martes, 18 de octubre de 2016

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La condena de por vida de la desnutrición infantil | Planeta Futuro | EL PAÍS



La condena de por vida de la desnutrición infantil

Una alimentación inadecuada e insuficiente durante los primeros mil días frena el normal desarrollo cognitivo y físico de los niños que sufrirán las consecuencias durante el resto de sus vidas

Ilustración de Ruth Bañón.



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Serán notablemente más bajitos y las mujeres, al dar a luz, tendrán más probabilidades de sufrir problemas graves durante el parto, incluso la muerte del bebé, debido a su menor tamaño corporal. Su sistema inmune debilitado no podrá defenderles de muchas enfermedades. Y su menor capacidad cognitiva les dificultará entender las lecciones en el colegio, lo que hará que lo abandonen prematuramente o tarden más años de lo normal en completar un ciclo. De adultos, les pasará lo mismo en su trabajo, si es que consiguen uno; debido a sus mermadas competencias, cobrarán menos. Este es el futuro que le espera a los 159 millones de niños que actualmente sufren desnutrición crónica en el mundo. Invisible y silenciosamente, la falta de nutrientes suficientes durante sus primeros mil días desde la concepción hasta los dos años hipotecará el resto de sus vidas que ya nunca serán lo que podrían haber sido.
La alimentación desde el embarazo es crucial. Tanto, que una dieta pobre durante la gestación, debida normalmente a la situación de malnutrición de la madre, ya condiciona el nacimiento con bajo peso y posterior propensión a padecer desnutrición crónica. No obstante, en ese momento todavía hay margen para “remontar” los retrasos del crecimiento intrauterino que hayan podido producirse, explica Blanca Carazo, responsable de programas y emergencias de Unicef España. Siempre y cuando el bebé empiece la lactancia materna con normalidad, exclusiva durante los primeros seis meses, sea vacunado y tenga acceso a agua potable, así como a un sistema de salud en el que le puedan tratar si cae enfermo, añade la experta.
Pero esos son lujos inalcanzables para uno de cada cuatro niños del planeta, la mayoría en Asia (57%), África subsahariana (37%) y América Latina. Y cuando alguna organización internacional se instale en su país, su región, su aldea, y les mida en el colegio y compruebe que son bastante más bajitos, quizá 10 o 15 centímetros menos de lo que deberían medir a su edad según el baremo de la Organización Mundial de la Salud, ya será tarde para ellos. Las secuelas físicas —talla más baja— y cognitivas —dificultades para el aprendizaje y comprensión— son irreversibles.
La desnutrición crónica, también llamada stunting (retraso en el crecimiento, en inglés) por ser ese el resultado del déficit de nutrientes esenciales como la proteína, el hierro, el ácido fólico, la vitamina A o el yodo durante la primera infancia, no solo tiene que ver con la carencia de alimentos y que estos sean variados y de calidad, sino que también está causada por otros factores. La falta de agua potable es uno de ellos. “Las diarreas, muchas veces causadas por beber agua contaminada, causan, perpetúan y agravan la desnutrición crónica”, explica Carazo. El estudio No estar a la altura, publicado el pasado verano por la organización WaterAid, destacaba que la mitad de casos están asociados a repetidas diarreas, que son causa directa aun cuando los niños comen bien del 25%, pues impiden que se absorban todos los nutrientes.
“La ausencia de sistemas de salud en determinadas zonas también contribuye a que se den situaciones de desnutrición crónica”, apunta Guila Baldi, oficial de políticas y programas de nutrición del Programa Mundial de Alimentos. “Las enfermedades como infecciones agudas, respiratorias, malaria… impiden que el cuerpo procese de manera normal los alimentos”, explica la especialista. Y viceversa. El sistema inmune de los críos afectados es más débil, por lo que son más propensos a contraer estas y otras enfermedades que agravarán y prolongarán, a su vez, la desnutrición. Y peor: “Para ellos es más probable morir de malaria, o padecer cáncer o diabetes en la edad adulta”, abunda Carazo.

INDIA, DONDE 48 MILLONES DE NIÑOS PASAN HAMBRE

RONNY SEN (WATERAID)
A.AGUDO
Un grupo de niñas en la escuela del pueblo Ooti, en el estado de Karnataka, en India, posan frente a la pirraza que marca lo que deberían medir a los ocho años, según el baremo de la Organización Mundial de la Salud. La directora de la escuela asegura en un testimonio recogido en el informe No dar la talla de WaterAid, que la mayoría de los vecinos de la zona no tiene retretes y el absentismo escolar es del 30% en cualquier día normal, frecuentemente por enfermedades estomacales. En el centro, Manjula, de nueve años, es la más bajita. Su abuela, Yellamma, de 65 años, reconoce que no tienen retrete y defecan usualmente tras un roca fuera de la casa. Tampoco tienen jabón o un lugar donde lavarse las manos en la vivienda.
La desnutrición aguda por una falta abrupta de alimentos en un momento determinado puede causar la muerte, pero se cura. La crónica, en cambio, no es tratable. “Un niño que la padezca ya nunca va a llegar a ser ni tan sano, fuerte e inteligente como hubiera podido ser”, alerta Carazo. La primera, que deja a los niños muy delgados, se detecta midiéndoles el contorno braquial. Cuando la cinta llega al amarillo o dos centímetro más allá, al rojo, es la peor señal.
Es entonces cuando los pequeños necesitan el medicamento que se come, es decir, suplementos alimenticios como el Plumpy Nut para recuperarse. “Es una condena a muerte que se puede conmutar”, ejemplifica. La segunda solo es detectable cuando ya no hay remedio. “Es una cadena perpetua sin posibilidad de recurso”, apostilla. El único modo de combatirla es la prevención. “A veces, hay una vinculación fatal entre ambas: un niño con varios episodios de la versión aguda es vulnerable a caer en la crónica. Y uno que padezca ésta puede tener un pico de aguda, e incluso fallecer”, detalla la especialista de Unicef.
Juntas, desnutrición crónica y aguda matan a tres millones de niños al año, casi una de cada dos muertes de menores de cinco años.

Una cadena perpetua

“La talla es una manifestación, pero el problema es más profundo”, advierte Giula Baldi, del PMA. La primera secuela es el retraso cognitivo. Al nacer, el cerebro ya tiene el 25% del peso que alcanzará en la edad adulta y a los cinco años ya alcanza el 90% de su peso final. Que este órgano voraz reciba todo el suministro de materiales y energía para su construcción durante los primeros mil días es crucial. “Hay evidencia de que el stunting causa baja estatura, pero también daños estructurales y funcionales en el cerebro, lo que produce retrasos en las funciones cognitivas”, afirman Kathryn G. Dewery y Khadija Begun en su estudio Consecuencias a largo plazo de la malnutrición crónica en la infancia, publicado en la revista Maternal & Child Nutrition. Diversas investigaciones, indican las autoras, demuestran que el retraso en el crecimiento antes de los dos años está asociado a un menor rendimiento académico. Les cuesta más que a sus compañeros sanos pasar de curso, pierden años de escuela y pocos superan la primaria.
La altura media cayó 12 centímetros en Bangladesh entre 1937 y 1992. Estas niñas, fotografiadas en 1997, son Juhora y Asma Akter, primas nacidas en el mismo año en una zona rural cerca de Shahrasti. Asma es considerablemente más baja que su prima y está bastante por debajo de lo que debería medir según la Organización Mundial de la Salud (marcado por la línea negra en la pared) debido, dice Unicef, a que sufrió desnutrición crónica en su primera infancia. Bangladesh es , pese a los avances, el séptimo ´páis del mundo con mayor número de niños en esta situación. VAUCLAIR (UNICEF)
En su estudio Alimentar para la educación, Save the Children detallaba algunas reveladoras estadísticas sobre la relación entre desnutrición crónica y menor competencia en el colegio. “Tienen un 20% menos de posibilidades de saber leer”, afirmaba la ONG, que analizó miles de casos en cuatro países: Etiopía, India, Vietnam y Perú. “A los ocho años, tienen un 19% más de probabilidades de cometer un error en la lectura de una simple frase como ‘me gustan los perros’ que los que están bien nutridos”, concluían los investigadores. Y más: fallan un 12,5% más que sus compañeros sanos al redactar una frase sencilla y cometen un 7% más de errores al responder preguntas numéricas como ‘¿cuánto es ocho menos tres?’ que los que han tenido una dieta adecuada.
¿Qué trabajo puede conseguir alguien que tiene más dificultades para leer, comprender y sumar? Uno peor y mal pagado. El Banco Mundial estima que un empleado que ha padecido carencias nutricionales en su niñez gana de media un 10% menos. Otros estudios, sin embargo, elevan la pérdida salarial al 20%. Son, además, menos productivos y el absentismo laboral entre el colectivo es elevado. “Tienen el sistema inmune más débil y son más vulnerables a contraer enfermedades infecciosas que el resto, pero además son más propensos a padecer dolencias crónicas como cáncer o diabetes en la edad adulta”, asegura Carazo, de Unicef. Las investigadoras de la universidad de California, Dewey y Bagum, indican en su publicación que la desnutrición infantil es un factor de riesgo de alteraciones en las funciones metabólicas, endocrinas y cardiovasculares. 
Tal es la caída de productividad y ganancia que las organizaciones coinciden en alertar que cuando los actuales niños desnutridos sean mayores, el coste para el mundo será de 125.000 millones de dólares (unos 115.000 millones de euros). Un precio que pagan los de siempre. Los más catigados por el hambre, porque no pueden permitirse comer varias veces al día, ni siquiera todos los días, y alimentar a sus hijos apropiadamente, son los que padecerán los estragos de la desnutrición crónica. Caerán enfermos a menudo, muchos morirán, otros crecerán con dificultad. Y ganarán menos en el futuro. Y no podrán sustentar a su prole, pasarán hambre. Vuelta a empezar. 
"El hambre es a la vez causa y consecuencia de la pobreza", resume este círculo vicioso la responsable de programas y emergencias de Unicef España. Esta organización estima que el 20% de la población más mísera tienen el doble de posibilidades de padecer desunutrición crónica que los más ricos.
Miranto (izquierda) y Sitraka (derecha) son buenos amigos y posan cogidos de la mano para ser fotografiados este 2016. Ambos tienen cinco años y nacieron el mismo día en Madagascar, donde el 49% de los niños sufren desnutrición crónica, como Sitraka. OSCAR MICHEL (UNICEF)

Una herencia envenenada

Es bien conocido el dicho de que el hambre y la pobreza no se contagian, pero se heredan de generación en generación como demuestran los datos. En el caso de las mujeres la desnutrición crónica les deja un legado envenenado. Solo para ellas. "Cuando de adultas se quedan embarazadas, van a tener un alto riesgo de que el bebé muera en el momento del parto, pues tienen una pelvis más pequeña", explica Nuria Salse, de Médicos Sin Fronteras.
Dewey y Begum, en Consecuencias a largo plazo de la desnutrición crónica en la infancia, profundizan en esta cuestión. "El raquitismo en la madre puede restringir el flujo sanguíneo y afectar al crecimiento del útero, la placenta y el feto. Este retardo en la normal evolución intrauterina esta asociado con posteriores problemas en el bebé, como complicaciones médicas serias, retraso neurológico e intelectual", detallan las autoras. Las probabilidades de que nazcan con bajo peso son elevadas, si sobreviven al parto. El menor tamaño de las caderas de las madres obstruyen el camino a la vida de sus hijos. La desnutrición que padecieran sus progenitoras muchos años atrás, les asfixia.
"Un análisis de 109 encuestas de salud nacionales de 54 países, realizadas entre 1991 y 2008, revelaba que los niños de madres de menos de 1,45 metros de altura (normalmente por desnutrición en su propia infancia) tenían un 40% más de probabilidades de morir prematuramente antes de cumplir los cinco años", añaden las investigadoras de la universidad de California. Además, según un estudio divulgado en el American Journal of Clinical Nutrition, las chicas con retraso en el desarrollo debido a desnutrición tenían hijos de media cuatro años antes que las sanas. "Y tener la maternidad temprana perpetúa el ciclo de pobreza y malnutrición", observaban los autores.

La prevención como única esperanza

"Como los factores causantes de este problema son varios, la solución tiene que ser multisectorial: agrícola, para que se cultiven variedad de alimentos; de salud, educación, infraestructuras para el agua y saneamiento...", sugiere Giula Baldi del PMA.

LA DESNUTRICIÓN CRÓNICA EN DATOS

  • 159 millones (el 23,8%) de niños menores de cinco años sufren desnutrición crónica.
  • En 1990 eran 255 millones (39,6%) los niños afectados, lo que supone un descenso de 96 millones.
  • Asia concentra el 57% de los casos (solo en India hay 62 millones de niños afectados, el 33% del total) y África subsahariana el 37% y América Latina.
  • El progreso en la lucha contra esta lacra es desigual: los países pobres han recortado su tasa un 32% frente al 77% de bajada en los países de renta media.
  • En Asia, se ha reducido a la mitad en las últimas dos décadas; mientras que en África el número total de niños con retraso en el crecimiento ha aumentado de 47 millones en 1990 a 48 en 2014.
*Datos extraídos del informe ‘Niveles y tendencias de malnutrición infantil’ de Unicef, la OMS y el Banco Mundial, de 2015.
Primer paso: formación. Lección uno: la lactancia. Muchas mujeres en el mundo desconocen la importancia de la alimentación durante los primeros mil días de sus pequeños. Millones de embarazas no reciben ningún cuidado prenatal. Ningún médico les hace seguimiento ni les aconseja. Simplemente, su propia precariedad sumada a la de los sistemas sanitarios de sus países, anula cualquier posibilidad de acceder a tales servicios.
Distintas ONG y agencias de la ONU como Unicef, la FAO o el PMA enfatizan en sus programas contra la desnutrición la provisión de alimentos a mujeres embarazadas y lactantes, así como la promoción de la leche materna exclusiva durante los primeros seis meses. Rica en proteína, satisfará la insaciable demanda de energía y nutrientes en este crucial período. Evitar que esos niños nazcan y crezcan hasta los dos años con carencias que condicionarán el resto de su existencia es la prioridad. La prevención es la única esperanza.
"También a nivel de las comunidades se puede trabajar, para que conozcan la importancia de una alimentación saludable y que se produzcan cambios de comportamiento en la selección de los productos que se adquieren en el mercado", señala Baldi. ¿Y qué pasa con los que lo saben y no pueden permitirse otra dieta? "Efectivamente, tienen la barrera del acceso económico a los alimentos ricos en nutrientes como carne animal. Por eso, para los lugares sin acceso hay programas de apoyo social o tranferencias de dinero directas, para que los niños tengan alimentación adecuada", responde. Tales esfuerzos son, sin embargo, insuficientes a la luz de los datos. Basta uno: 159 millones.
A veces, añade Nuria Salse, de MSF, el problema no es económico, sino la costumbre. "En muchos países en desarrollo tienen dietas monótonas a base de cereales. Les sacia, pero son pobres desde el punto de vista nutricional". Es importante, dice, que los padres entiendan que eso no es saludable. Unas gachas de sorgo o mijo no harán que sus hijos crezcan sanos y fuertes.
Con el aval de la teoría, Médicos sin Fronteras ha probado en Malí y Níger ese enfoque multisectorial que mencionaba Baldi contra esta lacra. Con éxito. Su proyecto preventivo ha demostrado su efectividad con la reducción de la desnutrición crónica en un 33% en las zonas donde lo han implementado. ¿Cómo? Lo primero, promoviendo la lactancia materna hasta los seis meses, como recomienda la OMS. Después, la organización ha estado repartiendo a todos los niños entre seis meses y dos años, un suplemento nutricional a base de proteínas y lípidos. Además, esto ha sido acompañado con servicios médicos para tratar las eventuales enfermedades.
Pero cuando desarrollaban el proyecto en Malí, se dieron cuenta de que la intervención era muy cara. "Aunque daba resultados positivos, el Gobierno del país no podría continuarla", anota Salse. Por eso en Níger modificaron el plan, es decir, cambiaron el suplemento que repartían a otro más barato, con menos calorías y los mismos micronutrientes que el que distribuyeron en Malí. Y funcionó. "El programa era sostenible. Lo podían asumir los Gobiernos”, concluye.
Quizá, con su intervención, la ONG haya evitado unos cientos o miles de futuros truncados. Como este, otros programas se suman a la lucha. La gravedad de la situación apremia a que las sabidas  soluciones, se apliquen. El mundo tiene un mandato. El Objetivo 2 de la Agenda de Desarrollo Sostenible ratificada por todos los países de las Naciones Unidas, es bien claro: "Para 2030, poner fin al hambrey asegurar el acceso de todas las personas, en particular los pobres y las que están en situaciones vulnerables, incluidos los lactantes, a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año". Y su apartado dos especifica: "Para 2030, poner fin a todas las formas de malnutrición, incluido el logro, a más tardar en 2025, de las metas convenidas internacionalmente sobre el retraso del crecimiento y la emaciación de los niños menores de cinco años [reducir 40% el retraso en el crecimiento (talla baja para la edad)], y abordar las necesidades de nutrición de las adolescentes, las mujeres embarazadas y lactantes y las personas de edad".
Así sea.


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