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Gitanos, el presagio de otras infamias
Artistas e intelectuales franceses alertan de la amnesia y los nuevos síntomas racistas
La persecución a los romaníes antecedió a las dos guerras mundiales
Miguel Mora Montreuil-Bellay2 NOV 2013 - 21:05 CET450
Montreuil-Bellay es un pequeño pueblo cercano a Saumur, una de las capitales de la provincia de Maine y Loira. Aquí habita desde hace siglos la vieja Francia, la Francia profunda del terruño, la blanca Francia de la flor de lis que bebe vino embotellado hace medio siglo y come mantequilla y champiñones. Es la Francia que vota a Marine Le Pen, la Francia avara de ‘Eugenia Grandet’, la novela de Balzac; la belicosa Francia de la Escuela de Caballería y el Museo de los Tanques de Saumur. La Francia que lleva a sus hijos a escuelas integristas y que obedece las consignas del châtelain, el señor del castillo, que manda más que los alcaldes.
En este feudo medieval del rey René y de los Anjou, plagado de almenas resplandecientes que parecen sacadas del juego Exín Castillos, sucedió hace 75 años una historia ejemplar o espantosa, según se mire. La historia avergonzó tanto a la gente del Loira que nadie habló de ella durante cuatro largas décadas.
El 6 de enero de 1940, el capitán del Ejército republicano español Manuel G. Sesma, nacido en Fitero (Navarra), llegó a Montreuil-Bellay desde el campo de Gurs al mando de la Octava Sección de la 184ª Compañía de Trabajadores Españoles, formada por 250 personas. Sesma había salido de España en febrero de 1939, con los 450.000 refugiados del primer éxodo republicano.
En 1983, el capitán le contó a Jacques Sigot, maestro de escuela e historiador local, que los españoles levantaron en menos de seis meses 19 kilómetros de vía férrea “moviendo con las manos unas vías que pesaban 0,7 toneladas”. Aquel terreno iba a albergar al personal de un arsenal de pólvora, pero el avance alemán hizo cambiar de idea a los franceses, que en junio de 1940 ordenaron a los republicanos construir un campo de concentración para “individuos sin domicilio fijo, nómadas y extranjeros que tengan el tipo romaní”.
Los españoles solo tuvieron tiempo de levantar la cárcel subterránea, “que tenía celdas de 1,30 metros x 1”, y algunos barracones, según cuenta Sesma en el libro de Sigot Montreuil-Bellay, un camp de concentration pendant la Seconde Guerre Mondiale.
Los alemanes entraron en Montreuil-Bellay el 21 de junio de 1940, y tras alambrar el solar, lo usaron para retener a soldados franceses y a civiles extranjeros. Entre el 8 de noviembre de 1941 y el 16 de enero de 1943, el lugar se convirtió en el mayor campo de concentración de gitanos de Francia. “El campo estaba custodiado por la Gendarmería”, escribe Sigot, “y en junio y julio de 1944 fue bombardeado, antes de ser liberado en septiembre de 1944. Los gitanos volvieron un mes después y estuvieron hasta el 16 de enero de 1945, cuando fueron trasladados a Jargeau y a Angulema”.
Muchos gitanos nacieron aquí, y murieron más de 100. Pero su historia permaneció silenciada hasta que Sigot descubrió las ruinas en los años ochenta y un puñado de militantes progitanos decidió combatir la amnesia histórica colocando placas conmemorativas para recordar que en Francia hubo al menos 30 campos de concentración de gitanos parecidos a este.
Las ruinas del campo de Montreuil-Bellay fueron declaradas patrimonio nacional en 2012. Pero no son nada fáciles de encontrar. Además de la cárcel subterránea, solo quedan los cimientos y el suelo de uno de los barracones, y tres tramos de escaleras de piedra. La cárcel tiene forma de cueva –troglodita, las llaman aquí- y en las rocas hay algunos nombres grabados: Duval, Reinhard… “Quizá fueran primos de primos del gran guitarrista Django Reinhardt”, explica Kkrist Mirror, un dibujante de cómic y activista progitano nacido en Saumur, que en 2008 publicó el libro Tsiganes, que narra en blanco y negro la historia de Montreuil-Bellay.
Mirror, que ha venido desde su casa de Brézé en su Harley-Davidson, cuenta que el campo “llegó a albergar a 1.018 gitanos en agosto de 1942. Había casi 100 barracones, iglesia y escuela”. El dibujante y guionista tenía sus razones para interesarse por el asunto. “Desde pequeño viví el trauma de mi padre, que estuvo internado en un ampo alemán durante la guerra. Se escapó vivo de milagro, y yo empecé a dibujar su historia a los diez años. Luego supe que al lado de nuestra casa hubo un campo de concentración, organizado no por alemanes sino por franceses. Y más tarde me enteré de que mis vecinos –el charcutero, el carpintero…- habían trabajado en él como guardianes para evitar ser enviados al ST0 –el Servicio de Trabajo Obligatorio- en Alemania. Entonces decidí hacer el libro”.
Mirror es uno de los artistas e intelectuales que en 2010, como réplica a los ataques de Nicolas Sarkozy contra los romaníes, montaron una plataforma para rescatar la memoria de la persecución. El padrino de la iniciativa fue el cineasta romaní Toni Gatlif (que ha contado la historia en películas como Liberté y Latcho Drom), y también colaboraron el autor de cómics Emmanuel Guibert y el fotógrafo Alain Keler, autores de ‘Un viaje entre gitanos’, que resume los diez años que Keler pasó con los romaníes europeos.
“En Francia las persecuciones de gitanos comenzaron mucho antes de la ocupación alemana”, escribió en 2010 la historiadora Marie Christine Hubert. “Ya en septiembre y octubre de 1939, la circulación de nómadas fue prohibida en varias provincias. Y en Indra-Loira los gitanos fueron expulsados. La ocupación nazi agravó aun más las cosas. Los gitanos de Alsacia y Lorena fueron expulsados en julio de 1940 hacia la zona ‘libre’”.
Esos gitanos compartieron campos con los republicanos españoles en Argelès-sur-Mer, Barcarès o Rivesaltes antes de ser llevados en noviembre de 1942 al campo de Saliers (Bouches-du-Rhône), “especialmente creado por el Gobierno de Vichy para los gitanos. En cada provincia, los gitanos fueron censados, reagrupados y vigilados”, recuerda Hubert.
La infamia no fue exclusiva del Loira, ni de Francia. El fantasma de la gitanofobia ha recorrido Europa en paralelo al antisemitismo y a la islamofobia desde que llegaron los primeros gitanos de la India hace diez siglos. El miedo al que viaja en carromatos, duerme al raso y le canta a la luna es parte de las raíces –cristianas- de Europa. Y hoy, igual que en la Edad Media, los gitanos son noticia –o rumor- en Grecia, Francia, Irlanda, Suecia, Rumanía o España por los mismos bulos y leyendas de hace 500 años: si tienen una hija rubia es porque roban niños —aunque apenas haya antecedentes judiciales que lo sostengan—. Si no, como dijo el ministro del Interior, Manuel Valls, es que “son culturalmente distintos y no se quieren integrar”.
“¡Y pensar que yo voté en 2012 por los socialistas!”, exclama Kriss Mirror. “Da mucha pena ver que el racismo antigitano sigue saliendo gratis y es rentable políticamente. Es lamentable porque los gitanos suelen ser la primera señal de alarma de que algo terrible va a pasar. Cuando los republicanos llegaron a Montreuil-Bellay, Francia no estaba en guerra y todavía no existía Vichy. Las leyes raciales las aprobó la III República. El decreto es del 6 de abril de 1940. Pero la primera ley racial del siglo XX se aprobó en 1912, dos años antes de la I Guerra Mundial. Y todavía sigue vigente”.
¿El racismo antigitano es rentable? La frase tiene una parte de verdad: a menudo concede enormes réditos de popularidad a quienes lo practican, y rara vez se oyen noticias de denuncias o detenciones por agresiones verbales o físicas a gitanos. La impunidad es uno de los sellos de esta fobia barata, que tan cara puede salir —en imagen y votos— cuando los señalados pertenecen a minorías más cohesionadas y mejor integradas.
Pero la idea de que el racismo anti-gitano renta es un doble filo para la democracia y el Estado de Derecho. El 16 de julio de 1912, Francia colocó a la comunidad gitana, a la que llamó “nómada”, en un estado de excepción que dura todavía: les negó el carné de identidad normal, y les obligó a portar un permiso de circulación antropométrico. Un siglo después, el año pasado, el Consejo Constitucional estableció que ese carnet es discriminatorio e inconstitucional. Pero la mayoría de gitanos franceses sigue usando esos papeles.
Según la historiadora Marie Christine Hubert, “el nomadismo de los gitanos siempre fue combatido por las autoridades francesas, que pensaban que los gitanos realizaban tareas de espionaje”. La ley de 1912 respondió a esa paranoia regulando el ejercicio de las profesiones ambulantes y prohibiendo la circulación de nómadas. Eso permitió identificar y controlar a los gitanos no sedentarios: fue el paso previo a su exterminio masivo.
Francia y Alemania, enemigos íntimos en tantas guerras, vivieron la misma obsesión al mismo tiempo. Ian Hancock, profesor de la Universidad de Texas, ha escrito que la cacería de gitanos en Alemania fue el primer anuncio de lo que vendría: “Durante la República de Weimar, que instauró la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la policía de Bavaria y, después, la de Prusia, abrieron oficinas especiales para controlar a los gitanos. Los fotografiaban y tomaban sus huellas como si fueran delincuentes comunes. En 1920, se les prohibió entrar en los parques y los baños públicos. En 1925, fueron enviados a campos de trabajo. En 1935, los nazis rescataron leyes antigitanas de origen medieval para oprimirlos más”.
El III Reich exigió a los gitanos cumplir un requisito que duplicaba el exigido a los judíos para clasificarlos como no arios: si solo dos de sus bisabuelos eran parcialmente gitanos, no podrían salvarse. A día de hoy, las cifras del Holocausto gitano -Porrajmos, la devoración, en caló- siguen siendo aproximativas, aunque según escribió Simon Wiesenthal a Elie Wiesel en 1984, “los gitanos fueron asesinados (en una proporción) similar a la de los judíos; en torno al 80% (murieron) en el área de países ocupados por los nazis”.
Según algunos revisionistas, las detenciones masivas evitaron que los gitanos franceses murieran como en Austria y Alemania —donde el 90% fueron desaparecidos—, o, en menor medida, en Polonia, Hungría, Italia, Yugoslavia y Albania. Vichy impidió que fueran enviados a las cámaras de gas como ocho millones de judíos y (cerca de) un millón de romaníes europeos. Para Hubert, se trata de una verdad a medias: “Si bien los gitanos de Francia escaparon a la Auschwitz Erlass del 16 de diciembre de 1942, que ordenó la deportación y el exterminio de todos los gitanos del Gran Reich, en 1943 hubo hombres deportados desde el campo de Poitiers –cerca de Saumur- y muchas familias de las provincias del Norte y Paso de Calais fueron detenidas y exterminadas por los alemanes”.
Los datos de Hubert indican que “al menos 6.500 personas vivieron entre 1940 y 1946 en 30 campos de concentración franceses en razón de su pertenencia real o supuesta al pueblo gitano. Sus bienes fueron expropiados y sufrieron la mayor precariedad material y moral”. En Montreuil, los vecinos pagaban entradas para poder verlos, según cuenta Mirror en su libro. Hubert: “Los niños recibían una educación católica en los campos. Y en casos extremos, eran separados de sus padres y entregados al Servicio Social o a instituciones religiosas para extraerlos definitivamente de un medio que se juzgaba pernicioso”.
La duda es: ¿quién ha robado niños a quién a lo largo de la historia?
Como ha pasado hoy con la llegada de los socialistas al poder, la Resistencia, la Liberación y la paz no fueron de gran ayuda para los tsiganes. Los últimos estuvieron encerrados en el campo de Alliers, cerca de Angulema hasta mayo de 1946, nueve meses después de la Liberación.
Montreuil-Bellay había cerrado mucho antes, recuerda Kkrist Morris: “Cuando trasladaron a los gitanos, el director del campo, un petainista convertido en resistente, decidió encerrar a las prostitutas de la zona y se puso a regentar el burdel. La epidemia de sífilis fue tan brutal que las mujeres de los pueblos exigieron que se cerrara el campo”.
La reparación oficial a los presos del bronce nunca llegó. “Nadie ha sido indemnizado por haber sido encerrado en los campos franceses, y tampoco hubo compensación moral porque esa realidad no dejó el menor rastro en la memoria colectiva”, ha escrito Hubert.
Quizá por eso, la persecución dura todavía. Entre la indiferencia general, los prejuicios atávicos alentados por los medios, la comprensible renuencia de un pueblo masacrado a exigir justicia –ya sea de forma individual o colectiva-, y el consenso infernal que suscitan entre los políticos de las democracias neoliberales, los gitanos siguen siendo el perfecto chivo expiatorio, la primera señal de alarma de que algo muy profundo no va bien.
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el dispreciau dice: los conflictos se ven venir, así como las catástrofes se respiran antes que sucedan... y eso está cursando por estas horas en el mundo humano... hay conflictos crecientes en occidente, tanto como los hay en oriente medio o en el lejano... y la catástrofe potencial ya se respira, se percibe que flota en el aire... desde luego, nadie sabe cómo ello se traduce, pero siempre hay una chispa oportunista que enciende una mecha olvidada y de pronto, todo se enciende con forma de tragedia... y ella es, en sí misma, irreversible... Europa, la medieval que cursa por estas horas, disfrazada de "unión" (con minúsculas), está cocinando una peligrosa sopa, ya registrada por la historia del siglo pasado... una sopa que desembocó en dos guerras globales donde todos perdieron, y aquellos que contaron lo que quisieron, perdieron más aún al ocultar sus segundas intenciones... esas mismas que ahora están dando lugar a una desintegración de la civilización humana... reinan los narcos... reinan los traficantes... reinas los piratas del subdesarrollo... reina la degradación humana en cualquiera de sus formas... reina la delincuencia... reina la corrupción... reinan las hipocresías... reinan los cinismos... es decir, reinan los desprecios... todo ello, mientras los supuestos líderes políticos, lavan sus manos diciendo que nada ocurre, que todo está bien, y que el mundo crece... mientras que las gentes anónimas, los mortales, observan cómo todo se derruye y se oxida, llevándose puestos los futuros, los destinos, los escasos bienes, las tranquilidades, y además, las promesas de "normalidades" cada vez más lejanas. Traducido: estamos en el preludio de un conflicto global, que por primera vez, coincide con el anuncio de una catástrofe global... cabe preguntarse: ¿qué llegará primero?... ¿el conflicto?... ¿la catástrofe?... sí es seguro que la intolerancia en cualquiera de sus formas ya es parte de la expresión occidental y oriental, de manera simultánea... y con ella, viene la discriminación que aporta leyes para luego evitarlas, esquivarlas, no cumplirlas... y en medio de ello, la sociedad humana se va fragmentando, más y más, sin darse cuenta que ya ha entrado a una trayectoria de colisión con algo, que aunque no se vea o se niegue, está bloqueando cualquier salida. Así como los tsunamis siguen a los terremotos, así ciertas conductas humanas, esencialmente políticas que esconden intereses perversos, derivan en conflictos seguidos de tragedias... y mientras ello sucede, ningún responsable hace nada para evitarlo, antes bien y por el contrario, aporta vientos propicios a que la catástrofe ocurra... y en este punto estamos... avanzando minuto a minuto hacia un abismo prometedor de males mayores... de los que no se regresa...
suena el preludio... pero ya se sienten los acordes de una sinfonía con notas quebradas...
NOVIEMBRE 04, 2013.-
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Halladas en Munich 1.500 obras de arte robadas durante el nazismo | Cultura | EL PAÍS
Halladas en Munich 1.500 obras de arte robadas durante el nazismo
Un piso de Munich escondía piezas de maestros del siglo XX consideradas "arte degenerado"
El piso particular de Cornelius Gurlitt, muniqués de 80 años, encerraba un tesoro y una sorpresa para los agentes de Aduanas: 1.500 obras pintadas por lo más granado del periodo de entreguerras del siglo XX. Lienzos de Pablo Picasso, Emil Nolde, Henri Matisse, Max Beckmann o Max Liebermann. Según publica el semanario Focus, el valor de esta pinacoteca privada ronda los mil millones de euros. Son obras confiscadas o robadas por los nazis en los años treinta y cuarenta del siglo pasado.
La propaganda del régimen calificaba de “arte degenerado” los trabajos de los artistas que entonces encarnaban la vanguardia. Siempre según la revista, los cuadros están ya en una cámara acorazada del servicio bávaro de Aduanas, donde la experta berlinesa Meike Hoffmann investiga su procedencia original. El padre del anciano, Hildebrand Gurlitt, fue un marchante de arte que tras la Segunda Guerra Mundial aseguró haber perdido gran cantidad de obras en los bombardeos de Dresde. El hijo del coleccionista las guardó en secreto durante más de 50 años en un apartamento del barrio de Schwabing. Demasiada confusión alrededor del origen de estas obras, que presumiblemente se irá despejando en próximos días.
Los funcionarios de Aduanas dieron con el tesoro artístico en primavera de 2011, después de que el anciano les llamara la atención durante un viaje en tren entre Múnich y Suiza. Llevaba 18 billetes de 500 euros en los bolsillos. Su apartamento estaba lleno de basura, comida en descomposición, latas caducadas y cuadros polvorientos de tremendo valor artístico y económico. El registro de su vivienda y la confiscación de las piezas duró varios días en los que el hombre no opuso ninguna resistencia.
Según uno de los agentes citado por Focus, dijo que los investigadores “se podrían haber ahorrado todo el esfuerzo” porque él ya estaba “a punto de morirse”. Según Focus, sigue vivo y se enfrenta a cargos de evasión fiscal. Gurlitt se mantenía con lo que sacaba vendiendo su tesoro con cuentagotas. Consultada por diversas agencias informativas el domingo, la Fiscalía de Augsburgo ni confirmó ni desmintió la noticia.
El marchante Hildebrand Gurlitt tenía licencia del régimen nazi para tratar con el arte “degenerado” que las autoridades retiraron de los museos alemanes en 1937. Disfrutaba de un salvoconducto para entrar y salir de los depósitos berlineses donde los esbirros de Hitler amontonaron más de 20.000 piezas requisadas de museos o colecciones públicas. Una vez iniciada la guerra, Gurlitt participó en intercambios artísticos para nutrir el gran museo que Hitler planeaba construir en la ciudad austriaca de Linz, a la que le ataban lazos sentimentales. Este quimérico Führermuseum iba a albergar la colección de arte más grande del mundo. Obviamente, sin ejemplares de los que los nazis llamaban arte “degenerado”.
Entre las obras encontradas en el piso del octogenario hay un matisse que perteneció al marchante francés Paul Rosenberg, quien ocultó unos 160 cuadros en una caja fuerte cuando tuvo que huir de los invasores nazis. Según el diario muniqués Süddeutsche Zeitung, también se han encontrado cuadros antiguos, algunos procedentes de colecciones privadas de judíos alemanes. El rotativo habla de un durero. El hallazgo podría suponer un drástico avance en las investigaciones para restituir a sus legítimos propietarios el arte robado por los nazis.
Los aliados consideraron que Gurlitt había sido él mismo una de las víctimas de los nazis. Tener una abuela judía le costó sendos puestos de trabajo en museos de Zwickau y Hamburgo. Esto no le impediría hacer negocios con el régimen. En 1945 dijo que tanto sus cuadros como sus archivos había ardido en las llamas de Dresde, su ciudad natal. Su hijo Cornelius ha vivido de lo que sacaba de venderlos en Suiza.
Halladas en Munich 1.500 obras de arte robadas durante el nazismo | Cultura | EL PAÍS
“Los viejos demonios han vuelto a Europa” | Cultura | EL PAÍS
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La propaganda del régimen calificaba de “arte degenerado” los trabajos de los artistas que entonces encarnaban la vanguardia. Siempre según la revista, los cuadros están ya en una cámara acorazada del servicio bávaro de Aduanas, donde la experta berlinesa Meike Hoffmann investiga su procedencia original. El padre del anciano, Hildebrand Gurlitt, fue un marchante de arte que tras la Segunda Guerra Mundial aseguró haber perdido gran cantidad de obras en los bombardeos de Dresde. El hijo del coleccionista las guardó en secreto durante más de 50 años en un apartamento del barrio de Schwabing. Demasiada confusión alrededor del origen de estas obras, que presumiblemente se irá despejando en próximos días.
Los funcionarios de Aduanas dieron con el tesoro artístico en primavera de 2011, después de que el anciano les llamara la atención durante un viaje en tren entre Múnich y Suiza. Llevaba 18 billetes de 500 euros en los bolsillos. Su apartamento estaba lleno de basura, comida en descomposición, latas caducadas y cuadros polvorientos de tremendo valor artístico y económico. El registro de su vivienda y la confiscación de las piezas duró varios días en los que el hombre no opuso ninguna resistencia.
Según uno de los agentes citado por Focus, dijo que los investigadores “se podrían haber ahorrado todo el esfuerzo” porque él ya estaba “a punto de morirse”. Según Focus, sigue vivo y se enfrenta a cargos de evasión fiscal. Gurlitt se mantenía con lo que sacaba vendiendo su tesoro con cuentagotas. Consultada por diversas agencias informativas el domingo, la Fiscalía de Augsburgo ni confirmó ni desmintió la noticia.
El marchante Hildebrand Gurlitt tenía licencia del régimen nazi para tratar con el arte “degenerado” que las autoridades retiraron de los museos alemanes en 1937. Disfrutaba de un salvoconducto para entrar y salir de los depósitos berlineses donde los esbirros de Hitler amontonaron más de 20.000 piezas requisadas de museos o colecciones públicas. Una vez iniciada la guerra, Gurlitt participó en intercambios artísticos para nutrir el gran museo que Hitler planeaba construir en la ciudad austriaca de Linz, a la que le ataban lazos sentimentales. Este quimérico Führermuseum iba a albergar la colección de arte más grande del mundo. Obviamente, sin ejemplares de los que los nazis llamaban arte “degenerado”.
Entre las obras encontradas en el piso del octogenario hay un matisse que perteneció al marchante francés Paul Rosenberg, quien ocultó unos 160 cuadros en una caja fuerte cuando tuvo que huir de los invasores nazis. Según el diario muniqués Süddeutsche Zeitung, también se han encontrado cuadros antiguos, algunos procedentes de colecciones privadas de judíos alemanes. El rotativo habla de un durero. El hallazgo podría suponer un drástico avance en las investigaciones para restituir a sus legítimos propietarios el arte robado por los nazis.
Los aliados consideraron que Gurlitt había sido él mismo una de las víctimas de los nazis. Tener una abuela judía le costó sendos puestos de trabajo en museos de Zwickau y Hamburgo. Esto no le impediría hacer negocios con el régimen. En 1945 dijo que tanto sus cuadros como sus archivos había ardido en las llamas de Dresde, su ciudad natal. Su hijo Cornelius ha vivido de lo que sacaba de venderlos en Suiza.
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“Los viejos demonios han vuelto a Europa”
La fama de provocador de Peter Sloterdijk no ha decaído desde que sacudiese a Alemania con una defensa de la manipulación genética de los humanos
Ahora ve al continente en un punto crítico y advierte de que “puede saltar por los aires”
En el principio fue la ira. “Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles”, reza el verso inicial de La Ilíada, que para el filósofo Peter Sloterdijk (Kalrsruhe, 1947) equivale a la “primera palabra de Europa”. La ira y la indignación han sido una piedra angular del continente, y con él, de todo el mundo occidental. El recorrido histórico por las consecuencias políticas de esa energía humana dieron origen a un libro —Ira y tiempo, editado en España por Siruela— del más controvertido y seguramente más influyente, tras Jürgen Habermas, de los pensadores alemanes contemporáneos. Sloterdijk ha estado dos días en Santiago para recibir un singular premio por esa obra. El galardón, llamado Bento Spinoza en honor del gran filósofo de origen judío portugués, está organizado por el instituto compostelano Rosalía de Castro, cuyos alumnos, junto a los de otros cuatro colegios públicos gallegos, eligieron Ira y tiempo como el mejor ensayo. “Por una vez no me ha premiado un jurado gerontocrático”, bromeaba ayer, con una mezcla de ironía y sorpresa, el pensador alemán, que no oculta su inquietud por el futuro de una Europa a la que “vuelven los viejos demonios, ahora bajo la forma de nacionalismo económico”.
Muy popular en Alemania, donde es frecuente verle en televisión hablando de casi todo —desde fútbol a cómo dejar de fumar— su capacidad para la provocación es casi legendaria. Irrumpió de la forma más escandalosa en 1999, cuando algunos —entre ellos el propio Habermas— vieron resucitar los fantasmas del nazismo con su libro Normas para el parque humano que defendía las técnicas de mejora genética del homo sapiens. Hace tres años, un artículo suyo en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, en el que arremetía contra la “cleptocracia fiscal” de los Estados de bienestar europeos y propugnaba sustituir los impuestos por donativos voluntarios, provocó otro enorme incendio. Ira y tiempo contiene un furibundo ataque contra lo que llama “izquierda fascista”, y eso le ha servido para que desde el otro lado del espectro ideológico el filósofo comunista Slavoj Zizek lo haya definido como “un liberal-conservador que ejerce de enfant terrible del pensamiento alemán contemporáneo”.
La izquierda, según Sloterdijk, ha funcionado históricamente como un mecanismo de “organización política de la ira” o, para ser más precisos, como “un banco de ira”. “La gente depositaba allí sus frustraciones y, como en un banco, otros gestionaban ese capital para devolverle los intereses en forma de autoestima para ellos y desprecio para sus enemigos”, explica Sloterdijk desde su imponente estatura, mirando siempre por encima de unas pequeñas gafas y con un cabello alborotado que corrobora esa imagen de enfant terrible, aún a sus 66 años, Él acabó de escribir su libro en 2006 y, desde entonces, la “atmósfera ha cambiado mucho en el mundo”, advierte. “La ira, la cólera, la indignación, han cobrado más fuerza. Lo que pasa es que ahora no hay un banco mundial de la ira. Ese papel lo jugó la izquierda desde el siglo XIX, pero hoy ya no es capaz de desempeñarlo. El islamismo es únicamente un banco local de ira, sin alcance mundial. Ahora la gente puede quedarse en casa con su cólera y meterla debajo de la almohada o del colchón, porque ya no hay nadie que pueda sacar rendimiento político de eso ni devolverle intereses”.
Su durísimo diagnóstico sobre las consecuencias de organizar políticamente la ira, desde el primer anarquismo de Bakunin hasta el estalinismo o el maoísmo, no implica que Sloterdijk desdeñe el papel que ha desempeñado la indignación en la historia de Occidente. Y lo subraya cuando comenta el fenómeno del 15-M en España: “Esto no es nada nuevo, aunque sí la forma cómo se manifiesta. La República es hija de la indignación. De ella nace el primer movimiento democrático en la antigua Roma, donde la monarquía da paso a la República por la indignación popular contra la violación de Lucrecia por el hijo del rey. Lo mismo vale para la Revolución Francesa. En ese sentido, los jóvenes españoles demuestran que viven la auténtica tradición democrática”. Pero esa energía no puede ser canalizada por fuerzas como “la izquierda francesa, que parece una empresa del Estado, solo pendiente de los funcionarios”. “Se necesita algo completamente diferente, un instinto más emprendedor. Y pensar que no se puede forzar la economía. No vale con masacrar a dos millonarios y repartir su fortuna dando 20 euros a cada persona en paro. No creo que eso sea una solución política”.
La disputa entre el Norte y el Sur en Europa tras el estallido de la crisis ha abierto una brecha cuyos peligros resultan muy evidentes para Sloterdijk: “Han vuelto los antiguos demonios a Europa. Ya no se trata del viejo nacionalismo, ahora es un nacionalismo económico venenoso. Y sin duda se debe a los defectos en la construcción política de Europa. El euro fue sobre todo un proyecto político, y los especialistas ya advirtieron entonces de que eso podría llevar a una explosión. Pero los políticos siguieron adelante con lo suyo. Y esa explosión es lo que estamos viendo ahora. Hay un retroceso en el sentimiento transnacional”. El pensador resume la división continental entre países partidarios de la estabilidad económica, como Alemania, y los defensores de “políticas inflacionistas, como los Estados del Sur”. “Las diferencias neonacionalistas vienen de mezclar la política con esos problemas técnicos. Si no evitamos esa mezcla, Europa puede saltar por los aires”, afirma.
Un cierto sentido de la ironía impregna la obra de Sloterdijk y aflora cuando se pregunta si de verdad Alemania desea mandar sobre Europa: “Todo esto es un malentendido trágico. Los alemanes rezan todas las noches para no tener que gobernar Europa. Pero qué le vamos a hacer, son grandes y fuertes, y no se pueden esconder como cuando uno es pequeñito y se mete detrás de un árbol. El problema no es que Alemania quiera el poder, sino que se trata de una obligación a la que debe acostumbrarse. Pero los alemanes son muy cuidadosos y muy respetuosos”.
La trilogía Esferas, entre 2003 y 2006.
Ira y tiempo vio la luz por primera vez en castellano en 2007, el mismo año que En el mundo interior del capital, originalmente editado en alemán en 2005.
Muy popular en Alemania, donde es frecuente verle en televisión hablando de casi todo —desde fútbol a cómo dejar de fumar— su capacidad para la provocación es casi legendaria. Irrumpió de la forma más escandalosa en 1999, cuando algunos —entre ellos el propio Habermas— vieron resucitar los fantasmas del nazismo con su libro Normas para el parque humano que defendía las técnicas de mejora genética del homo sapiens. Hace tres años, un artículo suyo en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, en el que arremetía contra la “cleptocracia fiscal” de los Estados de bienestar europeos y propugnaba sustituir los impuestos por donativos voluntarios, provocó otro enorme incendio. Ira y tiempo contiene un furibundo ataque contra lo que llama “izquierda fascista”, y eso le ha servido para que desde el otro lado del espectro ideológico el filósofo comunista Slavoj Zizek lo haya definido como “un liberal-conservador que ejerce de enfant terrible del pensamiento alemán contemporáneo”.
La izquierda, según Sloterdijk, ha funcionado históricamente como un mecanismo de “organización política de la ira” o, para ser más precisos, como “un banco de ira”. “La gente depositaba allí sus frustraciones y, como en un banco, otros gestionaban ese capital para devolverle los intereses en forma de autoestima para ellos y desprecio para sus enemigos”, explica Sloterdijk desde su imponente estatura, mirando siempre por encima de unas pequeñas gafas y con un cabello alborotado que corrobora esa imagen de enfant terrible, aún a sus 66 años, Él acabó de escribir su libro en 2006 y, desde entonces, la “atmósfera ha cambiado mucho en el mundo”, advierte. “La ira, la cólera, la indignación, han cobrado más fuerza. Lo que pasa es que ahora no hay un banco mundial de la ira. Ese papel lo jugó la izquierda desde el siglo XIX, pero hoy ya no es capaz de desempeñarlo. El islamismo es únicamente un banco local de ira, sin alcance mundial. Ahora la gente puede quedarse en casa con su cólera y meterla debajo de la almohada o del colchón, porque ya no hay nadie que pueda sacar rendimiento político de eso ni devolverle intereses”.
Su durísimo diagnóstico sobre las consecuencias de organizar políticamente la ira, desde el primer anarquismo de Bakunin hasta el estalinismo o el maoísmo, no implica que Sloterdijk desdeñe el papel que ha desempeñado la indignación en la historia de Occidente. Y lo subraya cuando comenta el fenómeno del 15-M en España: “Esto no es nada nuevo, aunque sí la forma cómo se manifiesta. La República es hija de la indignación. De ella nace el primer movimiento democrático en la antigua Roma, donde la monarquía da paso a la República por la indignación popular contra la violación de Lucrecia por el hijo del rey. Lo mismo vale para la Revolución Francesa. En ese sentido, los jóvenes españoles demuestran que viven la auténtica tradición democrática”. Pero esa energía no puede ser canalizada por fuerzas como “la izquierda francesa, que parece una empresa del Estado, solo pendiente de los funcionarios”. “Se necesita algo completamente diferente, un instinto más emprendedor. Y pensar que no se puede forzar la economía. No vale con masacrar a dos millonarios y repartir su fortuna dando 20 euros a cada persona en paro. No creo que eso sea una solución política”.
La disputa entre el Norte y el Sur en Europa tras el estallido de la crisis ha abierto una brecha cuyos peligros resultan muy evidentes para Sloterdijk: “Han vuelto los antiguos demonios a Europa. Ya no se trata del viejo nacionalismo, ahora es un nacionalismo económico venenoso. Y sin duda se debe a los defectos en la construcción política de Europa. El euro fue sobre todo un proyecto político, y los especialistas ya advirtieron entonces de que eso podría llevar a una explosión. Pero los políticos siguieron adelante con lo suyo. Y esa explosión es lo que estamos viendo ahora. Hay un retroceso en el sentimiento transnacional”. El pensador resume la división continental entre países partidarios de la estabilidad económica, como Alemania, y los defensores de “políticas inflacionistas, como los Estados del Sur”. “Las diferencias neonacionalistas vienen de mezclar la política con esos problemas técnicos. Si no evitamos esa mezcla, Europa puede saltar por los aires”, afirma.
Un cierto sentido de la ironía impregna la obra de Sloterdijk y aflora cuando se pregunta si de verdad Alemania desea mandar sobre Europa: “Todo esto es un malentendido trágico. Los alemanes rezan todas las noches para no tener que gobernar Europa. Pero qué le vamos a hacer, son grandes y fuertes, y no se pueden esconder como cuando uno es pequeñito y se mete detrás de un árbol. El problema no es que Alemania quiera el poder, sino que se trata de una obligación a la que debe acostumbrarse. Pero los alemanes son muy cuidadosos y muy respetuosos”.
Sus grandes obras
Las principales obras de Sloterdijk han sido publicadas en España por la editorial Siruela. Su primer gran libro, Crítica de la razón cínica, salió en Alemania en 1983, y fue editado en Taurus antes de en Siruela. Ese mismo año, la editorial publicó Normas para el parque humano, que data de 1999.La trilogía Esferas, entre 2003 y 2006.
Ira y tiempo vio la luz por primera vez en castellano en 2007, el mismo año que En el mundo interior del capital, originalmente editado en alemán en 2005.
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