Las esclavas modernas que sirven en hogares de Líbano
ONG locales denuncian la situación de explotación y maltrato de las empleadas del hogar etíopes en este país árabe
Beirut
“Cada dos semanas tenemos que repatriar el cuerpo de una mujer etíope. La mayoría se han precipitado al vacío desde el balcón del hogar donde trabajaban como sirvientas o se han suicidado. Las menos han muerto en un accidente de tráfico”. Este es el balance que hace en Beirut el cónsul de Etiopía en Líbano, Wahide Belay Abitew. El diplomático asegura que esta semana se han intensificado las negociaciones bilaterales con el fin de alcanzar un acuerdo que proteja los derechos de al menos 80.000 compatriotas suyas en el país árabe y que representan un tercio de las migrantes empleadas en todo el mundo.
La joven etíope Meriem muestra las marcas de los golpes que le asestaron sus empleadores libaneses, en una casa de acogida en Beirut. N. SANCHA
El optimismo de Abitew respecto a las negociaciones contrasta con el pesimismo que expresaba una década atrás su predecesor Asaminew Bonssa. “No podemos hacer nada para proteger a nuestras nacionales, así que hemos impuesto una prohibición de viaje a Líbano”, lamentaba el entonces cónsul en Beirut. En 2008, Bonssa cifraba en dos las etíopes muertas a la semana en Líbano. Si bien la situación legal de estas mujeres ha cambiado poco o nada, sí ha disminuido drásticamente la cifra de fallecidas. El mérito es de la amplia red de apoyo creada por las propias migrantes, muchas sin papeles, que gracias al apoyo de ONG locales y a la incalculable ayuda que representan las redes sociales ofrecen un escape a las maltratadas por sus jefes.
“El caso de Meriem es uno de libro”, dice Inu conforme recorre las calles de una modesta barriada de Beirut. Esta veinteañera llegó a la capital libanesa hace dos años para trabajar como empleada del hogar. Ahora tiene un empleo de trabajadora social (sin papeles) en el Centro para la Comunidad de Migrantes en Líbano. Esta ONG fue fundada por feministas y activistas contra el racismo en 2011, en plena vorágine de la Primavera árabe. Su objetivo: ayudar a las inmigrantes irregulares que trabajan en empleos domésticos. Mujeres como Meriem, que ha cumplido 19 años y desde hace dos meses es una fugitiva. Sin lágrimas ni dramas, relata los seis meses de abusos y maltratos que sufrió desde que dejó los suburbios de Addis Abeba, la capital etíope, para aterrizar en el seno de una familia libanesa con tres niños en la norteña ciudad de Trípoli.
Su cuerpo se antoja un mapa de maltratos. Se señala la cabeza para rememorar el día en que su madame ─como comúnmente se refieren a las empleadoras libanesas─ le abrió una brecha golpeándola con una silla “porque la pequeña no se terminó el puré”. Luego se remanga el jersey para descubrir una oscura cicatriz en la espalda, legado del míster (señor) que un día decidió morderle la espalda hasta hacerla sangrar. Llegó al Líbano como llegan todas: con la mediación de las agencias. “El dalala [intermediario local] cobra a las chicas (en Etiopía) y a las agencias libanesas por reclutar jóvenes en los pueblos etíopes”, explica en Beirut Samaya Mattouk, de la ONG libanesa Kafa.
Sin pasaporte y sin contrato
Nada más aterrizar en Beirut, un empleado de la agencia le confiscó el pasaporte con la connivencia de los servicios de inmigración libaneses, como le ocurre al 85% de las mujeres que llegan con los mismos planes, según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Meriem firmó un contrato por 218 euros mensuales por seis días de trabajo a la semana. No le dieron copia. La mitad de las empleadas domésticas migrantes en Líbano no tienen un solo día libre, según el citado informe.
“Es muy complicado proteger los derechos de estas trabajadoras porque están excluidas del código laboral libanés por el artículo 7”, advierte también en Beirut Mariela Acuña, coordinadora para Oriente Próximo de la Federación Internacional de Trabajadores del Hogar. En caso de litigio con la empleadora libanesa, pueden recurrir a los tribunales civiles, pero emiten decisiones temporales. Su segunda opción es el Código Penal libanés, aunque la resolución del veredicto lleva años y muy pocas migrantes se embarcan en el proceso.
“En Líbano no nos consideran seres humanos, somos las parias”, dice una mujer etíope que vive en este pequeño país de Oriente Próximo
En el plano internacional, Líbano tampoco ha ratificado la convención 189 de la Organización Internacional del Trabajo. El único marco regulatorio del que disponen es el modelo único de contrato que Líbano adoptó en 2009 tras intensas presiones ejercidas por las ONG. “Sigue siendo insuficiente y ambiguo por lo que permite que los empleadores libaneses mantengan las malas prácticas y los abusos”, resume Lala Arabian, gerente de la ONG Insan. A falta de regulación, las empleadas del hogar migrantes quedan sujetas al sistema de kafala (apadrinamiento) y vinculadas legalmente a su espónsor libanesa. Los abusos e incluso crímenes de las madames quedan legalmente impunes y socialmente estas se consideran dueñas de sus sirvientas.
Una práctica habitual en Oriente Próximo
Meriem forma parte de esa masa anónima de esclavas modernas cada vez más numerosa que sirven en todo Oriente Próximo. Hay 11,5 millones de empleadas domésticas migrantes en el mundo, según la Organización Internacional del Trabajo, de las cuales cerca de un tercio trabaja en esta región (3,16 millones).
A Líbano han viajado 250.000 para servir a una población de 4,5 millones de habitantes. Este pequeño país se ha convertido en un transitado corredor migratorio donde las trabajadoras domésticas quedan relegadas a un segundo plano. Los 1,5 millones de refugiados sirios que acoge Líbano encabezan la agenda internacional. El progresivo colapso económico junto con la fulminante sangría humana que representa la fuga de cerebros libaneses copa la nacional. Pocos hablan de estas mujeres.
“Hoy estamos organizadas, por lo que activamos las redes con rapidez y ayudamos a escapar a las compañeras maltratadas antes de que la cosa acabe en suicidio o asesinato”, cuenta Iun. Meriam huyó un domingo a las seis de la mañana cuando sacaba la basura. Hace dos meses que dos compatriotas, también huidas, le acogen en su piso. Rozan la treintena y como muchas de su generación acudieron a Líbano para poder alimentar y escolarizar a los hijos que dejaron en las chabolas de Addis Abeba. “En Líbano no nos consideran seres humanos, somos las parias”, resume con inquina una de ellas.
La generación de Meriam representa a los nuevos migrantes que parten en busca de una vida que han conocido a través de las redes sociales. “Vine porque quise y no por mi familia”, dice Meriam. “En Facebook siempre veía a eses chicas etíopes tan elegantes, vestidas con ropas bonitas. Quería ser como ellas”. Al cumplir los 18, se encomendó al dalala de su barrio. Su historia acaba en sueños rotos a juzgar por la sudadera gris salpicada de lamparones que combina con un viejo gorro de lana marrón. “En Facebook parecían muy felices”, replica encogiéndose de hombros en un intento por acallar las carcajadas de sus veteranas compañeras.
LAS AGENCIAS QUE SE LUCRAN CON LAS EMIGRANTES ETÍOPES
En Líbano hay 560 agencias que reclutan trabajadoras migrantes domésticas, de las cuales 300 forman parte de Soral, el sindicato de que dirige el libanés Alí el Amín, quien cifra el negocio en “cientos de millones de euros anuales”. Asegura que cada año este sindicato envía al Gobierno libanés una lista negra de 20 a 30 agencias que "explotan a las empleadas" y que cobran una suma de entre 1.750 y 2.600 euros a cada empleador por trabajadora. En numerosos casos retienen a las migrantes dos meses de sueldo como gastos de gestión. La página web This is Lebanon se encarga de exponer públicamente a los empleadores libaneses que cometen abusos. Una práctica muy común que no conoce de clases o confesiones y que en el 85% de los casos es infligido por mujeres.
Desde el final de la Guerra Civil libanesa (1975-1990), las trabajadoras domésticas migrantes llegaron para reemplazar a las empleadas sirias y libanesas que servían como internas en los hogares. De 33.000 en 1993 se estiman a entre 250.000 y 300.000 hoy en Líbano, según un informe de la Organización Internacional del Trabajo que Líbano (ILO, por sus siglas en inglés). Tras 24 años trabajando en Beirut, la filipina Desala, de 45, es una pieza clave en el engranaje de las redes de trabajadoras migrantes. Algunas se organizan por etnias y sus representantes acuden al paraguas del sindicato libanés Fenasol. Otras, participan en iniciativas transcomunitarias lideradas por las propias migrantes como la red Alliance de la que Desala es miembro.
Las filipinas fueron de las primeras en llegar al Líbano y hoy cuentan con una sólida red de apoyo que ahuyenta a las agencias de reclutamiento más abusivas, según explica esta mujer. Ahora las etíopes se han convertido en las nuevas filipinas. Los sueldos mensuales en Líbano responden a una dinámica xenófoba, con salarios acordes a la tonalidad de piel de las trabajadoras. De esta forma, las etíopes con menos formación y de tez más oscura cobran entre 130 y 260 euros por mes, mientras que las filipinas entre 260 y 435.
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