El sustento de medio mundo
La domesticación del arroz fue una de las tecnologías clave que 10 milenios después sigue
El progreso humano no ha procedido a un ritmo lento y constante desde que la especie evolucionó en África hace tal vez 100.000 años, o quizá incluso el doble de esa cifra, según los más antiguos hallazgos paleontológicos. Hace solo unos 60.000 años que las primeras evidencias de la creatividad humana moderna, incluidas las primeras muestras de arte simbólico, aparecieron en el sur del continente africano, y ese tipo de culturas tardaron casi otros 20.000 años en llegar a Europa. Pero seguramente la gran innovación cultural que empezó a generar el mundo tal y como lo conocemos fue la invención de la agricultura hace solo unos 10.000 años. Y la domesticación del arroz fue una de las tecnologías clave, hasta el punto de que hoy mismo, 10 milenios después, sigue siendo el alimento básico de medio planeta. Con la posible excepción de la invención del alfabeto, pocos avances habrá habido más cruciales en la historia de la especie.
La invención de la agricultura se atribuye tradicionalmente a los pueblos de Oriente Próximo y a la domesticación del trigo, las higueras y otros vegetales hasta entonces solo silvestres, pero avances similares ocurrieron de forma independiente en las actuales Suramérica y China, aunque no con el trigo, sino con las plantas silvestres disponibles en cada una de esas zonas. El arroz es la marca de fábrica de la revolución neolítica en Asia oriental. Las evidencias arqueológicas más antiguas de su cultivo datan de hace 7.000 o 9.000 años y están situadas en la mitad oriental de la actual China; con fechas algo posteriores aparecen también en India y el sureste asiático.
La FAO estima que pese a estas perspectivas de crecimiento del consumo, seguirá produciéndose una acumulación de existencias de arroz. La relación entre las existencias de arroz y su utilización se prevé del 36,6% en 2014.
China e India son los mayores productores mundiales de arroz y Asia concentra los mayores niveles de consumo mundial. Tailandia, Vietnam e India son los mayores exportadores de arroz del mundo.
La producción mundial de arroz (en equivalente de arroz elaborado) fue de 486,1 millones de toneladas en 2011-12, última campaña con datos cerrados por FAO, que pronostica para 2013-14 una producción de 494,1 millones de toneladas.
Y allí sigue el arroz, dando de comer a la gente de esos países que suponen más o menos la mitad de la población mundial actual. Olvidamos a menudo hasta qué punto depende nuestra civilización actual, con sus fisiones atómicas, sus proyectos genoma y sus autopistas de fibra óptica, de invenciones simples y brillantes que ocurrieron hace 10.000 años. Pero que, por otra parte, no han dejado de experimentar crisis, mejoras y variaciones, y que se enfrentan hoy mismo a importantes retos –como el cambio climático y la pérdida de diversidad—, y también a oportunidades inéditas, como las poderosas técnicas de la biología actual.
Oryza sativa, la especie domesticada que incluye a la mayor parte de las variedades de arroz de uso agrícola, se cultiva en tierras anegadas periódicamente como los deltas de los ríos y los litorales planos. Por citar un par de ejemplos más cercanos que los asiáticos, el delta del Ebro y las marismas del Guadalquivir en los aledaños de Doñana son lugares tradicionales de cultivo de arroz en España. El hecho de que este tipo de hábitats sean muy comunes en el este y el sureste asiáticos explica en parte el inmenso desarrollo que ha alcanzado esta gramínea en esa parte del mundo. La disponibilidad original de las variedades silvestres de arroz en esas zonas explica el resto: cada cultura neolítica tiró de las plantas que se daban naturalmente en su región, como parece lógico.
El grano de arroz se cosecha cubierto por una capa de fibra y una cáscara. Cuando se procesa de manera suave, retirando sólo la cáscara, resulta un arroz integral, de color marrón, que tal vez no goce de las preferencias de cocineros y comensales, pero que sí aprobaría cualquier nutrólogo: tiene un 8% de proteínas –una cifra inferior al 12% de otros cereales, pero útil en combinación con otros alimentos— y unas proporciones dignas de niacina, riboflavina, hierro y calcio. El procesado más común, sin embargo, que retira la fibra además de la cáscara, produce un arroz con menos cualidades nutricionales.
Mientras en los países desarrollados discuten los gourmets, no obstante, las propiedades nutritivas del arroz son una cuestión para cientos de millones de personas que dependen de este grano como fuente casi única de alimento diario. Un problema bien conocido de estas poblaciones es el beriberi, una enfermedad debida a la carencia de tiamina (o vitamina B1). Y cuando no abunda la carne para combinar con el arroz, también es una fuente de preocupación la escasez de proteínas en la dieta de estas personas. La biología actual puede ayudar en este capítulo esencial.
Y ya lo hizo en parte en los años sesenta, cuando las innovaciones en selección agrícola convencional que Norman Borlaug llevó a cabo en institutos científicos públicos de México (la ‘revolución verde’) produjo, entre otros, el llamado con cierta exageración arroz milagroso, una variedad dotada de una productividad mayor de lo habitual hasta entonces y una gran resistencia a enfermedades comunes de esta planta.
Pero persisten muchos otros problemas, como la pobreza del suelo en gran parte de los cultivos asiáticos y las carencias nutricionales mencionadas antes. China ya ha apostado en firme por una tecnología que en Europa parece producir escalofríos a una población mal informada: los transgénicos. Ajeno al conflicto entre Greenpeace y Monsanto, el gigante asiático ha optado por desarrollar sus propios arroces transgénicos en sus centros públicos de investigación, en una acción llamada a reorientar el debate –distorsionado y enloquecido en Europa— sobre las posibilidades que abre la biotecnología para la agricultura y para la propia preservación del entorno.
Si los humanos seguimos aquí dentro de mil años, el arroz seguirá con nosotros.
La invención de la agricultura se atribuye tradicionalmente a los pueblos de Oriente Próximo y a la domesticación del trigo, las higueras y otros vegetales hasta entonces solo silvestres, pero avances similares ocurrieron de forma independiente en las actuales Suramérica y China, aunque no con el trigo, sino con las plantas silvestres disponibles en cada una de esas zonas. El arroz es la marca de fábrica de la revolución neolítica en Asia oriental. Las evidencias arqueológicas más antiguas de su cultivo datan de hace 7.000 o 9.000 años y están situadas en la mitad oriental de la actual China; con fechas algo posteriores aparecen también en India y el sureste asiático.
Arroz, asiático y emergente
Las últimas cifras oficiales cifran en 56,4 kilos de arroz por persona el consumo mundial de arroz en 2011 y la estimación de los años posteriores señala una tendencia al alza, del 2,6% para el bienio 2013-14, según la FAO, que valora como factor de crecimiento del consumo mundial la aplicación de la ley de seguridad alimentaria nacional de India. Se trata del alimento básico para más de la mitad de la población mundial y su importancia es vital para la seguridad alimentaria y el cada vez mayor número de países que disponen de rentas bajas y presentan déficit alimentario. En concreto, es la fuente alimentaria de África con un crecimiento más rápido.La FAO estima que pese a estas perspectivas de crecimiento del consumo, seguirá produciéndose una acumulación de existencias de arroz. La relación entre las existencias de arroz y su utilización se prevé del 36,6% en 2014.
China e India son los mayores productores mundiales de arroz y Asia concentra los mayores niveles de consumo mundial. Tailandia, Vietnam e India son los mayores exportadores de arroz del mundo.
La producción mundial de arroz (en equivalente de arroz elaborado) fue de 486,1 millones de toneladas en 2011-12, última campaña con datos cerrados por FAO, que pronostica para 2013-14 una producción de 494,1 millones de toneladas.
Oryza sativa, la especie domesticada que incluye a la mayor parte de las variedades de arroz de uso agrícola, se cultiva en tierras anegadas periódicamente como los deltas de los ríos y los litorales planos. Por citar un par de ejemplos más cercanos que los asiáticos, el delta del Ebro y las marismas del Guadalquivir en los aledaños de Doñana son lugares tradicionales de cultivo de arroz en España. El hecho de que este tipo de hábitats sean muy comunes en el este y el sureste asiáticos explica en parte el inmenso desarrollo que ha alcanzado esta gramínea en esa parte del mundo. La disponibilidad original de las variedades silvestres de arroz en esas zonas explica el resto: cada cultura neolítica tiró de las plantas que se daban naturalmente en su región, como parece lógico.
El grano de arroz se cosecha cubierto por una capa de fibra y una cáscara. Cuando se procesa de manera suave, retirando sólo la cáscara, resulta un arroz integral, de color marrón, que tal vez no goce de las preferencias de cocineros y comensales, pero que sí aprobaría cualquier nutrólogo: tiene un 8% de proteínas –una cifra inferior al 12% de otros cereales, pero útil en combinación con otros alimentos— y unas proporciones dignas de niacina, riboflavina, hierro y calcio. El procesado más común, sin embargo, que retira la fibra además de la cáscara, produce un arroz con menos cualidades nutricionales.
Mientras en los países desarrollados discuten los gourmets, no obstante, las propiedades nutritivas del arroz son una cuestión para cientos de millones de personas que dependen de este grano como fuente casi única de alimento diario. Un problema bien conocido de estas poblaciones es el beriberi, una enfermedad debida a la carencia de tiamina (o vitamina B1). Y cuando no abunda la carne para combinar con el arroz, también es una fuente de preocupación la escasez de proteínas en la dieta de estas personas. La biología actual puede ayudar en este capítulo esencial.
Y ya lo hizo en parte en los años sesenta, cuando las innovaciones en selección agrícola convencional que Norman Borlaug llevó a cabo en institutos científicos públicos de México (la ‘revolución verde’) produjo, entre otros, el llamado con cierta exageración arroz milagroso, una variedad dotada de una productividad mayor de lo habitual hasta entonces y una gran resistencia a enfermedades comunes de esta planta.
Pero persisten muchos otros problemas, como la pobreza del suelo en gran parte de los cultivos asiáticos y las carencias nutricionales mencionadas antes. China ya ha apostado en firme por una tecnología que en Europa parece producir escalofríos a una población mal informada: los transgénicos. Ajeno al conflicto entre Greenpeace y Monsanto, el gigante asiático ha optado por desarrollar sus propios arroces transgénicos en sus centros públicos de investigación, en una acción llamada a reorientar el debate –distorsionado y enloquecido en Europa— sobre las posibilidades que abre la biotecnología para la agricultura y para la propia preservación del entorno.
Si los humanos seguimos aquí dentro de mil años, el arroz seguirá con nosotros.
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