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Alimentación y agricultura, América Latina y el Caribe, Cambio climático, Destacados, Naciones Unidas, Pobreza y Objetivos de Desarrollo, Proyectos, Últimas Noticias
El cambio climático amenaza ya al agro mexicano
- Azael Meléndez recuerda con sorpresa el tornado que se levantó en mayo de 2015 sobre su pueblo de San Gregorio Atlapulco, en la demarcación de Xochimilco, que conforma el área metropolitana de Ciudad de México.
“Nunca había visto algo así, y le pregunté a mis papas, y ellos igual”, dijo el productor agrícola a IPS.
El ventarrón levantó mallas y otras protecciones de los cultivos de verduras y hortalizas en el pueblo, cuyo nombre significa “lugar que está metido dentro del agua” en lengua náhuatl y uno de los 14 adscritos a Xochimilco, en el sur de Ciudad de México y uno de los 16 municipios de la capital, cuya área metropolitana acoge 22 millones de personas.
Para Meléndez, que tiene un emprendimiento hortícola con otros dos agricultores, se trata de una de las manifestaciones del cambio climático, “que ha devastado la zona junto con el urbanismo”. El grupo recurre al sistema ancestral de chinampas para cosechar lechuga, brócoli, rábano, remolacha y hierbas aromáticas.
“La agricultura es muy dependiente de las condiciones meteorológicas locales y se prevé que sea muy sensible a los cambios del clima en los próximos años. En particular, un ambiente más cálido y seco podría reducir la producción agropecuaria”: Eduardo Benítez.
El grupo cultiva en una superficie de unos 1.800 metros cuadrados, en la que cosecha semanalmente unos 500 kilogramos de productos, que vende en 10 restaurantes, el mercado mayorista capitalino y tianguis (mercados) ambulantes.
Falta de agua, clima inestable, proliferación de plagas, lluvias infrecuentes pero más intensas, granizadas y los efectos de las actividades antropogénicas recorren un área fundamental para la alimentación y la regulación del clima de la capital mexicana, que con su área metropolitana, sintetiza un estudio de la organización ambientalista británica Earth Watch.
El sistema de chinampas, proveniente de un vocablo náhuatl que significa “el lugar del terreno fértil de flores”, lo practicaban los pueblos originarios mucho antes del arribo de los conquistadores españoles en el siglo XV.
La técnica de los aztecas se basa en la construcción de cuadros de cultivo en los humedales de la microrregión, mediante cercas de estacas de ahuejote (sauce), un árbol típico de este ecosistema y cuya virtud es soportar el exceso de agua.
La superficie cultivada mediante el sistema de chinampas es de 750 hectáreas, que labran unos 5.000 productores.
La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) lo cataloga dentro de los Sistemas Ingeniosos del Patrimonio Agrícola Mundial, por conservar la agrobiodiversidad, adaptar a los productores al cambio climático, garantizar la seguridad alimentaria y combatir la pobreza.
Pero no solo esta microrregión ve afectada su producción por las alteraciones climáticas y, de hecho, resulta difícil hallar un sitio en México que no esté expuesto a ellas.
El informe de mayo “Estimación de rendimientos potenciales con escenarios de cambio climático para diversos cultivos agrícolas en México”, de la Secretaría (ministerio) de Agricultura y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, proyectó una disminución de la precipitación fluvial en el país.
El reporte, enfocado especialmente en los cultivos de maíz, frijol, trigo, soja, sorgo y cebada, corroboró que la productividad del agua disminuye para la mayoría de ellos, por lo que los requerimientos hídricos serían mayores en el mediano plazo. También halló perdida de rendimiento para los siete cultivos, especialmente en maíz, frijol y trigo.
En el sureño estado de Chiapas, los agricultores se enfrentan ya a esa falta de agua, las lluvias repentinas y poderosas, las inundaciones y el aumento de la temperatura.
“Las zonas requieren de agua, necesitamos agua en los terrenos, un suelo renovado, porque ésa es la base. Y no es exclusivo de Chiapas, pasa en todo México”, advirtió a IPS la productora de maíz chiapaneca Consuelo González, quien cultiva unas 40 hectáreas del grano.
González, representante por su estado de un comité de productores, señaló que también hay problemas de deforestación y malas prácticas agrícolas.
Chiapas, el segundo estado con mayor pobreza del país, cuenta con una superficie sembrada de 1,42 millones de hectáreas para 62 cultivos. Entre los principales productos aparecen el maíz, pastos, café, caña de azúcar, plátano, mango, frijol y palma aceitera, que suman casi 90 por ciento del total.
Los 12 cultivos más importantes aportan una producción de 10,11 millones de toneladas. En el caso del maíz, el rendimiento alcanza 1,5 toneladas por hectárea, la mitad de las 3,2 toneladas en el plano nacional, debido al tamaño de las parcelas y escasa tecnificación.
Desde 2010, la región cuenta con la Ley para la Adaptación y Mitigación ante el Cambio Climático en el Estado de Chiapas y un año después implementó el Programa de Acción ante el Cambio Climático.
En su contribución determinada a nivel nacional (NDC, en inglés), incorporada hace dos años al Acuerdo de París sobre cambio climático, México incluyó entre las medidas a adoptar antes de 2030 el fortalecer la diversificación de la agricultura sostenible.
Entre los instrumentos para concretar esa meta, establece la conservación de germoplasma y especies de maíz nativas y desarrollo de agroecosistemas mediante la incorporación de criterios climáticos en los programas agrícolas.
El país se comprometió en su NDC a reducir 22 por ciento de sus emisiones contaminantes a 2030, respecto a los niveles de 2013.
Ese año la actividad agropecuaria mexicana lanzó a la atmósfera 80,17 millones de toneladas de dióxido de carbono, mayor responsable del calentamiento planetario. En 2020, ese volumen alcanzaría 111 millones.
Para 2030, la meta es contener las emisiones de agricultura y ganadería en 86 millones.
“La agricultura es muy dependiente de las condiciones meteorológicas locales y se prevé que sea muy sensible a los cambios del clima en los próximos años. En particular, un ambiente más cálido y seco podría reducir la producción agropecuaria”, advirtió Eduardo Benítez, representante adjunto de Programas de la Oficina de Asociación y Enlace de FAO en México.
Entre otras consecuencias del cambio climático, citó a IPS mayor prevalencia de hongos y plagas, transformación de los suelos, menor disponibilidad de tierras y de agua para la agricultura y alteraciones en la agriodiversidad.
“Dan algo, pero no es suficiente”, explicó Meléndez sobre el aporte del gobierno para la adaptación de los chinamperos al cambio climático.
“Nos ha costado mucho trabajo. Hacemos labores de prevención, como usar filtros biológicos, para subir el agua de los canales a cierto nivel para riego. Tratamos de regular la temperatura con mallas de diferente calibre que dan sombra sobre los cultivos”, explicó.
Uno de los problemas radica en la falta de coordinación de las instituciones mexicanas, como lo exhibe la evaluación del gubernamental Programa Especial de Cambio Climático 2014-2018(PECC), aplicado por el gobierno para enfrentar el fenómeno.
Ese análisis indica que el Sistema de Información de la Agenda de Transversalidad que operó entre 2009 y 2012 no funciona desde la entrada en vigor del programa, en 2014, lo cual impide hacer “un seguimiento puntual” a los avances de sus 199 líneas de acción.
Además, halló que el Sistema Nacional de Cambio Climático no ha abordado el nexo de programas, acciones e inversiones del gobierno federal, de los estados y los municipios con el PECC.
González, con base en su experiencia como agricultora, recomendó sistemas silvopastoriles para mantener las parcelas. “Hay zonas que se pueden conservar bien. Nos enfocamos en la conservación del suelo. Otra solución es la agroecología”, para restaurar suelos y conservar recursos, planteó.
FAO y la gubernamental Agencia de Servicios a la Comercialización y Desarrollo de Mercados Agropecuariostrabajan en un proyecto de alertas tempranas para la agricultura basadas en información agrometeorológica para monitorear los impactos climatológicos en la producción y disponibilidad de alimentos.
El objetivo es que esos datos estén a disposición de “hacedores de política, las instituciones financieras y de manejo de riesgos y principalmente de los productores. Así se podrá orientar la política pública en acciones como la promoción y uso de seguros de cosecha o la activación de los fondos de contingencia”, indicó Benítez.
Editado por Estrella Gutiérrez
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