sábado, 6 de enero de 2018

Historia de la Semana: El dilema ético de los embriones congelados

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Si nuestros abuelos hubieran visto que un embrión humano puede sobrevivir congelado 24 años, que puede ser implantado en una chica sólo 18 meses mayor que ese embrión, y que la chica puede darlo a luz, habrían pensando que jugamos a ser dioses.
Y no les faltaría razón.
Pero la noticia es real. Y tiene –en medio de su aire a lo “Mundo feliz” de Aldous Huxley- cierto matiz positivo: Tina, la joven de 23 años que es sólo 18 meses más vieja que ese embrión, ha puesto su útero para que se salve y no sea destruido.
Porque la destrucción de millones de vidas es el salvaje tributo que esta civilización paga en el altar de la ciencia. La fecundación in vitro ha sustituído al cuchillo de obsidiana con el que los aztecas abrían el pecho de sus víctimas para extraer el corazón.
Es verdad que no es tan escandalos, pero a cambio es un método más masivo para exterminar vidas humanas.
El asunto es tan desagradable y la complicidad de médicos, multinacionales y legisladores tan abrumadora que se procura echar tierra sobre ello, alegando como pretexto que se hizo para satisfacer el anhelo de las parejas que no podían tener hijos.
Por eso nadie habla de este exterminio aséptico.
En Actuall hemos aprovechado el caso del embrión congelado que ha sobrevivido 24 años para acudir a un prestigioso científico, Nicolás Jouve, doctor en Biología, catedrático emérito de Genética, y consultor del Pontificio Consejo de la Familia.
Jouve ha escrito un documentado análisis que aborda la cuestión, aclara conceptos biológicos y antropológicos y despeja dudas de carácter moral. Te lo ofrezco como suscriptor de Actuall:
Si la píldora anticonceptiva suponía tener sexo sin procreación; la fecundación in vitro suponía procrear sin sexo.
Ambas técnicas destruyen el significado nupcial y procreativo del cuerpo del hombre y de la mujer. Si la contracepción priva intencionalmente al acto conyugal de su apertura a la procreación, la fecundación artificial intenta una procreación que no es fruto de la unión específicamente conyugal.
Y por esa razón la píldora (o los preservativos) y la fecundación en laboratorio suponen un grave atentado contra la dignidad humana.
Es importante subrayar que un hijo no es nunca un capricho, ni el fruto de un deseo, ni un producto. Un hijo no se encarga a la Fecundadora Nacional como se encarga un coche al concesionario. Tampoco se “fabrica”.
Un hijo es fruto de la donación recíproca de dos esposos (o en todo caso de la atracción sexual de un hombre y de una mujer) pero no es el resultado de un proceso industrial, porque no es un tornillo, ni un coche salido de la cadena de producción.
El origen de la persona humana no puede ser el producto de una intervención de técnicas médicas y biológicas: esto equivaldría a reducirlo a objeto de una tecnología científica.
Incluso aunque no hubiera riesgo para las vidas “fabricadas” en laboratorio (los embriones humanos), la fecundación “in vitro” es moralmente rechazable. Esa es la postura de la Iglesia, detallada en  la instrucción Donum Vitae (Respeto a la vida humana naciente y la dignidad de la procreación) de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicada durante el pontificado de Juan Pablo II, en 1987.
Pero es que además, la fecundación supone la destrucción de vidas humanas. Y este es el segundo motivo por el que esa técnica es rechazable. Generar vida en la asepsia de un laboratorio no es inocuo… millones de embriones humanos (es decir vidas humanas) acaban en la basura.
Y aunque la engañosa limpieza de la probeta y la bata blanca sugieran lo contrario…. los laboratorios son, de hecho, campos de exterminio no muy diferentes a los de los nazis.
O hay vida desde el minuto 1 de la concepción o no la hay. O nos lo creemos o nos lo creemos.
Y nadie en la comunidad científica se atrevería a negar esa evidencia. Ergo… quienes se lucran con la fecundación o quienes promulgan leyes como la española de 1988 son cómplices del genocidio encubierto del que casi nadie se atreve a hablar.
Igual que los alemanes no se atrevían a hablar cuando oían los trenes en la noche, llenos de prisioneros judíos, camino de Auschwitz o Dachau.
Sé que el tema es duro, pero es preciso recordarlo. No se puede hacer una tortilla sin romper huevos: si la anticoncepción trajo de la mano el aborto (la muerte de vidas inocentes en el seno materno), la fecundación in vitro ha traído la destrucción de embriones.
Y un hijo no es una cosa sino un regalo, el regalo más grande y gratuito del matrimonio. De suerte que el hijo  tiene derecho a ser fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres y también tiene derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción.
Gracias por seguirnos.
Alfonso Basallo y la Redacción de Actuall.
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