Si quiere los papeles aprenda inglés
La reforma migratoria de EE UU aviva el debate sobre la necesidad de que todos hablen inglés
“A menos que sean indios-americanos, todos ustedes vienen de otro país”, declaró recientemente el presidente Barack Obama. “Los que hoy decimos nosotros, un día fuimos ellos”, añadió, en un discurso en el que pidió la acción inmediata del Congreso para poner en marcha una histórica reforma que podría abrir las puertas a obtener la nacionalidad a más de 11 millones de personas que viven en Estados Unidos sin documentos. Ocho senadores de ambos partidos han presentado las bases para una nueva legislación en este sentido. Y el propio Obama ha advertido de que, si el Congreso no actúa, él mismo propondrá una ley. Unos y otros discrepan en muchos aspectos sobre la reforma. Pero hay unanimidad en un punto crucial: los indocumentados que aspiren a convertirse en nacionales deberán aprobar con éxito un examen de inglés.
Sobre el papel, todo aquel que desee obtener la nacionalidad estadounidense debe saber inglés. Pero este requisito, según los críticos, no se requiere con la suficiente contundencia. Que millones de ciudadanos no dominen el idioma tiene elevados costes económicos para las distintas Administraciones (sobre todo en los servicios de traducción de los servicios públicos, la policía o los tribunales), y dificulta la integración cultural, educativa y laboral de los inmigrantes. De ahí que republicanos y demócratas coincidan al menos en este punto de la reforma.
Estados Unidos es una nación en la que la mayoría de la población puede dibujar la línea del árbol genealógico de su familia hasta reconocer al primero de sus antepasados que llegó de otro país. Las sucesivas oleadas migratorias han hecho que en muchas ciudades se pueda desarrollar toda la actividad diaria sin pronunciar una sola palabra de inglés. Y esto es visto por muchos estadounidenses como una amenaza a su cultura. Los expertos consultados inciden, además, en la importancia del idioma como factor de integración.
El requisito no es exclusivamente estadounidense. En la Unión Europea, el conocimiento de la lengua oficial es un requisito en todos los casos excepto en Bélgica, Chipre, Irlanda, Italia, Polonia y Suecia. Este requerimiento se puede demostrar mediante la presentación de un certificado oficial, como en Alemania, o a través una entrevista ante un juez, como en el caso de España. Otros 17 países exigen además superar un examen de conocimientos cívicos. En Francia, por ejemplo, a la prueba de idioma se añade el juramento ante los “valores franceses”, mientras que Canadá da dos opciones: inglés o francés.
La última oleada migratoria de EE UU comenzó en los años setenta y en 2007 marcó un récord. El estallido de la emigración desde Centroamérica, en especial desde México, ha terminado con la presencia de 11 millones de personas que residen en EE UU sin papeles. Muchos de ellos ya tienen hijos de nacionalidad americana, y con ellos comparten el terror a una deportación.
Los hispanos han contribuido a más de la mitad del crecimiento de la población de EE UU en la última década. Han cambiado los apellidos más comunes en las listas de estudiantes admitidos en los colegios y el idioma en los comercios de muchas ciudades; se han ganado un hueco en el Spanish Harlem —barrio históricamente afroamericano de Nueva York— y han dejado California, Arizona o Tejas para trabajar en Carolina del Norte o Colorado, que antes no pisaban.
“En este país mucha gente asocia el español con inmigración ilegal, así que aquellos que no han aprendido inglés suelen recibir un trato distinto”, asegura Roxana Soto, inmigrante y coautora del libro Spanglish baby sobre la educación de niños bilingües. “Por supuesto que existe discriminación por culpa del idioma. A pesar de que el español es el segundo más hablado del mundo, no tiene el mismo prestigio que otros”.
Según los investigadores del Center for American Progress, esa primera opinión de los estadounidenses hacia los inmigrantes “se debe a que la ilusión de que estos no pueden ser asimilados nace cuando todavía no han tenido la oportunidad de absorber la cultura como otros”, especialmente porque todavía no dominan el idioma. Esta sensación, sin embargo, cada vez se difumina antes. Según un informe de la institución en 2010, la integración de los inmigrantes es más profunda y más rápida que hace 20 años.
Jody Vallejo, escritora y socióloga de la Universidad Southern California, refleja este fenómeno en su última obra, De los barrios a los suburbios. Su análisis del viaje hasta la clase media de los mexicanos americanos es un retrato de la rápida transición que lleva a los inmigrantes desde los vecindarios exclusivamente hispanos en el Bronx o en Los Ángeles, parada obligada de los recién llegados, hasta las urbanizaciones de clase media de San Antonio (Tejas).
Los expertos han identificado varios factores que impulsan la integración del inmigrante y todos ellos giran en torno a la consecución de la nacionalidad. A partir de ahí, para la mayoría, el siguiente paso es el acceso a una vivienda. Después llega un mayor dominio del idioma, acompañado de mejores condiciones laborales.
El 87% de los inmigrantes reconoce que el requisito de aprender inglés como condición para la nacionalidad es imprescindible y razonable, según el Centro Pew Hispanic. La condición del idioma, además, no responde tanto a una amenaza a la cultura sino a una garantía de que quien quiera formar parte de la sociedad de EE UU se compromete totalmente con sus valores, señala Annaluisa Padilla, abogada y experta en inmigración. “Estamos intentando integrar a nuevas personas en la idea que tenemos de este país y que a la vez se conserve el tejido social al que contribuimos todos, y el lenguaje es uno de sus elementos”.
EE UU ha debatido en diversas ocasiones sobre la necesidad de aprobar leyes que reconozcan un idioma oficial, pero nunca ha dado el paso. Y el crecimiento de la población hispana, que ya supera los 50 millones de ciudadanos —uno de cada seis estadounidenses— junto a la mezcla de decenas de idiomas diferentes, hace pensar que no ocurrirá. En el país conviven iniciativas de algunos Estados que sí han promovido leyes conocidas como English only y que restringen, por ejemplo, la enseñanza bilingüe en escuelas públicas, mientras que el Gobierno federal obliga a publicar las papeletas electorales en varios idiomas.
De momento, la condición idiomática que impone EE UU a quienes quieran obtener la nacionalidad —el mismo requisito que contemplaría la reforma migratoria— es que los candidatos superen un examen sobre conocimientos de la historia del país, de sus costumbres y valores, así como una entrevista. En esta deben contestar en inglés preguntas sobre cuándo y cómo llegaron al país, historial familiar y cuestiones legales y morales que no siempre saben explicar en otra lengua.
“La mayoría de las personas que no aprueban el examen es precisamente por su nivel de inglés, no por su falta de conocimiento de la historia de este país, eso se puede memorizar”, explica Ana Negoescu, profesora de Carecen, una organización que ayuda cada año a centenares de inmigrantes a prepararse para su examen de ciudadanía. “Hay preguntas complicadas y si no lo has practicado antes, es difícil comprender lo que te están pidiendo”.
Con cada solicitud hay dos oportunidades para examinarse y solo es necesario repetir aquella parte que se haya suspendido.
Los inmigrantes reconocen que si no aprenden inglés se enfrentan a auténticas barreras para participar plenamente en la sociedad. Hay algunos solicitantes que encuentran este requisito como un gran impedimento, en especial si pasan por el proceso de solicitar la ciudadanía como adultos, cuando ya no es tan fácil aprender un idioma. Pero la posibilidad de alcanzar la nacionalidad de EE UU, tras un proceso que suele durar varios años, hace que la mayoría de solicitantes lo acoja positivamente. “Adquirir la nacionalidad es el tramo final de un largo viaje. Les hace ilusión, les gusta tener la oportunidad de aprender más cosas sobre la historia del país”, explica Padilla.
Nadie se identifica en EE UU con el sueño americano como los inmigrantes. Conseguir la nacionalidad es, para muchos de ellos, la consolidación de ese anhelo. Según el expresidente John F. Kennedy, “la inmigración ha dado a cada estadounidense un estándar por el que juzgar lo alto que puede llegar”. Casi 50 años después de que el demócrata hiciera estas declaraciones, miles de jóvenes indocumentados, apodados dreamers, luchan por una ley de inmigración que les dé la oportunidad de realizar ese mismo sueño.
“Es justo que el inmigrante deba hablar inglés porque además crea una gran variedad de oportunidades laborales, económicas y sociales a las que no accedería de otra forma”, asegura George Escobar, profesor de la organización CASA Maryland, donde decenas personas preparan cada año su examen.
Incluso antes de enfrentarse a esas pruebas, los inmigrantes reconocen que aprender el idioma es imprescindible. “Si no lo dominas, no vas a poder aprovechar todo lo que la sociedad te puede ofrecer”, argumenta Soto. “Esto puede ser perjudicial para aquellos padres con niños en edad escolar, porque no pueden participar en la educación de sus hijos”.
A pesar de contar con una green card o permiso de residencia, muchos de los inmigrantes tienen las puertas cerradas a puestos de trabajo que exigen la nacionalidad, como organismos federales, organizaciones internacionales y empresas privadas. La alternativa son trabajos por el salario mínimo, cerca de ocho dólares la hora (seis euros), y ausencia de beneficios como seguro médico o ayudas públicas para la educación. En el caso de las universidades, los estudiantes con green card deben pagar matrículas superiores a las de los nacionales, lo que añade un nuevo obstáculo.
Según un estudio del Center for American Progress, en 1990, apenas el 35% de los nacidos en el extranjero tenía ingresos superiores al salario mínimo. En 2008, el porcentaje había ascendido al 66% gracias, entre otros factores, a la última ley de inmigración, que en 1986 impulsó el proceso de regularización de tres millones de indocumentados.
La otra cara de la moneda es el porcentaje de inmigrantes que, a pesar de residir legalmente en EE UU y de tener posibilidad de obtener la ciudadanía porque han cumplido los plazos de residencia, ni siquiera dan el paso de solicitarla. Apenas el 36% de los 5,4 millones de mexicanos que residen legalmente en EE UU ha comenzado el proceso para obtener la nacionalidad, algo que pueden hacer después de vivir legalmente más de cinco años en el país.
Los políticos conservadores que se oponen a la amnistía, como describen despectivamente la regularización de indocumentados, citan estos porcentajes como excusa para no apoyar un proceso que, según ellos, tampoco quieren los inmigrantes. Pero detrás de esas cifras se esconden causas que a veces se imponen al sueño americano. El 65% de los que piden la nacionalidad reconoce que debe mejorar su inglés para superar el examen, mientras que un 23% lo encuentra demasiado difícil, según el Centro Pew Hispanic.
“No es porque no quieran aprender”, justifica Negoescu. “Hay barreras muy importantes. La mayoría de los emigrantes de Centroamérica no ha tenido acceso a la educación, esa población tiene un nivel de alfabetización muy bajo y se les hace muy difícil el examen”.
Pero el mayor obstáculo no es el idioma, sino el precio. El 94% de los encuestados no solicita la nacionalidad porque no puede pagar los 680 dólares (509 euros) que cuesta. Este impedimento ha suscitado la campaña Becoming Americans —Convirtiéndonos en Americanos—, una iniciativa de varias organizaciones en defensa de los derechos de los inmigrantes y que defienden que la agencia de inmigración del Gobierno debe reconsiderar este precio, especialmente para los residentes legales con puestos de trabajos peor pagados.
Según el Centro Pew Hispanic, el 93% de los hispanos pagaría esa tasa para obtener la nacionalidad si pudiera pagarla. Esta situación ha provocado que en EE UU residan 8,5 millones de personas de manera legal pero sin el pasaporte estadounidense. En ese limbo, carecen de derecho a voto y a muchas de las ayudas y subvenciones de las que disponen los que sí tienen ese documento.
Negoescu y Escobar, en contacto permanente con inmigrantes que aspiran a la nacionalidad y que comparten con ellos estas tensiones, afirman que tanto ellos como el resto de la comunidad hispana saben que el lenguaje “no es lo único” que garantiza su integración en la sociedad. Muchos de ellos consideran que ya participan plenamente en la cultura estadounidense, especialmente a través de sus hijos. La escolarización en inglés de los menores hace que los padres adquieran mayores conocimientos sobre el país, normas culturales o tendencias, y adopten costumbres tan americanas como preparar una barbacoa cada 4 de julio o asar un pavo en Acción de Gracias. Y lo celebran como un americano más, hayan nacido en Colombia, México, Rusia o Bulgaria.
el dispreciau dice: la desesperación impulsa a emigrar... y el destino elegido es el de los sueños, por ende EEUU es el lugar indicado, así al menos se lo ve desde afuera. Mejor sería que los países fuentes de "desesperaciones ciudadanas" no lo fueran tanto, o bien al menos construyeran políticas de contención social, ciertas, genuinas, dignas... No es así y está lejos de serlo, ya que el mundo avanza hacia la exclusión masiva, hacia los populismos que compran dignidades a cambio de esclavizaciones silenciosas. La barrera no es la frontera, tampoco el idioma, ya que todo se aprende o se cruza... tal vez, la llave es el posterior drama de la inserción social, algo que nadie atiende pero existe, en todas partes... el foráneo no es bien visto, mucho menos aceptado. No obstante ello, ser norteamericano es algo semejante a una recategorización social, aún a pesar de las diferencias... y en este mundo de desquicios, esta realidad tiene un peso específico que supera lo dramático... quien logra cruzar la barrera, se enorgullecerá de ser americano, aún pesar de las eventuales discriminaciones sociales silenciosas. Más allá, el idioma es una de las llaves que abre o cierra los conciertos... hablarlo es la diferencia entre el paraíso y el infierno... muchas veces, lo que queda detrás de cada destino, no es el infierno, sino un paraíso no apreciado. Febrero 19, 2013.-
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