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Tras el coronavirus: redistribuir, restaurar, reverdecer
- Nos habían dicho que no se podían plantear transformaciones radicales y súbitas porque eso implicaría parar la economía o descarrilarla, pero de eso ya se ocupó el coronavirus. Por eso, hoy tenemos una oportunidad única para replantearnos la economía del planeta y nuestra relación con él.
En pocas palabras, se abre una ventana casi irrepetible para cumplir tres imperativos urgentes: redistribuir la economía, descentralizándola, haciéndola más sustentable, construyendo cadenas más cortas y repartiendo el capital y sus beneficios; restaurar la naturaleza perdida, con lo que se abonaría a la reinvención general y ganaríamos en servicios ambientales y en salud mental y física, y reverdecer nuestros entornos, para transformar nuestra relación con los demás, con nosotros mismos y con la naturaleza.
Estos tres imperativos -redistribuir, restaurar, reverdecer- no son las únicas tareas pendientes.
Más bien, habrán de conjugarse con otras, por ejemplo con las tres líneas de acción que ha planteado Boaventura de Sousa Santos: democratizar la vida política, que ha quedado secuestrada por las élites; desmercantilizar nuestra concepción de nosotros mismos, de los demás y de la naturaleza, y descolonizar nuestras relaciones y liberarlas de la dominación.
Como en todos los procesos, habrá que dar todas esas batallas a la vez y pensando en qué se puede lograr y cuándo y a qué costos, pero así es la historia, que escapa a cualquier plan. Por ejemplo, en México, por lo pronto, hay pasos muy claros que se pueden dar, y ahí están ya los instrumentos de políticas públicas necesarios para hacerlo.
Para restaurar los ecosistemas del país, se podría empezar por tomarse en serio el programa Sembrando Vida, fortaleciendo la visión de los técnicos que lo diseñaron en un primer lugar, y dejando de lado a quienes pretenden usarlo para construir clientelas y repartir favores políticos.
Sembrando Vida tiene en sí el germen para ser una herramienta que transforme el campo, que impulse la soberanía alimentaria en nuestro país y que restaure nuestros paisajes, haciéndolos a la vez más productivos, más incluyentes y más amigables con la biodiversidad. Falta que el presidente Andrés Manuel López Obrador se comprometa de lleno con esa visión.
Vivimos un momento ideal para redistribuir la economía, porque hará falta inyectar grandes cantidades de dinero público en ella, y eso se puede hacer de forma que ese dinero se convierta en capital bien distribuido.
Para ello, y con tanta más urgencia en un momento de restricciones al tránsito de personas y mercancías, se podrían fortalecer las cadenas cortas, intercediendo entre compradores y vendedores locales para que se encuentren, y construyendo junto con ellos nuevos acuerdos, espacios y perspectivas de futuro para cada región.
Esto implicaría también sacar al Estado de detrás de la ventanilla y quitarle el garrote, para que deje de ser una maquinaria que o reprime a la gente o le reparte dinero.
Más bien, habría que convertirlo en un aparato que construya capacidades, que conduzca a la sociedad y que trabaje de la mano con los actores económicos más pequeños para que ganen mercado y fuerza frente a los más grandes y para descentralizar la forma en que producimos y consumimos en el país.
En complemento con esto, se puede hacer un gran esfuerzo en pueblos y ciudades por reverdecer el entorno, por recuperarlo. No en balde Naomi Klein y Alexandria Ocasio Cortez hablan de un Nuevo Trato Verde a la Roosevelt.
Si en ese momento, muy keynesianamente, se usó el dinero del Estado para construir cercas que no separaban a nadie, o para que unos hicieran hoyos y otros los taparan, hoy habría que usarlo para invertir en una nueva economía verde, y en recuperar parques y jardines, en construir nuevos espacios de encuentro y convivencia, para consolidar una cultura solidaria, alegre y pacífica.
El hecho de que la crisis del coronavirus venga acompañada de una fuerte caída de los precios del petróleo manda una señal clave: esos 41 000 millones de pesos que se invertirían en la refinería de Dos Bocas y que, con el panorama económico actual, se irían a la basura, se podrían usar para impulsar este nuevo trato.
En vez de seguir apostando por el pasado petrolero, el coronavirus nos abre la puerta para construir un futuro mejor, con esas tres tareas: redistribuir, restaurar, reverdecer.
Este artículo fue publicado originalmente por Pie de Página.
RV: EG
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