lunes, 5 de noviembre de 2018

MIENTRAS NADIE SE DA POR ALUDIDO ▼ La literatura de los niños perdidos en la frontera | Cultura | EL PAÍS

La literatura de los niños perdidos en la frontera | Cultura | EL PAÍS

La literatura de los niños perdidos en la frontera

Las crisis migratorias y los desaires de Donald Trump han alumbrado un nuevo género protesta

Niños hondureños, el pasado viernes en Pijijiapan, al sur de México, en la caravana de migrantes que avanza hacia Estados Unidos.

Niños hondureños, el pasado viernes en Pijijiapan, al sur de México, en la caravana de migrantes que avanza hacia Estados Unidos.  AFP / GETTY IMAGES



Entre mayo y junio de 2014 llegaron a la frontera que separa México de Estados Unidos alrededor de 80.000 menores. Ninguno de ellos iba acompañado. Algunos de ellos fueron deportados en 20 días, cuando hasta hacía no demasiado el gobierno estadounidense daba a esos niños en busca de cobijo, en busca de un futuro, de una no muerte segura como la que les esperaba en su país – en El Salvador, Honduras, Guatemala –, dos meses. El guardián, esto es, el familiar que podía pedir su custodia en Estados Unidos, tenía entonces dos meses para buscarse la vida: un abogado y pruebas de que si el niño volvía a su país, corría peligro. Pero la Administración Obama redujo esos meses a 20 días. “Obama no fue un buen presidente en términos migratorios”, dice Juan Pablo Villalobos. De hecho, a él le llamaron de una ONG ese año, 2014, para que se personara en la frontera y contara lo que estaba pasando. “Querían un libro con el testimonio de una niña que había viajado con su mejor amiga desde Centroamérica”, cuenta. Pero una vez estuvo allí, la familia no quiso que la niña hablara. Su mejor amiga había muerto intentando llegar a la frontera. La asesinaron en México. Villalobos entrevistó a otro par de chicos. Publicó un relato en inglés y en español. Al poco, su editor estadounidense le llamó para preguntarle si estaría interesado en hacer un libro con historias de esos niños. La voz del niño narrador de Fiesta en la madriguera le convertía en la persona ideal para hacer algo así. Transformar sus historias en literatura. Darles un carácter poderosamente universal.
Ahora todo es más escandaloso, pero esto ha sucedido siempre
JUAN PABLO VILLALOBOS
“No creo en el activismo literario, es decir, no es lo mío. Yo me acerqué a las historias de estos chicos con pudor, buscando mi lugar. ¿Cómo iba a contarlas? De la única manera que sabía. Iba a condensarlas, a acercarlas a la ficción. Porque eso es lo que sé hacer. Sé escribir. Como escritor me debo al texto, y ya se encargará el texto de producir los efectos que deba producir”, dice Villalobos. Está hablando del libro que resultó de aquellas charlas: once momentos de las odiseas de diez niños centroamericanos que lograron alcanzar Estados Unidos, y que se leen como una única historia hecha pedazos, o las piezas de un rompecabezas con final feliz. ¿Su título? Yo tuve un sueño (Anagrama). A los relatos – terroríficos: niños de diez años que huyen de compañeros de colegio que los queman, chicos que escapan del reclutamiento forzoso de las pandillas que gobiernan sus países, niñas que temen que el acoso acabe en violación y asesinato – les sigue un desgarrador texto de Alberto Arce, autor de, entre otros, Honduras a ras de suelo(Planeta), libro que sí es a la vez crónica y denuncia, un intento de contar lo que nadie cuenta. Por ejemplo, que en Honduras se asesina a una mujer cada 20 horas.
Los desaires de Trump y sobre todo, el odio que el presidente está verbalizando ha puesto en marcha “todo un mercado editorial, asegura Villalobos
Arce es el encargado de señalar, en el epílogo a Yo tuve un sueño que, según el barómetro de las Américas realizado cada año por la Universidad Vanderbilt, en 2017 “más de la mitad de los habitantes del Triángulo Norte tenía miedo a morir asesinado y no usaba el transporte público por temor”. El mismo informe, dice Arce, señala que “el 70% de los padres prohíben a sus hijos jugar en la calle”, que “el 60% de los adultos evita salir solo a la calle” y que “casi el 40% de los habitantes de Honduras y El Salvador han considerado abandonar el país por miedo a morir”. Por suerte, apunta Villalobos, se habla ahora más del tema que nunca. Los desaires de la Administración Trump, sobre todo, “el odio” que el presidente “está verbalizando”, dice Villalobos, ha puesto en marcha “todo un mercado editorial”, y no solo editorial. En Estados Unidos, a raíz del último escándalo – la separación de menores de sus padres en la frontera de México –, ha movilizado a personalidades de todos los ámbitos, aunque el ruido de fondo, dice Villalobos, siempre ha estado ahí. “Ahora todo es más escandaloso, pero esto ha sucedido siempre”, dice.
El movimiento chicano en Estados Unidos contó entre sus pioneros a un escritor amigo de otro escritor (archifamoso): Óscar Zeta Acosta. Acosta es el tipo con el que Hunter S. Thompson viaja en su hilarante y salvaje Miedo y asco en Las Vegas, el Dr. Gonzo, su abogado samoano. Acosta fue abogado, sí, y escritor y activista. Escribió novelas bomba como Autobiografía de un búfalo pardo (Dirty Works) y La revuelta del pueblo cucaracha (Acuarela & A. Machado), y luego (en 1974) desapareció. “A Europa, la sensación de que algo está pasando llega cuando se produce una gran matanza, o hay un gran escándalo, pero mientras tanto, todo eso que nos indigna, también está pasando. Es algo estructural”, insiste Villalobos. Además del suyo, entre los libros que intentan que nadie desvíe la mirada en ese mientras tanto, figura el de Valeria Luiselli Los niños perdidos(Sexto Piso). Luiselli relata, en primera persona, a medio camino entre la crónica y el reportaje, lo que ocurre con los menores no acompañados que llegan a Estados Unidos y añade la más cruda realidad a las casi fábulas macabras de Villalobos.
Portada de 'Yo tuve un sueño', de Juan Pablo Villalobos
Portada de 'Yo tuve un sueño', de Juan Pablo Villalobos ANAGRAMA
La también periodista mexicana Eileen Truax hace lo propio con sus ensayos, que publica desde 2013 (Dreamers: la lucha de una generación por su sueño americano fue el primero) y que últimamente se han vuelto descaradamente anti Trump (el último, de 2017, lleva por título Mexicanos al grito de Trump).
¿Ocurre algo así en Europa con las crisis de refugiados? Empieza a ocurrir, y curiosamente, el asunto se aborda desde la ficción. Maylis de Kerangal reconstruía, en una noche de insomnio, la tragedia de Lampedusa, en el hipnótico Lampedusa(Anagrama), hace dos años. Y desde Berlín, Jenny Erpenbeck acaba de lanzar a un profesor universitario jubilado, el protagonista de su novela Yo voy, tú vas, él va (también en Anagrama), a descubrir cómo es el día a día en un campamento de refugiados.
Pero, decía Villalobos, en Estados Unidos la conciencia del problema es mucho mayor. No puede no serlo con Donald Trump en el poder hablando de construir un muro. De ahí que hasta productoras de blockbusters como Jenji Kohan utilice su famosísima Orange is the New Black, serie que, hace al menos dos temporadas, ha virado hacia la cada vez más dura y explícita denuncia social, para mantener viva la llama de una injusticia histórica: al cierre de su sexta temporada envía a un personaje clave a un centro de detención de inmigrantes que, a todas luces, se convertirá en motor de su séptima y última temporada. La lucha no ha hecho más que empezar. Otra vez.

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