El miedo a que nos copien
Cada paso que se da hacia la clonación de personas levanta oleadas de rechazo
La identidad genética no garantiza en absoluto la igualdad entre humanos
Narciso se quería tanto que murió ahogado al intentar besar su reflejo. Pero este tipo de comportamiento era solo una anomalía —por eso fue tomado como personaje en la educativa mitología—. Porque, reconozcámoslo: por mucho que nos gustemos y aunque seamos los únicos que nos damos siempre la razón, la idea de vivir en un mundo con personas idénticas a nosotros no nos seduce a casi nadie. Sería como la redacción de un periódico o el vestuario de un equipo de galácticos: demasiados egos juntos. Llevado a un terreno más serio, la clonación humana, como dice —hablando a título individual, según recalca— Teresa López López, presidenta del Comité de Bioética Español (CBE), da “respeto”.
El trabajo publicado el miércoles en Cell por investigadores de la Universidad de Oregón es una buena ocasión para plantearse esos reparos. Porque los científicos han roto las barreras técnicas que nos permitían tener el debate desde un punto de vista teórico. Al llevar la división del óvulo mediante una técnica de transferencia nuclear (la que se usó para crear a la oveja Dolly o al toro Got) hasta la fase de blastocisto, Mitalipov y su equipo llegaron lo más lejos que se puede llegar en laboratorio. A partir de ahí, el ensayo para conseguir un humano —si es lo que se quiere— tendría que usar úteros femeninos.
Eso son palabras mayores desde un punto de vista bioético. La investigación sería muy difícil, con riesgo de producir abortos o niños con malformaciones por el camino. El rechazo es tal que los investigadores han huido por todos los medios de que se asocie su trabajo con esta idea. En sus declaraciones y en sus notas de prensa había un esfuerzo patente para que ese aspecto no oscureciera los hallazgos potencialmente prácticos de su trabajo. Por ética, pero también por economía: un boicoteo podría ser mortal para su trabajo.
“La clonación y la reproducción por medios no naturales están prohibidas por Naciones Unidas”, recuerda Carlos Alonso Bedate, miembro también del CBE. La ley de reproducción humana asistida española recoge expresamente esa prohibición, aunque se inventó el término acientífico de preembrión para permitir el ensayo hasta la fase en que se podían obtener células madre, el blastocisto, pero sin que se pueda implantar en un útero (el proceso que sigue la fecundación in vitro).
Pero las leyes nunca han sido barrera suficiente para algunos científicos. Siempre puede haber un millonario que quiera recuperar mediante clonación a un hijo o una esposa fallecida. Y seguro que encuentra un laboratorio más o menos clandestino dispuesto a facilitárselo.
“Rechazamos las intervenciones para crear una identidad. No tenemos derecho a fabricarlas”, insiste Alonso como idea previa. Y eso antes de advertir que “en todo caso, los genes, que es lo que se puede copiar, no lo son todo”. Incluso los gemelos idénticos dejan de serlo según crecen: acumulan experiencias diferentes y sus cerebros se desarrollan de manera divergente. “Aun así, venimos con el circuito cerebral preinstalado”, insiste Alonso, por lo que ese futuro individuo estaría artificialmente predispuesto a ciertos hechos o pensamientos. Además, hay otro aspecto que Alonso destaca y rechaza: “El dominio sobre otro individuo”.
Teresa López abunda en esa idea: “No podemos utilizar a las personas ni convertirlas en un instrumento para hacer experimentos”, dice. “Eso sería el principio de la esclavitud, que no debería existir”. “La persona es un fin en sí misma, y su riqueza no puede crearse en un laboratorio”, recalca la presidenta del CBE.
Entre las opiniones más contrarias —aún— a la práctica está la de Natalia Moratalla, también miembro del CBE, que podría representar al grupo de bioéticos que, desde un rechazo total a la práctica, cargan de argumentos científicos sus críticas. Es, por ejemplo, el caso de Ana Sánchez García, investigadora del Instituto de Biología y Genética Molecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, quien ha advertido de que “las células clonadas pueden producir tumores si no se controlan” y que la “investigación ha llegado un poco tarde”, porque ya hay otras técnicas que permiten obtener células madre con los mismos genes que las de un adulto: la reprogramación que da lugar a las células iPS.
En esta línea, Moratalla empieza por descalificar el trabajo. “Acabo de terminar de leerlo, y es muy pobre. Ellos no dicen que hayan clonado. Lo que han hecho ha sido mejorar una técnica de dudosa aplicación”, afirma. “Desde el punto de vista de la clonación terapéutica, no ofrece problemas, porque ahí no hay individuo. Solo llegan a algo del tipo del blastocisto. Cualquier óvulo que se active por el procedimiento que sea empieza a multiplicarse”. Y en esto, Moratalla va más lejos que los más conservadores, como su compañero del CBE César Nombela, quien critica incluso los fines terapéuticos de la técnica, ya que para obtener las células madre habría que destruir los embriones, algo que algunos equiparan al aborto.
En esta fase, que es a la que han llegado los investigadores, Moratalla solo ve una pega: el uso de óvulos. “La clonación terapéutica, si saliera, es un disparate. Habría que partir de óvulos, montones de mujeres donándolos, lo que sería un abuso. Tendríamos que salir a protestar”. “Es verdad que hay mujeres que donan óvulos para reproducción asistida, pero es por negocio. Son las más pobres, y eso es una forma de violencia de género”, dice. En esta línea argumental de la incapacidad técnica, que es cierta todavía, Moratalla apunta a que “la criatura que naciera tendría una cantidad de defectos a la fuerza”, porque, dice -sin evitar la polémica-, "es lo que pasa con los niños concebidos por técnicas de reproducción asistida".
Pero la principal pega que pone la bioética es el impacto de la técnica en el futuro desarrollo del niño así obtenido. “A mí no me gustaría saber que soy un trozo de otra persona”, dice. “Para el desarrollo es muy importante saber las raíces y tener una referencia de un padre y una madre, sobre todo los dos primeros años de vida. Esto es fundamental para el desarrollo de su cerebro, porque si no se paraliza”, afirma. “Si la naturaleza ha puesto tantas barreras para que biológicamente tengamos que ser hijos de uno y una y tengamos raíces, es por algo”.
La miembro del Servicio de Genética de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid Carmen Ayuso, resume: “En bioética y en medicina, lo que importa es la relación entre los riesgos y los beneficios”, dice. Y los peligros de la técnica son, desde un punto de vista médica, claros. Si ya de por sí la reproducción natural es poco eficaz, en este caso todo apunta a que será aún menos. Además de los riesgos para el individuo, que heredaría mutaciones y otras alteraciones genéticas del progenitor, “a nivel individual se puede perder la identidad, y biológicamente, la biodiversidad, lo que es un riesgo”. La conclusión de Ayuso, por tanto, es que se trata de algo demasiado complicado y peligroso que “no tiene más utilidad que la de satisfacer el ego de alguien, porque ni como técnica reproductiva ni para medicina regenerativa haría falta”.
Jorge Cuadros, de la Asociación para el Estudio de la Biología Reproductiva (Asebir), remite a unas consideraciones del Comité de Ética de la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva (ASRM, por sus siglas en inglés), que se plantea qué pasaría si los problemas técnicos estuvieran solucionados.
Él establece tres grupos: los que se oponen por principio, los que lo verían útil solo en algunos casos, y los más permisivos. “Es difícil defender” la postura apriorística, dice Cuadros, “porque no está basada en criterios científicos, sino en normas morales que dependerán del Gobierno de turno o de la religión que se profese”. Sobre una posible indicación médica, “no habría gran diferencia entre la clonación reproductiva y otras técnicas de reproducción asistida, por lo que sería éticamente aceptable para pacientes infértiles”, dice. Pero “el problema con esta postura” es que ya “hay diferentes opciones para las parejas infértiles”.
Aun si no hubiera pega técnica alguna, Cuadros se plantea: “¿Cómo podría afectar a los niños el conocer que su origen ya no es único y original, como el del resto de individuos, sino que es una copia de alguno de sus progenitores? A priori no tendría que ser negativo”. Quizá el problema sería “que los padres tuvieran expectativas equivocadas respecto del niño, como que fuera idéntico al donante de la célula somática, física, intelectual o emocionalmente, mientras que para el niño sería un problema conocer, por ejemplo, las enfermedades que podría padecer su gemelo clónico”.
Esta última hipótesis es quizá la más interesante. ¿Si no hubiera problema técnico alguno y la tasa de éxitos fuera similar a la de otras técnicas de reproducción asistida, qué opinaríamos? Carlos Romeo, del CBE, es quien va más allá. “Cuando en los noventa montamos un grupo sobre este asunto, todos nos fuimos convenciendo de que no le veíamos pegas”. La duda está en si esa situación llegará. “De momento, no es rentable” en ningún sentido, con el inconveniente de que para llegar a perfeccionar la técnica habría que pasar inevitablemente por los ensayos en personas, con resultado incierto, añade.
Además, Romeo añade un último motivo para seguir en contra. “Es casi lo único en lo que los bioéticos coincidimos. La prohibición no molesta a nadie”.
El trabajo publicado el miércoles en Cell por investigadores de la Universidad de Oregón es una buena ocasión para plantearse esos reparos. Porque los científicos han roto las barreras técnicas que nos permitían tener el debate desde un punto de vista teórico. Al llevar la división del óvulo mediante una técnica de transferencia nuclear (la que se usó para crear a la oveja Dolly o al toro Got) hasta la fase de blastocisto, Mitalipov y su equipo llegaron lo más lejos que se puede llegar en laboratorio. A partir de ahí, el ensayo para conseguir un humano —si es lo que se quiere— tendría que usar úteros femeninos.
Eso son palabras mayores desde un punto de vista bioético. La investigación sería muy difícil, con riesgo de producir abortos o niños con malformaciones por el camino. El rechazo es tal que los investigadores han huido por todos los medios de que se asocie su trabajo con esta idea. En sus declaraciones y en sus notas de prensa había un esfuerzo patente para que ese aspecto no oscureciera los hallazgos potencialmente prácticos de su trabajo. Por ética, pero también por economía: un boicoteo podría ser mortal para su trabajo.
“La clonación y la reproducción por medios no naturales están prohibidas por Naciones Unidas”, recuerda Carlos Alonso Bedate, miembro también del CBE. La ley de reproducción humana asistida española recoge expresamente esa prohibición, aunque se inventó el término acientífico de preembrión para permitir el ensayo hasta la fase en que se podían obtener células madre, el blastocisto, pero sin que se pueda implantar en un útero (el proceso que sigue la fecundación in vitro).
Pero las leyes nunca han sido barrera suficiente para algunos científicos. Siempre puede haber un millonario que quiera recuperar mediante clonación a un hijo o una esposa fallecida. Y seguro que encuentra un laboratorio más o menos clandestino dispuesto a facilitárselo.
“Rechazamos las intervenciones para crear una identidad. No tenemos derecho a fabricarlas”, insiste Alonso como idea previa. Y eso antes de advertir que “en todo caso, los genes, que es lo que se puede copiar, no lo son todo”. Incluso los gemelos idénticos dejan de serlo según crecen: acumulan experiencias diferentes y sus cerebros se desarrollan de manera divergente. “Aun así, venimos con el circuito cerebral preinstalado”, insiste Alonso, por lo que ese futuro individuo estaría artificialmente predispuesto a ciertos hechos o pensamientos. Además, hay otro aspecto que Alonso destaca y rechaza: “El dominio sobre otro individuo”.
Teresa López abunda en esa idea: “No podemos utilizar a las personas ni convertirlas en un instrumento para hacer experimentos”, dice. “Eso sería el principio de la esclavitud, que no debería existir”. “La persona es un fin en sí misma, y su riqueza no puede crearse en un laboratorio”, recalca la presidenta del CBE.
Entre las opiniones más contrarias —aún— a la práctica está la de Natalia Moratalla, también miembro del CBE, que podría representar al grupo de bioéticos que, desde un rechazo total a la práctica, cargan de argumentos científicos sus críticas. Es, por ejemplo, el caso de Ana Sánchez García, investigadora del Instituto de Biología y Genética Molecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, quien ha advertido de que “las células clonadas pueden producir tumores si no se controlan” y que la “investigación ha llegado un poco tarde”, porque ya hay otras técnicas que permiten obtener células madre con los mismos genes que las de un adulto: la reprogramación que da lugar a las células iPS.
En esta línea, Moratalla empieza por descalificar el trabajo. “Acabo de terminar de leerlo, y es muy pobre. Ellos no dicen que hayan clonado. Lo que han hecho ha sido mejorar una técnica de dudosa aplicación”, afirma. “Desde el punto de vista de la clonación terapéutica, no ofrece problemas, porque ahí no hay individuo. Solo llegan a algo del tipo del blastocisto. Cualquier óvulo que se active por el procedimiento que sea empieza a multiplicarse”. Y en esto, Moratalla va más lejos que los más conservadores, como su compañero del CBE César Nombela, quien critica incluso los fines terapéuticos de la técnica, ya que para obtener las células madre habría que destruir los embriones, algo que algunos equiparan al aborto.
En esta fase, que es a la que han llegado los investigadores, Moratalla solo ve una pega: el uso de óvulos. “La clonación terapéutica, si saliera, es un disparate. Habría que partir de óvulos, montones de mujeres donándolos, lo que sería un abuso. Tendríamos que salir a protestar”. “Es verdad que hay mujeres que donan óvulos para reproducción asistida, pero es por negocio. Son las más pobres, y eso es una forma de violencia de género”, dice. En esta línea argumental de la incapacidad técnica, que es cierta todavía, Moratalla apunta a que “la criatura que naciera tendría una cantidad de defectos a la fuerza”, porque, dice -sin evitar la polémica-, "es lo que pasa con los niños concebidos por técnicas de reproducción asistida".
Pero la principal pega que pone la bioética es el impacto de la técnica en el futuro desarrollo del niño así obtenido. “A mí no me gustaría saber que soy un trozo de otra persona”, dice. “Para el desarrollo es muy importante saber las raíces y tener una referencia de un padre y una madre, sobre todo los dos primeros años de vida. Esto es fundamental para el desarrollo de su cerebro, porque si no se paraliza”, afirma. “Si la naturaleza ha puesto tantas barreras para que biológicamente tengamos que ser hijos de uno y una y tengamos raíces, es por algo”.
La miembro del Servicio de Genética de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid Carmen Ayuso, resume: “En bioética y en medicina, lo que importa es la relación entre los riesgos y los beneficios”, dice. Y los peligros de la técnica son, desde un punto de vista médica, claros. Si ya de por sí la reproducción natural es poco eficaz, en este caso todo apunta a que será aún menos. Además de los riesgos para el individuo, que heredaría mutaciones y otras alteraciones genéticas del progenitor, “a nivel individual se puede perder la identidad, y biológicamente, la biodiversidad, lo que es un riesgo”. La conclusión de Ayuso, por tanto, es que se trata de algo demasiado complicado y peligroso que “no tiene más utilidad que la de satisfacer el ego de alguien, porque ni como técnica reproductiva ni para medicina regenerativa haría falta”.
Jorge Cuadros, de la Asociación para el Estudio de la Biología Reproductiva (Asebir), remite a unas consideraciones del Comité de Ética de la Sociedad Americana de Medicina Reproductiva (ASRM, por sus siglas en inglés), que se plantea qué pasaría si los problemas técnicos estuvieran solucionados.
Él establece tres grupos: los que se oponen por principio, los que lo verían útil solo en algunos casos, y los más permisivos. “Es difícil defender” la postura apriorística, dice Cuadros, “porque no está basada en criterios científicos, sino en normas morales que dependerán del Gobierno de turno o de la religión que se profese”. Sobre una posible indicación médica, “no habría gran diferencia entre la clonación reproductiva y otras técnicas de reproducción asistida, por lo que sería éticamente aceptable para pacientes infértiles”, dice. Pero “el problema con esta postura” es que ya “hay diferentes opciones para las parejas infértiles”.
Aun si no hubiera pega técnica alguna, Cuadros se plantea: “¿Cómo podría afectar a los niños el conocer que su origen ya no es único y original, como el del resto de individuos, sino que es una copia de alguno de sus progenitores? A priori no tendría que ser negativo”. Quizá el problema sería “que los padres tuvieran expectativas equivocadas respecto del niño, como que fuera idéntico al donante de la célula somática, física, intelectual o emocionalmente, mientras que para el niño sería un problema conocer, por ejemplo, las enfermedades que podría padecer su gemelo clónico”.
Esta última hipótesis es quizá la más interesante. ¿Si no hubiera problema técnico alguno y la tasa de éxitos fuera similar a la de otras técnicas de reproducción asistida, qué opinaríamos? Carlos Romeo, del CBE, es quien va más allá. “Cuando en los noventa montamos un grupo sobre este asunto, todos nos fuimos convenciendo de que no le veíamos pegas”. La duda está en si esa situación llegará. “De momento, no es rentable” en ningún sentido, con el inconveniente de que para llegar a perfeccionar la técnica habría que pasar inevitablemente por los ensayos en personas, con resultado incierto, añade.
Además, Romeo añade un último motivo para seguir en contra. “Es casi lo único en lo que los bioéticos coincidimos. La prohibición no molesta a nadie”.
El miedo a que nos copien | Sociedad | EL PAÍS
el dispreciau dice: el mundo corporativo asociado a los estados ausentes, han exterminado la ética y consiguientemente la equidad de los valores intrínsecos a las ciencias... detrás han exterminado la filosofía de las ciencias, y antes o después han manipulado la información pública disfrazándola de ciencia, cuando en verdad no deja de ser un mero negocio que beneficia a una de las partes y no más que eso. Los apuros por copiar son tan falsos como los de curar... ya que en ningún caso benefician al conjunto de la sociedad humana, llegando sólo a unos pocos que pueden pagar el mejor tratamiento en manos del mejor equipo médico... los demás serán cobayos o directamente no serán nada. Detrás, los estados hablan de costos catastróficos, argumentando de esa manera que los pacientes sólo tienen derecho a enfermarse, nunca a tratarse, mucho menos pensar en curarse... más tarde se hablará de equidad en la salud pública, e inmediatamente se verán casos como el de España, donde el gobierno gesta la destrucción de la salud pública encargada por Bruselas, un país siempre asociado a los genocidios. No hay ninguna diferencia entre estas "ciencias" ejercitadas desde las perversidades económicas y aquellas otras ejercidas en los campos de concentración, ambas son expresiones aberrantes de las miserias humanas que se han apropiado del mundo. Una sociedad que se precie de tal, debe ser la depositaria y regente de los avances científicos, ya que cuando estos son propiedad de corporaciones miserables, los únicos resultados sociales evidentes se traducen en exclusiones. Dicho modelo es inservible... ya que no conduce a ninguna parte... discriminando los conocimientos científicos médicos y discriminando las necesidades legítimas de los pacientes. Una vez más, este modelo de mundo ha llegado a su fin... copiar células, sólo servirá para copiar humanos... del mismo modo que se hace con los dólares, los euros y las libras... del mismo modo que se hace con los documentos de las personas capturadas para el tráfico... del mismo modo que se hace con los automóviles de cualquier marca y factor... del mismo modo que se hace con la ropa, los perfumes y hasta con los medicamentos... por ende, el hecho es aberrante en sí mismo, y como tal debería ser condenado y repudiado por la sociedad humana. MAYO 18, 2013.-
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