La gran mudanza a Atenas
Miles de refugiados varados en Grecia, hartos de los campos y las islas, se están trasladando a la capital. El Ayuntamiento avisa de que no tiene medios para integrarlos y advierte de la tensión social que se vive
Atenas
Inmigrantes y refugiados de distintas nacionalidades acuden a clase de inglés en el Centro Multifuncional de Cruz Roja en Atenas. ÁNGEL LÓPEZ SOTO
Tres meses fue lo que aguantó Ahmed Alwakkil en el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos. “Aquello está mal. Está desbordado, la gente de la isla no nos quiere allí, no hay oportunidad de hacer nada…”, cuenta Ahmed, nacido en Damasco, 20 años. Lo hace en un viejo sofá de un apartamento de Atenas que comparte con otros jóvenes refugiados.
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De la capital siria huyó hace dos años para evitar ser reclutado. Formó parte de la gran oleada de refugiados que zarparon en endebles embarcaciones desde Turquía. Su idea, como la de casi todos aquellos que escapaban, era utilizar Grecia como punto de salida a Alemania o Reino Unido. Pero el cierre de fronteras quebró sus planes. “Me he quedado atascado aquí, en Grecia”, dice. Después se queda pensando, se acaricia la cuidada barba que luce. “A veces paras y piensas: ¿Cómo me ha pasado esto? Yo tenía mi trabajo en Damasco, vivía feliz con mi familia… Hace tres años ni siquiera sabía lo que era Grecia”. Ahmed sonríe. Después se queda en silencio.
Cuando salió del campo, Ahmed se trasladó a Atenas. “Me instalé en una plaza del centro donde vivían otros refugiados. Unos voluntarios nos daban sacos de dormir y yo dedicaba el día a buscar trabajo. Pero no sabía inglés ni griego, así que no encontraba nada. Era feliz, eso sí. Cualquier cosa que fuera no estar en el campo era buena”.
Milad Ghobadi también huyó —en su caso de Irán, su país natal— y también aterrizó en un campo griego, el de Eleonas, muy cerca de Atenas. Aguantó seis meses. “Estar mucho tiempo en un campo es imposible. Caes en depresión”, explica este joven de 25 años en cuyo móvil todavía guarda sus fotos esquiando en Irán o paseando en su coche deportivo. “La gente en Europa no imagina que nosotros teníamos vidas parecidas a las suyas. Que pasamos de una vida normal a estar aquí, sin nada”.
Milad cree que en Grecia se vive una suerte de cuenta atrás. “Para mí es un hecho que todo el mundo va a irse de los campos, a buscarse la vida en Atenas. En los campos la gente no hace nada, no produce, no trabaja… Solo duermes y comes”. Opina lo mismo Ahmed: “No hay nada para nosotros allí. No te asesoran, no te ayudan a encontrar empleo… Es lógico que la gente se vaya”.
Está ocurriendo y el Gobierno griego, junto a organizaciones como la Cruz Roja —organizadora de esta visita— lo está advirtiendo: los aproximadamente 60.000 refugiados que se han quedado en Grecia (del casi millón que llegaron entre 2015 y 2016) se han hartado de los campos y han puesto su mirada en Atenas. Una ciudad todavía herida por la crisis y que, dicen sus gobernantes, no puede asumir la enorme mudanza que se les viene encima.
Atascados
El 20 de marzo de 2016 entró en vigor el acuerdo UE-Turquía por el cual se cerraba la ruta desde la costa turca a las islas griegas. En los días posteriores, como fichas de dominó que caen, las fronteras internas del viejo continente también se sellaron: Macedonia, Bulgaria y Albania cerraron los pasos a lo refugiados que querían continuar su trayecto rumbo a, sobre todo, Alemania. Miles de ellos se quedaron varados en Grecia.
Los 70 campos que Cruz Roja gestionaba en el país se atestaron. Ya no eran lugares de tránsito, los refugiados se vieron obligados a asumir que, de forma indefinida, aquel era su nuevo hogar. El pasado mes de marzo la gestión de los campos pasó de Cruz Roja al Gobierno griego, algo que ha enfadado —todavía más— a los migrantes. “Antes las condiciones eran buenas, teníamos atención médica constante. Ahora todo falla, estamos más abandonados”. Lo dice Ahmad Al Rashid, kurdo de 34 años que, desde hace dos años, vive en el campo de Ritsona, a unos 60 kilómetros de Atenas.
Ahmad y su familia sirven té en el contenedor industrial que han convertido en su hogar. Conviven con otras 700 personas en un lugar sin nada alrededor: a Ritsona se llega después de abandonar la autopista y atravesar un camino escoltado por viejas fábricas y un cementerio de neumáticos.
En la entrada del campo, junto a los primeros contenedores, un numeroso grupo de personas esperan sentadas sobre maletas y bolsas. Son recién llegados. Una mujer kurda acaba de dejar atrás la isla de Lesbos. “Es irrespirable lo que está pasando allí. Hay peleas y mucha tensión. La gente necesita una salida a esto”, cuenta con la condición de mantener su anonimato. El propio campo de Ritsona, tal y como explica uno de sus gestores de la OIM, está “al límite de su capacidad. Cada día hay llegadas. Y esperamos cada vez más”.
Abdul, el nombre ficticio de un chaval sirio que vive en la zona de protección para menores del campo, resume la situación mientras intenta sacarle unos acordes a una vieja guitarra: “Todos mis amigos se han ido ya a Atenas. Para la gente esto es un tránsito y no van a aguantar mucho”.
El problema, el gran problema, es que esta transición desde los campos a las calles de Atenas no cuenta con los medios ni del Gobierno griego ni del Ayuntamiento de Atenas. Las ONG del país insisten desde hace meses en la puesta en marcha de un Plan de Integración Urbana , pero es Cruz Roja, de momento, quien está llevando el peso de este traslado a gran escala.
Decenas de familias caen cada día en la capital griega sin saber a dónde acudir. Muchas de ellas se instalan de forma provisional en plazas o parques. “El riesgo es mayor cuando los recién llegados a la ciudad son jóvenes no acompañados”, explica Natalia Pelaz, de la ONG Holes in the Borders, una pequeña organización dedicada a sacar a chavales refugiados de las calles atenienses y darles una oportunidad. “No hablan el idioma, no tiene medios… Así que nos hemos encontrado a muchos que comienzan a trapichear, a unirse a las mafias de tráfico de personas y hasta a prostituirse”.
Un paseo por el centro de Atenas permite detectar el escenario. En la plaza Victoria decenas de jóvenes ven el día pasar sentados en los bancos, con sacos de dormir amontonados y el futuro muy lejos de allí. Según Cruz Roja, aproximadamente 24.000 refugiados están ya instalados en la ciudad.
Milad, refugiado iraní, cree que en Grecia se vive una suerte de cuenta atrás. “Estar mucho tiempo en un campo es imposible. Caes en depresión”
Toren Dara se vio en esta situación de desamparo cuando en un campo cercano a Salónica le dijeron que no había más plazas. “Cogí un tren con mi mujer y mi hija de cuatro meses y nos fuimos a Atenas”, cuenta este sirio de 37 años. “Las primeras siete noches dormimos en un parque. Íbamos a cafeterías a coger agua caliente. Comíamos sándwiches. Pero a nuestra bebé le dio una alergia, se le llenó la cara de granitos, se puso mal y…”. Toren se señala la cara, guarda silencio y después llora. “Ella es mi fuerza… yo cruzo Europa entera por ella”, añade secándose las lágrimas.
Toren vive ahora con un amigo kurdo en un apartamento alquilado. Busca trabajo y emplea las mañanas en aprender griego e inglés en el Centro Multifuncional de Cruz Roja. Un lugar que, por momentos, se torna en oasis para los refugiados llegados a la gran ciudad. “En medio del estrés, de encontrarse en un sitio en el que ni siquiera entienden a los que les rodean, el tráfico, la falta de un hogar… este sitio representa muchas veces una pausa, un momento de calma para ellos. Saben que pueden venir aquí a desconectar un rato”, explica Iria Folgueira, portavoz de Cruz Roja España en Grecia. Para un refugiado, llegar a una ciudad de 4 millones de habitantes es llegar a territorio hostil.
“No podemos con esto”
En una enorme mesa de un enorme salón del Ayuntamiento de Atenas, Lefteris Papagiannakis, vicealcalde para Asuntos de Migración de Atenas y sin afiliación a ningún partido (aunque situado en la izquierda, como toda la coalición que gobierna hoy la ciudad), nos recibe con americana y zapatillas deportivas. Su discurso no es un discurso al uso político. Es directo en el mensaje: “Grecia es un país de llegada a la fuerza: ni los refugiados quieren estar aquí ni Grecia tiene medios para acogerlos. Están atrapados aquí”.
Papagiannakis añade: “No tenemos dinero, ni gente, ni siquiera competencia para trabajar en la integración de los refugiados en Atenas. Ojalá pudiéramos hacer más, ayudarles como se merecen. El problema es que, a nivel de Estado, Grecia tampoco puede afrontar esta situación. No tenemos recursos ni capacidad. ¿Sabes cuál es la principal demanda de los refugiados en Grecia? Irse de Grecia”.
En otro escenario de moqueta, Maria Daniella Marouda, vicepresidenta de Cruz Roja Grecia, ahonda: “La integración de los refugiados en el sistema supera nuestra capacidad. Si siguen entrando no tenemos plan. Que seamos frontera no significa que no seamos Europa. Esto es un problema europeo que Grecia sola no puede afrontar”, explica.
Y es que, aunque el foco mediático parece haberse atenuado sobre la economía griega y su gestión de los refugiados, la herida sigue sangrando. Decenas de comercios lucen abandonados en el centro de la ciudad, la tasa de paro griega supera el 20% y la juvenil se dispara al 45%. “No tenemos servicios adecuados para atender a esta gente”, completa Eleni Micha, voluntaria griega y vecina de Atenas. “Necesitamos la ayuda de las ONG. Y por eso, en la ciudad, hay toda una red de centros y organizaciones. Es lo que sostiene a los refugiados”.
La red
Ante la incomparecencia de las instituciones, Atenas ha tejido una red alternativa sobre la que aterrizan los refugiados. Centros culturales, comedores, asesorías, ambulatorios, centros de ocio, ONG, voluntarios… La sociedad civil griega se ha remangado (lleva remangada tiempo) y ofrece a los refugiados la orientación vital que necesitan más allá de comida y techo. Qué hacer si necesitan ir al médico, si precisan un abogado, escolarizar a los hijos, acudir al psicólogo o llevar a cabo una gestión pública. Solo Cruz Roja tiene intérpretes para más de 20 idiomas. Intérpretes que, a su vez, son también refugiados y que, muchos de ellos, necesitan también atención psicológica tras escuchar, día tras día, los terribles relatos de los recién llegados.
Atenas es hoy un crisol, una babilonia de familias cargadas con maletas que aterrizan entre el bullicio ateniense, entre las prisas y el caos de una capital europea que no espera por nadie. Llegan sobre todo desde Siria y Afganistán, pero también hay iraníes, eritreos, iraquíes, paquistaníes, argelinos y hasta marroquíes. El primer paso en medio de esta confusión suele ir dirigido hacia esta red alternativa. El Jafra Center da apoyo escolar y médico a los refugiados, el Victoria Social Center, gestionado por españoles, ofrece comidas, gimnasio y hasta boxeo. El City Plaza, un lujoso hotel quebrado, es ahora un refugio para migrantes gestionado por voluntarios. La sociedad ateniense, en su mayoría y pese a las dificultades propias, se ha volcado con los refugiados.
“No tenemos dinero, ni gente, ni siquiera competencia para trabajar en la integración de los refugiados en Atenas. ¿Sabes cuál es la principal demanda de los refugiados en Grecia? Irse de Grecia”
El esfuerzo, sin embargo, no llega. El testimonio de Ihan Rahezani lo ejemplifica. Ihan salió de Afganistán hace tres años perseguido por los talibán. A Grecia llegó en el año 2016, donde su hijo Ehsan comenzó a padecer problemas de visión. Hoy, con seis años, el pequeño Ehsan es ciego. “Llevamos meses buscando un tratamiento, pero nos dicen que aquí, en Grecia, no pueden ayudarle. Que tendríamos que ir a otro sitio”, explica Ihan. “Tampoco encuentro trabajo para pagar una operación o lo que sea que necesite… A mí me da igual dónde, yo lo único que quiero es que le puedan curar. Aunque sea yo le dono mis ojos”, dice Ihan. El pequeño, mientras su padre habla, apoya la frente en la mesa, inmóvil. “No puede ir al colegio porque aún no han encontrado apoyo específico para él”.
Por si fuera poco, la red de ayudas discurre sobre terreno resbaladizo. La tensión social en Grecia, tras el terremoto económico vivido, es aún palpable. El centro de Atenas, especialmente el barrio de Exarchia, es territorio urbano de grupos anarquistas y de extrema izquierda. En Exarchia ni siquiera entra la policía, el barrio se autogestiona, siempre con agentes antidisturbios en las avenidas que sirven de frontera. Allí proliferan los squats, edificios ocupados donde se da cobijo a los refugiados, pero que rehúsan cualquier tipo de ayuda institucional.
En el otro extremo se sitúan los partidarios de Amanecer Dorado, el partido de extrema derecha xenófobo, también con algunos barrios bajo su control urbano y contrarios a la presencia de inmigrantes en la ciudad. Su odio se extiende a las islas. Hace solo 15 días once refugiados resultaron heridos en Lesbos en enfrentamientos con regusto a xenofobia.
“En Atenas estamos viviendo una calma tensa. Un incidente con inmigrantes podría cambiar todo en un momento” dice Lefteris Papagiannakis, vicealcalde para Asuntos de Migración de Atenas. “Tendríamos un problema gravísimo. Y no quiero imaginar lo que pasaría si tuviese lugar un atentado como el de Barcelona”.
Grecia insiste en recordar que son un país de tránsito, que no pueden absorber la nueva y gran llegada. Que no son capaces de lograr que Atenas integre a miles de nuevos vecinos. Que necesitan ayuda. De momento, la UE parece no escuchar.
SE ESPERA UNA NUEVA Y MASIVA LLEGADA POR EL NORTE DE GRECIA
Tal vez lo más preocupante de este imprevisible equilibrio en el que se mueve Grecia es que los refugiados siguen llegando, a pesar de que en el imaginario popular el asunto parece pasado. Desde las islas arribaron el pasado mes de marzo 2.400 personas, un 60% más que el mismo mes del año pasado. Y se espera un aumento en verano.
El punto más relevante, sin embargo, está en la frontera norte greco-turca. El río Evros delimita un paso que no ha sido incluido en el acuerdo UE-Turquía, por lo que cientos de refugiados, desde hace semanas, están cruzando un lugar en el que ni siquiera hay un puesto de control. “No tenemos protocolo establecido para el norte, así de claro”, admite Maria Daniella Marouda, vicepresidenta de Cruz Roja Grecia. “Se viene un problema importante en esa zona. Un problema para toda Europa”.
El ministro griego de Migración, Dimitris Vitsas, expresó públicamente hace unos días que la situación en el norte “es muy preocupante” y que espera la llegada de “miles de refugiados en los próximos meses”. Solo el pasado marzo, según Cruz Roja, entraron por este paso 1.480 personas, siete veces más que el pasado año.
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