OPINIÓN
Promesas vacías y niños muertos
Para acabar en 2030 con las muertes infantiles hay que ir más allá del sector sanitario y centrarse en en las desigualdades —en nutrición, educación o acceso al agua— que alimentan esa mortalidad
Una mujer afgana visita el centro médico local con su hijo de cinco meses. Graham Crouch World Bank
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Sumergida entre las 169 metas incluidas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) —adoptados por Naciones Unidas el pasado mes de septiembre entre una explosión de eventos pomposos, adhesiones de celebridades y adulaciones de líderes mundiales, donantes y ONG— está la promesa vital de eliminar las "muertes infantiles evitables" en 2030. Es una causa para toda nuestra generación, una causa que, para avanzar, requerirá mucho más que comunicados de Naciones Unidas.
El ultimo lote de objetivos de desarrollo internacionales, los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ciertamente consiguieron un progreso importante; la cantidad de niños que murieron antes de llegar a cumplir cinco años cayó de 10 millones en 2000 —cuando se adoptaron los ODM— a 5,9 millones en 2015. Algunos de los países más pobres del mundo han registrado los logros más significativos.
Este progreso estuvo impulsado por varios factores, entre ellos la caída de la pobreza y una mayor inversión en sistemas de salud en las comunidades. Al poner al servicio de las comunidades enfermeras, parteras y otros trabajadores de la salud, estos sistemas ampliaron la disponibilidad de atención prenatal, intervenciones obstétricas simples, corte higiénicos del cordón y atención posnatal. Etiopía, por ejemplo, ha desplegado un pequeño ejército de unos 38.000 trabajadores sanitarios en el transcurso de los últimos diez años.
La cooperación internacional también fue crucial. La ayuda para la salud infantil y maternal ha crecido drásticamente desde 2000, y ahora asciende a unos 12.000 millones de dólares anuales. La asistencia para el desarrollo ha permitido la creación de programas de salud en las comunidades y ha jugado un papel fundamental a la hora de respaldar el desarrollo y utilización de las vacunas, las telas mosquiteras y los tratamientos médicos que han reducido las muertes infantiles por las principales enfermedades infecciosas letales —neumonía, diarrea, malaria y sarampión— cerca de un 70% desde 2000.
Si los ODS no tienen financiación no valen siquiera el papel en el que están impresos
Ahora pasemos a las malas noticias. En el tiempo que a usted le lleva leer este artículo, más de 30 niños morirán por causas que podrían haberse prevenido o tratado.
Cada año, más de un millón de niños muere el mismo día en que nace, y otro millón muere dentro de la primera semana de vida. Casi la mitad de las muertes infantiles ocurre en el período neonatal (los primeros 28 días), y ese porcentaje sigue en aumento. La gran mayoría se podría evitar. Sin embargo, si el progreso continúa en su ritmo actual, en 2030 seguirá habiendo unos 3,6 millones de estos fallecimientos al año.
Para impulsar elprogreso, debemos desarrollar una atención médica y realizar otras intervenciones que se ocupen de la pobreza, la vulnerabilidad y la desigualdad que colocan a tantos niños, y a sus madres, en riesgo. Aumentar la disponibilidad de servicios de salud es un punto de partida. Pero con demasiada frecuencia los pobres quedan excluidos aun cuando existen clínicas.
Consideremos el caso de India, que responde por una quinta parte de las muertes infantiles del mundo. Casi todas las mujeres pertenecientes del 20% más rico de la población cuentan con atención prenatal y asistentes cualificadas en el momento del parto. Pero las tasas de cobertura en este ámbito para las más pobres son inferiores al 10% (peor que en gran parte del África subsahariana). El alza del crecimiento económico no ha contribuido en nada a reducir esta disparidad.
E India es solo un ejemplo. Cada año, unos 36 millones de mujeres en países de bajos y medianos ingresos dan a luz sin asistencia cualificada. Una cantidad aún mayor de niños no recibe un control de salud posnatal. La gran mayoría de estos bebés y sus madres tiene una cosa en común: son pobres. De hecho, nacer de una madre de bajos ingresos aumenta el riesgo de mortalidad infantil en un factor de 2-3 en gran parte del sur de Asia y el África subsahariana.
Cada año más de un millón de niños muere el mismo día en que nace
Las diferencias en la salud vinculadas a la riqueza van mucho más allá del embarazo y el parto. Los hijos de madres pobres tienen menos posibilidades de ser vacunados o de ser atendidos en clínicas de enfermedades potencialmente fatales como la neumonía o la diarrea.
Hay estudios que señalan el coste como una barrera importante que excluye a las mujeres y los niños pobres de la atención médica. Obligar a mujeres en condiciones de pobreza extrema a pagar por recibir atención médica maternal e infantil es una receta para la desigualdad, la ineficiencia y las muertes infantiles. Una cobertura médica universal financiada con fondos públicos es el antídoto para eso. Sin embargo, las élites políticas en los países con altas tasas de mortalidad como India, Pakistán y Nigeria —las mismas élites que se han comprometido con los ODS— no han brindado la ayuda necesaria.
Si los gobiernos son sinceros en sus intenciones de cumplir los ODS en materia de mortalidad infantil, deben tomarse en serio todo lo referente a asegurar la igualdad en la atención médica. Podrían empezar por introducir objetivos nacionales para reducir a la mitad la diferencia en las tasas de mortalidad entre el 20% más rico y el 20% más pobre de su población en los próximos siete años.
Ahora bien, si los objetivos no están respaldados por financiación no valen siquiera el papel en el que están impresos. Los gobiernos de los países en desarrollo deberían invertir por lo menos el 5% del PIB en salud, eliminar el coste de la atención médica infantil y maternal y asegurar que los recursos financieros—-y los trabajadores de la salud-—sean asignados de tal manera que se puedan reducir las desigualdades en la atención.
La ayuda extranjera también tiene que desempeñar un papel vital. Aquí, el énfasis debería trasladarse de aportar intervenciones específicas para enfermedades a mejorar los sistemas sanitarios. Necesitamos un pacto social global en el campo de la salud para cerrar la brecha de financiación —de cerca de 30.000 millones de dólares— para conseguir cobertura sanitaria universal, lo que requiere conectar a la población con profesionales sanitarios cualificados y equipados para dar una atencion efectiva. Solo el África subsahariana necesitará formar a otro millón de trabajadores sanitarios comunitarios para poder dar una cobertura universal.
Una estrategia que pretenda alcanzar en 2030 el objetivo de la mortalidad infantil debe ir más allá del sector sanitario y centrarse en las desigualdades más amplias —en nutrición, educación o acceso al agua y al saneamiento— que alimentan esa mortalidad. Las niñas necesitarán protección adicional para no verse obligadas a casarse y tener hijos en edades tempranas.
Los niños de todo el mundo se enfrentan a una combinación letal de desigualdad, injusticia y discriminación de género. Se merecen algo mejor. La promesa de eliminar las muertes infantiles evitables en 2030 es nuestra oportunidad de asegurar que así sea.
Kevin Watkins es director del Overseas Development Institute (Instituto de Desarrollo de Ultramar).
Copyright: Project Syndicate, 2016. www.project-syndicate.org
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