Interrogar ‘la nación’
Por Maria Eugenia Estenssoro / 12 de Enero de 2009
Casi un mes atrás, bajo el título “Pensar dos siglos”, expresé la importancia del Ciclo de Debates de los Bicentenarios. El 16 de diciembre se realizó la primera sesión que fue presidida por los senadores y diputados que integramos la Comisión Bicameral donde las bancas del recinto de diputados fueron ocupadas -de manera excepcional- por académicos, investigadores del CONICET, historiadores, economistas.
A continuación, la presentación de mi asesora María del Carmen Magaz y, más adelante, comparto el invalorable aporte de la Dra. Hilda Sábato expuesto durante la sesión:
“Los conceptos de la importancia de la historia para la política y de la política para la historia, el federalismo, el estado, la nación, la identidad, la memoria, la economía, la cultura, el patrimonio fueron parte de la reflexión en conjunto. Cada expositor centró su ponencia en aquellos temas que consideraba trascendentes y quienes tuvimos la oportunidad de escuchar valoramos las ideas fundantes y de excelencia intelectual que se referían a las múltiples temáticas e imaginarios que nos enriquecen como ciudadanos partícipes de una sociedad que necesita del compromiso de todos.“Una de las ponencias es ‘Interrogar la Nación’ expuesta por Hilda Sábato, historiadora, profesora titular de la UBA e investigadora principal del CONICET. Trabaja en temas de historia política y social argentina y latinoamericana del siglo XIX y participa de los debates contemporáneos sobre el pasado, la memoria y la historia.
‘El estado-nación de los siglos XIX y XX sufrió transformaciones radicales y un gran interrogante se abre acerca de las formas futuras que asumirán las comunidades humanas. La nación tal como la conocimos hasta ahora parece embretada entre dos fuerzas que no son antagónicas, la que lleva a ampliar las formas de asociación (la Unión Europea es el ejemplo más obvio) y la que las restringe definiendo comunidades e identidades mucho más acotadas y homogéneas (regionales o étnicas, por ejemplo). Pero el abanico de posibilidades es amplio.
‘Entre el extremo del nacionalismo esencialista -todavía muy visible en la Argentina- y el del multiculturalismo a ultranza, se abren otros caminos. ¿Podemos apuntar a la construcción de una comunidad ‘nacional´ capaz de albergar la heterogeneidad cultural y política y, a la vez, de mantener una trama de lazos solidarios de algún tipo entre sus miembros?’
Estas preguntas son parte de la exposición de Hilda Sábato a quien agradezco muy especialmente la posibilidad de difundir sus ideas y reflexiones.”
INTERROGAR “LA NACIÓN”
por Hilda Sábato
I
“En la carta que convoca a este debate se sostiene que los bicentenarios son algo más que una conmemoración; “son -se dice- una oportunidad para reafirmar los lazos que nos unen como Nación libre e independiente y consolidar una sociedad integrada, incluyente y respetuosa de la diversidad…”. En efecto, este tipo de celebraciones, aquí y en todas partes, tiene más que ver con el presente que con el pasado, y pueden fácilmente convertirse en la ocasión para exaltar la Nación con mayúscula, o alguna versión de ella que se quiera reivindicar como más auténtica que las demás. Por ello, la decisión del Congreso de promover el diálogo y la discusión plurales es un gesto auspicioso. En este marco, entonces, quiero proponer que aprovechemos estas fechas simbólicas más que para celebrar la nación, para interrogarnos sobre ella.
II
“Interrogar la nación es ante todo historizarla, es decir, considerarla como un producto histórico, un resultado de la acción humana que no se basa, por lo tanto, en ningún fundamento esencial ni eterno. Esta forma de entender la nación va a contrapelo de la que pregonaron con éxito las ideologías nacionalistas predominantes durante buena parte del siglo XX y que tuvieron gran arraigo en la Argentina. Estas partían de una naturalización de la forma nación como la comunidad humana esencial, previa al estado y a cualquier orden político, y fundada sobre una identidad preexistente. Hoy, en cambio, se cuestiona esa concepción al considerar a la nación como -en la expresión del gran historiador Eric Hobsbawm- “invención”, es decir, como producto humano y como el resultado de operaciones históricas específicas, que conoció - además- muy diversas definiciones (es decir, tuvo diferentes significados a lo largo del tiempo).
“No es un dato casual que cite en este punto a un historiador, pues la historia como disciplina ha ocupado un lugar paradójico en este proceso. Por una parte, tuvo un papel central en la construcción del mito de la identidad nacional, seguramente el mito colectivo más poderoso del siglo XX. Pero por otra, hoy esa disciplina se ha corrido de su antiguo rol legitimante de los estados modernos y ha producido los cuestionamientos más severos a las mitologías nacionales. La Argentina no ha sido ajena a ese movimiento: la historia fue clave en la construcción de la nacionalidad en el pasado pero hoy existe una importante historiografía destinada a desmontar, a desarmar sus presupuestos más profundos. En este caso, sin embargo, esas operaciones intelectuales coexisten con otros discursos y propuestas que, todavía en nombre de la historia, insisten con las versiones más esencialistas de la nación y lo nacional. En un país atravesado por fracturas profundas, la tradicional forma “nación” es ofrecida como solución fácil para un problema difícil: la construcción de un tejido conectivo para una comunidad fragmentada. Así, el ejercicio de una historia mistificadora de lo nacional vuelve a escena, reivindicando esencias ya horadadas por la crítica y por el tiempo, pero que todavía despiertan en muchos argentinos esa vena identitaria de tintes fundamentalistas que caracterizó al nacionalismo local por décadas.
III
“¿Qué conmemoramos? Doscientos años de mayo de 1810 y de julio de 1816. Por entonces, nos enseñaron en la escuela, nacía la patria. Era la eclosión de una nación que solo esperaba romper las cadenas que la ataban al yugo español para realizarse. Tuvimos luego versiones diferentes acerca de quiénes habían sido los buenos y quiénes los malos en esa saga, de cuáles habían sido los hitos fundamentales, y de cómo esas heroicas voluntades iniciales habrían sido más tarde retomadas o por el contrario, burladas. Pero el fondo no estuvo nunca en discusión: en ese momento, se consumó la nación argentina.
“No hay nada excepcional en estas imágenes, compartidas con ligeras variantes por casi todos los estados-nación modernos. Los relatos de origen fueron en todas partes un ingrediente fundamental: Inventar una historia nacional, un pasado compartido, fue parte del proceso mismo de creación de estas naciones. En nuestro caso, la revolución de mayo fue propuesta desde temprano como un hito fundacional en varios de los ensayos de construcción política del siglo XIX. Finalmente cuajó como versión dominante en la liturgia patriótica consagrada a principios del XX y siguió vigente hasta nuestros días.
“En 1810, sin embargo, la Argentina no estaba en la agenda; tampoco lo estuvo, estrictamente, en el 16. El problema era la nación española -compuesta por la metrópoli y los reinos americanos-, que se desmoronaba como consecuencia de la invasión de Napoleón en 1808 y de lo que vino después. Ese estallido desató trasformaciones profundas en América; entre ellas, la ruptura de los lazos formales entre las diferentes partes de la nación-imperio en disolución. De ahí en más hubo distintos proyectos de construcción de nuevas unidades políticas y ensayos de organización institucional que corrieron suerte muy diversa. El mapa de la región cambió una y otra vez y solo en la segunda mitad del siglo XIX se consolidaron los estados-nación modernos que hoy conocemos, entre ellos la Argentina.
“En esta historia variada y sinuosa se reconoce, sin embargo, un denominador común a toda Hispanoamérica: la opción por la república. En un momento en que la propia Europa redoblaba su apuesta monárquica, la adopción de formas republicanas de gobierno fundadas sobre el principio de la soberanía popular produjo una ruptura radical con el pasado, que entrañó un cambio decisivo en los fundamentos del poder político. Esta fue la gran revolución americana de comienzos del XIX, que convirtió a estas tierras en un campo de experimentación política formidable.
“La república, entonces, precedió a la nación. O mejor dicho, la adopción y puesta en práctica de formas republicanas de gobierno fue anterior a la consolidación de las naciones y constituyó un aspecto central de su historia. En nuestros países, estamos tan acostumbrados a pensar el pasado en términos de historias nacionales, que conmemoramos las revoluciones de independencia enfatizando más “los orígenes de la patria” (suponiendo anacrónicamente que patria equivale, además, a la Argentina, al Perú, a Venezuela, etc) que el cambio radical de orden político que implicó la instauración de la soberanía popular como fundamento del poder.
“Al igual que en el resto del continente, en el Río de la Plata ese principio rigió todos los intentos de organización ensayados en las décadas que siguieron a la revolución. Esa opción inicial no marcó, sin embargo, un camino único para la construcción de un orden nacional, sino que fue un punto de partida que abrió alternativas diversas. Pensar la nación fue a la vez diseñar, poner en marcha y sostener instituciones políticas. Los debates y las luchas en torno del centralismo y el federalismo, de la división de poderes, de las facultades extraordinarias, del presidencialismo y el parlamentarismo, y de los alcances y límites de la inclusión ciudadana, entre otros, estuvieron en el centro de la problemática de la nación. En ese sentido, la sanción de la Constitución en 1853 fue un momento clave, pues marcó un acuerdo hegemónico para definir la nación argentina en términos de un conjunto de normas y valores que habrían de servir como amalgama para los diferentes grupos, regiones, personas, que la integraran, entonces y en el futuro. República y nación fueron, así, por varias décadas, indisociables una de otra, aunque ambas fueran, a su vez, objeto de hondas y violentas disputas.
IV
“Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, esa definición de la nación como una comunidad básicamente política que había predominado hasta entonces entró en un cono de sombra desafiada por otras maneras de entender la nación y de producir naciones, que respondían a cambios en diversas esferas de la vida social y del orden internacional. Como en otras partes del mundo, aquí también fue ganando terreno un modelo identitario de nación, que sostenía la precedencia de la identidad nacional por sobre todas las demás. Para lograr la cohesión postulada como indispensable, desde el Estado se instrumentaron medidas y pusieron en marcha dispositivos cuyo fin era lograr la integración de la diversidad en la unidad, la uniformización y la homogeneización culturales y la subsunción de otras identidades -de clase, regionales, étnicas, de género, individuales o grupales- en favor de una única nacional. Como todo proceso de integración, éste también incluyó bordes que marcaban los límites de lo considerado como “no integrable” y dio lugar, por lo tanto, a represiones y exclusiones.
“Historiadores que han estudiado este proceso en toda su complejidad, muestran que éste se presta mal a interpretaciones monolíticas o simplistas. También, han señalado similitudes y diferencias con lo que vino después, cuando sobre la base de ese ideal nacional identitario propuesto e impuesto hacia el primer centenario, se conformaron los nacionalismos que sufriríamos durante buena parte del siglo XX. Así, en las décadas del 20 y del 30 se afirmaron las versiones más esencialistas de la identidad nacional, cargadas de contenidos militaristas y religiosos. Estas abrieron paso a visiones autoritariamente excluyentes de nación, en las que quienes se arrogaban el lugar de los verdaderos representantes de la patria o del pueblo, se atribuían también el poder de señalar a sus enemigos, la denominada “antipatria”, y de actuar acorde. Esta manera de entender la nación, no fue, lamentablemente, privilegio de algún grupo marginal o de militares golpistas, sino que caracterizó en distintos momentos a amplias franjas del espectro político argentino, incluyendo a los partidos mayoritarios.
“Tanto en sus versiones iniciales como en las más tardías, la nación del siglo XX se definió como una esencia previa a toda institucionalidad política. Desde entonces, y por muchas décadas, consideramos a la nación eterna, situada por encima de cualquier régimen -dictatorial o democrático, conservador o liberal- por definición efímeros. Volver a vincular institucionalidad política y nación es quizá el gran desafío del bicentenario: el desafío de poder asociar estrechamente y de manera original la nación y la república, a la que ahora agregamos un adjetivo fundamental: la república democrática.
V
“Para ello tenemos que insistir en abrir la discusión al presente. El estado-nación de los siglos XIX y XX sufrió transformaciones radicales y un gran interrogante se abre acerca de las formas futuras que asumirán las comunidades humanas. La nación tal como la conocimos hasta ahora parece embretada entre dos fuerzas que no son antagónicas, la que lleva a ampliar las formas de asociación (la Unión Europea es el ejemplo más obvio) y la que las restringe definiendo comunidades e identidades mucho más acotadas y homogéneas (regionales o étnicas, por ejemplo). Pero el abanico de posibilidades es amplio.
“Entre el extremo del nacionalismo esencialista -todavía muy visible en la Argentina- y el del multiculturalismo a ultranza, se abren otros caminos. ¿Podemos apuntar a la construcción de una comunidad “nacional” capaz de albergar la heterogeneidad cultural y política y, a la vez, de mantener una trama de lazos solidarios de algún tipo entre sus miembros? La respuesta no está escrita en ningún lado ni hay una teleología que lleve necesariamente a un destino prefijado, pero tal vez podamos insistir sobre esos valores republicanos definidos inicialmente por la Constitución y enriquecidos por la clave democrática, que nos ha sido tan esquiva durante décadas pero que hoy está en el horizonte colectivo. Si aspiramos a la construcción de una comunidad política democrática, serán aquellos valores que ya se plantearon en mayo de 1810 los que podrán servir de tejido conectivo entre los habitantes de esta tierra: soberanía popular, igualdad, libertad, pero renovados por doscientos años de experiencias colectivas, diversas, a veces traumáticas, para incluir ideales como la justicia social y la vigencia de los derechos humanos. Claro que este no es un camino fácil pues si prescindimos de las operaciones esencialistas y autoritarias de reducción a la unidad tan características de nuestro pasado, nos enfrentaremos al conflicto y las diferencias, a los intereses y las pasiones, así como a consensos inestables y siempre pasibles de impugnación, y al desafío de resolverlos sin quebrar los acuerdos que nos mantienen unidos. Pero no hay nada sagrado en ese pacto ni en la nación como forma, de manera que todo dependerá de lo que nosotros, las ciudadanas (númericamente tan subrepresentadas en este debate) y los ciudadanos querramos construir…”
Este post fue publicado por Maria Eugenia Estenssoro, el Lunes 12 de Enero de 2009 a las 12:10, bajo la sección TAREA COMO SENADORA NACIONAL (2007-2013), Todas.
13 de Enero, 2009 - 9:58
CERASALE, VÍCTOR NORBERTO dijo:
Estimada Señora SENADORA NACIONAL María Eugenia Estenssoro: excelente iniciativa, mejor reflexión, adecuada ponencia, mensaje exquisito, claro, preciso. Diría que luego de ello no habría que agregar nada, sin embargo, tal mi costumbre me permito decirle que cuando una sociedad no se sustenta en sus recuerdos y sus tradiciones (aún cuando estas últimas se ajusten a los tiempos y a las expectativas de cada generación) simplemente, no se aglutina como tal, sencillamente porque carece de catalizadores. Los argentinos hemos deformado nuestra historia, la cual ha sido ajustada a los antojos de individuos, en cada tiempo, oportuneando (valga el neologismo) el momento y ventajeando el pensamiento colectivo.
No obstante ello, siempre hay tiempo para madurar y expresar lo mejor del grupo, del equipo, de la cultura social. Lo bueno de esto es que hoy, muchos argentinos, realmente muchos, pretenden (pretendemos) un mañana cierto, mejor o peor según las circunstancias, pero cierto, “serio”.
Para ello, la sociedad debe asumir que para que uno le vaya bien, al de al lado, también le debe ir bien. No se puede construir una NACIÓN EN SERIO bajo las pautas eternas de la exclusión expansiva (nuestro caso).
La competencia destructiva o despreciativa que son patrimonio de otras sociedades u otras culturas (por caso la americana) enseñan que no es bueno construir sobre el desprecio y la exclusión… porque cuando las distancias sociales se transforman en abismos, los condicionantes estallan sin solución de continuidad y sin saber siquiera de dónde salen o dónde se producen (ejemplo: swing vote), y peor aún, a quién/quiénes afectará/n ni cómo (con qué alcances).
De ahí la importancia de los contenidos que Usted expresa en el BLOG.
La NACIÓN ARGENTINA la conformamos TODOS y CADA UNO DE NOSOTROS en el rol que nos compete. La inteligencia radica en construir un modelo EQUITATIVO, única razón de la existencia humana en sociedad.
Un cordial saludo y una vez más, FELICITACIONES! con mayúsculas. No hay nada como contribuir al consciente colectivo.
CERASALE
Enero 2009.
martes, 13 de enero de 2009
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