Palestina, nostalgia de la flor de azahar
Tanto la existencia del Estado de Israel, con las fronteras acordadas por la ONU en 1948, como la exigencia de una Palestina libre y segura, son causas morales de nuestro tiempo
NICOLÁS AZNÁREZ
En 1949, un grupo de notables palestinos expulsados de Jaffa al establecerse el Estado de Israel y refugiados en Líbano envió un elaborado manifiesto a Washington. En él, cándidamente, escribían: “Dado que las Naciones Unidas han demostrado hasta ahora ser tan débiles como para no poder forzar a los judíos a comportarse de acuerdo con el derecho internacional, nos dirigimos en demanda de ayuda al Gobierno de los Estados Unidos, poderosa y generosa nación, dispuesta a defender los derechos del hombre y la libertad de los pueblos...”.
Había en el documento una significativa alusión a la industria cítrica: “Ha pasado ya un año desde que la gente abandonó sus huertas. En todo ese tiempo no han sido regadas ni cuidadas. Si no se presta atención inmediata a los naranjos, la mayoría tendrán que ser sustituidos y los nuevos no darán fruto antes de seis años”. Medio siglo después, el profesor Hisham Sharabi escribía: “En Jaffa, el otoño es la estación predilecta, cuando el perfume de la flor de azahar inunda el aire y el mar azul plata está calmo y sopla, acariciadora, la brisa de poniente”. El documento de 1949 concluía así: “A menos que los refugiados sean reasentados en los lugares y tierras que les pertenecen, la paz que se busca para esta parte del mundo nunca reinará, aun cuando superficialmente pueda parecer que el problema se ha solucionado”.
Setenta años después, la nostalgia de la flor de azahar, evocadora del derecho al retorno a las tierras expoliadas, subsiste, si bien el concepto retorno ha sido pragmáticamente modificado por la Autoridad Nacional Palestina. Y sus dirigentes, al igual que su población, ya no se refieren a Estados Unidos como generosa nación. La lectura de La limpieza étnica de Palestina, de Ilan Pappé, e Israel y Palestina: revisiones y refutaciones, de Avi Shlaim, ambos representantes de la moderna historiografía judía, reconforta al constatar que hay sectores de la sociedad israelí no dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Denuncian la versión oficial del trato dado a los palestinos desde 1948. Avi Shlaim clasifica a los diversos presidentes norteamericanos en dos escuelas: la del “Israel, primero” y la que denomina “escuela equilibrada”. Sostiene que la mayoría de los mandatarios ha pertenecido a la primera, constituyendo Carter y Bush padre dos notables excepciones y siendo Bush hijo el más proisraelí. En relación con Oriente Próximo, mantiene que “un presidente norteamericano ha de ser equilibrado y no solo lograr seguridad para Israel, sino también justicia para los palestinos”.
La connivencia de Israel y EE UU es más intensa que nunca. Se materializó al llevar la embajada a Jerusalén
Hace un par de décadas la parte de la sociedad israelí que reconforta era activa. Isaac Rabin, Shimon Peres y Arafat llegaron a sintonizar. Se entendían. Se habían combatido durante muchos años, pero el tándem Rabin-Peres llegó a conectar con el líder palestino, tan vilipendiado, tanto tiempo odiado. Arafat correspondió y triunfó el pragmatismo. Había asumido públicamente la resolución 181 de Naciones Unidas (29-11-1947) que preconizaba la institucionalización de dos Estados, palestino y judío, y por tanto la aceptación de este último. Un ambiente nutrido de sentido de la historia y de mero sentido común posibilitó que la razón venciera a la emoción. Los acuerdos de Oslo de 1993, derivados de la conferencia de Madrid de 1991, significaron el repudio del recelo y la asunción de la confianza.
Una parte de Israel no creyó en la sinceridad de Arafat, cuya aceptación del Estado de Israel llevó a David Grossman a escribir: “Durante años y años habíamos esperado esas palabras. Y ahora que Arafat las ha pronunciado, solo sabemos decir: no puede ser verdad, no es sincero. Esta es la trampa en que nos hallamos los israelíes. Nos aterrorizan los cambios, pero no nos espanta el cambio a peor, solo aquellos que suponen una mejoría, los que nos obligan a enfrentarnos a una situación nueva... El miedo bloquea todo intento de comprender la realidad”.
En 1995, Yigal Amir, encarnación del Israel del recelo y el odio, asesinó a Isaac Rabin, artífice del camino que debería haber conducido a la paz y a la dignidad. A partir de entonces, ulteriores primeros ministros se han dedicado a imposibilitar la creación de un Estado palestino, multiplicando la creación de colonias judías en los territorios ocupados y boicoteando posibles conversaciones de paz. Ariel Sharon y Benjamín Netanyahu son los dos primeros ministros que más se han empeñado en poner fin al “problema palestino” mediante la expulsión, liquidación o neutralización (vía humillación) de los palestinos, tal y como refleja el libro de Sharon Pape en 2002: “La guerra de la independencia no ha terminado. 1948 no fue sino el primer capítulo”. Dov Weisglass, mano derecha de Sharon, en 2004: “Con los americanos hemos acordado la congelación del proceso político, lo que impide el establecimiento de un Estado palestino y la discusión sobre los refugiados, las fronteras y Jerusalén”.
En 1919, Weizmann, luego primer presidente, exigió una Palestina “tan judía como Inglaterra es inglesa”
El otro gran manipulador de la realidad y de la verdad, experto en fake news, es Netanyahu. UNRWA, la agencia creada por la Asamblea General de la ONU para amparar y dar asistencia a los cinco millones y medio de la diáspora palestina, según el premier israelí, “perpetúa el problema de los refugiados”. La perpetuación se evitaría con la creación de un Estado palestino, a la que él se opone. Sin embargo, Netanyahu ha logrado convencer a Trump para que liquide a la agencia suprimiendo la importante y generosa, esta vez sí, contribución que desde hace años Washington donaba. La connivencia israelo-norteamericana es más intensa y completa que nunca. Se ha materializado en el traslado de la embajada a Jerusalén, rompiendo el consenso internacional y en el pleno apoyo de Washington a la ley básica que convierte a Israel en Estado nación solo para judíos, excluyendo al 20% de la población israelí de origen árabe y eliminando el carácter oficial de su lengua. La mayoría de los líderes sionistas de finales del XIX y principios del XX deseaban el mayor Estado posible con la menor cantidad posible de árabes. En 1919, en la Conferencia de Paz de París, Chaim Weizmann, uno de los sionistas moderados y luego primer presidente de Israel, exigió una Palestina “tan judía como Inglaterra es inglesa”.
Considero que tanto la existencia del Estado de Israel, tras la barbaridad del Holocausto, con las fronteras acordadas por la ONU en 1948, como la exigencia de una Palestina libre y segura, tras las barbaridades infligidas a los palestinos, son, ambas, causas morales de nuestro tiempo. Se trata de dos pueblos, esquejes del mismo tronco semítico, que la comunidad internacional y en especial la Unión Europea deben —ante la vergonzosa e indigna actitud de los Estados Unidos de Trump— activamente contribuir a una solución satisfactoria para ambos.
Coda UNRWA. Mientras tanto, y a pesar de la indigna decisión de Trump, quien, pretendiendo un chantaje, suprime la contribución financiera y politiza así la ayuda humanitaria, la organización de Naciones Unidas ha abierto estos días sus 711 escuelas en la región, a donde acuden 526.000 niños y niñas y donde se enseñan la tolerancia, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo del pensamiento crítico.
Emilio Menéndez del Valle, embajador de España, fue el primer presidente del Comité español de UNRWA (2005-2007).
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