lunes, 28 de septiembre de 2009
En la dirección opuesta
Carlos Castilla del Pino
La imagen de Tino Soriano
La reforma de los manicomios, así como la formación del personal auxiliar, todavía era una signatura pendiente en la década de los setenta, como muestra esta imagen tomada en un manicomio barcelonés.
HISTORIA DE LA MEDICINA
En la dirección opuesta
José Lázaro y Juan Carlos Hernández Clemente
Profesor de Humanidades Médicas en la UAM. Autor de Vidas y muertes de Luis Martín-Santos (Premio Comillas, Tusquets, 2009) // Doctor en Medicina, colaborador docente, UAM.
25 Septiembre 2009
Carlos Castilla del Pino frente a la psiquiatría de su época
Castilla del Pino escribió una obra personal de pensamiento psiquiátrico profundamente enraizada en los clásicos de la psiquiatría, enriquecida por el pensamiento filosófico, sociológico, antropológico y lingüístico del siglo XX, apoyada en una gran experiencia clínica personal y animada por un espíritu crítico que aspiraba a replantear la razón psico(pato)lógica.
El reciente fallecimiento de Carlos Castilla del Pino (1922- 2009) hace evocar uno de los libros autobiográficos del escritor austríaco Thomas Bernhard: El sótano. Un alejamiento. En ese volumen relata su decisión adolescente de abandonar los estudios de bachillerato y ponerse a trabajar. Tal proyecto de vida se formula en una frase que repite machaconamente en su monólogo interior: “Quería ir en la dirección opuesta, me lo había repetido una y otra vez en el camino de la oficina de empleo, una y otra vez en la dirección opuesta”. La funcionaria de la oficina de empleo le ofrece varias posibilidades en los mejores establecimientos del centro de la ciudad, pero no es eso lo que el joven Bernhard busca: “No había podido explicarle lo que quería decir cuando decía en la dirección opuesta, le había explicado que había ido durante tantos años por la Reichenhaller Strasse a la ciudad y al instituto, que ahora quería ir en la dirección opuesta”.
El triste acontecimiento que motiva la publicación de este artículo necrológico hace pensar en esas cuatro palabras de Bernhard porque expresan de la forma más sintética la peculiaridad de la obra de Castilla del Pino en el contexto de la psiquiatría de su época. Una obra tan personal y creativa como opuesta al sentido en que estaba evolucionando la ciencia en que se inscribe. Vale la pena dedicar unos párrafos a explicarlo.
Una obra personal y creativa
Si se entiende el término «psiquiatría» en el sentido de profesión organizada (no sólo en el de disciplina teórica aplicable a una práctica), puede afirmarse que la psiquiatría española nació como especialidad entre 1920 y 1924. Sería bastante arbitrario fijar una fecha exacta, pues la génesis y el desarrollo de un nuevo grupo profesional es un fenómeno que evoluciona de forma progresiva, a diferencia del nacimiento de una persona, que se produce, por ejemplo, en San Roque el 15 de octubre de 1922.
En 1920 empieza a publicarse en Madrid Archivos de Neurobiología, la primera revista española dedicada a los trastornos del cerebro y de la mente que va a tener una difusión y una permanencia suficientes para que podamos considerarla como significativa para la profesión de la que hablamos. En 1924 se funda en Barcelona la Asociación Española de Neuropsiquiatras, la primera sociedad científica y profesional de ambito nacional que va a dar acogida –y va a dar estructura– al pequeño grupo de alienistas del que proceden los actuales neurólogos y psiquiatras españoles. En los doce años siguientes –es decir, en los años que transcurren desde esos dos acontecimientos germinales hasta el inicio de la Guerra Givil– nacen y crecen las instituciones profesionales que permiten afirmar que ha nacido, como especialidad médica diferenciada, la psiquiatría española:
-En 1926 se funda la Liga Española de Higiene Mental, que durante diez años se dedica intensamente a organizar campañas populares de difusión de los hábitos que se consideraban más recomendables desde el punto de vista de la salud psíquica.
-En 1931 se promulga un decreto sobre asistencia de enfermos mentales que fue acogido con entusiasmo por los neuropsiquiatras que lo habían promovido y lo consideraban como un instrumento de modernización de las instituciones asistenciales.
-También en 1931 se crea el Consejo Superior Psiquiátrico, organismo ministerial que por primera vez ponía en manos de los propios médicos la evaluación de la asistencia, la inspección y la reforma de los manicomios, así como la formación del personal auxiliar, entre otras cuestiones.
-En 1933 se crean las primeras cátedras de Psiquiatría y de Neurología en la Universidad Autónoma de Barcelona, que fueron otorgadas por contrato a Emilio Mira y a Belarmino Rodríguez Arias.
Época de avances
Con estas y otras iniciativas, en 1936, cuando Castilla del Pino tenía trece años de edad, el panorama psiquiátrico español había cambiado sustancialmente. La revista Archivos de Neurobiología alcanzaba ese año su volumen decimosexto. A su sombra se había desarrollado la primera colección de monografías neuropsiquiátricas que se publicaba en el país. La mejor psiquiatría científica europea, en especial la de lengua alemana, era ya familiar para los profesionales españoles con inquietudes científicas. Los médicos jovenes que se querían especializar completaban su formación en países centroeuropeos, becados por la Junta de Ampliación de Estudios. Los tratamientos y los hospitales psiquiátricos empezaban a asimilarse a los del resto de Europa. Llegaban noticias sobre la psicología científica, la psicotecnia y las psicoterapias. La veintena escasa de médicos que en 1924 se había reunido en Barcelona para crear una asociación de neuropsiquiatras se había transformado en los 214 profesionales que en diciembre de 1935 celebraban en Madrid la séptima reunión científica nacional de aquella misma asociación. Mucho quedaba por hacer, pero no era poco lo que se había hecho en quince años.
En 1936, la nueva profesión había alcanzado una madurez muy apreciable, para su edad adolescente. De la madurez que había alcanzado a sus trece años aquel niño que había nacido en San Roque el 15 de octubre de 1922 (y de las trágicas vivencias que aquel año fatídico le esperaban) las páginas de Pretérito imperfecto han dejado un impresionante testimonio.
Desde la perspectiva del año 2009 se puede afirmar que el sueño de aquel puñado de neuropsiquiatras que empezaron a organizarse a principios de los años veinte se ha cumplido plenamente, para lo bueno y para lo malo. Cuando hoy se asiste a un congreso internacional de psiquiatría y se observa a los especialistas españoles dialogando con sus colegas alemanes, italianos, franceses o norteamericanos no hay excesivas diferencias de estilo y de lenguaje entre unos y otros.
Hoy la psiquiatría de nuestro país se ha homologado con la del resto de los paises desarrollados. Se leen las mismas revistas (casi todas en inglés) se emplean las mismas nosologías y nosotaxias (casi siempre americanas), se recetan los mismos fármacos, se acude a los mismos congresos, se citan las mismas autoridades (casi todas anglosajonas). Para lo bueno y para lo malo, la psiquiatría española se ha globalizado por completo. Y si sigue envidiando, por ejemplo, los recursos económicos de que disponen ingleses y americanos para sus trabajos de investigación, el hecho es que viaja en el mismo tren que ellos, aunque sea en el furgón de cola.
Si esta tesis se admite, se puede decir que la psiquiatría española nació más o menos a la vez que el psiquiatra andaluz que acaba de fallecer. Esta profesión y este profesional han seguido una trayectoria coincidente en el tiempo, pero divergente en la orientación. Por razones que deben ser brevemente reseñadas para concluir este comentario, hay que decir que, dentro de la psiquiatría de su época, frente a la psiquiatría de su época, Carlos Castilla del Pino tuvo que encaminarse, como el joven Bernhard, en la dirección opuesta.
Lo que la psiquiatría ha perdido
Un destacado representante de la actual psiquiatría académica, el catedrático de la Universidad de Barcelona Julio Vallejo Ruiloba, sintetizó en un brillante texto su opinión sobre lo que la psiquiatría ha perdido, lo que aún tenía la disciplina en la que él se formó como profesional en su juventud, pero que ya no tiene la psiquiatría en la que se forman hoy en día los residentes de nuestros hospitales y de nuestras facultades.
Sin negar los avances científicos y terapéuticos de estas últimas décadas, Vallejo Ruiloba expresaba su añoranza por el coste del progreso. Tres aspectos concretos le parecían “pérdidas innecesarias que podrían repararse”: la lectura de los clásicos, la figura del maestro carismático capaz de crear su propia escuela teórica y el pensamiento crítico.
No es éste el momento de discutir si esas pérdidas son, efectivamente, reparables, o si van irremediablemente ligadas a las mejoras de que hoy disfrutan los enfermos mentales en comparación con los de hace unas décadas. Pero cualquiera que conozca la mentalidad y el ambiente en que se forman las nuevas generaciones de psiquiatras estará básicamente de acuerdo con las observaciones de Vallejo Ruiloba. Y cualquiera que esté de acuerdo con estas observaciones habrá de admitir que, respecto a la trayectoria general de su profesión, Castilla del Pino se ha movido decididamente en la dirección opuesta.
Su obra psiquiátrica está totalmente impregnada de la lectura de los clásicos, que no dejó de frecuentar desde su juventud (y no sólo los clásicos de la psiquiatría, sino también los de la literatura y el pensamiento). Ni los más hostiles críticos de Castilla dejan de reconocer que ha creado una escuela propia de pensamiento psiquiátrico, cuyos miembros –ciertamente minoritarios en el conjunto de los profesionales del país– consideran a su maestro como un auténtico clásico. Y el carácter crítico de su pensamiento psiquiátrico, político y social es tan evidente como las represalias que tuvo que sufrir por él –sobre todo, aunque no exclusivamente, en los años del franquismo– y las limitaciones que, como consecuencia de ese carácter crítico, le fueron impuestas a su trayectoria profesional y académica.
El lujo de las teorías personales
La psiquiatría española, que no existía como profesión al comenzar el siglo veinte, ha logrado llegar al veintiuno situada en el nivel científico propio de la psiquiatría europea actual. En ese nivel no hay práticamente sitio para maestros carismáticos, apenas caben las concepciones personales, es baja la dosis tolerable de pensamiento crítico. Lo que sabemos entre todos es demasiado valioso –y demasiado monolítico– para que podamos permitirnos el lujo de las teorías personales.
El desarrollo social de una profesión supone el monopolio de las funciones que le son propias, pero impone también la reticencia a intervenir en las cuestiones filosóficas, sociales, políticas o culturales que se salen del ámbito profesional. No está bien visto entre los colegas de profesión el opinar públicamente sobre lo divino y lo humano. Ni siquiera aunque se trate de una profesión humana, demasiado humana.
Carlos Castilla del Pino escribió una obra personal de pensamiento psiquiátrico. Es una obra profundamente enraizada en los clásicos de la psiquiatría, enriquecida por el pensamiento filosófico, sociológico, antropológico y lingüístico del siglo veinte, apoyada en una gran experiencia clínica personal y animada por un espíritu crítico que aspiraba a replantear desde sus fundamentos básicos la razón psico(pato)lógica. Esa obra trascendió los límites profesionales y fue ampliamente reconocida en los círculos intelectuales. Ocupa, en cambio, una posición marginal en la psiquiatría española, pues el que opta por marchar en la dirección opuesta se aleja irremediablemente del punto de partida, se aparta irremediablemente de la trayectoria de su gremio. Es el precio a pagar por la independencia intelectual y por la opción de elegir, contra viento y marea, la que uno mismo considera la dirección correcta.
“En 1931 se promulga un decreto sobre asistencia de enfermos mentales que fue acogido con entusiasmo por los neuropsiquiatras que lo habían promovido y lo consideraban como un instrumento de modernización de las instituciones asistenciales.”
Referentes biográficos
Pretérito imperfecto (1997) y La Casa del olivo (2005)
Carlos Castilla del Pino ofrece en sus dos obras autobiográficas un testimonio veraz y estremecedor. Entre el niño del pequeño pueblo de San Roque y el médico que trabaja en Córdoba, donde el autor se ha hecho cargo del Dispensario de Psiquiatría, transcurren años sombríos, sembrados de trágicas experiencias, pero también de anécdotas curiosas, algunas grotescas, otras hasta cómicas.
Ocho años después de Pretérito imperfecto, el psiquiatra publicó su segunda parte: Casa del olivo, que relata su vida de 1949 a 2003, cuando se enfrenta a la realización de su proyecto vital, profesional e intelectual en el rígido contexto de la dictadura franquista. El relato, siempre minucioso, de sus experiencias con los pacientes, de sus viajes, de sus contactos con la oposición política, de sus relaciones con el mundo intelectual y con la psiquiatría oficial, traza un vigoroso retrato de los últimos cincuenta años de la historia de nuestro país.
Bibliografía
- Bernhard, T. (1984): El sótano. Un alejamiento, Barcelona, Anagrama.
- Castilla del Pino, C. (1997): Pretérito imperfecto, Barcelona, Tusquets.
- Lázaro, J. (1995): «Archivos de Neurobiología: los setenta y cinco años de la psiquiatría española», Archivos de Neurobiología, 58 (1): 13-30.
- Lázaro, J. (2000): «Historia de la Asociación Española de Neuropsiquiatría», Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 20 (75): 395-515.
- Vallejo Ruiloba, J. (2002): «La psiquiatría perdida», Archivos de Psiquiatría, 65 (2): 89-90.
* Nota: Este trabajo se inscribe en las actividades del proyecto de investigación FFI-2008-03599.
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