Los pueblos indígenas: ¿pobres o ricos?
Los pueblos originarios de América Latina tienen una prosperidad distinta a la que nosotros tradicionalmente concebimos
El Valle Sagrado de Perú está fundamentalmente habitado por pueblos originarios con costumbres ancestrales. PABLO LINDE
Cada agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Desde hace más de 20 años, en mi quehacer profesional y hasta personal, he aprendido y sigo aprendiendo enormemente de ellos.
Para empezar, he aprendido que ellos no son pobres, sino ricos. Y muy ricos, con una prosperidad distinta a la que nosotros tradicionalmente concebimos. La riqueza indígena de América Latina se manifiesta de muy diversas formas: en su patrimonio territorial, cultural y espiritual; en sus prácticas y conocimientos ancestrales; en sus formas propias de organización social y comunitaria; en sus conceptos del buen vivir (que no de desarrollo) y un largo etcétera. La inmensa riqueza que también nos aportan viene, no sólo de sus destrezas para la conservación de la biodiversidad, sino también de sus sistemas de gobernanza y protección social, sus formas propias para la transmisión de conocimiento, sus idiomas y lógica matemática.
En América Latina se estima que cerca de 40 millones de personas se identifican como pertenecientes a un pueblo indígena. A pesar de que esta cifra representa solamente un 10% de la población total de la región, son portadores de 522 culturas y sistemas socioculturales diferentes.
En 21 países de la región se hablan 557 idiomas indígenas, de los cuales un 20% (111) se encuentran en peligro de extinción. Cada idioma representa una forma de pensamiento y organización social y cultural única. Y cada idioma que se pierde, implica una pérdida de diversidad sociocultural que nos afecta a todos.
La lógica matemática es mucho más sofisticada y compleja que la nuestra. El pueblo Ngöbe de Panamá tiene más de 15 formas de contar
Pero el idioma es sólo la puntita visible de un gran iceberg formado por el vasto acervo cultural indígena que flota en el mar de la ignorancia de la gran mayoría de la población no indígena.
He aprendido que sus sistemas de gobernanza están basados en la autoridad y en la confianza (a diferencia del poder que una posición otorga). Victor Hugo Cárdenas, el primer vicepresidente indígena de América Latina —perteneciente al pueblo Aymara de Bolivia—, una vez me dijo que la democracia era la dictadura de la mayoría. Se podrán imaginar mi cara de extrañeza, a la que respondió con extrema amabilidad, que ellos no delegaban a otros, sino que tomaban las decisiones por consenso después de mucha negociación, convencimiento y, finalmente, acuerdo. Muchos otros pueblos (como los Maya y los Q´om) utilizan las asambleas comunitarias como la instancia primordial para la toma de decisiones. Esto me hace reflexionar acerca de nuestros sistemas democráticos actuales y sus desafíos. Especialmente, la polarización y enfrentamiento entre liderazgos, que ha llevado a la ciudadanía a manifestar la necesidad de diálogo y consenso entre los diferentes partidos políticos para llegar a un mínimo de acuerdo por el bien de todos.
También he sido testigo de que las formas de transmisión del conocimiento de los pueblos indígenas son un proceso continuo de aprendizaje que va más allá de la escuela. Los Guna de Panamá, por ejemplo, se reúnen por las noches en las Casas del Congreso —lugares tradicionales de encuentro— para escuchar a los shailas (grandes padres de la comunidad), transmitir su conocimiento y sabiduría mediante cantos simbólicos. Luego el argar (intérprete) explica dichas enseñanzas, que incluyen valores éticos, modos de comportamiento, reglas de convivencia, historia, espiritualidad, etc. Los modelos de escuela que no conozcan ni tengan en cuenta los espacios propios de compartir su sabiduría, pierden una oportunidad de enriquecimiento y eficiencia.
Los sistemas de gobernanza indígenas están basados en la autoridad y en la confianza, a diferencia del poder que una posición otorga
La lógica matemática es mucho más sofisticada y compleja que la nuestra. El pueblo Ngöbe de Panamá tiene más de 15 formas de contar, dependiendo de la forma (redondo, alargado), esencia (ser humano, plantas, días, monedas) y presentación del objeto (unitario o en racimos). El pueblo Guna cuenta de manera diferente los objetos sólidos y uniformes (como la naranja) que los objetos que permiten aire en su interior (como una copa).
Los pueblos indígenas llevan innovando cientos de años. Su medicina está basada no sólo en su espiritualidad y visión del mundo, sino en procesos muy largos de ensayo y error con plantas y preparados o fórmulas al más puro estilo científico. En un encuentro reciente de médicos tradicionales del mundo indígena, aprendimos que estudiar la carrera de médico para ellos conlleva al menos 10 años de dedicación completa. Y no todos consiguen graduarse. El aprendiz debe reconocer las plantas y memorizar cientos de usos y recetas para preparar remedios medicinales.
La innovación de los indígenas tiene un potencial enorme. Como decía el lingüista Roy Cayetano, los indígenas ejerciendo profesiones fuera de sus pueblos son como árboles. Si tienen sus raíces fuertes (arraigados y orgullosos de su cultura) producen hojas verdes, grandes y frondosas. Si se corta la raíz, las hojas no crecen y la innovación no ocurre. Un claro ejemplo de ello es el arquitecto Siksika (Blackfoot de Canadá) Douglas Cardinal, quien combina tecnología de punta con conceptos de su herencia indígena (formas curvas, equilibrio y respeto a la naturaleza con enfoque holístico).
En celebración del valioso legado de los Pueblos Indígenas no solo en su día, sino siempre, los animo a escuchar, aprender, reconocer su riqueza y recordar que ésta puede contribuir a mejorar nuestras vidas y las de todos, no sólo por lo que podemos aprender de ellos, sino por sus aportes para construir sociedades más equitativas, justas, innovadoras, y en equilibrio con la naturaleza.
Carmen Albertos es antropóloga y se desempeña como especialista principal en temas de diversidad y pueblos indígenas en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington.
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