión atroz... y así siguió una "alianza" tan infame como la década anterior, siendo seguido por el mentor de la tragedia que luego se erigió como paladín de la democracia, esa misma que el ayudó a destruir, para luego apoderarse de los esfuerzos de las gentes. Y así llegó Kichner al poder, que pintó bien pero se fue transformando en algo que en lo personal no logro definir (es mi problema, lo sé). Por momentos aporta algunos conejos que saca de su galera, al tiempo que en otros momentos se transforma en una lobo hambriento que depreda cuanta cosa se le cruza. El resto de la oposición, incluyendo en ello partidos políticos, tienen un factor común que los caracteriza: ninguno tiene un proyecto cierto de país (bueno o malo, no interesa). No tienen una idea de gestión y mucho menos una planificación del país que se pretende, de allí que las cámaras de legisladores sean un rejuntadero de gatos impresentables donde los personalismos afloran contra todo y contra todos, siempre escudados en argumentos falaces. Este gobierno produce alergias a muchos, enseña un estilo peculiar que los argentinos deberíamos olvidar y sepultar. Tiene un equipo de funcionarios que lo acompañan haciendo alarde de la destrucción del oponente, sin entender que muchas veces ese mismo oponente llega con las mejores intenciones a tratar de compartir un concepto. La Presidente tiene afinidades con Binner y otras tantas con Alfonsín, lo cual aparece como una buena señal. Con los demás no puede haber afinidades porque cualquiera de los tres carecen de interlocutores válidos en el otro lado. Y mucha responsabilidad tienen los medios de que esto sea así, ya que desde hace al menos dos décadas no sólo no construyen opinión sino que aportan cada día para arrasar con la del soberano, al que luego le venden diarios y espacios... A un paso del 2011 nadie dice qué sigue como idea de país, más allá del sillón y la consecuente foto, medalla y beso... el paisaje es impresentable y desolador. Ante tal circunstancia esta trilogía de personajes políticos (Fernández [Kichner] + Binner + Alfonsín) deberían entrelazar sus capacidades (que las tienen) para tejer un nuevo modelo país y de gestión. Ha quedado demostrado que los fantasmas no le sirven a la Argentina y que por lo tanto esos mismos fantasmas deben consumirse en el propio fuego de sus vanidades. También ha quedado demostrado que el PRO es un artilugio mentiroso de trasladar el drama de Boca Jr. a la sociedad, haciendo nada pero haciendo creer que es mucho, y sus resultados están a la vista... en un lapso cierto de gestión (3 años?) no han hecho nada más que hablar y argumentar con falacias para luego atropellar, acrecentando el gasto público para no lograr nada, curioso. Argentina necesita de ideas y voluntades en unión. No se puede gobernar en contra de la sociedad ni tampoco hacerlo omitiendo las necesidades y los reclamos que se suman por años. Tampoco es cuestión de ahogar a la sociedad argentina en obras públicas ya que antes de ello se requiere construir la trilogía de la dignidad (cuidado que esto está registrado): trabajo + educación + salud. Proyectando dicho esquema en el tiempo, para optimizarlo, darle forma, adaptarlo, y hacer que sea esencialmente inclusivo... no como hoy, donde la mentira excluye. En conjunto, estas tres personas que tienen nombre y apellido, como así también ejercen diferentes focos de poder con mejor o peor éxito, pueden delinear una nueva manera de pensar la política, una que tome distancia de los vacíos de poder engendrados intencionalmente para inducir zozobra y apoderarse de las voluntades y las dignidades sociales para luego vestirlas de pobrezas... las manzaneras son parte de nuestro nefasto pasado cercano y revitalizar esas imágenes patéticas no es más que negar el futuro. Agosto 12, 2010.-

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