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- Algunos pobladores de San Francisco, una comunidad de apenas 54 habitantes en la Puna argentina, junto a los paneles fotovoltaicos estrenados a principios de octubre, que abastecen toda su electricidad y les permite por primera vez tener alumbrado público. Es el cuarto pueblo completamente solar de la provincia de Jujuy, fronteriza con Bolivia y Chile. Crédito: Daniel Gutman/IPS
- Celia Vilte, maestra en San Francisco, junto a una de las dos cocinas solares, ubicadas en el centro del pueblo, cuyos soportes para ollas permiten a las familias hervir agua con energía renovable. Las altas mesetas de la Puna, que Argentina comparte con Chile, Bolivia y Perú, tienen una radiación solar de excelente calidad. Crédito: Daniel Gutman/IPS
- Al fondo, el pueblo de Olaroz, a 4000 metros de altura, con los cerros de la precordillera a sus espaldas. Frente al pueblo de la Puna argentina, está el salar del mismo nombre, en donde empresas extranjeras extraen litio. Sin embargo, las baterías de litio que hoy almacenan la energía solar del pueblo son importadas. Crédito: Daniel Gutman/IPS
- Ernesto García, jefe de operaciones de la Empresa Jujeña de Energía (Ejesa), al ingreso de la Central Fotovoltaica de Olaroz. Este pueblo se convirtió en enero en el primer pueblo solar de la provincia de Jujuy, en el extremo noroccidental de Argentina y cuyo gobierno busca aprovechar la privilegiada radiación solar en la ecorregión altiplánica de la Puna. Crédito: Daniel Gutman/IPS
- Llamas en la Puna argentina. La mayor parte de los habitantes de la Puna son indígenas kollas, que viven de la cría de estos animales andinos y de ovejas. También se dedican a la agricultura, aunque limitada a algunos cultivos como papas y habas, por la aridez de la tierra. Crédito: Daniel Gutman
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Energía solar transforma los pueblos de la Puna argentina
- “En las noches sin luna era muy difícil caminar por este pueblo”, cuenta Celia Vilte, maestra de San Francisco, una comunidad de 54 habitantes en el extremo noroeste de Argentina, a 4000 metros de altura, que en el centro no tiene una plaza sino 40 paneles solares, fuente de cien por ciento de su electricidad.
Para llegar a San Francisco desde La Quiaca, ciudad fronteriza con Bolivia, hay que viajar unas dos horas por los desolados caminos de tierra de la Puna, una ecorregión en la que no crece un árbol, los pastos son de color amarillento y los cauces de los ríos, una lengua de tierra seca durante la mayor parte del año.
Desde comienzos de octubre ya no es necesario arribar de día para ver el pueblo desde lejos, porque ahora San Francisco tiene alumbrado público con postes y lámparas de led que, gracias a la energía renovable, sacan cada noche de las sombras a las construcciones de adobe de esta comunidad, parte del departamento (municipio) de Santa Catalina, situado a unos 3800 metros de altura.
“Estábamos acostumbrados a velas y linternas. Como soy miedosa, yo casi no salía afuera de noche”, reconoce Vilte, que hace 20 años es maestra en la escuela primaria donde estudian 13 chicos.
Siete de esos escolares caminan cada lunes entre dos y tres horas, desde sus casas en desperdigados parajes rurales, se quedan toda la semana en la comunidad y parten de regreso los viernes para pasar el fin de semana en sus hogares.
En la Puna, la mayor parte de los habitantes son indígenas del pueblo kolla, antiguamente vinculados con los incas, que viven de la cría de llamas y ovejas o de la pequeña agricultura de subsistencia, toda una hazaña en medio de tanta aridez.
Aquí son muy raros los días nublados. El sol es un azote casi permanente que lastima la piel y seca los labios, pero es también un recurso energético extraordinario.
La ecorregión de la Puna, que algunas instituciones ambientales consideran un conjunto de ecorregiones altiplánicas, engloba áreas del norte de Argentina, el norte de Chile, el occidente de Bolivia y el sur de Perú.
En este bioma de altoplanicies con vegetación tipo tundra, está la mejor radicación solar de América Latina, según datos del Laboratorio Nacional de Energía Renovable (NREL, en inglés), dependiente del Departamento de Energía de Estados Unidos.
Dispuesto a aprovechar ese potencial, el gobierno de la provincia de Jujuy, donde está Santa Catalina, lanzó a comienzos de 2019 el programa Pueblos Solares, que consiste en instalar paneles fotovoltaicos y baterías de litio como única fuente de electricidad, las 24 horas.
Por ahora el programa incluye a nueve comunidades de la Puna, que congregan en total unos 1000 habitantes, aunque la idea de la gobernación es ampliar el número en el futuro.
Tres de esos pueblos ya fueron inaugurados oficialmente y el cuarto es San Francisco, que se conectó a sus nuevos paneles a comienzos de octubre, pero la ceremonia oficial de inauguración será el 23 de octubre, con la presencia de las máximas autoridades provinciales.
La nueva energía cambió la vida de los habitantes, en más de una forma. El maestro de técnicas agropecuarias de la comunidad, Juan Alberto Sardina, se lo toma con humor: “Ahora hay demasiado luz. Muchos nos preguntamos cómo vamos a hacer ahora para escondernos”.
Junto a los paneles, destacan dos cocinas solares comunitarias, unos platos cóncavos con un soporte para sostener ollas, que son orientadas según la orientación del sol por las personas que las usan, para calentar agua principalmente. En la mayoría de las casas siguen cocinando con leña de los arbustos locales, que se consumen rápidamente.
Ernesto García, jefe de operaciones de la Empresa Jujeña de Energía (Ejesa), prestadora del servicio eléctrico en la provincia, explicó que “Jujuy tiene la zona de los valles, donde está San Salvador, la capital, que es la más desarrollada y es abastecida de electricidad por el sistema interconectado nacional”.
“Luego, en La Quiaca hay una central térmica que da electricidad a una cantidad de poblaciones, pero en el norte y el oeste, sobre las fronteras con Bolivia y Chile, tenemos comunidades que, por la geografía complicada y las distancias muy grandes, consideramos aisladas eléctricamente”, agrega, mientras acompañaba a IPS por los pueblos solares de la Puna.
La mayor parte de esas comunidades han sido en los últimos años abastecidas con generadores térmicos, que contaminaban el ambiente y daban un servicio eléctrico con restricciones.
Hoy, los llamados pueblos solares tienen baterías de litio para almacenar la energía, lo que permite a sus habitantes contar con electricidad también durante las noches.
El primero de esos pueblos solares, inaugurado en enero, fue Olaroz, que tiene unos 300 habitantes, integra el departamento Susques y está en el sudoeste de Jujuy, a menos de 100 kilómetros del Paso de Jama, que cruza la cordillera de los Andes hacia Chile.
En el centro del pueblo todavía hay una casita verde de chapa, con techo a dos aguas, donde estaba el generador de electricidad, que se alimentaba con combustible diésel.
Enfrente de esa casita se ubica la escuela primaria, que por años sufrió el impacto ambiental.
“El generador funcionaba todo el día y nos llenaba de humo las aulas. Además, de noche la electricidad se cortaba muy seguido. Si conectábamos un calefactor eléctrico a veces el sistema no aguantaba”, contó a IPS el maestro Martires Llanes.
Ejesa promete desarmar el año que viene esa casita y eliminar los rastros de contaminación con petróleo y aceite.
“Allí donde estamos instalando energía solar y retiramos la generación térmica hemos asumido el compromiso de remediar los terrenos. Ahora no solo tenemos energía mejor, sino más limpia”, aseguró García.
La Central Fotovoltaica de Olaroz, que está sobre un costado del pueblo, es mucho más grande que el de San Francisco, distante unas cinco horas por vías sin pavimentar. Tiene 430 paneles, además de baterías de litio.
A espaldas de Olaroz están los cerros de la precordillera y delante del pueblo, a unos pocos kilómetros, se ve un gran desierto blanco, que es uno de los salares que transforman la monotonía de la Puna.
En el salar de Olaroz extrae litio desde 2014 la compañía Sales de Jujuy, una asociación entre la japonesa Toyota, la australiana Orocobre y el estado provincial. Está en fase de explotación, además, la empresa Exar, formada por la canadiense Lithium Americas y la china Ganfeng.
El gobierno argentino ha dicho que apuesta a los ingresos en divisas del litio –mineral en demanda creciente porque se utiliza también en las baterías de los vehículos eléctricos- para financiar el desarrollo del país, actualmente muy castigado económicamente.
Sin embargo, el rol argentino como productor primario, a la sombra de los países industrializados, queda crudamente expuesto en Olaroz, donde las baterías que almacenan la energía del parque solar, ubicado frente a un mar de litio, son importadas de China, igual que los paneles.
Lo concreto, de todas maneras, es que la energía solar ha mejorado la vida de la comunidad.
“Tener electricidad las 24 horas es un sueño hecho realidad. Durante muchos años teníamos luz solo de 9:00 a 12:00 por la mañana, y de 7:30 a 12:00 de la noche”, contó Mirta Irades, directora de la escuela primaria, donde estudian 64 chicos.
En Olaroz, dice la directora a IPS, los inviernos suelen ser cruentos. Las temperaturas pueden descender hasta 20 grados bajo cero y por eso el ciclo de clases va de septiembre a junio, a diferencia del tradicional calendario escolar argentino, que se interrumpe durante el verano austral.
“En invierno, dejás caer una gota de agua y, en el tiempo que tarda en llegar al piso, se congela”, explica Irades con una sonrisa de resignación.
Los arbustos de la Puna sirven escasamente como leña y la calefacción en Olaroz ha dependido durante años de los camiones con madera dura enviados por el gobierno provincial.
Para el próximo invierno, que comenzará en junio de 2020, gracias a la energía solar, la comunidad de Olaroz espera una puesta a punto del cableado de la escuela para poder utilizar en sus hogares, por primera vez, calefactores eléctricos.
Edición: Estrella Gutiérrez
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