Grandes poderes tecnológicos que preocupan
Los gigantes tecnológicos deben adoptar medidas contundentes para dejar de ser el caballo de Troya de intoxicaciones y noticias falsas
De izquerda a derecha, los representantes de Twitter (Sean Edgett), Facebook (Colin Stretch) y Google (Kent Walker), testificando en el Congreso de Estados Unidos el 1 de noviembre pasado. MANUEL BALCE CENETA AP
Lo decía la semana pasada en este periódico la vicepresidenta del Grupo Popular Europeo Sandra Kalniete, inmersa en la investigación sobre las intoxicaciones rusas en las redes sociales. “Estamos indefensos frente a estas nuevas tecnologías”, afirmaba la eurodiputada. “Se suponía que ayudarían a la humanidad, pero, si están en manos de fuerzas negativas, pueden hacer daño”. ¿Tanto como para favorecer a un candidato determinado a la Casa Blanca, desprestigiar a la democracia española por la crisis catalana o lograr que la extrema derecha entre en el Bundestag? Los datos apuntan en ese sentido y el Parlamento Europeo y los congresistas y senadores de Estados Unidos ya han abierto una investigación. Fue en ese contexto en el que el senador por Luisiana John Kennedy confesó a los representantes de las tecnológicas: “El poder que tienen ustedes me da miedo”.
Ese poder es doble. Por un lado está su potencia económica. Las llamadas Gafam (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft), suman en capitalización bursátil 3 billones de dólares, o sea, un poco más que el PIB del Reino Unido. Facebook y Google captan prácticamente el 100% del crecimiento del mercado publicitario y todas estas firmas utilizan toda la estrategia fiscal posible para cotizar en paraísos fiscales o, al menos, eludir impuestos allá donde operan. Por otro lado, está su posición dominante en el mercado y su gigantesca penetración. Entre 2015 y 2017 hasta 126 millones de usuarios de Facebook accedieron a mensajes interesados rusos. Una penetración peligrosa si se tiene en cuenta que estas redes sirven de autopista a cuentas falsas manejadas con bots, bulos, mentiras, intoxicaciones y medias verdades que se difunden y multiplican en segundos por millones.
La línea de defensa de las tecnológicas es que no son responsables de los contenidos, si bien sí censuran mensajes en función de sus criterios o los destacan de acuerdo con algoritmos secretos. Lejos, muy lejos, estamos de la política de los medios de comunicación capaces de despedir a una periodista por publicar un reportaje falso o de abrir una profunda investigación interna, ofrecer todos los datos y pedir disculpas a los lectores por publicar una foto falsa de Hugo Chávez agonizante. No hay filtros ni disculpas en las redes en las que circulan en pie de igualdad las crónicas más contrastadas con las fotos falsas de tanques en las calles de Barcelona.
Las empresas rechazan toda regulación que las asimile a los medios de comunicación, pero la presión política las está obligando a modificar sus modos. Facebook ha prometido a los congresistas americanos fichar este mismo mes a mil “moderadores” suplementarios para detectar noticias falsas o mensajes inapropiados. Pero de momento, estas tecnológicas siguen siendo el caballo de Troya de información manipulada que amenaza a las democracias de todo el mundo y es urgente que tomen medidas antes de que otros las tomen por ellas y terminen con el sueño de ágora global de libre acceso.
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