Desafíos que presenta el acuerdo político en la Argentina
La irrupción del largo plazo
Nicolas M. Massotpara
LA NACION
Lunes 07 de febrero de 2011 | Publicado en edición impresa.
EL problema es que no hay políticas de Estado. Cada gobierno que viene borra con el codo lo que el anterior escribió con la mano." Ultimamente, en aquella institución que denominamos charlas de café, esta frase solamente es superada por las más controversiales que intentan racionalizar el fracaso de la Argentina en el Mundial de Sudáfrica. Es que explicar cómo un país -con los recursos naturales y humanos que tiene el nuestro- presenta realidades y conflictos socioeconómicos tan agudos, es sólo segundo en complejidad a entender por qué con el mejor plantel de jugadores de fútbol no consigue superar los cuartos de final hace más de 20 años.
Lo cierto es que aquel mal hábito que nuestros políticos vienen demostrando hace décadas -tan presente en frases como la que comentamos- ha sido crudamente expuesto en las dos últimas gestiones encabezadas por el matrimonio Kirchner. El atropello a las instituciones de la República, la indiferencia con que se trata a los espacios opositores y su estilo de gobierno, más reactivo que preventivo, han acentuado como nunca la necesidad de construir a largo plazo.
El Acuerdo de Gobernabilidad y de Políticas Públicas, recientemente firmado por varios referentes de la oposición, ha formalizado en la esfera política un sentimiento de larga data y gran calado en la sociedad, aunque reine el escepticismo. Muchos de los firmantes ya han demostrado que su compromiso con la "igualdad social" o el "federalismo económico", no es tan nítido como las firmas que han estampado en el Acuerdo y que su respeto por la "división de los poderes" y la "independencia de la Justicia" no es tan "riguroso" como el documento proclama.
Pero la novedad de este hecho no son los nombres sino la irrupción del largo plazo en la política nacional. Cierto es que nada nos dice el acuerdo respecto de la intención de los firmantes y a pocos sorprendería que fuera uno más de sus encantos políticos. Sería esperanzador, aunque tal vez un tanto ingenuo, creer que han vencido sus vicios y han decidido, finalmente, pelear en conjunto por un proyecto nacional. Lo novedoso, en cambio, es que, aún suponiendo que el acuerdo pueda ser un simple montaje de campaña y su intención non sancta, lo que trasluce es la demanda -por parte de la sociedad- de acabar con el cortoplacismo que tiñe nuestra política. Porque aunque el acuerdo fuera efectivamente un montaje, necesariamente requeriría de una audiencia deseosa de asistir a la performance.
Para ver en esta novedad -cualquiera que sea la naturaleza e intención del acuerdo- una buena noticia, antes debemos convencernos de que la baja calidad de nuestros últimos gobiernos -militares y civiles de todos los signos-, es sólo una circunstancia en la realización del país -principal supuesto, por cierto, de cualquier política de Estado. Circunstancia que, aunque larga, resulta insignificante respecto del proceso de formación de la conciencia colectiva que vamos forjando con nuestros aciertos y desaciertos.
Es precisamente por ello que valdría la pena reflexionar sobre otra arista de la conciencia colectiva que, siendo recurrente en nuestra historia, es también explotada por la presente gestión. Estamos hablando del odio ideológico. Probablemente muchos hayan experimentado, en los últimos tiempos, la mella que va produciendo en la discusión política -aquel tradicional pasatiempo de los argentinos, sólo comparable a las discusiones futbolísticas- llevándola a niveles irreconciliables. Como las futbolísticas, claro, pero el fútbol es un deporte? Al odio entre clases, presente mucho antes de 2003, se le sumó uno intraclases, de corte marcadamente doctrinal. Estamos adoptando posiciones fanáticas y sesgadas. La paranoia y la mitomanía del gobierno nacional y cientos de miles de sus partidarios, producen reacciones similares en la oposición y el resto de la sociedad.
Así, por ejemplo, el Indec fue forzado a manipular estadísticas con fines políticos. Pero cuando es la oposición quien utiliza los datos de la inflación en argumentos críticos, son también muchas veces cifras irrealmente altas las que expone, persiguiendo fines igualmente políticos pero en beneficio propio. Otro tanto ocurre con las cifras del desempleo, la pobreza, la inversión o las cuentas nacionales en general. Y el discurso oficialista que sostiene que el país ha hecho realidad un sueño de crecimiento y prosperidad, con un gobierno exento de errores pero constantemente amenazado por las más temibles conspiraciones, es respondido por otro discurso, esta vez apocalíptico, plagado de profecías aterradoras y marcando la constante ineficiencia de un gobierno que estaría haciendo absolutamente todo de manera incorrecta.
Ante una polarización semejante, el gobierno nacional y muchos de sus seguidores, intentan buscar soluciones a través de la confrontación. La oposición, con los suyos, lamentablemente ha aceptado retribuir con la misma moneda, acentuando entonces el rencor y el odio ideológicos que tanto se reprocha al oficialismo, y demostrando una preocupante incapacidad para sustraerse a la espiral de intolerancia en que se desenvuelve la actividad política argentina. La sociedad toda ha estado tomando partido en dicho clivaje y la tensión en aumento se siente.
La única manera en la que podremos superar al kirchnerismo es elevándonos por sobre su propuesta de confrontación, por sobre sus juegos de suma cero, terminando con el maniqueísmo que impera en nuestra vida cotidiana, desde la política hasta la historia, y del cual tanto se han servido. Demandará a la oposición un ejercicio de inteligencia y voluntad que le permita diferenciarse en la lid política del sesgo impuesto por la personalidad de Néstor Kirchner. Pero no podremos conseguir ningún acuerdo vinculante y verdaderamente nacional si olvidamos a los millones de seguidores que hoy tiene el Frente para la Victoria. Y solamente podremos incluirlos si reconocemos aquellas demandas que, nos guste o no, han sido representadas y ejecutadas por los últimos dos gobiernos. Sería un primer paso para acompañar la irrupción del largo plazo y empezar a extirpar el odio ideológico en nuestra conciencia colectiva.
En ese sentido, resulta innegable la importancia que tuvo la figura de Néstor Kirchner -con todos sus caprichos y abusos- para ocupar un espacio de poder que había quedado vacante después de la crisis económico-representativa de 2001/2002, amenazando peligrosamente aquel extraño concepto que hemos dado en llamar gobernabilidad. La gestión económica de los gobiernos kirchneristas divide más las aguas. Pero a pesar de la manipulación de las estadísticas, el derrotero económico de los últimos siete años ha sido cuando menos sorprendente. Se puede cuestionar la legitimidad de las estadísticas por su carácter impersonal, pero es la forma en la que nos venimos midiendo hace décadas. Y por más que sigamos conviviendo con una larga lista de problemas socioeconómicos sin resolver, la mejoría relativa se nota en la economía real y es difícil atacar la gestión de dichos gobiernos sin recurrir a contrafácticos. Es aquí donde las críticas germinan. Son muchas y muy tentadoras. Llegan al punto de afirmar que la bonanza económica fue a pesar del Gobierno y debida a un contexto internacional irrepetible. Pero la realidad es más fuerte que la imaginación.
No se trata de una concesión al kirchnerismo. Nada es más contundente respecto de la deuda kirchnerista que el hecho de que nos cueste tanto ponernos de acuerdo en algunas pocas políticas bien llevadas a cabo. Se trata, más bien, de un acto de grandeza en donde quienes realmente quieran hacer crecer el acuerdo deberán estar dispuestos a reconocer aquellos méritos que haya tenido el Gobierno -con matices, por cierto, pero méritos al fin-, como la única manera de tender un puente que ayude a incluir en un acuerdo nacional a la considerable masa de seguidores con la que cuenta el Frente para la Victoria.
Lo que cada uno esté dispuesto a reconocer descansa fuertemente en sus convicciones personales, pero no parece prioritario discutirlo aún. También podemos discutir cuáles serán las políticas de Estado que la Argentina necesitará adoptar en las próximas décadas, pero hoy debemos contentarnos con que seamos conscientes de la necesidad de establecer algunas. El marco siempre antecede al contenido. Así, antes de dedicarnos a seleccionar cuáles serán aquellas políticas de Estado, debemos hacer del acuerdo una institución englobante, preparándonos a incluir hasta aquellos sectores que nos resulten más antagónicos. El abandono de la confrontación y el reconocimiento - aunque parcial, igualmente necesario - a las últimas dos gestiones resulta, pues, de la mayor importancia. Sin dudas requerirá de un esfuerzo hercúleo, que implicará tal vez abandonar las banderas partidarias por un instante y, abstrayéndose de la coyuntura, delinear la estructura de una Nación que, al fin, se alce sin vencedores ni vencidos.
La irrupción del largo plazo - lanacion.com
el dispreciau dice: ARGENTINA merece otra clase política, ARGENTINA merece ser nación de democracias ciertas, ARGENTINA merece expresar lo mejor de sí misma... para ello se debe superar esta etapa medieval alcanzando una concertación que permita construir un país (no las cajas personales de cada quién), previsible, cierto, genuino, seguro, sustentable. Esta clase política no es capaz, no guarda criterios de gestión ni tampoco le interesa el país como tal, sólo se mueve por apetencias personales y se sustenta en la corrupción de sus amiguismos y clientes proveedores de miserias humanas. ARGENTINA no se puede dar el lujo de contener una clase sindical detenida en 1940, perversa y con criterios perimidos. La filosofía vacía y falaz del "compañero", del "correligionario" ya no encuentran espacio en este mundo. La clase política muestra el peor de sus costados y ARGENTINA no se puede dar el lujo de fracasar otra vez, so pena de desintegrarse. La clase política no puede insistir en estar ausente del país, vendiendo realidades inexistentes tal se hizo durante la década infame (1990-1999). No se puede hablar de nación sin prever los futuros de las gentes, sin asegurar sus mañanas... No se puede hablar de nación transitando el sentido de villa y pobreza extrema... No se puede hablar de nación, sometidos al imperio del narcotráfico y el narcolavado... No se puede hablar de nación, sometiendo a la sociedad toda a vivir en libertad condicional mientras los delincuentes y asesinos andan sueltos por la calle cometiendo todo tipo de vejaciones para aportar a las cajas del estado ausente... NO se puede hablar de nación, cuando desde el estado se cultivan las miserias de las personas... No se puede hablar de nación, cuando se denigra y se invade el estado de derecho... No se puede hablar de nación, cuando no se respetan los mecanismos de la democracia o bien cuando se acomodan a los intereses de unos pocos... ARGENTINA está enferma de soberbias y de ausencias. Entonces sólo es una entelequia de país. Conveniencia de pocos, mal de muchos. No se puede hablar de nación imponiendo fantasmas... Nada bueno asoma en el horizonte, nada peronista federal, nada peronista k, nada justicialista mentido, nada sindical, nada socialista, nada coalicionista, nada proista, nada radical, todo es un triste desconcierto donde las palabras están vacías, más vacías que nunca antes... Febrero 07, 2011.-
lunes, 7 de febrero de 2011
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