Esto lo escribí en el 2005 y me salió de las entrañas. Me siento bien escribiendo. Dejé de escribir en 1978 cuando el proceso prohibió la venta de un trabajo documental, tipo Tesis, publicado por esos años por Editorial Nebai y el respaldo internacional de Hachette, con gran repercusión en México y Europa. En 1978 me ví obligado a dejar la Universidad de Buenos Aires por circunstancias de público dominio. En 1978 dieron de baja a un programa radial que compartía en Radio Ciudad de Buenos Aires, en el mismísimo Teatro San Martín. Me afectó tanto, que dejé todo. No hice ruido. Cuando regresó la democracia tampoco hice ruido. Soy de los que creen que las cosas ocurren por algo y que uno debe ajustarse a la realidad. No obstante ello, dudo de la democracia de nuestro país porque he visto de cerca la miseria política y la mezquindad encaramada en el poder político que siguieron al denominado Proceso de Reorganización Nacional. La ví y la sufrí durante el Gobierno del Doctor Raúl Alfonsín (aunque no lo culpo a él, sí a sus ministros), el Gobierno ridículo y retrógrado, acomaditicio y frívolo del Dr. Carlos Saúl Menem, y ni que hablar de lo que siguió y permanece hasta la fecha.
He decidido incorporarlo al BLOG porque cada día que pasa lo siento más y más actual.
Cada vez que nuestros políticos se asoman a la ventana, cada oportunidad en que hablan, ARGENTINA, su tierra y mi tierra, se deprecia más y más.
Nací durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón.
Tuve oportunidad siendo niño de conocerlo personalmente.
Me tuvo en sus brazos.
También tuve oportunidad de conocer a toda la familia Frondizi.
Lo que transitamos como justicialismo desde el regreso al poder del General Juan Domingo Perón en 1973, no es otra cosa que una burla a la sociedad argentina toda. Seguramente algunos dirán una cosa, así como otros expresarán su acuerdo o desacuerdo, sin embargo tal como el mismo decía: la única verdad es la realidad y la realidad es que de nuestro país sólo queda la bandera y el himno, y apenas en el alma de algunos de nosotros, tal vez muchos.
La clase política cultivada por nuestra sociedad ha sido un eterno engaño para las generaciones de argentinos nacidos desde los 50 en adelante. En ella anida el odio, el rencor, un singular sentido de la rapiña, avaricia creciente, angurria por poseer y desplazar exponiendo lo más bajo del sentimiento humano (la depredación), el desprecio por el prójimo, la mentira hartera, el discurso vacío aunque lleno de letras muertas, de cosas que jamás se ejecutarán y mucho menos se cumplirán.
Por ello hoy, en estas horas donde un gobierno con apenas cien días de vigencia se ha deteriorado ridiculizándose a sí mismo, expresando una cosa y haciendo exactamente lo opuesto, nunca tan vigentes estas reflexiones... agiornadas, claro.
TÍTULO:
ARGENTINA: LA DEUDA POLÍTICA... EL ROSTRO OCULTO DE LA ARGENTINA PERDIDA
Visión anónima de un pasado cercano
GÉNERO: DOCUMENTAL TESTIMONIAL
AUTOR: Víctor Norberto Cerasale
Expediente R.N.P.I. Nº 329.230/2004 Derechos Reservados de PROPIEDAD INTELECTUAL.
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
INTRODUCCIÓN
Argentina, es una tierra donde anidan las más profundas contradicciones.
No sólo a través de su joven historia.
Ha sido una tierra poblada por gentes que, provenientes de otras, trajeron consigo sus tradiciones, sus necesidades, sus criterios, sus convicciones, sus sentimientos, pero fundamentalmente sus nostalgias de haber dejado sus suelos, en la mayoría de los casos, contra sus voluntades íntimas. Por ende, han vivido aquí, pensando en el allá. En su allá, tan amado, tan idealizado, por ese mismo efecto que crea lentamente la distancia en el tiempo.
Por ello, mucha de su gente vive añorando su Europa.
Por ello, mucha de su gente vive añorando sus pasados en las arenas.
Por ello, mucha de su gente vive añorando sus comarcas del Asia lejana.
Por ello, mucha de su gente vive añorando su pasado nativo, libre de conquistadores, libre de mezquindades, libre de barbarie civilizadora.
Curiosamente, los hijos de los europeos, no se han atado al suelo, sino que viven añorando la Europa de sus padres, de sus abuelos. Una Europa que no existe más. Una Europa que se ha transformado para mejor y para peor.
Curiosamente, los hijos de los pueblos semitas (judíos y árabes), no se han atado al suelo, sino que viven añorando las arenas de sus padres, de sus abuelos. Un mundo que no existe más.
Curiosamente, los hijos de las etnias amarillas (japoneses, coreanos, laosianos, chinos), no se han atado al suelo, sino que viven añorando las historias de sus padres, de sus abuelos. Tierras que se han trasformado a ultranza en máquinas de producir pero donde el ser humano está totalmente despreciado y depreciado.
Curiosamente, los hijos nativos de los incas (representados por los diaguitas, calchaquíes y todas sus parcialidades), los otros, los guaraníes, los tehuelches, los onas, los araucanos (de los que no quedan muchos), despojados mayormente de sus tierras y expulsados de sus raíces, luchan contra todas las locuras que nos han invadido desde la llegada del primero de los adelantados, Don Pedro de Mendoza y del segundo de ellos, Juan de Garay.
Podría decirse que la gran mayoría de los que tienen formación universitaria, hablan en español pero piensan, cuando pueden o cuando saben, en inglés, porque de ese modo se sienten más cerca de la Europa añorada.
Podría decirse que la gran mayoría de los que no han podido acceder a dicha formación, hablan en español, en uno distinto y distante del original, porque las circunstancias los han impulsado a despreciar la gramática y todas sus reglas, inventando una lengua que se le parece, pero que ya no es.
Así, nuestra sociedad se divide hoy entre ricos, pobres y miserables.
Los ricos, son aquellos que cuentan con los medios suficientes para vivir. Muchos de ellos, son ricos gracias a las miserias de los muchos. Sus barbaries, sus mezquindades, mejor dicho, sus miserias, se representan en las conductas humanas. Desprecian. Se escudan en la limosna. Pero no escatiman esfuerzos a la hora de lapidar la vida del prójimo. Sin matarlo. Lo despojan de su dignidad, simplemente eso.
Los pobres, una masa inmensa, que podría definirse de incontenible, son aquellos que han sido despojados de casi todo por las circunstancias fabricadas adecuadamente a los fines. Esto es llevarlos a la condición que guardan, hoy. Que guardamos, hoy. Otrora, siempre, aún hoy, son quiénes contribuyeron a que Argentina fuese algo más que una expresión en el mapa. La masa de pobres está conformada por todo el universo poblacional que se cayó del sistema. A la cual el poder político expulsó para provecho propio.
Sin embargo, Argentina es apenas un recuerdo.
Una ilusión.
Una pretensión.
Algo que quiso ser y no la dejaron. No a la tierra, que está incólume, sino a su gente.
Los indigentes, son muchos. Demasiados. A estos se les quitó la dignidad desde hace mucho. Se los fue relegando una y otra vez, hasta que en el presente se han constituido en la escoria social que deambula sobreviviendo como puede. Cartoneando. Juntando de... o comiendo en basurales.
Argentina es, entonces, un recuerdo.
Se convirtió en una ilusión.
Se transformó en una esperanza ahogada.
Ya no se parece a la Europa tan añorada.
No queda nada de aquella expresión cultural que la supo distinguir. Tal vez se declama en algunos personajes, pero la sociedad toda ha perdido su norte, su brújula.
El medio chabacano pretende mostrar que todo está bien, pero la realidad es otra.
Argentina, se está diluyendo, aún cuando muchos no se den cuenta.
Posiblemente sea parte de un fenómeno mundial donde los intereses han pasado a reemplazar las soberanías. Triste visión de la Tierra globalizada en la que nos toca transcurrir nuestros días. Si este es el modelo mundo que pretende el imperio que nos rige, vale la pena anticiparle que se está equivocando y fiero.
Las soberanías ya son parte de las utopías.
Los intereses son banderas, no de países, sí de empresas.
No hay una soberanía cierta, sencillamente porque ya no hay límites geográficos ciertos.
Sin embargo, la Tierra, la que nos lleva es una sola.
Sin nosotros, sin los otros, sin los demás, el imperio dejará de ser tal y entonces ya no tendrán ningún valor los intereses, mucho menos las soberanías.
Muchos imperios han pasado y la humanidad no ha aprendido la lección: compartir es mejor que dominar y someter.
Yo soy uno más.
Uno más de lo que se cayó del modelo. Del sistema.
Uno más que pena por sobrevivir.
Uno más que respira sin reclamar nada porque no hay a quien. Sé que si te dicen que te van a ayudar es cambio de tu alma, y el alma mi amigo "no se vende jamás", el espíritu mi amigo "no se entrega jamás".
Uno más que ve que nos estamos ahogando en masa, como los viajantes del Titanic.
Uno más que ve que nos están despojando de lo último que nos queda.
Uno más que siente que cuando no se puede vivir con dignidad, entonces vale la pena morir con ella, con la dignidad.
Pero cómo hemos llegado a esto.
Cómo hemos caído tan bajo...
Permítanme contarles mi visión de la historia.
YO ARGENTINO I
Soy de la década de los cincuenta, de cuando apenas nacía la mitad del siglo. Soy ciudadano, como les he dicho, de la tierra más bendecida en este planeta que llamamos Tierra: ARGENTINA. Estoy orgulloso de ello. Llevo el azul y blanco en mi alma. Permítanme introducirlos en estos por qué, tan íntimos.
Nací en el barrio de Flores a escasas cuadras de uno de los nudos de nuestra historia. Adoro sus calles y el otrora color de sus árboles y sus casas, que eran casi como quintas, como resabios de un pasado de gloria que llevamos todos nosotros, argentinos, como sociedad, muy adentro nuestro, en silencio. Hoy, ese barrio se ha convertido en una masa de edificios. Poco es lo que perdura de aquella época.
Apenas nacido, el destino me llevó lejos, de golpe. Aparecí en las sierras bajas de Hinojos, allá entre Azul y Olavarría, en el centro de la provincia de Buenos Aires. Cuando no había nada más que viento y pampa. Corriendo en un campo que se decía parte de nuestra soberanía, que se ubicaba debajo del cielo de esta bandera que tanto amo, pero que curiosamente respondía a intereses de la corona británica. Sí tal como lo escucha o lo lee, 50 mil acres de tierra de la corona (?!). Amanecía en mí la contradicción de aquello que se declama con aquello otro que conforma la realidad, esa que duele. No se estaba mal que así fuese. Habría razones suficientes para que así fuese. No era conveniente que se ocultase. Se ocultaba.
He crecido en el tiempo de una Argentina que se debatía entre el esfuerzo denodado, carencias suplidas por las voluntades extremas, esfuerzos de personas anónimas, manos caritativas que ayudaban a desconocidos porque ellos mismos se sentían desconocidos, vecinos que eran como una familia de soledades compartidas. Muchos de ellos inmigrantes de una Europa destruida que lo único que pretendían era simplemente "vivir". Consumir su tiempo.
No importaba el origen. El carro llevaba una sola dirección.
Por entonces, por un hecho fortuito del destino personal, de ese karma que llevamos cada uno de nosotros y que no nos permite separarnos del destino fehaciente, estuve en brazos del mismísimo General Juan Domingo Perón. Me enfrenté tempranamente con un arquetipo de la época. En la distancia de las edades fuimos por un instante uno. La amistad que unía a aquel hombre con otro situado a miles de kilómetros de distancia, en el Líbano, y que ocupaba en ese momento la primera magistratura de aquel país, Don Camille Chamoun, había permitido que yo escalara a los brazos militares de un General que se enfrentaba a un país que con raíces conservadoras muy arraigadas había sostenido durante décadas sometidos a miles de sentimientos de gentes humildes, calladas, sufridas. Donde muchas veces, en las estancias, las violaciones de los niños y sirvientes se transformaban en gritos y llantos apagados por las distancias.
En ese momento yo no sabía de las luchas por el poder. Ni siquiera las intuía. Había perdido recientemente a mi madre y llevaba en mi corazón de niño su ausencia, esa falta que nadie merece, pero que la vida misma otorga u obliga.
Así como así, de pronto aparecí viviendo en Villa Celina. Al costadito de la Capital Federal, casi al costado de Villa Lugano, cerca del Puente de la Noria, del Riachuelo, del Autódromo, del aeropuerto de Ezeiza. Pegado al predio que ocuparía más tarde el Club del Banco Hipotecario. Más allá era campo hasta donde alcanzaba la vista. Hasta el mismo Riachuelo. En un barrio que decía llamarse General Paz, cuyas calles eran de tierra.
Conocí la famosa noria que dio nombre al puente: Puente de la Noria. Es más, la giré con mis propias manos.
Monumentales complejos habitacionales se extendían desde el borde de la avenida General Paz hasta la nada. Todo era verde. Todo era cielo. El pan llegaba por carro al igual que la leche y si alguien se olvidaba algo, el almacén más cercano estaba lejos, tan lejos que las necesidades eran otras. Nadie acumulaba comida porque las heladeras eran escasas y sólo las había de hielo en barra, con caja de madera.
Los medios de transporte circulaban por la Avenida General Paz, por la Ricchieri o terminaban sus recorridos allá por Chilavert y General Paz. Cuando llovía, cruzar esos espacios era algo así como caminar la eternidad. No había paraguas. No había capas. Pero había ganas. El viento empapaba la ropa, la cara y la llenaba de esa aventura tan propia de los ojos de la niñez. La inocencia no mide la inclemencia, simplemente la acepta como es todo en la naturaleza.
Recuerdo un día. No sé si era mañana o tarde. Recuerdo aviones. Recuerdo ruidos extraños. Recuerdo caras de preocupación en los adultos. Recuerdo la imperdible frase que permanecería vigente por años: "comprá fideos, harina...".
La realidad era que la revolución libertadora (1955) había desplazado al famoso General Perón para colocar a las instituciones al resguardo de intereses que parecían ser más nacionales que los que habían estado vigentes.
Pero esa misma realidad mostraría tempranamente que los que aparecían como salvadores de una etapa nefasta en la historia para los intereses conservadores, estaban muy divididos en sus propias miserias y que éstas contribuirían decididamente a que Argentina comenzara a deslizarse por una pendiente suave hacia un abismo intangible.
El mundo ni siquiera pensaba en la globalización y los planos inclinados no tenían la importancia que guardan en estos, nuestros días. El mundo, el del juego de los poderes, vivía la guerra fría y no atinaba a mirar para los costados. Argentina, quedaba lejos como para darle importancia. Las partes en conflicto habían decidido que muchos alemanes (del grupo de los denominados malos) llegasen aquí, a Brasil, Paraguay, Bolivia, y Chile. Junto con ellos venían en barco sus propias otrora víctimas.
Las obras que habían nacido como iniciativa de los funcionarios del General Perón, serían olvidadas pero al mismo tiempo conservadas como muestras indelebles de nuestra incapacidad para sumar, y como monumentos mudos a nuestra habilidad para restar. Así se erigía Warnes, como un refugio del olvido. Así quedaría el elefante blanco de Mataderos en medio de la entonces incipiente villa oculta. Así, tantas pobrezas de espíritu, tantas envidias, tantas desidias comenzaban a tomar cuerpo en una sociedad argentina que no alcanzando a dimensionar la circunstancia, se dividía inconscientemente para alegría de muchos ojos nacionales y extranjeros que veían cómo, por obra y gracia de las incapacidades de unos y los silencios de otros, se les abría la puerta para comenzar a diezmar nuestro tiempo, nuestro suelo, nuestros sueños, nuestras ganas.
No interesaba si las obras contenían algún fin social o no. El pasado era malo. El atropello era bueno. Nuestra historia ya contaba con modelos precisos al respecto. Bajo la premisa de..."Te la dejo un tiempo a vos pero luego la manejo yo". Así desde el 30 se venía implantando en la mente de algunos oportunistas de nuestra sociedad, su capacidad de generar distintos niveles de un "terrorismo de estado" que no se conocía como tal. Existía anarquismo, no terrorismo. Existía disidencia, también traición, pero la capacidad de daño era limitada.
Sin embargo, un grupo compuesto por políticos, militares, hombres de la Iglesia, reducido si se lo compara con la población, tenía en su mente, estaba asumiendo que esta sociedad, la de aquellos, la de estos, la de los que están allá, la tuya y la mía, la Argentina, era en verdad sólo suya y podían manejarla a su antojo. Sólo había que conspirar por un tiempo, colocar una figura al frente para luego hacerla ver como contraria a los intereses del país y atropellándola, generar la circunstancia de un cambio para que la historia se repita. Así. Interminablemente.
Bajo el esquema de "ahora vos sos el bueno y yo hago de malo" la realidad comenzaba a distanciarnos del mundo real y al mismo tiempo la realidad, esa la tuya y la mía, comenzaba a transformarse en un solo atropello. Entonces: "ahora vos sos azul y yo colorado". Los otros no tienen color. Apenas son gente que tiene que laburar (trabajar) y garparle (pagarle) al estado, ese que inventamos nosotros (pensamientos de mentes mezquinas encaramadas en distintos lugares de nuestra sociedad, en especial en los ministerios de economía o de cualquier otra índole, pero también diputados, senadores, secretarios, subsecretarios). ¿Qué se creen éstos?. Nosotros los salvamos cada vez que nos llaman (decían para sí algunos militares). Viene el Obispo de turno, nos bendice, nos redime de los pecados cometidos, de la sangre anónima derramada en nombre de la patria, y ya está. Todo bien. Pactamos con Dios, pero le vendimos el alma al diablo. Con una indulgencia, se arregla.
Y otra vez: "ahora yo soy el bueno y vos sos el malo". Viceversa: "Ahora yo soy azul y vos colorado". Los otros son menos argentinos que nosotros porque no tienen uniforme. No ves que son maestros de guardapolvo blanco. No ves que son bancarios. No ves que laburan en un taller. No ves que se matan para poder mantener a sus familias. Mirale la grasa en el mameluco. En cambio nosotros la tenemos acomodada. Disponemos del presupuesto nacional. Poné algún ministro de hacienda que nos favorezca. Dale lo que pida y que nos consiga la nuestra (la tela... no sé si me entendés...). Quedate con tierras fiscales. Hacé la vista gorda. No te metas. Que se jodan.
Entonces se nos fue Arturo Frondizi. Un lujo diluido en la historia de las miserias humanas. Entonces la pendiente se hizo más aguda. Entonces comenzamos a perder entidad. Entonces comenzamos a perder perfil. Entonces comenzamos a dejar de ser nosotros mismos. También se nos fue Guido, el reemplazante ocasional. También se nos fue Arturo Humberto Illía. Un lujo, otro, diluido en la historia de las traiciones de su propia gente. Esas de las que ya nadie se acuerda, pero que existieron en la mezquindad de muchos nombres que ya están en la historia, que alguien, algún día, escribirá con justeza.
No importaba, las instituciones estaban a salvo (pensamiento pobre de mentes pobres). El comunicado Nº 1 de Campo de Mayo, con cada golpe de estado, siempre comenzaba igual: "... habiéndose agotado las instancias para la normalización institucional, las fuerzas armadas... bla, bla, bla".
Sin embargo, los hombres estaban ciegos. La sociedad temerosa de tanto enfrentamiento de poderes convergentes, donde algunos eran socios en una empresa pero se repartían la torta del poder de la coyuntura, tomaba distancia. Huía viendo cómo el barco llamado Argentina hacía agua. No se veía que fuera mucha el agua que invadía el casco, pero el nivel de flotación mostraba que el agua subía mientras que la sociedad bajaba.
Muchos utilizaban al General Perón como el chivo expiatorio de todos los males.
Muchos otros lo endiosaban.
Muchos miraban y callaban.
Los inmigrantes españoles sabían de barbarie, vaya si sabían. Habían sido todos víctimas propiciatorias del General Franco. Los inmigrantes italianos sabían de barbarie, vaya si sabían. Habían sido todos víctimas propiciatorias de Mussolini. Ambos venían del imperio del balcón y conocían bien las consecuencias. Luego los judíos sabían de esfuerzos y de estar siempre marginados, abandonados a su suerte, despojados, repudiados. Los alemanes de la gesta de Hitler, escondidos, pretendían seguir así. Los alemanes, los otros, las víctimas circunstanciales, buscaban la paz que no tenían allá. Igual estaban los polacos, los húngaros, los rumanos, los croatas, los rusos, los...
Se hablaba de incapacidad. Los recién llegados a la Casa de Gobierno, allí en Balcarce 50, traían consigo las soluciones propias de la magia del poder. Ese extraño poder que daba la charretera. Ese extraño poder mágico que da el hábito negro. Ese extraño poder que da el sentirse dueño de la vida de los demás. Vivíamos en un mundo donde la guerra fría enfrentaba a super poderes extranjeros que muchas veces confluían sobre nuestra tierra en una forma muy extraña. Aquí se juntaban quienes eran enemigos acérrimos. Pero que curiosamente eran socios para alguna finalidad ignota, tal como apropiarse de alguna de nuestras bendiciones. Cosa extraña esta Argentina.
Se nos llevaban cerebros.
Se nos llevaban inventos.
Se nos llevaban iniciativas.
Perdíamos capacidades, pero no importaba.
Ya vendrán otros.
Ya vendrían más.
Por entonces, la policía custodiaba a la sociedad y si bien manejaba el juego y la prostitución, como siempre fue, aquí y en todo el mundo, eso estaba destinado a los grandes cargos. Los demás debían contener el delito. Y lo hacían, a veces mejor y otras peor. Pero había códigos. Se respetaban. Acordate de algunos nombres como Meneses, Margaride. La propia gente del hampa les hacía reverencia. La vida valía por sí misma y unos y otros se ocupaban en respetarla.
Todavía perduraba en la sociedad cierto grado de "palabra". Pero eso se limitaba a los tanos y a los gallegos porque esos sí, sabían de sufrimientos y necesidades. No es fácil tener que tragarse su propio piz y mucho menos comerse su propia materia fecal. Los papeles eran sólo papeles. Nada mejor que mirarse a los ojos. Nada más serio que estrecharse las manos. Nada mejor que verse la cara hoy, mañana, siempre. Entonces, los turcos, los judíos, los polacos, los rusos, los croatas, los alemanes, los armenios, los húngaros, los rumanos, los sirios, los libaneses (esos que nunca fueron sirios), los árabes, todos, éramos parte de un mismo sufrimiento, de una misma historia, la del esfuerzo velado. En cada corazón había una tierra de los recuerdos, pero la ARGENTINA unía al de todos.
Pero el diablo, ese que no sabe de fronteras, nos tenía preparadas nuevas sorpresas.
La pendiente se había inclinado bastante. Muchos ya caían por ella sin poder contenerse, pero aún no eran tantos.
Por entonces, los generales de turno habían descubierto que los investigadores, los científicos, los educadores, no eran importantes porque gastaban a cuenta y esa plata bien podría ser usada en el campo de algún funcionario de turno y no ser lapidada en aventuras del pensamiento intangible. Investigar, pensar, formar, educar son sinónimos de utopía. Esa entelequia propia de un sector de nuestra sociedad pragmática, impondría al resto, a la mayoría, peores realidades. La exclusión empezaba a notarse. Era poca, pero se estaba haciendo visible. No importa. Apenas se trata de gente. Ya te lo dije: que se jodan!.
Che decime, qué hacen esos antiojudos que se dicen intelectuales. A quien le importa lo que piensan y lo que dicen. Barbudos de mierda. No ves que no contribuyen a que haya más gente laburando para los que nos apoyan y nos sostienen. Tratan de abrirle los ojos a los que nos tienen miedo. Son peligrosos. Ya nos sacamos de encima al tarado, al iluso este del Che y algunos otros trasnochados como él. Pero todavía falta... pensamientos de la miseria humana que crecían en la mente mesiánica de unos cuantos "iluminados".
Ya viste lo que dicen allá en el norte. O estás con el poder instituido por los aliados o sos enemigo. Peor. No sos un enemigo común. Sos un comunista. Sos un rojo que no entiende ni de política, ni de estrategia, ni de religión. Sos un sucio utópico.
Pero esos que habían venido a salvarnos de las incapacidades supuestas de un tranquilo, pausado y cuidadoso Dr. Arturo Humberto Illía, apoyados por los mismos radicales que lo habían llevado a sentarse en Balcarce 50, estaban enfrentados entre ellos. Esa extraña pero visible angurria por el poder los tenía locos por demostrar que algunos eran más generales que otros, que algunos eran menos argentinos que otros, que la mayoría de la gente no tenía importancia. Que los de arriba son mucho más que los de abajo.
Esa perspectiva de la realidad hacía que el "hombre mediocre", esa visión tan sublime de José Ingenieros, tomara cada vez más cuerpo en nuestro inconsciente colectivo.
Sobre comienzos de los 70, la tierra a nuestros pies temblaba porque las inhabilidades eran tan manifiestas que gran parte de la sociedad reclamaba la presencia de aquel General que al fin y al cabo, había establecido los pocos beneficios que les quedaban a los mortales de estas lejanas comarcas del mundo.
La elucubraciones cuartelescas no terminaban: "por qué no dejarlo venir". Ya Aramburu es parte de la historia. Ya limpiamos parte de esa historia negra. Por qué no devolverle el grado y el poder, y de paso, así como así pasarle el problema y que se arregle. Seguro que tiene la solución para todo. No ves que habla con todos. No ves que maneja los sindicatos. No ves que la izquierda y la derecha lo apoyan. Dejalo que vuelva.
El tiempo demostraría la inutilidad del sacrificio de un General de la Nación Pedro Eugenio Aramburu, quien equivocado o no, entregó humildemente su vida enseñando un gesto de grandeza cuyo mensaje no ha sido aún claramente interpretado. Sus victimarios jamás estuvieron a su altura y el General mostró una singular sabiduría al no rebajarse. Desde entonces y hasta la fecha no se han vuelto a ver este tipo de gestos. ¿Habremos perdido "educación", o se nos habrá desdibujado la "dignidad"?.
En realidad sus victimarios, tarde o temprano se convertirían en los victimarios de la patria. Toda. Así otra vez. Otra vez sopa. Héctor J. Cámpora. Solano Lima. Montoneros. El Ejército Revolucionario del Pueblo. Derecha e Izquierda. Extrema derecha y extrema izquierda. Desencuentros incipientes se cruzaban en las esquinas. Pero el General entrado en años, ya no estaba en todas sus capacidades y sabiéndose cargado de experiencia y de esa singular sapiencia estadista propia del balcón, esa que muchas veces se idealiza a la distancia y por las distancias, supo revelarse y decir: "esto lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie". Sabiendo premonitoriamente que en el convite, en esta partida, su juego era débil.
El tiempo inmediato le daría la razón. El entre todos, en una tierra donde priva la individualidad y donde unos son mucho más que el resto, terminaría con una terrible realidad atropellándonos al conjunto de la sociedad por la espalda. Sin solución.
Perón no pudo asumir que la otra Perón no estaba a la altura de las circunstancias. Perón no pudo ver con claridad que los políticos estaban detenidos en el tiempo de sus propias miserias y que el país, la patria y todo ese verso de pavadas invisibles, trascenderían su muerte e inclinaría aun más la que ya parecía ser una caída masiva e inevitable.
La otra Perón, la sustituta en la oportunidad, no supo, no pudo, no quiso. Esta Perón no representaba ni siquiera el talón de la Eva a quien le faltaría formación, hasta educación, pero le sobraban agallas (ovarios... se dice ahora). Ya no había gente capaz. Sólo quedaban las aves de la rapiña política. Esa que abunda. Esa que se enmascara en el color político pero que, tras bambalinas, no tiene ninguno. No había equilibrios. Los enfrentamientos afloraban y se agudizaban. Todo se escapaba de control. Todo se iba de las manos. Nadie entendía que los participantes de una guerra son todos víctimas propiciatorias, ganen o pierdan. Nadie entendía que era necesario sentarse a discutir un nuevo orden social, aunque llevase tiempo.
Así nació el mayor de los atropellos. El del hermano contra el hermano. El del padre contra el hijo. El del pobre contra el pobre. El del rico contra el rico. El de ideas vacías contra las utopías de las ideas con color. El del desastre de una generación sacrificada simplemente por sostener ideales distintos. Allí quedó demostrado el error social. Mientras una parte de la sociedad disimulaba el caos, éste se había adueñado de los bandos. Algunos de los que se decían sostenedores de la verdad negociaban la vida. Sí, la vida de sus propios compañeros de lucha.
Eso ocurría entre los verdes, los blancos, los azules, los de izquierda, lo de derecha. Nos guste o no, así ocurría. La sangre corría. Sangre joven. Muchas veces inexperta. Otras apenas voluntariosa. Muchas veces comprometida con ideales ajenos. Los gritos de embarazadas quedaban apagados detrás muros ocultos, distantes. Las parrillas quemaban las ilusiones de algunos. Muchos amigos del alma se fueron hacia la nada de los tiempos sin que la sociedad fuese consciente de lo que ocurría en la puerta contigua.
Nadie caía en cuenta que el dolor se impregna en las paredes al igual que el vapor de la grasa.
Nadie caía en cuenta que el dolor no se apaga jamás aunque pasen siglos, milenios.
El odio era tal que nadie atinaba a percibir que nos estábamos consumiendo y que el precio que íbamos a pagar sería altísimo. Los que se decían dueños de la verdad demostraban que su alma no era tal, no tenían espíritu. Las víctimas dejaban atrás mucho más que un cuerpo cadavérico.
Tras los cuerpos sin nombre quedaron destinos incumplidos.
Tras los cuerpos sin rostro quedaron ilusiones frustradas.
Tras los cuerpos torturados quedaron capacidades exterminadas.
Tras los cuerpos mutilados quedaron dones de Dios sacrificados.
La vida es una gracia. Nadie humano es quién para tomar la del otro. Sin embargo los argentinos tenemos una historia larga donde las mezquindades humanas de políticos, generales, y oportunistas de turno, siempre con la bendición oportuna de algún personero eclesiástico, dieron como consecuencia la muerte prematura de personalidades que estaban en condiciones de aportar mucho pero cuyas ideas desbalanceaban los intereses feudales, caudillistas y foráneos de una corrupción que viene de lejos, importada.
Tras los nombres de esos anónimos quedaron dolores en suspensión. En el aire. En los muros. En el fondo de lagos. En el mar. Ese dolor se impregnó en el suelo. En nuestra tierra. En la propia. Porque la sangre escurre y se seca pero late en el espacio - tiempo. Nada puede ocultarse eternamente. Nada.
Mientras esto ocurría desde alguna ventana lejana, allá por las tierras del norte, alguien, algunos, muchos sonreían y se restregaban las manos.
Mientras esto ocurría desde alguna otra ventana lejana, del otro lado del mar, allá por el viejo mundo, alguien, algunos, muchos, veían con preocupación que esta tierra lejana a la que los unían tantas cosas, buenas muchas, malas otras, se estaba diluyendo.
En esa lucha de contendientes conocidos cayó mucha gente. Le duele a un bando como le duele al otro. Pero esos dos bandos siguen siendo uno solo porque ambos pertenecen a la misma Argentina. Es humano el dolor de la ausencia. Sin embargo, con el tiempo, más le dolería a la sociedad. Toda.
¿Cuánto perdió el país?.
¿Cuánto perdió la sociedad?.
¿Cuánto perdió el futuro?.
No existe justicia humana para juzgar tanta injusticia.
Esas pérdidas no tienen precio. No pueden ser valorizadas, porque los dones de la vida, las inteligencias, las capacidades, las sapiencias son factores intangibles que sólo se hacen visibles al final de la vida de los seres humanos. Son tangibles para Dios y el libro de la vida que cada uno de nosotros lleva estampado en el alma.
Por favor, permítaseme rendir un silencioso homenaje a todos los caídos. Anónimos o no. Compañeros o no. Amigos o no. No sólo sacrificamos y perdimos vidas. Esencialmente sacrificamos el futuro y perdimos horizonte. Factores que aún hoy, no logramos recuperar. Nuestra clase política vive y hace culto del pasado porque en sus mentes no hay futuro, no hay conciencia del "mañana necesario".
En esa etapa, yo, un anónimo más. Con las mismas ganas que aquellos otros. Con las mismas voluntades que aquellos otros. Fui excluido, desplazado, negado. Tenía un lugar que me quitaron y nunca me reintegraron. Peleaba por mi espacio. Peleaba por mis convicciones que no eran ni las de unos ni las de otros, pero que eran tan válidas como las de todos, tan vigentes como las de cualquiera. Así casi sin darme cuenta volví sobre mis pasos y me alejé de Filosofía y Letras viendo cómo las ideas no sólo se matan sino que también se borran, se exterminan. Alcanza con hacer desaparecer un expediente, dos, tres. Apenas son papeles. Aprendí, entonces, cómo el poder político y sus personeros ocasionales te pueden borrar la historia y vos, mortal, no podes hacer nada.
Hay muchas maneras de lograrlo y en eso, algunos de nosotros, fuimos adecuadamente adoctrinados en la escuela de las américas (con minúscula porque no merece más), en la Cuba del Señor Castro, en la U.R.S.S., en... todos los lugares donde existen personajes que se creen más importantes que Dios.
Las sapiencias se transformaron en silencios.
Ahora el Estado en descomposición, ese mismo que había sido asumido para salvar a la patria y las instituciones se embarcaba en una nueva locura demencial: la pretensión de recuperar las Malvinas. Entonces a la locura mesiánica le sumamos otra que sacrificó más vidas inocentes, la de un montón de jóvenes que con ideales propios de la patria soberana dejaron sus cáscaras en el frío gélido de las distantes islas. Mientras los dueños del poder estaban al resguardo del frío oceánico, desvanecidos tras varias botellas de whisky, dando órdenes, los otros, anónimos, muchos, morían congelados en sus trincheras.
Ni siquiera muertos por el enemigo oportunista. No. Morían, simplemente, de frío. Vergüenza eterna. Ser jefe de las pobrezas de los despojos sociales de jóvenes enviados antojadizamente al matadero, en nombre de Dios y la Patria, muestra la distancia entre la convicción y la utopía. Una cosa es defender la idea y otra muy distinta es hacer de la soberanía una entelequia.
Invadimos las Malvinas. Simultáneamente cumplimos más de un siglo despreciando tres mil kilómetros de Patagonia permitiendo que sea invadida permanentemente por intereses lejanos a los nacionales.
En medio de tanta soberbia, Argentina seguía cayendo.
La sociedad continuaba sin entender que una sociedad (permítaseme repetir el término)está conformada por una sumatoria de voluntades que se sostienen en tradiciones que cuando se niegan, se rompen, se eluden, se mienten, terminan por disolver el factor común, el social, y no dejan nada.
¿DEMOCRACIA? ¿DE QUÉ DEMOCRACIA ME HABLAN?
Así, por la urgencia del poder, por la incapacidad para cumplir cada uno con el rol que la vida le ha asignado por derecho propio, así llegamos a una democracia triste. Digo triste para no decir pobre. Digo pobre para no decir escasa. Digo escasa para no decir lamentable. Digo lamentable para no decir mezquina. Digo mezquina para no decir incapaz. Digo incapaz para no decir traidora. Digo traidora para no decir estafadora. Estafadora sí, de las ilusiones de muchos que no pueden gritar sus sentires ni publicar sus opiniones, porque la libertad de expresión se ve limitada por la capacidad económica - financiera necesarias para el fin (tal como alguna vez supo decir Francisco Manrique). Estafadora de las creencias personales de un importante núcleo de la población que entiende que dicha forma de gobierno es algo así como un culto.
Los años habían pasado. Corrían los ochenta.
Los dolores se habían multiplicado.
Pero los actores políticos que alcanzaban esta hora de gloria no eran otros que los mismos de antes, que ahora traían consigo nuevos aires de alianzas que habían aprendido de esa etapa tan nefasta de nuestra historia. Quizás la más.
Hoy me paro en alguna calle de Buenos Aires. En Suipacha y Corrientes, por ejemplo. También lo hago en San Miguel de Tucumán, en San Martín y 25 de Mayo, por ejemplo. Quizás en Salta, en Belgrano y 20 de Febrero. Por qué no en Rosario, en Buenos Aires y Córdoba. O en alguna vereda de Alta Córdoba. O en el Barrio Mickalcius en Neuquén. O en alguna arenosa calle de Viedma. O en alguna otra ventosa de Comodoro Rivadavia. O buscando las fábricas cerradas en Ushuaia, allá por el kilómetro 3,5. O en algún lugar de esta bendita tierra y siento... Siento una Argentina que me duele hasta la médula. Siento una Argentina que me avergüenza. Sé que no soy el único que tiene estos sentimientos.
Cuando veo la pobreza desparramada por los recovecos de Salta, Formosa, Jujuy, Chaco, Tucumán, Misiones, Corrientes, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, Neuquén, San Luis, donde se quiera. Cuando veo el frío y la miseria de mucha de su gente me ataca el espanto. Argentina se ha resumido a un cinturón donde se concentran despojos, conformado por la Capital Federal, las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, donde también hay pobreza aunque confundida con el paisaje.
Cuando veo el desprecio con el cual nuestros políticos tratan a la gente, me ataca el espanto.
Hemos vivido un tiempo donde se instaló el desprecio como factor angular de la acción política.
LA NUEVA CLASE POLÍTICA
Luego hemos vivido una década, la del 90, donde se implantó la frivolidad y el objetivo individual a cualquier precio. Inmediatamente después, llegaron democráticamente nuevos salvadores que hicieron un culto del disimulo y la omisión. Vino la debacle política y nuevamente como en los 70 se repartieron las responsabilidades. Sólo que ahora no quedan uniformes. Ahora son una nueva clase política, mucho más sofisticada, muchísimo más despiadada, más electrónica, más encuestada, más mentida, más marketinera, pero tan incapaz, tan ineficiente, tan miope como las otras de nuestra propia historia.
Se implantó entonces un nuevo modelo del terrorismo de estado. No como el de los 70. Este no fusila. No oculta. No, se lo lleva todo en tus propias narices. Justifica cualquier ocurrencia y ya está. Las legislaturas acomodan el resto. El estado que se te mete en tu casa y se te queda con tu trabajo, con tus cosas personales, que te roba la ropa, la PC, el dinero de tu cuenta bancaria, el trabajo que supiste ganarte con esfuerzo. El Estado que te destruye, una vez más, las ganas. El estado que te pierde la voluntad. Estos no son militares. Son la misma clase política que se dice elegida por vos y por mí.
En los noventa, el poder político se alió cuidadosamente con la justicia e inventó la delicuencia abierta. Esa que está libre cuando algunos de los funcionarios necesitan dinero o fondos, o algo. La cárcel se transformó en una casa de tránsito corto. No importa la vida del ciudadano. Importa la necesidad coyuntural de la clase política, de una justicia sin balanza y a ojo abierto para saber quién es el que garpa.
Esa misma que supo destruir prolijamente nuestra educación. Esa que limitó a los maestros a ser parias de la cultura a medias. Esa que obligó a los profesores a ser mendigos. Esa que convirtió a las universidades en proveedores de ilusiones frustradas, donde los alumnos son sometidos a lapidar sus años de mayor capacidad bajo planes de estudio que se han detenido en el enciclopedismo imprudente e innecesario vigente en los cuarenta.
Esa misma que supo destruir prolijamente nuestro precario sistema de salud, la seguridad social. Esa que colocó a los hospitales en condición inoperativa. Esa que colocó a la profesión médica al límite de sus posibilidades de ejercicio.
Esa misma que fabricó el periodismo amarillista que hace de lo chabacano un norte.
Esa misma que destruyó las fuentes de trabajo para favorecer arreglos sindicales puntuales y precisos. Esa que evoporó fábricas, talleres, ganas, en nombre de la importación, la tecnología barata y un montón de mentiras que nos dejaron sin aliento para continuar.
Alguien dijo que China debería ser nuestro modelo. No fue un cualquiera. Era en ese momento Presidente de la Nación. Con él y con los que lo siguieron se fabricó la última inclinación de nuestra tierra. De la tuya y de la mía. La angurria personal de aquel hombre y la incapacidad manifiesta del siguiente, tiraron a la nada a 27 millones de Argentinos. Sí 27 millones de Argentinos, por la ventana y hacia la mierda... del olvido, del desprecio, del disimulo. Ambas gestiones quedarán en la historia como aquellas que dieron al plano inclinado el ángulo necesario para que el desplazamiento de la gente hacia el abismo quedara definitivamente asegurado.
Sabe Usted lo que eso significa?. Sabe Usted, ciudadano y colega lo que eso implica?.
Sabe amigo, qué implica que 27 millones sobre 37 no tengan nada, en una tierra que recibió todo del Reino de Dios?. Sabe amigo, que esto es así aún cuando Usted no crea en Dios?.
Somos el hazmerreír del mundo. Nos endilgan la corrupción los mismos que la introdujeron. Sin embargo nuestra clase política asumió, quizás consciente, tal vez inconscientemente, una deuda externa monumental de base incierta, pero también, su incapacidad de gestión la llevó a asumir otra, una deuda interna mucho mayor a la anterior, de base cierta y de la que es enteramente responsable, aún cuando pretenda negarlo.
Cuidado que allá afuera, todos saben muy bien dónde queda la Argentina. Siempre lo supieron... Nunca fue como nos contaban que nunca miraban para aquí, por el contrario.
Cuidado que allá afuera, todos saben mejor que nosotros mismos cuáles han sido nuestras capacidades. Esas que se están extinguiendo igual que los dinosaurios.
Cuidado que allá afuera, todos saben, bien saben del potencial de nuestra tierra soberana.
Se lo digo yo, un don nadie. Que no soy ni más ni menos que cualquier otro. Se lo digo porque desde mi eterno anonimato ciudadano, me tocó llevar alta la bandera argentina por otras tierras. Silenciosamente, sin necesidad de asistir a ninguna gesta deportiva, sin medallas, sin otros títulos que los propios, sin más honores que los que se ajustan a la responsabilidad de la gestión.
Se lo digo yo, un don nadie. Se lo digo porque me tocó trabajar en Alemania, en Holanda, en Francia, en España, en Estados Unidos y ver cuánto tenemos de la Europa, de ese peculiar socialismo de estado que tanto amarga al imperio. A ese que desorienta a los teñidos de un rojo extremo que hablan de un comunismo que no existe ni existió jamás por fuera de los libros.
Se lo digo yo, un don nadie. Se lo digo porque me tocó ver el Muro de Berlín antes que se hiciera polvo. También me tocó ver el otro lado del Muro. Se dio la gracia de poder ver décadas de pobreza, pero no de bienes, sino de la otra, de esa que hace mella en las almas porque se adueña de todo desde la comodidad de las posiciones partidarias.
Se lo digo yo, un don nadie. Se lo digo porque tuve la oportunidad de conocer a gente del partido comunista cuyos vientres excedían los ecuadores de sus pantalones mientras en el reino socialista muchos, los más, pasaban frío y del duro. Un frío que no se apaga ni siquiera con el Vodka. Esas desigualdades no te las cuentan los libros que declaman los "beneficios" universales de cada uno de los sistemas, porque en el fondo todos son semejantes: los muchos pagan las ocurrencias antojadizas de los pocos con cierto grado de poder.
Se lo digo yo, un don nadie. Se lo digo porque trabajé codo a codo con la ciencia de aquel lado mundo y eso me hizo tomar conciencia que nosotros éramos tan iguales como ellos. Sabios, cuando queremos. Inteligentes, cuando queremos. Capaces, cuando queremos. Con ideales y compromisos, cuando queremos. Tolerantes, cuando queremos. Comprensivos, cuando queremos. Con un capacidad singular. Con una aptitud distintiva. Pero con una ventaja. Estamos preparados, formados, construidos, modelados para "volver a empezar", siempre. Cuando no había recursos, los adecuados, alcanzaba, y aún alcanza con un buen alambre.
Se lo digo yo, que no soy nadie. Apenas un anónimo más. Igual a los muertos sin nombre de la década del 70 aunque esta vez, NN (anónimo) de una renovada historia "democrática". Un soldado desconocido que defiende sus convicciones a cambio de nada.
Ahora, desde aquel tiempo, me ha quedado claro que a muchos de allá arriba, de algún sitio que no es fácil detectar, no les conviene que seamos. No les conviene ni que existamos. A nosotros nos desprecian. Pero quieren el suelo que pisamos. Pero quieren el fruto de ese esfuerzo, del tuyo y del mío, de esos laureles que algunos de nuestros antepasados supieron conseguir y muchos de nuestra clase política contemporánea, regalaron para provecho propio. Para engrosar sus cuentas bancarias. Para engordar sus mortajas. Porque la corrupción que supimos conseguir, aceptar y adoptar, esa que nos invadió hasta la médula, sí esa misma, lleva etiqueta de made in outside (fuera de nosotros). No se trata de un invento argentino. Sin embargo, nuestros mecanismos de poder la adoptaron con Yaciretá, con las armas, con las privatizaciones y con todo aquello que hizo que la sociedad toda, vos y yo, nos quedáramos sin trabajo detrás de la famosa "revolución productiva" que no fue otra cosa que una máscara demoníaca de la devastación.
Porque los mortales nos morimos sin llevarnos otra cosa que los afectos, en cambio ellos, aprendices de dioses que pretenden el Olimpo, ellos tienen un contrato para seguir gastándola allá, en Chile, o donde el oportunismo los ubique. Tienen un seguro para que algún día transformándose en calle, la historia sea contada como se le antoje a algún otro trasnochado de los que nunca faltan. En ninguna parte del mundo como acá. Nosotros, los Argentinos, tenemos una historia real y también tenemos otra, otra donde sólo había caballos blancos y gritos por la patria, la avenida más ancha, la otra la Rivadavia que es la más larga, y los mejores diarios, y los mejores vinos, y... otra donde la mentira se hizo tan grande, tan diaria, que nos la hemos creído por generaciones enteras.
Sólo que ahora ya no tenemos nada. Muchos de los diarios se han vendido. Las empresas se han regalado. Los vinos son de otros, igual que las vacas que recita la Señora Presidenta. ¿Y ahora?. ¿A quién le vamos a echar la culpa?.
No fuimos víctima de un Tsunami. Aunque si la mezquindad tuviese forma, bien podría ser definida como tal.
AHORA...
Ahora, desde aquel tiempo, me ha quedado claro que los excluidos somos muchos. Somos tantos que ya superamos largamente a los que todavía están dentro del sistema. Pero falta poco.
En serio. Falta muy poco para que seamos tantos más que ellos, que los incluidos también queden excluidos y sientan el frío, la desesperación, la frustración, el dolor, el hambre, cualquier cosa, cualquiera de las cosas que sentimos vos o yo, en las tardes de otoño, de ese invierno tan nuestro.
A veces me pongo a pensar cuánto nos va a costar en tiempo y esfuerzo, ya ni siquiera plata, cuánto... darle forma de nuevo a esta tierra y a ésta sociedad. Cuánto nos va a costar enseñarle a la gente que para que haya pescado, tenés que saber pescar. ¿Cuánto?. Cuánto nos va a costar crear otro van Gelderen, otro Astolfi, otro Repetto, otra generación iluminada como la del 80, para formar a las generaciones futuras explicándoles que no se puede vivir del Estado como tampoco se puede vivir atrapado por él. Ya no quedan gallegos ni tanos para ponerle el hombro a esta tierra tan mentida.
Europa fue bombardeada al antojo de locos. Quedó hecha polvo al igual que las ilusiones de su gente. Pero luego vino la toma de conciencia y el esfuerzo la levantó. Esas almas perdidas en las tinieblas del sufrimiento extremo, ese que se construye por las ausencias de los afectos, ya no sólo de las cosas y los bienes, entendieron que su tiempo, que sus vidas, iban a ser sacrificadas para la re-construcción y ésta fue posible porque había muchos intereses económicos dando vueltas por el cielo, al igual que los buitres hacen girando en grupo, buscando la muerte de su víctima ocasional.
Sin embargo, nuestros ancestros, los de allá, no murieron. La jugaron. Hábilmente. Se pusieron de igual a igual. Hoy miran atentos como ciertos intereses del norte imperial se revuelcan en sus propios desperdicios, no los de su gente (que son iguales a vos y a mí), sí en la de sus angurrias.
Pero nosotros, nosotros aquí en el fin del mundo, no sufrimos las bombas.
Pero nosotros, nosotros aquí en el fin del mundo, no fuimos sometidos al holocausto de la demencia mesiánica. ¿O sí?.
Quizás sí. De alguna forma. De una muy sofisticada. Fuimos sometidos a casi un siglo de ese "terrorismo de estado" que supimos inventar desde la clase política para convertir a este pueblo, a este vos y este yo, en un nudo de frustraciones.
Quizás sí. Porque sin haber sido sometidos a una guerra, tuvimos campos de concentración.
Quizás sí. Porque sin haber habido guerra perdimos a muchos jóvenes enviándolos a un conflicto estúpido, de final previsible si hubiese privado un mínimo de sentido común, ese que nuestra clase militar, lamentablemente, hace tiempo que no tiene.
Quizás sí. Porque nos hicimos dueños de una patagonia para luego despreciarla hasta el hartazgo, entregándola a los "vivos" que siempre aparecen. Esos vivos que un día dirán: esto es mío y terminaremos con la Patagonia al igual que la Texas de México.
Quizás sí. Porque destruimos los talleres del esfuerzo de nuestros abuelos.
Quizás sí. Porque aceptamos que un riojano y un cordobés, algunos bonaerenses y algunos otros que no tienen ni alma, ni patria, ni tierra, ni sentimientos, ni nada, se quedaran, lapidaran el esfuerzo de nuestros abuelos, de tu padre y de mi madre, escudándose en ese mandato etéreo del "Dios y la Patria me lo demanden". Esos son los mismos que se ríen del poder que creen suyo. Esos son los mismos que se ríen de vos, de aquel santo varón, de los pibes que vienen buscando un lugar, de aquella mina que lleva arrugas en la cara y nieve en el cabello, y por qué no decirlo, también de mí, estúpido en la soledad del olvido, donde casi no quedan amigos leales, ni siquiera compañeros sinceros del trabajo.
Argentina hoy se asemeja a la Cuba de Batista. Lamentable.
Argentina hoy se acerca a la imagen de una Colombia, socialmente dividida. Humanamente desquiciada.
Quizás sí, porque el país se ha dividido en countries de primera clase y ghettos donde se reparten la pobreza y la miseria.
Te das cuenta vos?. Te das cuenta lo que significa eso?. Te das cuenta, hermano?.
Se da cuenta Usted?. Se da cuenta lo que significa eso?. Se da cuenta, Usted?. Sí... Usted.
Te das cuenta que no podemos ser sociedad, llamarnos sociedad si no nos comprometemos con el destino del que tenemos al lado, para que él mismo se comprometa por el nuestro y así, juntos, enfrentar a esta banda de demonios asimilados en el paisaje del poder y la política?.
Te das cuenta que juntos, hombro con hombro somos mucho más que uno?.
Ay, hermano.
Ay, chango.
Ay, Señor.
Sabés cuánto dolor llevo en el alma?.
Sabés cuánto orgullo tengo de ser, de pertenecer a este suelo?.
Sabés cuántas lágrimas he dejado en silencio por todo el mundo que me ha tocado pisar?.
Sabés cuántas lágrimas se han ido junto con la impotencia de todo lo que hemos lapidado al permitir a la clase dirigente hacer lo que han hecho de todos nosotros?.
Las lágrimas de haberme dado cuenta que las sociedades son tales cuando defienden sus principios, sus logros, sus fábricas, sus tierras, sus esfuerzos, sus sudores mezclados con el barro.
Las lágrimas de darme cuenta que la única prioridad en una sociedad es la gente que la compone y sólo eso. Vos y yo, como en el conjunto, como la entidad indivisa de individuos que caminan hacia un solo objetivo, el azul y blanco, mezclándose, mezclándonos en una tradición común que está mucho más allá del lenguaje, del idioma. Que forma parte del mate y del dulce de leche, que nos identifica. De ser parte de Boca y de River, de Independiente y de Racing, de San Lorenzo y de Huracán, pero mezclados todos en una sola camiseta, la argentina, pero no en la cancha sino en el eterno día a día de la vida de cada uno de nosotros.
Las lágrimas de darme cuenta que una sociedad en sus cabales no debe permitir que sus investigadores, sus cerebros, hayan sido lapidados como lo fueron aquí, expulsándolos del sistema por el sólo hecho de destacarse en silencio.
Las lágrimas de haber asumido que una sociedad en serio, no hubiese permitido jamás que un atropello al estado como al que fuimos sometidos en la década del 70, terminara con la vida de una generación entera de mentes brillantes, intelectuales, investigadores, profesionales o no, por el sólo hecho de "pensar diferente". Justo es reconocer que se cometieron errores graves por el "romanticismo" propio de la época, pero eso no exime ni a unos ni a otros de sus condiciones de víctimas y victimarios (en un ida y vuelta que nadie sabe dónde comienzan y dónde concluyen las responsabilidades). Al fin y al cabo, la sociedad toda ha sido víctima de sí misma y en ello la clase política, algún día, alguna vez, deberá asumir todas las barbaridades que ha cometido, incluyendo en ello a conservadores, radicales y justicialistas y todos los que han tenido algo que ver en el "cómo estamos".
Las lágrimas humildes de entender que una sociedad trabajadora jamás hubiese aceptado que sus representantes sindicales (teóricamente defensores de las fuentes de trabajo) saquearan a sus representados dejándolos excluidos por tiempo indeterminado. Favoreciéndolos solamente cuando podía comprobarse su grado de adhesión al grupo político conductor. Pero fundamentalmente favoreciéndose ellos de las dádivas empresarias que hacen de la gente un mero número descarnado.
Una sociedad en serio, como te digo, nivela para arriba y no para abajo como lo hizo la nuestra. Ahora nos sorprende ver que nuestros jóvenes no están preparados para resistir una evaluación de mínima, cuando durante años asistimos a la destrucción de la estructura de conocimientos sin decir palabra y escudándonos como seudo sociedad en la necesidad de la libertad y el libertinaje propio de que "el problema lo arregle otro".
Una sociedad en serio, solidaria en su responsabilidad, jamás hubiese aceptado que el PAMI se transformase en una caja política permanente, saqueada a destajo por cualquier político y/o sindicalista de turno, radical uno, peronista el otro.
Una sociedad en serio, hermano, no permitiría que los impuestos fuesen utilizados para fines empresarios personales, como lo ha sido aquí desde el advenimiento de la democracia que supimos conseguir con tanta sangre derramada.
Entiendo que hoy, rengos y pobres como estamos, con 27 millones de almas en el abismo, con tantas mentiras en suspensión, respiradas por tu aire y mi aire, nuestra clase política tiene la oportunidad histórica de cambiar el curso de la historia y darle a la sociedad, a ésta, lo que merece por pertenecer al suelo argentino.
Pero... querés que te diga..., personalmente no los veo capaces. Intimamente los percibo "sordos y soberbios", como siempre. Todavía no aprendieron a leer las lágrimas. Todavía no han aprendido a asumir que por arriba de ellos, por debajo de ellos, y a sus costados, hay gente cuyo peso específico es igual o mayor al que tienen ellos. Todavía no entendieron que la escarapela no se lleva en la solapa del saco sino en el alma. Todavía no aprendieron a ser humildes y a humillarse como lo has hecho vos, o como lo he hecho yo.
Veo un Presidente que se cree más que los demás y que no ve que se debe por entero a un papel que le ha sido legado por la sociedad. Veo una sarta de ministros encaramados en sus angurrias. Veo a jueces que se pronuncian a favor de sus intereses. Veo a gobernadores que son patrones de estancias que ni siquiera son propias sino que las han robado, "legalmente", pero las han robado. Veo que el tiempo pasa y todo está como era entonces. Sólo que ahora Argentina forma parte del paisaje del abismo, del infierno tan temido.
Veo una Presidenta inteligente, pero llena de odio y desprecio. No la percibo "sabia", la percibo "soberbia" y fundada en una incosistencia de género que propicia un feminismo que ya no tiene lugar.
Cuando veo los feudos en las provincias, cuando veo la soberbia en los ojos de algunos gobernadores y sus funcionarios, lacayos de turno, me espanta pensar que esta historia de terrorismo de estado aún no concluyó, que aún nos divide, y que nos mantiene sometidos sin poder descubrir "quién es el enemigo". El verdadero. Ese que se esconde en la intencionalidad del "nosotros mismos".
Sabés que?. Hoy pienso que así como nuestros ancestros pelearon para conseguir los laureles del himno, esta banda que se implantó en el poder desde el 30 para acá, incluyendo en ello a los verdaderos hombres de negro, los que se escudan y esconden en la Iglesia, incluyendo en ello a los sátrapas que se escudan detrás del falso autoritarismo militar, incluyendo en ello a estos que se dicen empresarios pero que en realidad son sólo delincuentes con traje de mil quinientos dólares y zapatos lustrosos, incluyendo en ello a estos payasos llamados clase política, todos estos, se juntaron y se hicieron socios para regalar los laureles, el himno, la bandera, las joyas de tu abuela y de la mía, y nuestra sensibilidad, también.
EL TIEMPO POR VENIR
Pero, qué querés que te diga... hermano. Tengo la sensación que la banda no se dio cuenta que se le terminó el tiempo. Sí querido, se acabó la joda. Sabés por qué. Porque vos y yo ya no tenemos nada que perder y cuando se llega a ese punto, la muerte tiene un fundamento que supera al de la vida misma. Ya no se trata de discursos. Son hechos. Necesidades insatisfechas que buscan su justificación en la vida de los que vienen empujando. Tus hijos y mis hijos. Tus nietos y mis nietos.
Pero, qué querés que te diga... hermano. Tengo la impresión que esta banda no ha asumido que silenciosamente nos une, como sociedad, como despojo de ella, un cacerolazo, una ópera, una sinfonía, una procesión del silencio, pero por la vida, sus fines y sus sentimientos. Que nos une el afecto de pertenecer a un suelo que aunque se lo hayan apropiado, continúa siendo nuestro por tradición, porque al imperio le gusta la tierra pero no le gusta embarrarse, porque al imperio le encanta hacerse dueño de los contenidos del suelo pero no sabe nada del esfuerzo, porque el imperio, igual que todos a lo largo de la historia humana, siempre caen por lo mismo: por las miserias de unos pocos que no saben medir los afectos de los muchos.
Viste cuántos ejemplos hay!. Egipto, Grecia, Roma. Los Unos y los otros.
Ahora te hablan de China como una salida mágica y prodigiosa pero no te dicen que en esa misma tierra se han exterminado y se exterminan ideas desde un terrorismo de estado peor que el nuestro. Donde generaciones de jóvenes han sido asesinadas por pensar en un mañana distinto y mejor. Porque para ellos la vida tiene otro valor y si se es occidental, la vida no tiene ninguno. Te muestran los lujos de Beijing pero nada dicen acerca de lo que ocurre a diez kilómetros.
Ahora te hablan de Corea. Sabés lo que hacen los coreanos con los bolivianos, allí en el bajo Flores. Caminá por avenida Cobo, en el amanecer de cada día, y mirá la realidad que tenemos en nuestras narices y no somos capaces de ver, de detectar, de asumir.
Ambas son culturas que no le han dado nada al mundo occidental. Sí al propio.
El todo por dos pesos nos costó a los argentinos cientos de miles de puestos de trabajo. La propuesta actual no tiene por qué ser diferente a aquella. Proviene de las mismas mentes, de las mismas angurrias, de las mismas desidias. No te engañes. No nos engañemos.
Mientras tanto, nuestros políticos, vivos, tontos, quieren apagar tu pobreza y mi pobreza con dádivas llamadas "planes trabajar", "padres y madres de familia", pero de crear, de construir futuro ninguno de ellos habla. Pero de crear el trabajo que supimos conseguir y luego perder a manos de la "sabiduría" de un riojano piola, de un cordobés aporteñado y de varios, muchos bonaerenses que se autotitulan justicialistas sin saber lo que dicha palabra implica, de eso nadie habla. Porque a ellos, a toda la clase política (llamen como se llamen), les sirve tu pobreza y mi pobreza. Les sirve un país con empresas quebradas. Por ahí, en la calle escuche una frase que resuena como eterna: "no se les cae una idea".
Fijate vos que hasta algunos políticos vivos tuvieron la "sabiduría" de denunciar las andanzas de algunas entidades bancarias ante sus propios dueños, allá en el norte vertical, porque aún no son conscientes que las filiales, aquí no hacen nada sin que allá lo sepan antes y validen los accionares. Fueron a decirle a los jefes de la mafia imperial que sus súbditos nos estaban pegando, igual que cuando estábamos en la escuela primaria e íbamos a quejarnos a la maestra por las actitudes de algunos malos compañeritos. Entonces en vez de contar con leyes que amparen nuestros derechos, les fuimos a anunciar que debían mejorar sus procederes y sus técnicas para seguir haciendo con nosotros, lo mismo que antes, pero mejor, claro está.
Y así fue, se nos quedaron con todo. Nos vaciaron los ahorros. Nos robaron los derechos. Los pesificaron para que a algún político, adecuadamente encaramado, le cerraran convenientemente sus acreencias inmobiliarias.
Nos pagan en pesos pero nos cobran en dólares. Pasajes. Papel. Ropa. Alimentos. Libros. Electrodomésticos. Casas. Autos. Luz. Gas. Teléfono. Nafta. Gas Oil. Kerosén.
Ya no tenemos propiedad privada. Todo lo tuyo, todo lo mío, es de ellos.
Ya no tenemos seguridad personal. La vida de nosotros, mortales, no vale nada y los derechos humanos se sustentan sólo para los delincuentes y únicamente para ellos. Si sos ladrón, si sos traficante de drogas, de prostitutas, de dinero, de armas, si sos violador, si sos asesino a sueldo o free lance, secuestrador, estafador, corrupto de alguna forma más o menos oficial, entonces estarás protegido por los etéreos mecanismos de la NO LEY bajo la cual vivimos, cada día, cada hora, bajo la protección mediática de los derechos humanos y de organizaciones que salvan a los injustos.
Las denuncias de cualquiera de los periodismos de la denuncia, se eclipsan detrás de las explicaciones "oficiales" de cosas que son en sí mismas, inexplicables.
La justicia, la académica, no existe más aún cuando hayan cambiado los nombres y se declamen nuevos procederes. Y ese no es "otro tema". NO. Esencialmente es "el tema". Ese que se dilata intencionalmente.
Ya hemos perdido aquellos logros sociales que nos reconocían como una sociedad distinguida dentro del paisaje de la pobreza Latinoamericana.
Nos hemos quedado sin sindicatos aún cuando estamos llenos de sindicalistas.
Nos hemos quedado sin empresas extranjeras ya que las multinacionales son cáscaras con despojos momentáneos, apropiados prolijamente para la circunstancia.
Nos hemos quedado sin iniciativas nacionales ya que vivimos en un país sin créditos, donde cualquier emprendimiento se ahoga en sí mismo, detrás de las sonrisas de los funcionarios de turno. Por caso te dicen que los créditos están disponibles... pero con condiciones que sólo pueden ser cumplidas por aquellos mismos que las han fabricado detrás de los escritorios.
Las escasas fuentes laborales se están apagando rápidamente, detrás del avance de las angurrias brasileras que conservan la esencia del imperialismo portugués. Todo lo que nosotros supimos regalar, ellos lo supieron capitalizar, y cómo!.
Como Argentino, estoy harto.
Harto que me violen en nombre de Dios y la Patria.
Harto que me estafen en nombre de la Justicia y la Democracia.
Harto que me hablen de una educación que no existe.
Harto de saberme descartable para que ellos, los políticos y sus lacayos, puedan seguir aumentándose las dietas, los honorarios, los gastos reservados, engrosando sus negocios personales y repartiendo discrecionalmente su oportunismo. Incrementando la corrupción.
TERRORISMO DE ESTADO
Lo que estamos viviendo no es otra cosa que un TERRORISMO DE ESTADO agiornado a los tiempos que corren, a la globalización y a una seudo democracia donde vos y yo votamos propuestas que se esfuman tras las puertas de Balcarce 50, transformándose en ilusiones propias de una mañana que jamás llegará.
Cualquier explicación, cualquier declamación, se extingue ante el "sentido común". Hemos llegado a la locura de querer explicarle al pueblo que el hambre y la angustia que tienen... que sienten... que llevan... que sufren..., no es tal, es apenas producto de una actitud irreflexiva.
Hemos llegado a la locura de desconocer los atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA.
Hemos llegado a la locura de justificar la pesificación de las deudas del Estado y también de los depósitos privados en moneda extranjera.
Hemos llegado a la locura de desconocer a los culpables confesos de asesinatos.
Hemos llegado a la locura de desconocer a los cientos de asesinatos ocultos detrás de la palabra "suicidio".
Hemos llegado a la locura de justificar secuestros, robos, estafas, daños, violaciones, vejaciones, violencias de cualquier índole, cientos de muertes inútiles, todo legalmente, por supuesto.
Hemos llegado al demencialismo de justificar la voladura de una fábrica y de la ciudad de Río Tercero, para poder tapar adecuadamente la venta de armas que no servían.
Hemos llegado a la chifladura de justificar privatizaciones que fueron simplemente entregas a cambio de nada. Cobramos peajes en rutas inservibles para nuestros tiempos. Tenemos trenes que reflejan la misma imagen de la India, esa que pocos conocen. Perdimos... todo a manos de los dueños de una década infame donde la democracia se ha reducido a ser una simple palabra, carente de Constitución, prescindente de leyes, disimuladora de los clamores de los anónimos.
Hemos llegado a la locura de justificar que varias generaciones de políticos, pseudo-empresarios y oportunistas de esos que nunca faltan, desde los años 70 para aquí, hayan contraído una deuda externa monumental simplemente para llevársela para su casa, y ahora resulta que los depósitos bancarios de algunas familias "patricias" en Suiza y otros países acomodados al asunto, son equivalentes a dicha deuda.
Entonces, Argentina se hunde en la tristeza de una sociedad que se está ahogando en miserias promovidas desde el poder político que busca justificar todo aquello que es injustificable amparándose en verdades a medias, en indicadores de todo tipo manipulados antojadizamente, en una historia que se fabrica cada día de acuerdo a la necesidad de la coyuntura.
Entonces, Argentina es la réplica de las imágenes del hundimiento del TITANIC. Mientras todo estallaba, algunos bebían y bailaban.
Como sociedad llevamos acumulados más de medio siglo de desaciertos que nos han alejado del mundo real colocándonos en una situación de absoluta indefensión y donde el país, si bien no ha caído en un conflicto civil armado, está diluyéndose, transformándose en una simple morada plena de deseos, de esperanzas frustradas, de necesidades incumplidas e insatisfechas, de espacios destruidos, de gentes, personas despreciadas hasta el hartazgo por la miopía política, y por una mal entendida ayuda donde nadie enseña al otro a crecer por sí mismo sino a estar permanente sometido.
Todo se ha tornado mediático. La sucesión de noticias desagradables inundan desde los medios radiales, televisivos, y gráficos la rutina nuestra de cada día, sin atinar a darle atención a aquello que verdaderamente lo merece, esto es, el desarrollo de fuentes laborales, de obras públicas, de valores técnicamente agregados a procesos industriales, a una ciencia que debe ser aplicada a fines determinados.
No existe la propuesta. No existe el proyecto. No existe la planificación. Se ha perdido el método. Sólo nos cabe la denuncia y la búsqueda permanente de culpables, los cuales tienen nombre y apellido pero caminan sueltos por la calle, como grandes señores, en autos lujosos, viviendo en casas costosas y vistiendo ropas y luciendo joyas que obtuvieron a costas del esfuerzos de cientos, de miles de anónimos como quien suscribe.
Cuando existe la propuesta. Cuando existe el proyecto. Cuando existe la planificación. Cuando se establece el método, entonces se adecúan las circunstancias para hacerlos insignificantes. Entonces Argentina se ha trasformado en una máquina de impedir que destruye a su propia gente.
En un mundo globalizado, un país sin créditos o con créditos con intereses impagables fabricados justamente para evitar su otorgamiento, hacen que la marginación crezca y se convierta en el factor angular de la destrucción.
Por ello, por todo ello, sabés qué... hermano?.
Vos y yo, en esta miseria que nos inunda el alma, seguimos llevando la azul y blanco hasta la médula, como herederos sufridos de un pasado europeo mayormente constituido por gallegos, andaluces, valencianos, catalanes, vascos, y muchos tanos, miles de italianos de arriba y de abajo, diseminados por doquier, que están guardados en alguno de nuestros cromosomas. No me olvido de los judíos, tampoco de los polacos, los húngaros, los árabes y todos aquellos que nutren el paisaje nuestro de cada día. Seguramente vos y yo no seremos nunca parte de la banda política, pero eso sí, vos y yo, ciudadanos por derecho de esta tierra de sentimientos lejanos, dejaremos marcado en la historia de los anónimos, en esa que no se escribe pero que sí se respira, cada hora, cada día, que es llevada por el viento, y que será llevada como estandarte por nuestros hijos, por nuestros nietos, como que hemos sido, somos y seremos en el polvo eterno, estemos donde estemos, argentinos... sí. Hasta la muerte... hermano. Aún cuando nuestro nombre no sea colocado en letras de molde de un cartel de calle ni ocupe espacio en las páginas de algún libro de historia contemporánea.
La verdadera historia es aquella que nunca se escribe porque se establece por sobre las palabras, pronunciadas, leídas o escritas. La verdadera historia es aquella construida por los anónimos del cada día. Sin este universo de anónimos, aquellos que autoproclaman su brillo ni siquiera tendrían espacio en ese cielo que han sabido inventar para adueñarse de una fama enmascarada en la figuración oportunista donde los pies son de barro, las manos son símbolo de depredación, la mirada está vacía semejante a la del tiburón tras su presa, y el corazón es apenas un órgano macizo funcional carente de alma, libre de espíritu y por ende prescindente de cualquier tipo de sentimientos hacia el prójimo.
¿Ay, Argentina, sabes cuánto dolor lleva el alma de mucha de tu gente?.
¿Sabés cuánta vergüenza ajena de ver la mezquindad encaramada en el poder político?.
¿Sabés la magnitud de la deuda que todos estos tienen para con nosotros?.
¿Sabés cuánto duele la soberbia de esas personas que se dicen dueñas del poder político de nuestra tierra?.
La historia misma se las cobrará... despojándolas de todos los títulos, honores, bienes y valores que se supieron apropiar robándolos del esfuerzo ajeno y de las propias ilusiones y esperanzas de cientos de miles de argentinos que hoy están marginados, desplazados, olvidados y sobreviviendo como se puede.
Hoy nuestra sociedad está depreciada.
Ya no existen reivindicaciones sociales.
Ya no quedan salvadores de la patria.
Los iluminados parecen haberse extinguido y todos aquellos, anónimos, que luchamos denodadamente para sostener lo que queda de la Argentina, casi no tenemos energías para enfrentar al monstruo político que crece dibujado en distintas banderías, a veces mostrándose como justicialista, algunas otras como radical, otras menos como conservadores o de facciones políticas que no se sabe bien qué son ni a quien representan, aunque a decir verdad... ninguno de todos estos, de toda esta banda infame, representa a nadie, aún cuando se escuden tras los votos y se digan representantes del pueblo.
No se han dado cuenta que este pueblo, el Argentino también se está extinguiendo.
No se han dado cuenta que los cadáveres terminan consumiéndose a sí mismos y que ellos, ejerciendo sus funciones, no son otra cosa que la cadaverina.
YO... ARGENTINO II
No hago nombres porque me parece inadecuado. Todos en el mundo conocen bien a quiénes nos han conducido desde 1983 hasta aquí.
No hago nombres porque el mundo civilizado tiene identificados a los actores políticos de nuestro escenario.
No hace falta decir quién es el Dr. Raúl Alfonsín.
No hace falta decir quién es y qué hizo el Dr. Carlos Menem.
No hace falta identificar al Dr. Fernando De la Rua.
No hace falta mencionar al conjunto que vino detrás de él. A Rodríguez Saa y los otros.
No hace falta describir quién es el Dr. Eduardo Duhalde.
No hace falta identificar al Dr. Néstor Kirchner.
No hace falta identificar a la Dra. Cristina Fernández.
Todos se hacen llamar doctores. De hecho lo son.
Pero la realidad de mi sociedad, la argentina, es una sola y como dijo el General, con la que empecé esta historia: La única verdad es la realidad, y la realidad, ésa, la mía y la de muchos, que curiosamente, no es la que los nombrados, los dueños del poder, cuentan...
Vale avisarle al imperio, entonces, una vez más, que tengan cuidado, que se están equivocando. Fiero, como decimos aquí.
Argentina no crecerá más con el narcotráfico apropiado de la vida de todos nosotros.
Argentina no les servirá más, cuando no haya nadie que deje su sudor en la tierra.
Argentina no les será útil, cuando no haya gente para crear jugo de las piedras.
Argentina no les devolverá nada, cuando las fuerzas se hayan agotado por falta de comida y cuando se haya perdido la dignidad humana. El último vestigio, necesario para sostener la condición adecuada para seguir contribuyendo con los dueños del mundo...
Como ciudadano creo en el mundo libre. No sé si existe...
Como ciudadano creo en la democracia. No sé si existe...
Como ciudadano creo en la economía de mercado. No sé si existe...
Como ciudadano creo en el trabajo, y en el compromiso, en la voluntad y en la sapiencia. ¿Existen?.
Como ciudadano descreo del terrorismo. Pero existe. Lo veo, cada vez con más fuerza.
Soy católico, fundamentalista. Tanto como podría ser judío o musulmán.
Fundamentalmente, creo en Dios. Únicamente en él.
Todo lo demás aparece como una entelequia de libros y novelas.
Como hombre, creo en la dignidad humana.
Como hombre, creo en la calidad humana.
Como hombre, creo en la condición humana.
Como hombre, entiendo, que no hay nada por sobre ellas, y ellas están en el espíritu de la persona y ocupan el segundo lugar detrás de Dios.
¿Cuántos otros argentinos, piensan y sienten como yo?.
¿Cuántos otros ciudadanos del mundo, piensan y sienten como yo?.
Víctor Norberto Cerasale
Febrero 14 de 2005 (actualizado a abril de 2008).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario