‘Pax macroniana’
El presidente francés, Emmanuel Macron, avanza en sus reformas con escasa oposición y pocas turbulencias tras años de inestabilidad y malestar
París
Emmanuel Macron el 7 de mayo de 2017, cuando fue elegido presidente PHILIPPE LOPEZ AFP
Hace menos de un año Francia daba la imagen de estar cerca del precipicio: la economía titubeaba, las divisiones sociales y territoriales eran irreconciliables, la extrema derecha se acercaba como nunca se había acercado al poder, el riesgo de una salida de la UE que desmontase el edificio europeo era una hipótesis que muchos, dentro y aún más fuera del país, tomaban en serio. Hoy parece otro país: una isla de estabilidad en una Europa que busca su rumbo entre el Brexit, la ausencia de Gobierno en Alemania y la crisis catalana.
Siete meses después de ganar las elecciones presidenciales, Emmanuel Macronha convertido Francia en una balsa de aceite. ¿El otoño caliente de los sindicatos? ¿La furia de la calle contra el jefe de Estado “neoliberal”, “el presidente de los ricos”? Nada. La reforma laboral de Macron se aprobó con mayorías claras en la Asamblea Nacional y las protestas —tanto de los sindicatos como de la izquierda alternativa de Jean-Luc Mélenchon— fracasaron. La economía crece y el paro baja. No ha habido nuevos atentados como los que causaron centenares de muertos entre enero de 2015 y el verano de 2016. Y, aunque la popularidad del presidente es mediocre en Francia, ha logrado proyectarse como un líder internacional en política europea o en la lucha contra el cambio climático.
No ha surgido ninguna figura de oposición: ni Marine Le Pen, rival de Macron en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en mayo y ahora en un modesto segundo plano, con signos aún de fatiga tras la agotadora campaña electoral, ni Mélenchon. Quién sabe si Laurent Wauquiez, recién elegido presidente de Los Republicanos —el gran partido de la derecha, ahora dividido y en minoría— logrará ocupar este espacio. De momento, todo el espacio que va desde el centroizquierda de tradición socialdemócrata a la derecha moderada lo ocupa el presidente. Si no hay un líder capaz de hacer sombra a Macron, tampoco una ideología claramente contrapuesta al liberalismo social del presidente.
“La situación del nuevo presidente nunca ha existido en Francia. Desde 1958 [año de fundación de la V República] el nuevo presidente ha encontrado en seguida una oposición, más o menos fuerte, pero verdadera. Es decir, fuerzas políticas capaces de ganar y de gobernar”, dice Dominique Reynié, director general del laboratorio de ideas Fondapol (Fundación para la innovación política).
En Francia, poco más de medio año después de que Macron llegase al poder, no hay alternancia; si hoy Macron desapareciese, es difícil pensar quién —qué persona, qué partido, qué ideología— estaría en condiciones de remplazarlo automáticamente. “Los franceses, en su mayoría, no se adhieren a la política de Emmanuel Macron, debido a los cambios duros, a veces por los sacrificios que exige”, ha escrito el veterano columnista Jacques Julliard en el semanario Marianne. “Pero los mismos se resisten a oponerse a él, incluso en los puntos en que les parece cuestionable. Los pueblos, como la naturaleza, sienten horror al vacío". La ausencia de Macron sería un vacío.
Los dos partidos tradicionales que se alternaron en el poder durante buena parte de la V República —el Partido Socialista y la derecha de origen neogaullista, ahora bajo el nombre de Los Republicanos— tienen juntos 130 diputados de 577. La República en marcha, el partido de Macron, tiene 313. El viejo partido de la ultraderecha, el Frente Nacional, y La Francia Insumisa de Mélenchon tienen ocho y 17 diputados, respectivamente.
La pax macroniana que se ha instalado en la política francesa es resultado de la desarticulación del viejo sistema partidista, precipitada por la aparición de un político novato como Macron. En parte puede explicarse por el cansancio tras un quinquenio, el del presidente socialista François Hollande, marcado por la contestación social, los atentados terroristas y pesimismo que se arrastraba desde hacía una década como mínimo. El estilo de Macron —el liderazgo vertical y el carácter cuasi monárquico de su presidencia, la habilidad a la hora de dividir a los sindicatos para desactivar las resistencias a la reforma laboral, la suerte que le permite colgarse las medallas de la recuperación económica que comenzó con Hollande— contribuye a afirmar su autoridad y anular la contestación. Sus éxitos internacionales también.
En su libro El momento Macron, el historiador Jean-Noël Jeanneney compara este "momento Macron" con “momentos anteriores de optimismo colectivo que barren con la melancolía”. Y cita la llegada de Enrique IV a París en 1594 que trajo la esperanza del fin de las guerras de religiones, el 11 de noviembre de 1918 que marca el fin de la Primera Guerra Mundial, o la liberación de París en 1944. La hipérbole es seguramente excesiva, pero, escribe Jeanneney, en aquellas ocasiones, como ahora, “cada vez flotó la idea en el aire de una pacificación de los espíritus y los cuerpos". Tampoco son insólitos los momentos de calma. "Cuando Francia se aburre...", tituló el periodista Pierre Viansson-Ponté un célebre artículo publicado en Le Monde en marzo de 1968. Poco después estallaba la revolución de mayo.
“La fuerza de Macron”, dice Reynié, de Fondapol, “se aguanta en poca cosa: en que sus adversarios son inexistentes o muy débiles, y en que él tiene un estilo disruptivo que perturba a sus competidores. Estos no logran anticipar su manera de hacer, una manera de hacer que intriga a los franceses, y los adversarios de Macron tienen miedo de quedar como anticuados en comparación con él”.
La pax macroniana esconde fragilidades. Macron, explica Reynié, es un presidente con escasos apoyos en la Francia provincial. No existen barones del macronismo, antenas poderosas en la Francia de a pie. Incluso el europeísmo del que Macron hace bandera tiene bases frágiles: los partidos euroescépticos sumaron en la primera vuelta de las últimas presidenciales cerca de un 50% votos, y este sentimiento no ha desaparecido. Y el presidente no ha afrontado una crisis real desde que llegó al Elíseo. Todo le ha sonreído y el poder aún no le ha puesto a prueba. No ha tenido que responder a un shock económico, ni reaccionar bajo presión a un atentado terrorista.
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