lunes, 18 de mayo de 2009
reflexiones antropológicas 2: mercantilización de la vida íntima
13 MAY 09 | ¿Estamos perdiendo la capacidad de cuidarnos unos a otros?
La mercantilización de la vida íntima
Un libro que analiza las transformaciones en la intimidad. La privatización del cuidado: baby sitters, asistentes geriátricos, animadores de cumpleaños, psicólogos, ensambladores de álbumes familiares, etc.
IntraMed
Arlie Russell Hochschild
"La mercantilización de la vida íntima"
Apuntes de la casa y el trabajo
A medida que la familia "artesanal" se transforma en una familia postindustrial, las tareas que antes se llevaban a cabo en el interior del núcleo familiar se confían cada vez más a especialistas externos: cuidadores de niños y de personas mayores, enfermeros, profesores de colonias de verano, psicólogos y animadores de fiestas de cumpleaños. Así, producimos menos cuidado familiar pero lo consumimos más. El amor y el cuidado, cimientos de la vida social, suscitan hoy verdadero desconcierto.
Arlie Russell Hochschild, una de las más importantes voces de la sociología feminista, ofrece en esta obra nuevos y penetrantes modos de mirar la vida familiar, el amor, el género, el espacio de trabajo y las transacciones del mercado. Cada capítulo refleja algunas de las arduas negociaciones que debemos realizar día a día para satisfacer las complejas demandas del amor y del trabajo. Así, la obra aborda los temas que nuestra época ha puesto en el sitio central de la interrogación sociológica: las emociones, los géneros, la familia, el capitalismo, la globalización y los modos en que la cultura contemporánea ha mercantilizado la intimidad, la emoción y la vida familiar.
Introducción
Las dos caras de una idea Referencias:
Dice la sabiduría popular que quien recorra sin brújula un largo trecho de espesura virará gradualmente hacia el costado, andará en círculos y terminará en el mismo lugar desde donde partió. Cuando extendí estos ensayos por primera vez sobre la alfombra azul de mi estudio, desde el que pensaba incluir en primer lugar hasta el que acababa de redactar, había trazado ese círculo. En su centro está la idea de que el amor y el cuidado, los verdaderos cimientos de cualquier vida social, hoy suscitan gran desconcierto en los Estados Unidos. Cuidamos a otras personas, pero... ¿por qué lo hacemos? ¿Nos motiva el deseo personal o la obligación? ¿O una mezcla de ambos? ¿Están esos motivos ligados a la familia, o algo por el estilo? ¿A la amistad, o algo por el estilo? ¿Nos motiva el orgullo cívico, la devoción a Dios, la dignidad profesional o el deseo de ganar dinero? Por otra parte, ¿qué ocurre cuando cambian las instituciones donde se afirman esos lazos? Por ejemplo, cuando se aligeran o cambian los lazos familiares en los Estados Unidos, el Estado retira su apoyo a los pobres, las empresas recortan los beneficios y reducen la seguridad laboral o se expande el sector económico de las personas y las instituciones que brindan cuidados con la inclusión de trabajadores provenientes de todo el globo, ¿qué enredos, desconexiones y sorpresas -en apariencia inconexos- surgen en las expresiones diarias de amor y cuidado y en nuestros sentimientos relacionados con esas expresiones? Cuando una niñera tailandesa que trabaja en Redwood City me dice que quiere más a los niños estadounidenses a su cuidado que a los hijos que dejó en Tailandia, ¿debo encontrar allí el ejemplo de un país rico que "extrae" de un país pobre el valioso metal del amor? Y si así fuera, ¿con qué lazos sociales de amor y cuidado cuentan los hijos de esa niñera?
Emoción, género, familia, capitalismo, globalización: ésos son los temas. Pero invito al lector a que utilice todas las ideas incluidas en ellos para dilucidar qué cosas influyen en el destino del amor y del cuidado. He ahí la pregunta que ocupa el centro del círculo.
A lo largo de los últimos veinte años hemos presenciado el ensanchamiento de un vacío en torno del cuidado. Los sistemas informales de cuidado familiar se han vuelto más frágiles, inciertos y fragmentarios, en tanto que las nuevas formas institucionales no se han implementado de manera universal ni son uniformemente humanitarias. También la estructura general de la sociedad estadounidense es ahora menos cuidadosa: se ha profundizado la brecha entre las clases sociales, y las grandes corporaciones emplean y despiden trabajadores obedeciendo cada vez más a la demanda del mercado.
Todo ello ha alterado la naturaleza del ámbito público al que las mujeres estadounidenses ingresaron en enormes cantidades durante el mencionado período. En el año 1900, menos de un quinto de las mujeres estadounidenses casadas trabajaban por un salario; en 1950 lo hacía aproximadamente el 40 por ciento, y en el año 2000, cerca del 70 por ciento. En efecto, esté o no presente el marido, seis de cada diez mujeres con hijos de 2 años y más de la mitad de las mujeres con hijos de 1 año trabajan fuera del hogar, y hoy en día también trabajan las abuelas, las tías y las vecinas a quienes una mujer podría haber acudido en busca de ayuda para cuidar a sus hijos. Lejos de reducir su horario de trabajo, los padres lo han extendido, en tanto que el índice creciente de divorcios ha llevado a que muchos padres dejen todo el cuidado de sus hijos en manos de sus ex esposas. Como consecuencia de este proceso hay menos colaboradores en el hogar, en tanto que mucha gente no encuentra o no puede pagar personal que cuide bien a sus hijos. Ni el gobierno ni las corporaciones privadas se disponen a cubrir este vacío; por el contrario, en los últimos años tanto el Estado como el capitalismo han dado un paso atrás al abandonar compromisos anteriores (el Estado lo ha hecho mediante la reforma de la asistencia social; el capitalismo, con la pérdida creciente de la seguridad en el trabajo). Ambos han devuelto la pelota del cuidado al ámbito privado del hogar, donde quedan pocos que puedan atajarla. Al parecer, tanto en el ámbito privado como en el público, "papá ya no pasa alimentos".
Estas noticias no son nada buenas. Es innegable que los niños y los ancianos estadounidenses estaban mucho peor en 1690, 1890 y 1930, pero quienes defienden el argumento según el cual "antes era peor" suelen hacerlo en el espíritu de prepararnos emocionalmente para aceptar las malas noticias del mundo actual. Lejos estoy yo de querer hacer tal cosa: no necesitamos imaginar un pasado irrealmente idílico para reconocer el vacío que se ha abierto actualmente en torno del cuidado como lo que verdaderamente es: un vacío en torno del cuidado.
Y este vacío ha tenido consecuencias curiosas. Por un lado, el cuidado de niños y ancianos parece haber descendido de categoría en cuanto a los honores y la recompensa monetaria, y se ha transformado en un trabajo del que es preciso salir o que debe dejarse vacante para quienes no logran conseguir un empleo mejor. Por otro lado, la tarea ha adquirido mayor importancia ideológica, como parte de un vehemente y confuso intento de crear una familia y una nación más cálidas y gentiles. El "cuidado" se ha ido al cielo en el terreno ideológico, pero en la práctica se ha ido al infierno.
En efecto, a pesar de la escalada que se produjo en la retórica pública del cuidado, cada vez nos planteamos más preguntas angustiantes en torno de sus realidades prácticas. Algunas preguntas atañen a la ayuda informal ofrecida por la familia y los amigos. ¿Quién es el "papá real" en la vida de un niño, el padre o el padrastro? ¿Los abuelos principales son los padres del ex marido, o el niño recurre ahora a los padres del nuevo marido? Si un padre cumple extensos horarios de trabajo, ¿cómo comparte el cuidado de su madre anciana con sus hermanos, su esposa y el asistente domiciliario? ¿Un niño de 12 años debe quedar al cuidado de un vecino, o ya tiene edad suficiente para quedarse solo en casa hasta que sus padres regresen del trabajo? Dadas las nuevas presiones laborales, ¿cuándo pueden regresar al hogar los padres y las madres que trabajan?
Cuando reemplazamos el cuidado familiar por cuidado pago, ¿qué podemos hacer para que éste funcione bien desde el punto de vista humano? A medida que la familia "artesanal" se transforma en una familia posindustrial, las tareas que antes se llevaban a cabo en el interior del núcleo familiar se confían cada vez más a especialistas externos: cuidadores de niños y de personas mayores, enfermeros, profesores de colonias de vacaciones, psicólogos y, entre los más ricos, choferes, ensambladores de álbumes familiares y animadores de fiestas de cumpleaños. Cada vez producimos menos cuidado familiar y cada vez lo consumimos más. En efecto, cada vez es más común que "cuidemos" mediante la adquisición del servicio o el objeto apropiados.
En tanto que muchas formas de cuidado pago constituyen grandes adelantos en relación con el cuidado informal de ayer, el servicio de cuidado pago plantea cuestiones acuciantes. ¿No nos molesta la posibilidad de que el bebé le diga su primera palabra a la niñera y que la abuela diga la última cuando está con el enfermero domiciliario? ¿Cómo reconciliamos el asombro reverencial que nos producen esos momentos con la vida moderna, sus exigencias laborales, su igualdad de los sexos y su particular estructuración del honor? He ahí la cuestión primordial.
Muchos de los ensayos que integran el presente libro apuntan a captar y magnificar momentos del círculo que rodea esta cuestión. Un niño escucha que su padre o su madre contrata una niñera por teléfono. Un hombre pretende que su esposa se muestre más agradecida porque él se ha ocupado de lavar la ropa. Un libro de autoayuda le aconseja a esa mujer que deje a su marido. Los momentos de la vida privada en que se producen conflictos o confusiones respecto del cuidado suelen guardar relación directa con presiones contradictorias que ejerce la sociedad en general. A veces, dichas presiones se originan en un lugar y se manifiestan en otro, como ocurre con el llamado "dolor reflejo". Así como un dolor de pierna puede originarse en una hernia de disco lumbar, es posible que un vínculo dolorosamente resentido entre padres e hijos sea consecuencia de una aceleración corporativa o una racionalización gubernamental. En nuestros momentos de desapego y descuido, cada vez sentimos más el dolor reflejo del capitalismo global que avanza sin que nada lo detenga.
Referencias:
Arlie Russell Hochschild
"La mercantilización de la vida íntima"
Apuntes de la casa y el trabajo
386 páginas, 15 x 23 cm.
The commercialization of intimate life. Notes from home and work
traducción: Lilia Mosconi
ISBN 9789871283811, rústica - Argentina
fecha de aparición: abril de 2009
ISBN 9788496859418, rústica - España
fecha de aparición: noviembre de 2008
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