domingo, 1 de febrero de 2015

CON LO JUSTO ▼ ENTRE EL ABISMO Y EL BORDE ► Hierbitas y café para desayunar | Planeta Futuro | EL PAÍS

Hierbitas y café para desayunar | Planeta Futuro | EL PAÍS



CUATRO HISTORIAS: MÉXICO

Hierbitas y café para desayunar

La pobreza marca la vida de los niños del México rural. Los padres batallan por darles educación pero muchos no escapan a la necesidad de trabajar





Sayra, de dos años, vive en un área rural de México. / CARLOS R. CERVANTES


Cada día, Sayra se cuelga su mochila de Spiderman y se va a la escuela. En esa bolsa de 15 centímetros no lleva nada salvo, a veces, las llaves de su casa. A sus dos años recién cumplidos, acompaña a su madre a dejar y recoger a sus hermanos mayores. Corre un cuarto de hora montaña abajo: carretera, camino, arrollo, colegio. Y de vuelta. Carga la ilusión de ir, por fin el curso que entra, a la escuela. Es la misma que tenía su madre 20 años atrás, cuando veía que sus hermanos emprendían hora y media de ruta a pie para ir a clase y ella se quedaba preparando tortillas, cuidando pollos, cortando café y buscando agua para que comieran algo a su regreso. Se hartó y se fue de casa a los 10 años. Quería a ir a la escuela, pero nunca consiguió estudiar.
Juliana Juan tiene ahora 25 años y no sabe si sus hijos llegarán a la universidad, pero lo espera. Desea, al menos, que estudien. Cuanto más tiempo, mejor. “Yo no pude por falta de dinero, pero ahora, si no vas a la escuela no tienes oportunidades”, afirma mientras hierve agua en una fogata frente a su casa en Ayutla, un pueblo de 2.000 habitantes en el estado de Oaxaca, al sur de México, con una población mayoritariamente campesina e indígena.
Sayra Zaori es la tercera de tres hermanos, la última, de momento, de una saga Domínguez Juan que crece en esta localidad de la sierra de Mixe, donde las montañas chocan con las nubes, la conexión a internet llegó hace un año y los adultos eligen a sus representantes comunitarios a mano alzada. “Sí, queríamos tres niños”, dice Juan, que ahora lleva un DIU y viste jersey y pantalón, “mi esposo quería otro, pero con la falta de dinero, no podemos tener más”. El abandono paulatino de la agricultura por trabajos más estables y un primer intento de inculcar la planificación muestran una brecha generacional en esta localidad donde la mayoría de familias viven de lo que les da el campo.
La falta de dinero lo marca todo en la familia. Reúnen entre 3.000 y 4.000 pesos al mes (unos 200 euros) entre lo que sacan el padre y la madre. Marciano Domínguez, de 32 años es carnicero de profesión pero últimamente solo consigue trabajos esporádicos, casi siempre en el campo, de donde a veces vuelve con verduras para cenar. Juan está en casa, cuida de vez en cuando el bebé de una maestra y vende lo que encuentra en el mercado del pueblo de los domingos: ropa usada que le manda su hermana del Distrito Federal, la capital del país, u objetos que ella misma produce con materiales reciclados: “Las flores de palo se venden bien porque como no hay que regarlas, duran mucho”, celebra.
También los niños contribuyen a la economía familiar desde que sus manos se lo permiten. Carlos Uriel, de cinco años, es el primogénito y los fines de semana y durante las vacaciones acompaña a su padre al campo: “Desde que cumplió cinco lo mandamos a cuidar chivos, limpia, barre, acumula leña… si no va con su papá, se queda acá conmigo, pero lo pongo a trabajar. Ahorita hay niños que no hacen nada, no los ponen a hacer nada y no saben hacer nada”. Él sabe cómo calmar a su hermana pequeña cuando llora y saca la libreta de tareas después de comer para dejar los deberes hechos ya el viernes por la tarde. Le gusta mucho la escuela y, de mayor, quiere ser albañil y comprarse un celular y un terrenito donde construir una casa más grande que la que tienen sus padres. “Cuando se porta mal y le digo que lo voy a sacar de la escuela y lo voy a mandar con su papá, chilla”, cuenta Juan, orgullosa de que a sus niños les guste tanto estudiar. En el campo, en México, a los pequeños no se los achucha, se los quiere, se los educa y a correr. Uno de cada ocho menores del país trabaja. Uno de cada cuatro de ellos, tienen menos de 13 años, según las estadísticas oficiales.
Juliana Juan dio a luz por primera vez a los 20 años, una edad razonable en una zona donde muchas mujeres se quedan encintas durante la adolescencia. Su segundo parto, el de Dulce Esmeralda, ahora de tres años, fue en casa casa. “No me dio tiempo a llegar… ¡ni dolores me dio!”, exclama. Este tipo de partos imprevistos y apresurados, incluso en la calle, de camino al hospital o en una sala de espera por falta de atención médica, son habituales en México.
El 29 de octubre de 2012 llegó tercera. Juliana Juan entró al hospital, parió, pasó 24 horas en observación y se fue por donde vino con la criatura en brazos. La niña pesó 3.950 gramos y no volvió a pisar ese hospital, en Tamazulápam del Espíritu Santo, una localidad a dos kilómetros de Ayutla. Nunca ha padecido una enfermedad grave y, cuando tiene alguna “gripita”, la llevan al centro de salud del pueblo, pero no siempre la puede ver el médico, un doctor en prácticas que va rotando cada varios meses. “A veces le dan algún medicamento, no más. Otras, nos dicen que no volvamos o porque tienen demasiada gente o porque se acabó el horario”, sonríe la madre. Enciende la cadena de música y suena un disco alegre de un cantante de Ayutla que la hace bailar con su niña, de ojos grandes, negros y una sonrisa que cepilla dos veces al día.
En Ayutla no hay pediatras. Es el mismo doctor el que se encarga de rellenar una cartilla médica en la que constan seis visitas para controlar el peso: cinco kilos y medio a los dos meses, seis a los cuatro, seis y medio a los seis… 11,5 kilos en su última revisión, en mayo de este año. El médico califica de “normal” la evolución del peso del bebé, que tiene todas sus vacunas al día: tuberculosis, hepatitis B, tétanos, diarrea, infecciones por neumococo, influenza y sarampión y rubeola.
La casa donde viven se la compraron a plazos a un señor que necesitaba dinero hace dos años. Y la siguen pagando. Es un cubículo de cinco metros por dos, con una tabla de madera y varios cartones por ventana a la que añadieron, con maderas una segunda estancia donde tienen la cocina. El baño está fuera de la casa, tiene las paredes de hojalata y unos cubos de agua helada para tirar de la cadena. Los niños llevan doble pantalón y forro polar y, para dormir, se cubren con varias mantas pese a que los cinco comparten dos camas en un cuarto donde solo sobra espacio para un armario.
La falta de dinero lo marca todo en la familia. Reúnen entre 3.000 y 4.000 pesos al mes (unos 200 euros)
Después de un año de lactancia, Sayra desayuna café y hierbitas, como llama su madre a la mortaza, un vegetal salvaje comestible que crece en el campo. Juan prepara durante la mañana una sopa de tomate con pasta que sus hijos toman por la tarde y por la noche. Antes de ir a dormir, un vaso de leche, si hay: “Está bien cara”, se queja su madre. Frijol, arroz y tortillas de maíz completan una dieta en la que la carne es un invitado de honor: “Nosotros no llegamos y comemos pollo. Solo cuando al papá le va bien. Igual una vez al mes, o más…”, explica. Las verduras que le regalan sus padres, agricultores en un rancho a unos kilómetros le permiten también preparar una cena más rica de vez en cuando. Ahora tiene naranjas y chayotes que aguantan desde la semana anterior, del Día de Muertos, una fecha que se celebra en México con la intensidad que se festeja la Navidad en España, y fueron a visitar a su familia. A la vuelta del paseo al colegio, sin embargo, Sayra se queda dormida sin comer.
Juega con el trapo de su madre, se sienta en una silla de latas recicladas y orina aún en el pañal. Balbucea palabras como “mamá”, “papá”, “agua” y “cola” y algunas más en mixe, la lengua indígena que se habla en la zona y la única que habla su abuela. Sayra hablará mixe, asegura su madre, pero la nueva generación pone cada vez más obstáculos para aprender el idioma local y sus sueños se alejan de un modelo de vida tradicional dependiente de la naturaleza.

Cartilla de Sayra

1. Nombre y fecha nacimiento: Sayra Zaori Domínguez Juan, 29 de octubre de 2012
2. Pero al nacer / ahora: 3,95 kilos / 11,5 kilos
3. Lactancia: Sí. Un año
4. Posición entre los hijos: tercera y última
5. Padres: Marciano Domínguez, Ayutla (Oaxaca), 32 años, campesino y Juliana Juan, Ayutla (Oaxaca), 25 años, ama de casa
6. Revisiones médicas: 1
7. Hospital: Hospital Básico Comunitario de Tamazulápan del Espíritu Santo (Oaxaca), a 2 kilómetros de Ayutla
8. Pediatra: No tiene. La enfermera del centro de salud de su localidad le controla el peso y el único doctor que hay en este centro atiende también a los niños en caso de necesidad
9. Número de controles médicos: 11 (una revisión general y el resto "control nutricional" o vacunas)
10. Enfermedades pasadas: ninguna grave
11. Vacunas: BCG - tuberculosis, hepatitis B, petnavalente acelular DPaT + BPI + Hib - disferia, tosterina, tétanos, poliomielitis e infecciones por h influenza b, rotavirus, neumocócica conjugada, influenza, SRP - sarampión, rubeola y parotiditis
12. Alimentación: un año de lactancia. Ahora: Desayuno: café y "hierbitas" (un vegetal parecido a la lechuga que crece en la zona). Comida y cena: sopa de tomate con pasta, frijol, arroz y tortillas de maíz. Antes de dormir, un vaso de leche los días que consiguen comprarla
13. Cuidados: padres, especialmente la madre
14. Guardería: no va.
15. Dotación de la casa y el barrio donde viven:  au hogar está hecho de ladrillo y madera, tiene una habitación con dos camas y un armario y una cocina. Su pueblo, San Pedro y San Pablo Ayutla, tiene unos 5.000 habitantes, un centro de salud y el Ayuntamiento es comunitario. La principal actividad económica de la localidad es la agricultura.
16. Juguetes: un muñeco de plástico, una pelota, una silla, una taza y el trapo de cocina de su madre, que le encanta
17. Dónde y cuándo va a ir a la escuela: el curso que viene (septiembre de 2015) entra en la escuela pública preescolar de San Pedro y San Pablo Ayutla, su pueblo.
18. Qué esperan los padres ella: poder darle la oportunidad de estudiar para que ella sea lo que quiera ser.

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