La siguiente etapa del debate sobre el acoso: cómo proteger al denunciante y al denunciado
La creación de mecanismos honestos y eficaces para encauzar el acoso sexual es la clave para evitar que se utilice de forma perversa
Los Ángeles
El senador californiano Ken Cooley muestra las políticas para combatir el acoso sexual durante una comisión que estudia cambios legislativos en el Capitolio de California. RICH PEDRONCELLI AP
Samantha Corbin, de la empresa Corbin and Kaiser, lleva 16 años trabajando como lobista en el Capitolio de California, en Sacramento. Está especializada en representar a organizaciones sin ánimo de lucro. A principios del pasado octubre, cuando empezó la ola de denuncias en Hollywood sobre acoso sexual, se sentó con otra profesional, Adama Iwu, y juntas escribieron una carta pública donde denunciaban que en el mundo de la política se da exactamente el mismo tipo de abuso de poder contra las mujeres. La carta acabó en una web y un movimiento, We Said Enough (Hemos dicho basta) que ha recogido testimonios de cientos de mujeres, ha provocado un terremoto en Sacramento y ha salido en la portada de la revista Time.
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Las consecuencias han sido importantes, mucho más que en Washington. Cinco personas, entre legisladores, jueces y cargos de partidos, han dimitido hasta esta semana de sus puestos por denuncias de acoso sexual. El presidente del Senado estatal ha contratado dos bufetes de abogados para investigar acusaciones y crear una línea segura de denuncias. La política californiana, seguramente el ambiente más progresista de Estados Unidos, está en plena crisis de valores.
Pero igual que en Hollywood, 600 kilómetros al sur, tras más de dos meses de avalancha en los que han salido multitud de casos que llevaban años escondidos, se está abriendo paso un nuevo debate. Cuándo es exagerado denunciar acoso sexual, si es que puede serlo. Cuándo se pone en riesgo la carrera de una persona por un error, si es que hay comportamientos que se pueden considerar simplemente errores. El temor, incluso, a una utilización perversa de las denuncia pública contra alguien. Son preguntas de hombres, al fin y al cabo.
“Oigo a muchos hombres que temen que una acusación falsa pueda acabar con sus carreras”, responde la lobista Corbin por teléfono desde Sacramento. “En un mundo en el que no existe el debido proceso, seguro que puede pasar, porque solo tienes la palabra de uno contra otro. Aunque la víctima siempre es la que tiene más que perder cuando denuncia”, apunta. Corbin cree que la solución está en crear “procedimientos confidenciales y formales para estudiar los casos protegiendo al acusado”. “Antes nadie podía salir a denunciar y ahora salen en masa. Lo llamamos justicia de Twitter. Pero eso no es justicia. Hay que crear canales para poder denunciar bien”.
Porque justicia formal no está habiendo, ni para ellas ni para ellos. Nada del debate de estos dos meses se ha dado en los tribunales. El cambio se está produciendo en la condena social de estas actitudes. La prensa se puso a investigar a otros hombres poderosos del espectáculo tras el juicio al actor Bill Cosby, que después de 40 años de acusaciones de que drogaba mujeres para abusar de ellas, y después de su propia confesión por escrito, no ha podido ser condenado formalmente porque un jurado no se puso de acuerdo. La dificultad y el costo de probar estos delitos en un tribunal ha sido otro de los inhibidores de las mujeres durante años para denunciar.
Lo más lejos que podían llegar era a un acuerdo extrajudicial en el que se enterraba todo el asunto a cambio de dinero… y el depredador seguía adelante. Uno de los datos más espectaculares de todo lo que se ha conocido es que Fox News llegó a pagar la increíble suma de 32 millones de dólares para callar una denuncia contra el periodista Bill O’Reilly. No ha trascendido qué hizo, es confidencial. La política de los acuerdos extrajudiciales está institucionalizada hasta en el Congreso de EE UU.
Ese es el cambio profundo que We Said Enough está promoviendo. Que la época de las denuncias a discreción dé paso a una cultura laboral donde haya cauces de conversación para que no haga falta llegar a situaciones como la de Weinstein o tantos otros depredadores que tuvieron vía libre durante años, ante el silencio de las mujeres que temían perder su trabajo o su reputación.
Irónicamente, ha sido el periódico que empezó todo, The New York Times, uno de los primeros en tener que decidir sobre una situación así. Cuatro mujeres acusaron a su corresponsal en la Casa Blanca, Glenn Thrush, de comportamiento inapropiado con ellas. El periódico suspendió a Thrush inmediatamente y encargó una investigación a una abogada de la casa. El pasado miércoles, informó de que Thrush se reincorporará al trabajo en enero, aunque no en la Casa Blanca. No ha encontrado base para despedirlo. “Entendemos que nuestros colegas y el público en general están intentando comprender qué constituye comportamiento sexualmente ofensivo y cuáles son las consecuencias inapropiadas”, dijo el director del Times, Dean Baquet, en un comunicado. “Cada caso debe ser valorado basándose en sus circunstancias particulares. Creemos que esta es una respuesta apropiada en el caso de Glenn”.
En Sacramento, se ha dado otra situación parecida. En medio de la ola de denuncias, tres mujeres acusaron a un senador estatal muy popular, Bob Hetzberg, de haberlas abrazado y tocado de manera inapropiada. Pero es que los abrazos de Hetzbetg son tan populares que en la convención demócrata de California del año 2000 repartían chapas que decían: “A mí me abrazó Bob Hetzberg”. Es la marca de la casa. A nadie le había parecido inapropiado hasta ahora y, desde luego, no era ningún secreto.
El periódico de referencia de la política de Sacramento, The Sacramento Bee, publicó las denuncias, y esta semana publicó un editorial en el que entraba sin tapujos en ese nuevo nivel de debate. “Hay un riesgo de que denuncias dudosas y calumnias exageradas se entremezclen con abusos de poder demostrables e ilegales. Ese giro de los acontecimientos amenaza con trivializar un problema real y delitos reales”, escribe el Bee. El periódico defendió al senador Hetzberg diciendo que “abrazos demasiado amistosos y estrafalarias invasiones del espacio privado no llegan al nivel de acoso sexual a no ser que él persistiera después de haberle dicho que lo dejara”. El periódico advierte que denuncias como esta y otras de cosas muy serias “empiezan a aparecer juntas a los ojos del público”.
“Hay niveles, desde luego”, responde la lobista Corbin. “He hablado con hombres muy preocupados y pidiendo perdón por cosas que habían hecho. No entendían que su intención no importa, que no importa que quisieran ser graciosos o románticos, su intención da igual si hicieron daño. Siendo hombre, te puedes imponer a una mujer de formas que no puedes entender”, cuando la relación es de poder. “¿Deberíamos despedir a la gente por dar abrazos? Seguramente no. Pero hay que tener esa conversación sobre ese pequeño nivel, porque si no, no pararemos a la gente antes de tener un comportamiento más agresivo. No sabemos si eso va a ir a más. Harvey Weinstein no empezó violando mujeres. Fue una evolución de años en los que nadie le dijo que no y fue agravando su comportamiento”.
En esa escala tiene que haber un nivel también en el cual se pueda pedir perdón, que el resultado no sea siempre la catarsis. “Sí, tenemos que tener una conversación que permita” pedir perdón, dice. “Tiene que haber restauración para que la gente pueda evolucionar y dejar (el episodio) atrás. Como en un colegio, cuando hay un caso de acoso no lo expulsas inmediatamente, trabajas con ese niño. Hay una jerarquía de gravedad de las cosas y oportunidades de reconducirlo. Tenemos que hacer lo mismo con los adultos, reconducir las cosas para que no evolucionen hasta que arruinen la vida de ella o de él. Hay que tener conversaciones y encontrar formas de curar, si no, estaremos en un péndulo de un extremo a otro que no beneficia a nadie”.
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