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¿La pandemia podría gestar una economía menos excluyente?
Es imposible prever los cambios que resultarán de esa tragedia, porque “son demasiadas las variables e interacciones no controlables”, justificó el economista brasileño Ladislau Dowbor, profesor de posgrado de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo.
Estudioso de la “convergencia de procesos críticos”, como la degradación ambiental, la concentración de grandes fortunas y del poder político en pocas manos, Dowbor ve en el coronavirus una nueva crisis agravada por las demás.
Políticas económicas neoliberales trataron de reducir el papel del Estado y cumplir una austeridad fiscal que limitó inversiones en los sistemas públicos de salud. Todo eso pesa ahora, los pobres están más vulnerables al coronavirus y se redujo la capacidad de respuesta a la pandemia, explicó el economista a IPS desde São Paulo.
La desigualdad, reflejada en los ingresos, en la vivienda y saneamiento precarios, hacinamiento y largos traslados en el transporte colectivo, favorece la propagación del virus y su letalidad, se comprobó en Estados Unidos y se teme confirmar con creces en América Latina y África.
La mala distribución de la riqueza mundial erosiona las defensas de la sociedad, reconocen hoy incluso economistas liberales. Eso se evidenció en las epidemias anteriores, en los desastres ambientales.
“La covid-19 debe ampliar la conciencia de esa fragilidad, especialmente en Brasil, donde la concentración de renta crece aceleradamente. Sus 74 milmillonarios en 2012 aumentaron a 206 en 2019”, señaló Dowbor, basado en la revista Forbes.
En el mundo el producto interno bruto (PIB) totaliza 85 billones (millones de millones) de dólares, que repartidos por persona aseguraría 3700 dólares mensuales para cada familia de cuatro personas, observó. En los paraísos fiscales hay 20 billones de dólares.
Autor del libro “A era do capital improdutivo (una era de capital improductivo)”, el economista dedicó buena parte de sus estudios al drenaje de recursos para el sistema financiero en un sistema especulativo que enriquece absurdamente unos pocos que nada producen y empobrece la mayoría.
Esa “financierización” de la economía” termina por ser una barrera para el desarrollo y generar las frustraciones que estallan en protestas dispersas por el mundo, en “primaveras”, ocupaciones, marchas y rebeliones.
Muchos economistas, como el francés Thomas Piketty (autor de El capital en el siglo XXI) y el estadounidense Joseph Stiglitz (Premio Nobel de Economía 2001), buscan respuestas al “desafío sistémico” de las “cuatro crisis convergentes, el desastre ambiental, la desigualdad explosiva, el caos financiero y el coronavirus”, destacó Dowbor.
La clave está en adecuar el proceso de toma de decisiones, para definir cómo usar los recursos y reponer la economía al servicio del bien común, concluyó.
El papa Francisco también promueve una búsqueda de soluciones en el encuentro “Economía de Francisco” que debía realizarse del 26 al 28 de marzo en la ciudad italiana de Asis y se aplazó para noviembre a causa de la pandemia.
El Sars-coV-2 barajó todas las cartas de nuevo al forzar la interrupción de las actividades no esenciales, aislar las personas en sus casas y paralizar la economía.
Algunos vuelcos se impusieron. El gobierno de Brasil abandonó temporalmente su política de austeridad fiscal y aprobó un “presupuesto de guerra” que le permite destinar hasta 10 por ciento del PIB, equivalente a cerca de 130 000 millones de dólares, en ayuda de emergencia a familias, trabajadores y empresas.
El ministro de Economía, Paulo Guedes, estima que, al sumar el aporte a gobiernos locales, los gastos alcanzarán 37 por ciento más.
Las sumas más impresionantes son las de Estados Unidos, cuyo gobierno anunció el 25 de marzo un paquete de dos billones de dólares, también 10 por ciento del PIB, para compensar pérdidas y proteger empresas y trabajadores, ante la repentina pérdida de ingresos.
Esas medidas recuerdan el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), quien proponía la intervención estatal para estimular la demanda agregada y sostener la economía y el empleo.
Guedes estaría ejecutando una política opuesta a sus ideas liberales ortodoxas, aprendidas en la escuela de Chicago que él frecuentó en los años 70.
Pero se trata de medidas pragmáticas, para evitar un aumento explosivo del hambre, posibles convulsiones sociales y la destrucción del sistema económico que haría muy costoso su reactivación pospandemia.
Esperar un cambio permanente de política económica, una vuelta del keynesianismo, puede ser una ilusión. Los gastos excepcionales representarán un aumento brutal de la deuda pública que servirá de argumento para la vuelta intensificada de la austeridad, ya reclamada por muchos economistas.
De todas formas, reforzar el Estado y la salud pública para el futuro aparece como una consecuencia lógica de esa crisis. Las pandemias quedarán como amenaza permanente por un largo futuro, aun si no vuelven a ocurrir.
La esperanza de muchos es que la tragedia de la pandemia, cuya dimensión aún es incalculable, conmoverá la humanidad a punto de reducir el consumismo, impulsar soluciones para la crisis climática y para la desigualdad ahora considerada inaceptable.
Pero no aparecen fuerzas políticas o sociales que aseguren decisiones favorables a tales cambios en el futuro. En relación a la gobernanza mundial y la cooperación, la tendencia es netamente contraria.
El coronavirus obligó al cierre de fronteras, profundizando el nacionalismo xenófobo que ganaba fuerzas desde antes y afectó una coordinación nacional que hubiera sido útil al combate a la pandemia.
En relación al empleo, ocurre una destrucción tan enorme como abrupta y “nada asegura la restauración futura”, sostuvo José Dari Krein, investigador del Centro de Estudios Sindicales y Economía del Trabajo de la Universidad de Campinas, en el sur brasileño.
Justificó su pesimismo con la quiebra definitiva de muchas pequeñas empresas, en un “efecto de cadena”, la previsible adopción de nuevas tecnologías y reorganización empresarial para reducir la mano de obra y el actual gobierno con políticas antitrabajadores.
“Hay sectores como el turismo, duramente afectados, cuya desestructuración difícilmente permitirá una recuperación”, lamentó. Por mucho tiempo la demanda se mantendrá muy retraída, acotó a IPS desde la ciudad de Campinas.
“El escenario que ya era malo, con alto desempleo (11,6 por ciento en febrero) y muchos trabajadores en la informalidad, se agravó y no hay alternativas de mejoras”, en una realidad que no es solo de Brasil, resumió Krein.
El presidente de la Central Única de Trabajadores (CUT, el mayor sindicato de Brasil), Vagner Freitas, en contrapartida, identifica “un momento de oportunidad, de solidaridad”.
La crisis valoriza soluciones colectivas, por lo tanto “fortalece el sindicato al rescatar su papel en la negociación de acuerdos”, tras algunos años de deterioro de los derechos laborales y sindicales por acciones de los gobiernos neoliberales, explicó a IPS desde São Paulo.
La pandemia pone en cuestión muchas políticas negativas para los trabajadores y afirma “la necesidad de construir naciones fuertes, no solo corporaciones fuertes, inversiones en ciencia, un Estado eficiente para prestar servicios a la sociedad y no solo al capital”, sentenció el sindicalista.
Ed: EG
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