COLUMNA
¿Una alianza saudo-israelí?
No es atrevido sugerir que la aproximación es parte del giro diplomático y militar que sacude la región y preocupa gravemente a Riad: auge de los movimientos político-militares chiíes
El príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salmán, en noviembre en Riad. AP
En un movimiento diplomático-político sin precedentes, el Gobierno saudí hace ciertos guiños a Israel que se acercan al peligro de instrumentalización de la matanza de judíos bajo el régimen hitleriano. El Dr. Muhammad bin-Abdulkarim Al Aissa, secretario general de la llamada "Liga Mundial Islámica" y a este respecto portavoz del régimen saudí, ha considerado necesario reiterar, en una carta a Sara J. Bloomfield, directora del Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos, que su país y su Gobierno siempre han mantenido un "gran respeto por el Holocausto" y jamás lo han despreciado" como si fuera un instrumento de propaganda.
El asunto sería una noticia sin gran relieve si no fuera por el momento escogido. Debe insertarse en la revaluación de la política norteamericana en la región, alterada por las iniciativas del gobierno Trump. En Riad, el joven príncipe heredero, ha demolido el viejo statu quo que las familias del tronco real, los Saud, habían creado y respetaban desde criterios de reparto y equilibrio interno. Y es aún más notable porque entra en un terreno social y políticamente incierto y hasta peligroso: el de favorecer la inserción de Israel en el hostil escenario regional actual. Hay que anotar como otra señal clara (dirigida a Washington) que se va a permitir a las líneas aéreas que desde Asia Oriental vuelan a Israel sobrevolar suelo saudí y ahorrarse así unos 2.000 kilómetros en sus rutas.
No es atrevido sugerir que todo esto es parte del giro diplomático y militar que sacude la región y preocupa gravemente a Riad: auge de los movimientos político-militares chiíes, con fuertes ganancias y arraigo en Irak, Siria y Líbano; consolidación del movimiento chií Hezbolá en el marco político libanés; ausencia de victoria en la guerra civil abierta que en Yemen libran los Huthíes (una rama chií) pese a la fuerte involucración saudí en la misma con la ayuda explícita de Emiratos Árabes Unidos. Como telón de fondo, el problema central y de resonancias históricas: el auge del Irán chií. Los guiños a Arabia Saudí empezaron a mediados de noviembre con la entrevista al jefe del Estado Mayor israelí, general Gadi Eizenkot, en el diario digital saudí Elaph, editado en Londres por particulares saudíes liberales. El argumento central es que las dos partes han encontrado un adversario común: el Irán chíi.
Estos cambios en las alianzas son frecuentes , pero esta suerte de ensayo entre Arabia saudí e Israel era, hasta hace poco, inimaginable. Técnicamente su adversario desde la creación del Estado sionista en 1948, el reino wahabí se unió sin vacilar a la causa árabe tras entender que los británicos eran el pasado y los Estados Unidos el futuro. El 14 de febrero de 1945 el rey Abdulaziz bin-Saud y el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt mantuvieron un encuentro a bordo del crucero USS Quincy, que sentó con gran éxito las bases para una fuerte alianza entre las partes.
Washington sustituye a Londres
La creación oficial y legal de Israel tras la partición de Palestina dio lugar a la primera de las tres guerras del nuevo Estado con los árabes. Fue breve y, de hecho, en el bando árabe sólo implicó a los vecinos jordanos y a grupos irregulares de patriotas y voluntarios nacionalistas. Londres conservaba en la región el control operativo del crucial Canal de Suez y posiciones militares, singularmente navales, en el Índico (Yemen y Bahréin). Con la aplicación más tarde del programa llamado "Nueva Estrategia al Este de Suez", Londres se retiraba y cedía el liderazgo regional a Washington, la nueva gran potencia naval. Así se oficializó la relación bilateral americano-saudí que pasó a ser desinhibida, abierta e intensa. Ni que decir tiene que, juiciosamente, en Washington no pretendieron nunca transformar el régimen en una democracia parlamentaria al estilo occidental y su cooperación fue la de dos socios pragmáticos que intercambiaban seguridad energética e intimidad político-militar.
Esta relación no fue nunca puesta a prueba. Cuando militantes judíos convertidos en un embrión de ejército proclamaban el nacimiento del Estado de Israel en mayo de 1948, la monarquía saudí se unió sin vacilar al boicot a Israel y al apoyo a la resistencia palestina, a pesar de estar menos directamente implicada por razones geográficas y, en cierto modo, porque el reino wahabí tiene sus propios Santos Lugares del islam en La Meca y Medina y siempre ha sido un hecho geopolítico, histórico y cultural específico y distinguible.
El movimiento palestino ha sido con frecuencia rehén de ciertos gobiernos árabes, de las necesidades diplomáticas y económicas y de la salvaguardia de la relación con Washington. En 1973, sólo Egipto y Jordania (de los miembros de la Liga Árabe) reconocen a Israel y ambos bajo fuerte presión norteamericana y tras recibir una generosa ayuda económica. El resto, con matices, mantienen su conducta tradicional, aunque los gobiernos hace años que abandonaron la retórica militante.
En este marco someramente descrito, el de una política que es popular en las sociedades árabes, la aparente decisión saudí de abordar la normalización con Israel es un terremoto explicable en términos prácticos: el escenario regional ha sido alterado con la aparición, en el marco de la horrible guerra civil en Siria, de Irán, un gran país musulmán, pero no árabe, y chíi. En el fondo, la historia se repite, porque la rivalidad árabo-persa es tan vieja como la configuración geopolítica regional y la común condición de musulmanes de sus protagonistas no la evita ni la hace incomprensible si se recuerda la división entre suníes, mayoría entre los árabes, y chiíes, muy mayoritarios entre los iraníes y sus socios regionales, como Hezbolá en Líbano o el movimiento de los Huthíes en Yemen. No hay que olvidar que Arabia Saudí cuenta con un 12%-15% de población chií.
Es en este marco trágico y relativamente inesperado, hijo directo e indeseable de la tragedia siria, en el que nada menos que Arabia Saudí revisa su relación con Israel, la antigua y detestada entidad sionista de la propaganda oficial. Como dijo don Quijote hablando de otra cosa: "Sancho... cosas veredes"...
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