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Breve reflexión sobre el impeachment a Trump
- Es muy probable que la idea del impeachment a Donald Trump sea un bumerán. Los fans de Trump están escuchando una campaña rabiosa, en que se habla de golpe de Estado, y se califica a sus acusadores de ser traidores, que merecerían ir a la cárcel.
En las primeras tres horas después del anuncio de la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, de que se iba a abrir un proceso de impeachment (proceso de destitución), Trump recibió un millón de dólares, cinco millones en 24 horas, y 8,5 en dos días. Su campaña recibió 50.000 nuevos donantes.
En noviembre de 2016, Trump ganó por poco menos de 80.000 votos electorales. Hay que recordar que el sistema electoral estadounidense no elige el presidente por la mayoría de los votos de sus ciudadanos, sino por delegados que cada estado elige para votar el presidente. Por razones históricas de cómo se realizó la Unión, los estados menos poblados y menos desarrollados, tienen proporcionalmente más delegados que los estados grandes y ricos.
Trump hizo su campaña en los estados menos desarrollados y con menor población, e ignoró en la práctica las grandes ciudades y los estados más poblados, como California. En la votación popular, o sea de los ciudadanos, la candidata demócrata Hilary Clinton ganó por casi tres millones de votos.
Creo que los demócratas le han hecho un gran favor a Trump. Y de todas maneras, aunque el impeachment pase por la Cámara Baja, (donde los demócratas tienen mayoría), tiene muy escasas probabilidades que pase en el Senado, donde, siempre por las razones históricas de cómo se crearon los Estados Unidos de América, cada estado tiene dos senadores, prescindiendo de su población. Wyoming, con 578.000 habitantes, cuenta con dos senadores, al igual que California, el estado más poblado del país, con 37,2 millones de personas.
Y precisamente los estados menos desarrollados y de menor población son los que permiten que los republicanos puedan contar con la mayoría del senado. Para que el impeachment resulte, se necesitaría una mayoría de dos terceras parte de los senadores, cosa sumamente improbable.
La única posibilidad es que aumente el número de electores que concurran a las urnas, que no pasan de 50 por ciento de los que tienen derecho a votar. ¿Pero, va a tener el impeachment este impacto? ¿Van los ciudadanos de los estados menos desarrollados a subir su participación electoral, en protesta por las acciones de Trump? No hay ninguna evidencia, y mucho va a depender de quien sea el candidato o la candidata demócrata en las elecciones de noviembre de 2020.
La campaña de demonización de Joe Biden va a tener algún impacto. Y los candidatos progresistas, Bernie Sanders y Elizabeth Warren, son el tipo de políticos que parecen demasiado elitistas en los estados que votan a Trump. Son regiones muy conservadoras, y Trump tiene el apoyo incondicional de la Iglesia evangélica, que se calcula en 40 millones de feligreses y con la muy conservadora Iglesia católica.
Obviamente, si hay una crisis económica, ya que los estadounidenses tradicionalmente votan con el bolsillo, esto puede tener un impacto trasversal. Pero, por el momento, 90 por ciento de los electores republicanos siguen fieles a Trump, así como sus legisladores.
Aquí reside la fragilidad de la democracia, cuando se basa en reglas no democráticas.
Boris Johnson no ha sido elegido primer ministro británico por el pueblo inglés, sino por los 100.000 militantes del Partido Conservador. La diferencia es que Johnson ha tenido que expulsar a 21 miembros de su partido, todos parlamentarios de gran perfil. Ha sido bloqueado en su camino personalista y autoritario, por la Corte Suprema, que ha anulado su decisión de cerrar el Parlamento.
En Estados Unidos, ningún legislador afín ha hecho la mínima crítica a Trump, y la Corte Suprema tiene una mayoría republicana, que va a cambiar considerablemente el sistema jurídico estadounidense.
La lección que emerge de todo esto, es que la democracia funciona si tiene leyes que garanticen el equilibrio de poderes y existe una ciudadanía consciente e interesada en el bien común, no dividida de manera partisana, donde el otro es considerado un enemigo y no uno que tiene ideas diferentes.
El caso del Brexit y de Trump, son buenos ejemplos.
Pero no olvidemos el caso de Hungría, donde Viktor Orbán, tras ser elegido democráticamente en 2010, desarrolló una política xenófoba contra los migrantes, llevó a cabo un control férreo de la prensa, de la Comisión Electoral Nacional y del Poder Judicial, enriqueció a sus fieles con fondos provenientes de la Unión Europea (UE), cambió todo el sistema electoral acomodándolo a su partido y luego se declaró seguidor de una “democracia iliberal”.
Ante la posibilidad de que la oposición unida gane en Budapest las elecciones municipales del domingo 13 de octubre, el ministro Gergely Gulyas, jefe de gabinete de Orban advirtió que en tal caso, el gobierno cortaría financiamientos a la capital.
El estilo, ha sido similar al de Adolf Hitler y Benito Mussolini, que llegaron por vía democrática al poder, para después eliminar la democracia, mediante la identificación de un enemigo del pueblo, en cuyo nombre decían hablar: el poder judío.
Hoy el principal blanco de la derecha populista y xenófoba para subir sus porcentajes electorales, son los inmigrantes.
El Brexit en buena medida se dio por la anunciada llegada de millones de turcos, que ni estaban en la UE. Trump hizo de la “invasión” mexicana y de centroamericanos, el punto fuerte de su defensa del pueblo estadounidense, junto con la amenaza China. Si el elector se traga estas mitologías, la democracia esta ciertamente en peligro.
Trump y Johnson son la punta del iceberg.
Periodista italo-argentino, Roberto Savio fue cofundador y director general de Inter Press Service (IPS), de la que ahora es presidente emérito. En los últimos años también fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.
RV: EG
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